Facultad de Comunicación Social - Periodismo

La única salida a un doloroso recuerdo

A Robert la vida lo ha golpeado fuerte tras presenciar el suicidio de su papá. Las drogas y malas decisiones han sido un escape para tan doloroso recuerdo.

Perfil realizado para la clase de Taller de géneros periodísticos (cuarto semestre, 2020-1), con el profesor David Mayorga.

Transcurría un día normal en la casa de mi abuela, caía una tarde soleada. Como de costumbre, yo me encontraba jugando con los Max Steel que tanto me entretenían; sin embargo, esa diversión se vio interrumpida por el timbre de la casa. Me levanté del suelo y corrí hacia la ventana a ver quién era, se trataba de mi primo Robert, así que de inmediato fui hacia la puerta y lo dejé entrar al corredor sin ningún problema. Su aspecto no lucía muy bien, sus ojos tenían un intenso color rojo y en su aliento aún estaba impregnado ese olor característico de la marihuana.

—¿Por qué siempre te pierdes y llegas convertido en otra persona? —pregunté lleno de inocencia y sorprendido al verlo así.
—Nunca lo entenderías, la vida de ustedes siempre va a ser perfecta.
Insistí en una respuesta y después de un tiempo mirando sus ojos perdidos, Robert accedió a contarme su historia.
—Cuando tenía siete años salí con mi mamá a recoger unos medicamentos que mi papá necesitaba, y al regresar él estaba colgado de una soga que utilizaba para levantar su cuerpo —sus ojos rojos poco a poco se convertían en la fuente por donde brotarían sus lágrimas segundos después—. Nunca entendí por qué lo hizo, por qué tuvo que dejarnos solos. Desde ese momento mi vida cambió y ahora lo único que me hace olvidar esa imagen son las drogas.

Según me cuenta mi mamá, Robert es producto de una relación oculta e inaceptada por la familia, esto debido a que su mamá, la señora Gloria, rompió con el matrimonio que su padre había construido por muchos años y el hogar de mis cuatro primos. Sin embargo, mi familia siempre fue consciente de que el niño no tenía la culpa de esta ruptura y lo aceptaron con el mismo amor que recibían a todos los niños que algún día jugaron y corrieron por el patio de la abuela. En cuanto a mi tío, el motivo de su muerte está más que claro: años antes había perdido la movilidad en sus piernas debido a un accidente laboral y simplemente se cansó de vivir dependiendo de su segunda esposa o sintiéndose un vegetal.

Ahora, en estos momentos de crisis y desesperación a causa de la pandemia que enfrenta el mundo, mi prima Claudia se siente preocupada y desvanecida al no saber el paradero de su hermano Robert. Hace un tiempo no hablan y lo único que sabe es que estaba durmiendo en un inquilinato ubicado en el barrio Santa Fe, donde le cobraban diez mil pesos diarios por el alquiler de una habitación. Tampoco sabe cómo está consiguiendo el dinero que le ayudaba a su sustento diario si su último trabajo antes que se declarara la cuarentena nacional era el de vendedor informal de caramelos e inciensos en los buses de Transmilenio. Mi prima intentó darle una oportunidad de reivindicación hace aproximadamente cinco meses, lo llevó a su apartamento y le pagaba una mensualidad digna por hacer favores y transportar correspondencia de su empresa; sin embargo, Robert no fue capaz de conservar la confianza que le había dado su hermana y volvió al camino del consumo. A los pocos días de ser descubierto se tuvo que despedir del hogar que con esperanzas le abrió las puertas y se vio obligado a retomar la vida miserable y caótica que le ofrecían las calles bogotanas.

Pero esta no es la primera vez que ocurre algo así en la vida de mi primo, años atrás mi abuelita sintió más que nadie el dolor de madre y se compadeció del joven que pasaba sus noches en inquilinatos, e incluso, en la calle; fue en ese momento cuando le abrió un espacio en su casa y lo invitó a pasar un tiempo en familia mientras que lograba conseguir un empleo y se podía mantener por sí mismo. El pago a tan excelentes cuidados y manjares preparados por la abuela fue el robo de una grabadora en la que ella escuchaba música mientras cocinaba, o simplemente rezaba con el devocional que la emisora cristiana emitía cada noche. Semanas después regresó con otra grabadora de segunda mano y de menor calidad que la que tenía mi abuelita, se la devolvió y le pidió perdón por lo que había hecho. El consumo de drogas y las malas amistades lo habían obligado a traicionar a su familia para conseguir una dosis que escasamente le alcanzaría para una semana.

Años más tarde nos enteramos que había ocurrido lo mismo en casa de su hermano mayor, éste lo invitó a vivir un tiempo con él y sus hijos, pero a las pocas semanas los ahorros de su sobrino menor habían desaparecido del marrano pintado en forma de Capitán América. Una vez más Robert había tomado el dinero y se había perdido en el mundo de las drogas, un mundo que poco a poco lo consumía.

En cuanto a su madre, Gloria es una mujer paisa que ha trabajado toda la vida y se ha considerado una persona fuerte hasta que le tocan el tema de su hijo. Con una voz quebrantada y dolor en su corazón, cuenta que la última vez que Robert la hizo feliz fue cuando con esfuerzo le pudo pagar una carrera militar y su hijo la premió ganando honores en su ascenso a cabo; tiempo después dejó el régimen militar y en busca de marihuana u otras sustancias dejó su uniforme colgado sobre su litera en la Escuela Militar. Gloria no se avergüenza de él, por el contrario, lo considera una persona capaz de conseguir muchas cosas si trabaja con voluntad y esfuerzo. Constantemente dice que sacó el espíritu trabajador de su padre y que, conforme a sus enseñanzas, es un muchacho que siempre lleva a Dios en su corazón, solo que no deja que él obre sobre su vida. No obstante, descarta cualquier posibilidad de volver a compartir un techo con su hijo. En repetidas ocasiones ha dicho que Robert es una persona que cuando consume demasiado se transforma y no es consciente de sus actos, a veces ha llegado a levantarle la mano e incluso a amenazarla con repetir lo mismo que hizo su padre. Gloria cumple con su deber de madre enviándole mercado cuando sabe que está aguantando hambre o simplemente rezando al cielo para que Dios siempre proteja la vida de su hijo.

Mi mamá también ha sido una persona bastante sensible ante el tema de la drogadicción de mi primo. La última que vez que nos buscó pidiendo ayuda lo pensamos mucho, puesto que ya varias veces nos había defraudado y había gastado la plata en las sustancias que estaban cuarteando su cara y quemando sus neuronas. En diciembre del año pasado llegó a nuestro apartamento en busca de un “préstamo”, yo no me encontraba, pero mis papás percibieron el hambre y la necesidad que estaba aguantando, compartieron el almuerzo con él y le preguntaron qué necesitaba. Robert les comentó que un señor le había ofrecido trabajar como vendedor de chorizos en la Plaza España pero que necesitaba 60.000 pesos para comprar unas cosas e iniciar con el negocio. Al día siguiente mi mamá le hizo una consignación por Efecty y le pidió que todos los días le mandara una foto trabajando. La primera semana transcurrió con éxito, mi primo estaba vendiendo chorizos y afirmaba no estar consumiendo nada; pero como era de esperarse, dos semanas después dijo que le habían robado la plata de las ganancias y misteriosamente se volvió a perder, no contestó más llamadas ni mensajes de WhatsApp.

Cuando me pongo a pensar en dónde va a terminar mi primo, muchas imágenes pasan por mi cabeza. A veces pienso que puede acabar en una cárcel porque para él lo más importante es tener plata para gastarla en drogas; también pienso que su vida puede acabar en una noche, cuando cargado de preocupaciones y escenas que le revivan la muerte de su papá, Robert consuma más de la cuenta y su organismo no sea capaz de resistirlo. Pero, siendo honestos, la última imagen en la que pensaría es verlo rehabilitado y con ganas de emprender una vida nueva. No lo digo porque no lo quiera y tampoco desee lo mejor para él, por el contrario, aunque no seamos tan cercanos, es alguien de mi familia y me duele verlo así, solo que Robert nos ha demostrado con el paso de los años que este no es su mundo, que nuestra vida no es su vida y que su felicidad está en la calle y en las drogas. Tampoco había dimensionado el trauma que puede causar ser testigo de la muerte de algún familiar tan cercano y el trastorno psicológico que ocasiona en las personas; mi primo, a pesar de tener el apoyo de toda la familia, no ha logrado superar este golpe tan impactante de su vida y posiblemente nunca lo haga. Solo espero que la vida le presente un mejor camino y él lo sepa aprovechar porque, en verdad, merece cosas muy bonitas después de tanto dolor.


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