Facultad de Comunicación Social - Periodismo

Los rastros de un migrante

Un colombiano de 25 años comparte su conmovedora travesía en busca del sueño americano, desde Bogotá hasta México.

Editado por: Profesor Fernando Cárdenas

Entrevista realizada para la clase de Introducción al lenguaje periodístico (Tercer semestre, 2023-2), con la profesora Estefanía Fajardo de la Espriella.

Daniel Alejandro Pérez Quiroga, un colombiano de 25 años, comparte su conmovedora travesía en busca del sueño americano, desde Bogotá hasta México. Su historia, marcada por desafíos inimaginables, resalta actos de coraje inquebrantable en un viaje que desafía la adversidad y la incertidumbre.  

Mientras Bogotá abría sus ojos en su acostumbrado frío, algunos se dirigían a su trabajo, otros iniciaban su jornada escolar y unos cuántos volvían a sus hogares tras finalizar sus turnos. En el sur de la capital, Daniel Alejandro Pérez Quiroga, un colombiano de 25 años, estaba a punto de comenzar una travesía que marcaría un momento trascendental en su vida. Tras cerrar la puerta de su hogar, Daniel, con mochila al hombro se adentró en un viaje hacia lo desconocido. Uno que incluía cruzar la selva del Darién para poder cumplir el anhelado sueño americano. 

“Era una mañana llena de incertidumbre”, reflexiona. “La ciudad estaba silenciosa, y yo, con una mochila cargada de sueños y esperanzas, caminaba hacia un destino incierto”.  

Medellín fue la primera parada de su viaje. El recorrido en flota desde Bogotá dio la impresión de no tener fin. “La mañana se convirtió en tarde y la tarde en noche. Llegar a Medellín en las primeras horas de la madrugada fue agotador, pero estaba decidido a encontrar un lugar para descansar antes de continuar mi travesía”. 

Daniel buscó refugio, un rincón donde pudiera prepararse mentalmente para el desafío que tenía por delante. Fue en la terminal de transportes donde comenzó a trazar su ruta hacia Necoclí, un punto de encuentro de migrantes.  

“En Necoclí, me sumergí en una realidad completamente distinta”, explica Daniel, a quien sus más cercanos llaman ‘mono’. “El lugar estaba lleno de personas de diferentes nacionalidades, cada una con su propia historia de lucha y sueños. El espíritu de solidaridad entre nosotros era palpable; todos compartíamos el deseo de un futuro mejor”. 

La siguiente etapa de su viaje lo llevaría a través de la selva del Darién, entre Colombia y Panamá, donde se convertiría en uno de los 127,000 migrantes que han logrado atravesarla en lo que va del 2023. Un tramo que puso a prueba su “resistencia y coraje” y que dejó en él una huella física y emocional imborrable. 

“Cruzar la selva del Darién fue como entrar en un mundo completamente nuevo”, dice con una sensación de tristeza en su voz. “Naturaleza salvaje, caminos inciertos y desafíos inimaginables nos esperaban. Sin embargo, formamos una comunidad sólida con otros migrantes. Éramos un equipo, una familia improvisada en medio de la jungla”. 

Habla de enfrentar obstáculos inesperados, como cambios en el clima que hicieron que los ríos se desbordaran y crearan peligros mortales. Describe cómo, en medio de la selva, vio a migrantes luchando por cruzar con sus hijos pequeños, y en ocasiones, a aquellos que no sobrevivieron en el arduo viaje. 

“Ver a familias arriesgando todo por un mejor futuro era desgarrador”, admite. “A menudo, los padres cargaban a sus hijos en brazos, enfrentando el peligro juntos. Pero también presencié tragedias inimaginables; vidas que se perdieron en la selva. Fue un recordatorio constante de los riesgos que estábamos dispuestos a tomar por nuestros sueños”.  

Muchas personas sólo conocen una parte de lo que se muestra de la selva del Darién ¿Cuál fue el recuerdo que lo marcó durante su recorrido? 

Durante mi recorrido por la selva viví numerosos acontecimientos impactantes. Sin duda, lo que más me aterrorizaba era presenciar cómo algunas familias dejaban a sus hijos atrás en la selva debido a la desesperación por salir. Llevar a los niños suponía un peso adicional y un agotamiento mayor, ya que contratar a un guía que llevara sus pertenencias tenía un costo que no estaban dispuestos a asumir. En general, los migrantes viajaban con recursos limitados. 

Recuerdo con tristeza cómo algunas madres llegaban a vender a sus hijos, incluso bebés de entre 2 y 6 meses, así como niños de 7 a 8 años, para obtener los recursos necesarios que ayudarían a la familia en su travesía migratoria. Al entregar a sus hijos, a menudo recibían muy poco dinero; lo que realmente importaba era asegurarse el paso a alguna frontera.  

También era lamentable ver a personas que fallecían durante el viaje debido al agotamiento, caídas, lesiones o incluso por intentar cruzar el peligroso Río Bravo, además de mujeres embarazadas que perdían a sus bebés o sufrían abusos sexuales durante el recorrido, lo que resultaba en embarazos no deseados. Era muy común presenciar tráfico de órganos, de drogas, de niños, posesión de armas ilegales, secuestros y desapariciones a manos de grupos paramilitares. 

¿Experimentó usted en carne propia alguna situación difícil dentro de la selva?  

Gracias a Dios, nada tan difícil comparado con otras personas o familias, sin embargo, la escasez de alimentos y bebidas estaba deteriorando mi cuerpo, durante mi paso por la selva solo llevé dos litros de agua, panela, enlatados y galletas.   

Recuerdo que me perdí del grupo de migrantes con los que iba y cogí otro camino, lo adecuado era irse por la orilla del río, y yo terminé adentrándome en matorrales, vi y escuché toda clase de animales salvajes como, jaguares, serpientes. Además, durante el cruce en piraguas (lanchas pequeñas), observé caimanes y cocodrilos, con el miedo de que en cualquier momento me atacaran a mí o alguna de las personas que me acompañaban. 

Mi objetivo principal durante el recorrido por el Darién siempre fue el mismo: mantenerme con vida. Sabía que, en caso de fallecer, nadie recuperaría mi cuerpo. 

Al salir de la selva, Daniel y varios de los migrantes fueron recibidos por una comunidad indígena encargada del control migratorio. Estos les proporcionaron embarcaciones de madera para cruzar y llegar a Panamá. Su destino era precisamente un campamento de la ONU, donde podrían descansar, ingerir alimentos y continuar su travesía a través de los diferentes países en su camino hacia Estados Unidos, que es la meta de cada uno de los migrantes. “Los indígenas que nos recibieron fueron un motivo de desesperanza. Eran personas que se aprovecharon de nuestra situación y necesidad como migrantes.  

¿La ONU, como organización de asistencia humanitaria, representa una ayuda potencial para ustedes cómo migrantes?  

No tanto, pero sí nos presta un servicio de albergue en donde podemos llegar y tener un lugar de descanso, ahí nos brindan agua para consumir o lavar, nos dan una porción de comida, también prestan servicio de salud puesto que luego de arduas caminatas muchos migrantes llegaban con los pies o manos fracturados, hinchados, e incluso, estallados.  

Sin embargo, en la ONU únicamente podíamos hospedarnos durante dos, máximo tres días, ya que se colapsaba y había que abrir campo para los migrantes que venían en camino. En esta organización no dan un trato personalizado, es igualitario como comunidad migrante. 

A lo largo de su travesía por múltiples países de Centroamérica, Daniel se enfrentó a extorsiones y obstáculos burocráticos en su búsqueda del sueño americano. Después de no conseguir un trabajo estable en su ciudad, en Estados Unidos esperaba encontrar empleo y establecer una vida que le permitiera proporcionar apoyo económico a su familia en Colombia.  

Cada día le presentaba un nuevo desafío, y cada frontera era una oportunidad para aprender una nueva lección de vida. No obstante, continuaba avanzando, impulsado por la esperanza de un futuro mejor. 

Desde Panamá, él y sus compañeros de viaje se dirigieron a un terminal y abordaron una flota que los conduciría a la frontera con Costa Rica. Durante dos agotadores días de viaje, se vieron enfrentados a momentos en los que tuvieron que caminar durante horas, atravesando montañas y terrenos desafiantes. El cansancio se acumulaba, pero su compromiso por seguir adelante nunca flaqueó. 

La travesía continuó hacia Honduras, donde las dificultades y los costos aumentaron. “En Honduras nos cobraron un promedio de 50 dólares para llegar a la frontera. Entre miles de personas, aquellos que viajábamos solos éramos los últimos en avanzar.  

Los kilómetros seguían 

Desde allí, el viaje los llevó a Nicaragua. Al salir de este país, Daniel esperó durante tres días un documento que le permitiría moverse legalmente. Sin él, las terminales se negaban a venderle un boleto, y este papel se volvió su pase hacia el siguiente capítulo de su travesía. “Esperar esos tres días fue angustiante. Sabía que debía continuar, y ese papel era mi única oportunidad”. 

“Guatemala se convirtió en un nuevo desafío, y la situación se tornó aún más complicada. En los autobuses, los policías extorsionaban a los pasajeros e incluso intentaban separar a las familias como forma de pago. Estos individuos vestían ropas oscuras y ocultaban sus rostros. En una ocasión, fui testigo de un acto de abuso hacia una mujer, y experimenté una sensación de impotencia… no pude hacer nada para detenerlo”, cuenta con nostalgia.  

El recorrido continuó y una red clandestina ayudó a Daniel a cruzar la frontera hacia México. Sin embargo, para los más desfavorecidos, esta organización cobraba un precio alto, a menudo en forma de pertenencias e incluso sus propios hijos. “La lucha no terminó allí. Cruzar la frontera sobre llantas y tablas era peligroso, los riesgos eran altos, pero en este punto yo estaba decidido a hacer lo que fuera necesario”.  

Después de ingresar a México, se sometió a un proceso de registro migratorio y encontró refugio en un albergue. En los autobuses de migración, se priorizaba a los más desfavorecidos, por lo que pasó cuatro días aguardando su turno. “La espera en México fue larga y desafiante, y la incertidumbre seguía siendo nuestra compañera constante”. 

Vidas, historias, rostros y relatos 

En medio de esta odisea, se cruzó con haitianos que habían perdido a sus hijos durante el viaje. Sus relatos conmovedores lo impactaron profundamente. “Encontrarme con haitianos que habían perdido a sus hijos me dejó sin palabras. Fue un constante recordatorio de los peligros que estábamos enfrentando”. 

Desde Bogotá hasta México transcurrieron más de 16 días repletos de dificultades y desafíos. Sin embargo, cuando llegó a Ciudad de México, se sintió abrumado. La frontera entre México y Estados Unidos, el llamado “sueño americano”, parecía inalcanzable. “El agotamiento físico y mental me impidió cruzar la frontera hacia los Estados Unidos. Decidí poner fin a mi travesía y regresar a mi país”, dice mientras narra el proceso.  

¿Cree que su travesía como migrante fue en vano?  

No, definitivamente no. Mi experiencia como migrante fue enriquecedora en muchos sentidos. Me ayudó a fortalecer mi carácter, desarrollar mi personalidad y alcanzar una madurez que no habría logrado de otra manera. A lo largo de mi camino, aprendí innumerables lecciones sobre diferentes países y culturas, lo que amplió mi mente y me hizo ver realidades que antes creía inimaginables. Esta travesía me ha dotado de una perspectiva única y valiosa sobre la vida, y estoy agradecido por todas las lecciones que aprendí en el camino. 

Dada su experiencia como migrante, ¿consideraría volver a migrar en circunstancias similares? 

Dada mi experiencia como migrante, creo que esta ha sido una de las situaciones más difíciles que he enfrentado en mi vida. Dejar en Colombia a lo más preciado para mí, mi motor, mi familia, fue y sigue siendo un desafío inmenso. A pesar de contar con su apoyo desde el primer día y llevar sus imágenes, sentirme solo en el camino representó un reto abrumador. 

Si tuviera los recursos necesarios, consideraría volver a migrar en circunstancias similares, pero con un enfoque diferente. Mi viaje anterior fue arriesgado y desafiante, y aunque aprendí mucho de él, ahora valoro la seguridad y el bienestar aún más. Estaría dispuesto a emprender ese camino nuevamente siempre y cuando pueda asegurarme de que mi migración sea segura y no ponga en riesgo ni mi vida ni la de mi familia. Después de todo, la búsqueda de un futuro mejor y la esperanza son motores poderosos que nos impulsan a seguir adelante.


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