Facultad de Comunicación Social - Periodismo

Los guantes de Sofía Ramírez: paz y revolución

Sofía Ramírez narra las revoluciones que ha vencido para construirse a sí misma y alzar la voz por su pueblo; su lucha sobresale del ring de boxeo.

Perfil realizado para la clase de Pensamiento crítico y argumentativo II (segundo semestre, 2021-1), con el profesor Guido Tamayo.

Sofía Isabel Ramírez Rivero contiene el agua salada y el poder de la palabra en su sangre. Con tan sólo 17 años transmite la serenidad de su tierra, la alegría de su gente y la perseverancia que heredó de sus ancestros. Sus allegados, amigos y compañeros, la aprecian como una joven con sonrisa fácil de conciliar y espíritu libre. Sin embargo, más allá de eso, de la cartagenera sencilla y espontánea, está la niña que ha vencido sus propias batallas y conquistado sus revoluciones. “Creo que mi mayor logro es poder ser yo”, afirma orgullosa, con los ojos chocolate inundados, y parece que nada le preocupa; asegura entonces que llegar a este punto ha sido un largo y arduo proceso de crecimiento.

Se ha construido a sí misma en el boxeo, en el mar, en el discurso, en su hermana a quién considera mejor amiga y confidente, en una canción de LosPetitFellas que cita: “Sálvate tú, sobre todo de ti. Salva tu espíritu, tu lado bueno, tu luz, tu groove”. Se convirtió de esa forma en la mujer que disfruta de las pequeñas cosas, que adora la lectura y explota en el verso, que quiere ser inspiración y abogada destacada en el ámbito de restitución de tierras, en la joven que quiere educarse por sí misma y por su pueblo, que desea alzar la voz por las mujeres y aportar a su lucha.

Sofía es una mujer gigante. Con grandes pasos, con una altura de 1.70 que la destaca del resto, con puños de acero y con el oleaje entre el alma. Ella cuenta como a sus 14 años, cuando pasaba frente al único coliseo de Cartagena en el que se entrena el arte de los guantes, se detuvo en compañía de sus padres por curiosidad; y antes del cantar de un gallo se encontraba practicando boxeo entre un grupo reducido con bastante experiencia. “No llegué al boxeo porque me gustara desde chiquitica, sino porque necesitaba hacer algo; encontrar el pause a las emociones que sentía”. Narra lo agobiante que era acoplarse al nivel de sus compañeros, quienes daban puños certeros en tiempo más reducido, mientras que ella debía practicar por semanas. Sin embargo, admite con una sonrisa que esto aportó a su crecimiento y disciplina; además, nunca estuvo sola.

Su madre, Yolanda Rivero, quién legó a Sofía el carácter fuerte y el amor hacia la palabra, personificó su más grande apoyo, no sólo en su proceso educativo, sino en el lapso de los tres años que practicó el deporte; e igualmente, en una de las pruebas más difíciles que ha debido afrontar: su ansiedad médicamente diagnosticada, la cual fue contemporánea con su ingreso al grupo de boxeo. Sofía explica cómo este detalle de su vida, que no cuenta a muchos, se presentó mediante altas preocupaciones sin aparente razón, que llegaban inclusive a cortarle la respiración. “Mi mamá, aunque no entendía mucho del tema de la salud mental, siempre estuvo ahí. Y yo tuve que aprender a entenderme y tenerme paciencia, nunca tomé medicamentos para la ansiedad porque aunque creo que sí pueden funcionar, quise buscar una forma de solucionarlo yo misma, en un proceso donde encontrar formas de comunicarme ha sido vital”. El boxeo se convirtió entonces en el espacio que ella definió como utópico, su tiempo de paz que aportó a su bienestar emocional.

Ella cuenta, a modo de anécdota, que desde pequeña ha sido muy llorona: la niñita que se sentaba en la terraza como una magdalena mientras las amigas de su mamá la miraban preocupadas. Ella atañe este rasgo sentimental como la herencia de su padre, Carlos Ramírez. “Mi papá es el hombre de mi vida y atesoro la memoria de cuando él me atendió a los 4 años luego de un torpe accidente bajando de la ruta del colegio”. Además, es en su padre donde radica el nacimiento del boxeo en su vida, pues el señor Carlos, de talante tímido y cortés, emprendió el arte de los puños en alguna temporada de su juventud.

El boxeo, dice Sofía, le aportó no sólo a sus emociones sino también a su aspecto físico: “Me sentía bien como estaba en ese instante, siempre fui considerada como gordita y crecí con estos complejos del tú deberías ser flaca o no deberías comer esto porque estás engordando; y una niñita no tendría que pensar en eso, sino en comer dulces y ver televisión. Eso no te deja ser”. Porque si bien, no poseía los 90-60-90 que impone la sociedad, el boxeo le permitió construir ese amor propio tanto a nivel emocional como físico. Ella añade con determinación que uno debe aprender a lidiar con su cuerpo y consigo mismo, porque al fin y al cabo uno va a habitarlo el resto de la vida, y no hay cosa que la mente no pueda abarcar: sobre el diario vivir, sobre el actuar, sobre el sentir.

A partir de esta sensación consigo misma y en suma con el intenso amor hacia la lectura, sobre todo la historia de los sufragios femeninos, es como Sofía recientemente comenzó a realizar una serie de publicaciones que plantean visibilizar situaciones machistas, exteriorizar reflexiones a partir del conocimiento adquirido en el tema y aportar a la construcción de la lucha femenina en la sociedad. El contenido en sus redes sociales, que ha sido ampliamente recibido por el público, es el resultado evolutivo en una labor escrita que comenzó mediante la redacción de diarios personales, hasta desarrollarse tanto en los textos de derecho que redacta en el estudio de su carrera, como en el compendio de poemas que exaltan su esencia.

Actualmente, Sofía ha dado pausa a la práctica del boxeo, pero no olvida la fuerza que adquirió su ser ni la disciplina que desarrolló en el proceso. Hoy se prepara para luchar por las batallas del otro, de ejercer la palabra como instrumento y enfocar la fuerza de su espíritu en la restitución de tierras de indígenas y campesinos; la rama del derecho que llama su atención y a la que quiere dedicarse. Desea inspirar a la humanidad a partir de sus acciones y de su filosofía, aquella que promueve la paz consigo misma. “Me gustaría motivar a las personas en sus luchas internas y externas. Para que se atrevan a guerrear por lo que sueñan, lo que su corazón les pide; dejando atrás los miedos que paralizan y transmitiendo la paz. Quiero ilustrar que se puede obtener el equilibrio, que uno se puede sentir bien con pequeños y grandes detalles de la vida: hallarse realizado”, susurra con voz contenida de emoción mientras está sentada en la sala del hogar universitario donde hoy reside. Allí, sus compañeros de apartamento afirman que Sofía es, como ella misma admite, indecisa y en ocasiones impaciente; con un carácter explosivo, y aunque aún no ha golpeado a ninguno, sabe defender los derechos le corresponden.

Con sus grises, blancos y negros, Sofía Ramírez lleva la revolución como el himno en su vivir -porque las batallas más difíciles deben emprenderse primero en uno mismo- y la paz como la bandera que ondea, la que motiva y defiende. Paz y revolución hablan de ella, de su vida, de sus logros, de sus aspiraciones, de sus errores; paz y revolución la conforman, la condensan.


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