Facultad de Comunicación Social - Periodismo

La enfermedad de las “vacas locas”, un asunto poco sanitario

La prevención contra la enfermedad de la EEB (vacas locas) en Colombia da más poder a la élite económica mientras cambia totalmente la vida del campesino.

Reportaje realizado para la clase de Taller de Géneros Periodísticos (cuarto semestre, 2020-1), con el profesor David Mayorga. 

La enfermedad de las vacas locas trajo a Colombia algo más que una alerta sanitaria, los ganaderos cambiarían su forma de comercializar la carne y aún más, su vida.

El médico veterinario e investigador para la Corporación Colombiana de Investigación Agropecuaria, Byron Hernández, realizó hace unos años tomas de muestras de laboratorio a algunas reses. “La sospecha inicial para los ganaderos era la encuesta que respondería a la pregunta, ¿ha alimentado a sus animales con harina de sangre o de huesos en los últimos dos años? Al ser “Sí” la respuesta, se procedía al sacrificio preventivo”, porque en esa época no se daba tiempo de espera para la confirmación de una prueba positiva, así como en la actualidad la Covid-19, se expande muy rápidamente, de ser positiva la EEB, llegaría al descontrol de contagio en animales y humanos.

En Europa empezó como un problema más bien político y económico a partir del año 1986, en el que se registró el primer caso, pero en Colombia, a inicios del año 2001, estalló la noticia de que la cocina y nuestras dietas cambiarían radicalmente bajo el titular de “Una amenaza terrible para la cocina colombiana”, con la enfermedad de la EEB (Encefalopatía Espongiforme Bovina) mejor conocida como enfermedad de las vacas locas. “No hay que estar tranquilos”, dijo Álvaro Abisambra, quien en ese tiempo dirigía el Instituto Colombiano Agropecuario (ICA).

Durante el año 2002 se inició la vigilancia masiva en plantas de sacrificio, esto fue tomando aún más rigor gracias a documentos legales que avanzaban con la prevención de la enfermedad, pero se empezó a sentir aún más en Colombia tras el decreto 1500 que creó el Sistema Oficial de Inspección, Vigilancia y Control de la Carne de consumo humano a mediados del año 2007, los principales afectados fueron los campesinos, no sólo los pertenecientes al sector ganadero.

La erradicación del problema

Se puso en marcha la vigilancia pasiva y activa de ganado sospechoso con síntomas neurológicos, específicos en el comportamiento y rendimiento de la res. La realidad de esta enfermedad para el ser humano es la detección y eliminación, pero el animal la adquirió por una cotidiana producción humana, el Dr. Hernández cuenta que la EEB “se propaga principalmente por el consumo de un prion, se trata de una proteína adquirida por medio de alimento hecho a base de huesos y sangre de mamíferos”.

Bajo el riesgo de contagio se realizan pruebas con minuciosos cuidados porque es posible que el humano se contagie fácil y rápidamente. “Esta enfermedad no tiene tratamiento, desencadena un proceso degenerativo del sistema nervioso central, básicamente destruye el cerebro y no hay forma de revertirlo. Animal que se infecte, debe ir a sacrificio cuanto antes para evitar la propagación en la región”, dice el Dr. Hernández junto con la explicación de los dos modos de sacrificio que se practican en los laboratorios: el convencional, por el proceso de necropsia, que implica la remoción completa del cerebro; y el segundo método es el de la espátula o la cuchara, que básicamente se trata tomar la cabeza retirada ya del cuerpo, a través del agujero magno, el espacio de unión entre el cráneo y las vértebras cervicales, con una espátula se toma una muestra, empacadas en cajas de bioseguridad se envía a los laboratorios para sus posteriores análisis de histopatología.

Al ser sacrificadas las reses, se toma la muestra, se envía a los laboratorios y se entra en un proceso de vigilancia epidemiológica, básicamente, los animales que estuvieron en contacto con el sospechoso entran a una especie de cuarentena para frenar su transporte, comercialización y consumo, así mismo se escogían los predios cercanos al ganado sospechoso para hacer pruebas en más fincas aledañas.

Desde las fincas hasta el consumidor final

Por esto hubo hatos de ganado sin toma de pruebas durante el control, como es el caso de la familia ganadera de apellido Ruíz en los departamentos del Meta y el Huila, sus mediaciones económicas por transporte y comercialización de ganado no se vieron alteradas de ningún modo. Sin embargo, durante esa misma época, cuenta John González, ganadero y miembro activo de la Agropecuaria San Vicente Úmbita, todos los sábados puntualmente a las dos de la mañana los mataderos de Úmbita, Boyacá, se abarrotaban de ganaderos con contadas reses, entraban a pequeñas bodegas de máximo 20 m de ancho y lo suficiente de alto para mantener la concentración de un rancio olor, en la entrada hacía presencia la Policía, sólo para controlar que el ganadero que iba ingresando contara con un permiso de degüello, “más bien para prevenir el tema del robo del ganado, pero controles sanitarios en esos tiempos nunca hubo”, luego de esto, como si se tratara de cualquier plaza de mercado, cada expendedor de carne montaba su lugar de sacrificio: una delimitada área con dos argollas ancladas al piso, de una salía un lazo con el que se ataba las cuatro patas de la res, de la otra argolla se sujetaba con un lazo un bozal que trabajaba por contener mugidos ensordecedores. Luego de una serie de jalonazos, el animal caía y de la forma más cruenta se le cortaba la vena del cuello con un cuchillo y moría desangrada.

Todo en su municipio empezó a cambiar, dice John, “este decreto es el que marca el cambio en la manera de comercializar la carne en Colombia”, hasta el nombre de los lugares donde se sacrifican las reses, ahora empezaban a ser nombrados “plantas de beneficio animal”. ¿Qué beneficio traían? Una muerte distinta. Ahora la rutina cambiaba, se recibía una guía expedida por el ICA a cada ganadero para tener la trazabilidad de la procedencia del ganado, se transportaban las reses, llevadas hasta Garagoa, donde se establecía el único lugar legalizado para el sacrificio animal en toda la región del oriente boyacense, el ganado es revisado por un médico veterinario, y finalmente se lleva a cabo el proceso de sacrificio de beneficio que ahora es completamente automatizado: comienza por la insensibilización con descarga eléctrica, por lo que el animal cae aturdido al recibir un electrodo en una oreja y uno en el párpado contrario, así sufre un derrame cerebral, cae, es degollado y se desangra completamente.

Tras la legalidad

Los cambios continuaban en la vida del campo, para 2011 de radicó el decreto 2274 que fijaba las categorías de los mataderos como A, B y C. A: podían sacrificar y distribuir a nivel nacional; B: sacrificar y distribuir sólo a nivel departamental; y C: de autoconsumo, sólo en municipios, pero todo bajo los parámetros vigentes de decretos anteriores en los que se reglamentó el uso de los frigoríficos como obligatorio. Empezaron a presentarse cambios, pues ¿cómo comerían carne, si en las regulaciones que hizo el gobierno no se vigiló más allá del control de la comercialización? Dentro de hogares campesinos boyacenses, dice John, “hay personas que aún no tienen nevera y luz no hay, llega un momento y se va por cinco días”, entonces si a lo que apunta el decreto es que la carne debe ser comercializada, refrigerada y empacada al vacío, luego de una refrigeración, la carne se pudre y claro que se vuelve nociva para la salud si sale de una nevera de carnicería a la casa de alguien que no tiene cómo mantenerla fresca y adecuada para su consumo. ¿Cómo estos hogares y millones más esparcidos por toda Colombia consumen carne?

Con toda esa reglamentación cerraron los mataderos de Úmbita, sumado a que entonces otro de los problemas que empezaban a tener más protagonismo era el hecho de que Úmbita no contaba con agua potable en ese tiempo, y mediante el decreto, se exigía que toda plata de beneficio animal debía tener agua potable y las aguas residuales debían ser tratadas.

A pesar de los controles sanitarios, se hizo más accesible la comercialización de carne clandestina, se ahorraron el dinero que se invertía en la movilización de ganado y la población siguió comiendo carne no estudiada, sin cuidado y corriendo el riesgo de contener alguna enfermedad, puntos que el Gobierno no tuvo en cuenta. Por estas dificultades, se protegió sólo a aquellos que viven en ciudades grandes a las que no llega muy seguido cualquier problemática que toque, como se diría coloquialmente, sólo al de ruana.

El contraste de los años

El escenario durante el año de 1964 que Juan, oriundo de Chinavita, Boyacá, vivía, no tiene mayor contraste con el actual. Comúnmente era espectador con muchos de sus compañeros de colegio en el patio de su escuela del sacrificio de reses sobre un pequeño recuadro de cemento. “El matarife iba, sacrificaba la res y la primera puñalada era para que saliera la sangre y él se tomaba un poquito de esa sangre”.

A pesar de contar con papeles para la sanción de algunos, la ilegalidad le ha dado de comer a más de uno. A mediados de 2014, Juan vio en las carreteras de San Vicente de Chucurí, Santander, cómo se comercializa la carne de vaca recién sacrificada, bajo el ardiente calor de la luz de medio día, exhibida sobre una cama delgada de plástico desbordada en sangre, que evita que la carne toque el suelo, y que la la conduce a ser absorbida por la caliente y seca arena.

Así como la ilegalidad se ha mantenido por muchos años, este prion atenta contra la vida de animales y seres humanos desde hace bastante tiempo. El docente de medicina veterinaria de la Universidad de La Salle, César Díaz, comenta que en Colombia no se han reportado casos; sin embargo, existió en los años 70 y 80 en Colombia una enfermedad priónica en ovejas importadas desde Europa llamada Scrapie, dichas ovejas fueron sacrificadas y el brote controlado, esto empezó a alarmar al control sanitario de Colombia, por esta razón no hay indicios de importaciones de vacas de Europa durante los años 80 y 90 que pudieran traer el prion.

El Dr. Hernández sigue teniendo una vida cercana a la toma de pruebas y la prevención de la enfermedad, “todavía hay controles, de hecho, todavía se sigue el protocolo de seguimiento y vigilancia de la EEB”, es por esto que el libre comercio contiene aún rigurosos controles y estudios, pues “estamos en alerta permanente para evitar el ingreso del prion a nuestras ganaderías porque sería nefasto para el sistema productivo ganadero del país”. Incluso para John esto sigue siendo un reto, el ganadero centra su atención aún en la importancia casi nula que se le ha dado a la vida del campo y lo contrasta con los grandes beneficios que esto ha traído a las importantes industrias: “uno ahora hace el análisis y los dueños de esos mataderos son los grandes conglomerados económicos, propietarios de la tierra en Colombia y grandes hacendados ganaderos”, pero la gente del campo y de algunas ciudades, incluso aquellos consumidores de comercios ilegales situados al sur de la ciudad de Bogotá, denunciados hace unos años por medio de un reportaje de Noticias Uno,  quedan sin protagonismo al lado de mantener la economía en un excelente rendimiento del sector ganadero. La enfermedad de las vacas locas trajo a Colombia algo más que una alerta sanitaria, incrementó la visibilidad de la ilegalidad y del sistema limitado de la protección social dedicada la pequeña élite.

 


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