Facultad de Comunicación Social - Periodismo

Morena color de clavo canela

Entre tamboras y vestidos de encaje, un perfil a Petrona Martínez, la voz más emblemática del bullerengue en Colombia.

Texto realizado para la clase Introducción al lenguaje periodístico (tercer semestre, 2020-2),con el profesor Sergio Ocampo Madrid.

El 27 de enero de 1939, bajo el ardiente sol de San Juan Nepomuceno, Bolívar, se escuchó un llanto de recién nacido. Nadie habría pensado que ese pequeño grito en el corregimiento de San Cayetano sería el de la voz más emblemática del bullerengue en Colombia. Petrona Martínez no descubrió su amor por la música folclórica en su tierra natal, sino que nació con una pasión indescriptible por ella. Nieta de cantadoras, por sus venas corre la sangre de generaciones que se entregaban a la tambora en las ruedas de fandango, como lo afirma la Red Cultural del Banco de la República de Colombia en la biografía de la inigualable reina del bullerengue.

Nunca soñó con una vida distinta a la del campo. El corazón de Petrona está sembrado en el “castillito”, como le llama a su hogar sencillo en el barrio Palenquito de San Jacinto, también en Bolívar, junto a sus palos de mango, sus ñames, sus yucas y sus gallinas. Allí se escuchó por muchos años su voz hasta que fue descubierta por Marceliano Orozco, mientras lavaba ropa en un arroyo muy cerca de su casa, como lo cuenta ella misma a Henry Martínez en el programa Orgullo Costeño en 2016. De Palenquito para el mundo, esta robusta e imponente morena color de clavo canela y ojos verde claro, puso en el mapa a su tierra para demostrar que la tradición musical del bullerengue aún está viva.   

“Mi mamá es como una canción”. Así la describe Joselina mientras recuerda los años de oro de Petrona y su banda como trotamundos. Con su desparpajo y potencia de voz, le enseñó al planeta entero el sabor de un género que sin ella no habría sido lo que es hoy, porque como dice su hija: “cantadoras de bullerengue tradicional como Petrona no creo que nazca ninguna”. Con esa convicción y esa voz recorrió más de una docena de países, entre ellos Marruecos, Francia, España, Italia, Dinamarca, Inglaterra, Estados Unidos y Malasia.

No tenía ningún ritual antes de subir a la tarima y se autoprohibía el alcohol; solo se encomendaba a Dios y salía al escenario a hacer lo que sabía hacer: cantar y entregarse de lleno a su público. Para Petrona, el artista que toma licor y sube a cantar tomado no sabe lo que hace. Ella dice que enfermarse de la garganta no le está permitido a los cantantes.

No hay lugar para la tristeza cuando la reina del bullerengue sale a escena. Entre tamboras y vestidos de encaje y colores, es capaz de alegrar el alma de quienes la escuchan cantar. “Pacho”, como le decía a su hermano Francisco Manuel, era quien le confeccionaba los trajes que la hacían brillar en cada tarima. “Él le hacía su vestuario y en la banda le decíamos colección Fran”, cuenta Joselina. Él la conocía tanto que sabía sus gustos en colores y telas y, sin miedo a equivocarse, confeccionaba maravillosas polleras tal como a ella le gustaban. Francisco Manuel vivió en el “castillito” con Petrona y su familia durante un tiempo y ahí montó su taller de costura. Hace algunos años falleció Pacho, no sin llevarse al cielo la imagen de su hermana brillar sobre las tablas por todo el mundo en sus trajes de popelina.

La mujer que le canta al trabajo, al humor y a sus ancestros esclavos, trabajaba como empleada en casas, hacía y vendía bollo, sembraba ñame y yuca, pilaba arroz, lavaba en la quebrada con maretira (mazo de madera para golpear la ropa mojada) o le sacaba arena para venderla mucho antes de dar su salto a la fama, a los 60 años. Sus composiciones icónicas la llevaron del arroyo a cantar en enormes escenarios. Recuerda su hija Joselina, con evidente nostalgia en su voz, que su madre ha sido siempre una  “mamadora de gallo”. De una carcajada, emerge de sus recuerdos que en Marruecos, país que hacía parte de una de sus giras, le hizo la peor broma de su vida.

Era día de prueba de sonido y Petrona quería un peinado de trencitas, pero el tiempo apremiaba. Joselina insistía en que se hiciera algo diferente en el pelo y que si no almorzaban en el hotel no podrían llegar a la hora indicada. Debían estar a las 12:00 en punto y la prueba era lejos, así que Rafael Ramos, su mánager en ese entonces, les llevó el carrito del almuerzo para ganar tiempo. Joselina comió un pedazo de carne porque no tenía mucha hambre. Al salir su madre del baño, le ofrecieron pescado o carne y ella con aparente seriedad respondió: “¡Pescado, no; mejor déjame con mi carne de camello! Sí, mija, aquí las vacas no las sacrifican como por allá, aquí comen es camello. En los kioscos donde venden carne no vayas a creer que es res, eso es de camello”. Al instante y por reflejo natural de quien no se imaginaría comiendo eso, Joselina vomitó. Entre carcajadas una Petrona bien bromista le dice: “¡tú eres marica, si eso es mamando gallo!”. Con una risa de esas que no dejan hablar, Joselina cuenta que le dio fiebre y se le bajó la presión, pero con todo y maluquera la pobre se quedó callada porque si le decía a su mamá que estaba enferma, podría preocuparse y tener una mala prueba de sonido. Pero la sensación de esa carne extraña no la dejó tranquila; ella simplemente se tomó un té de manzanilla que la calmó.

Son los recuerdos de grandes momentos los que embargan la vida de quienes conocen a la gran Petrona. Todo el que habla de ella hace un retrato hablado de alegría, optimismo, sencillez, perrenque y humor. Es tal la sencillez que la caracteriza que, cuando se enteró de que había sido nominada al Grammy por mejor canción folclórica del año, en 2010, no sintió ni la más mínima emoción con la gran noticia que le acaba de dar su mánager. “Señora Petrona, venga acá, corra”, gritó Rafael. Cuando recibió la primicia, estaban en un hotel de Bélgica, acabando de llegar de cantar en Pisa, Italia, y comía un arroz con pollo sentada en el piso con “la niña”, como le dice a Joselina, y con su hijo Alvarito. Ella sin la menor reacción simplemente dijo: “¡Ay! yo voy a comerme mi arroz”. Petrona no sabía lo que significaba eso para su carrera. A ella solo le importaba cantar con el alma y con el corazón al ritmo de la emoción de su público al escucharla, pegar gritos de bullerengue a viva voz. Así se lo cuenta en el patio de su casa a Gerardo Varela en una entrevista en 2009.

Pero en 2017 una sombra de nube negra se posó sobre el “castillito” de Palenquito cuando una mañana Petrona no despertó a la hora de siempre. No se sabe en realidad qué fue lo que calló la voz más emblemática del bullerengue: exceso de trabajo o porque Dios dispuso, dice Joselina con voz quebrada. El médico dice que fue una isquemia cerebral. Ella la llevó a hacerse exámenes de rutina después de llegar de un concierto que tuvieron en Santa Marta. Pero los resultados no se los dieron el mismo día como esperaba Petrona. Le dijo a su hija que se quedara, que era sábado. Lo dijo con énfasis en el día de la semana porque el domingo sería el día de las madres, pero Joselina no había caído en la cuenta de la fecha. “Mami no puedo quedarme porque tengo mucho que hacer y me voy a llevar una ropa tuya para lavarla. Mejor mañana llego temprano”. Camino a su casa se percató de la celebración del día siguiente y se dijo que recogería a su hija y que temprano o a mediodía salía para donde su mamá, ya no valía la pena devolverse.

Al día siguiente se puso a organizar las cosas. La llamó temprano para felicitarla, pero Petrona no fue quien contestó el teléfono. La otra hija de Petrona, Araceli, quien le tenía pescao’ con yuca de regalo, le dijo que todavía estaba durmiendo. Volvió a marcar pero Petrona seguía dormida, lo que le extrañó, así que la llamaría más tarde. Justo cuando Joselina se disponía a llamar de nuevo, se adelantó su hermana y le dijo que su mamá estaba mal y que debían hospitalizarla. Desde hace tres años, cuando ocurrió todo esto, hasta hoy, todo ha girado en torno al proceso de recuperación de la gran Petrona Martínez. Hoy, aunque la sombra de ese dolor dejó sin habla a la reina, su familia quiere que sea recordada en la memoria de los que la conocen como la mujer que hizo grande al bullerengue, como la matrona de Palenquito, quien como dice ella, con su éxito trajo éxito al pueblo afrocolombiano; la misma Petrona que decía en su canción La vida vale la pena: “Sigan mis hijos porque la vida es bonita, sigan sacando la arena que eso no nos perjudica”.


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