Facultad de Comunicación Social - Periodismo

Una discusión con la vida

El Pasquín de Natagaima, Tolima había anunciado la muerte de su padre. Una bala y un asesino bastaron para arrebatárselo. A partir de entonces, el camino de seguir sin aquel que le había enseñado a dar sus primeros pasos, fue lo único que le quedó.

Editado por: Laura Sofía Jaimes Castrillón

Crónica realizada para la clase de Taller de Géneros Periodísticos (Cuarto Semestre 2023-1), con el profesor Fernando Adrián Cárdenas Hernández.

Sebastián Preciado, apenas con cinco años, se encontró de frente con el enemigo que le arrebataría su niñez, su inocencia y su papá: el desplazamiento forzado en Colombia. Ahora, veintiún años después, encuentra en las palabras un refugio para agradecer por lo que fue y por lo que vendrá. 

“Cuando a él lo estaban baleando tenía el celular en la mano y yo lo estaba llamando. No me pudo contestar. Bastaron unos dos segundos, lo que yo me demoré en colgar el buzón de voz y guardarlo en el bolsillo, para que volviera a sonar el celular”, me dijo Sebastián, evitando mirar a la cámara. Le era imposible olvidarse del día y la noticia que le cambió la vida, sumergiéndolo en una depresión por más de cinco años. 

—Acaban de herir a su papá —le dijo la esposa de su padre.  

Al fondo, a través del teléfono, se escuchaban los quejidos de aquel hombre que le había enseñado el sentido de la vida. Tirado en el suelo; se moría. Una de las balas le había perforado el corazón. Había estado escapando de las amenazas por casi diez años y cuando la vida parecía ponerse de su lado, para ofrecerle una nueva oportunidad —que no le duró más de siete años—, se cumplió el destino trágico que se había escrito en aquel pasquín.  

—Como que lo presentí. Tuve la necesidad de llamarlo en ese preciso momento, como presintiendo eso malo que iba a pasar —me dijo Sebastián, tratando de explicar lo inexplicable. 

Se quedaba en silencio. Suspiraba. Pensaba. Me miraba y luego se perdía. De repente, solo me dijo: «nunca pude escuchar esas últimas palabras». Yo sentí que en su mente se dibujaban —quizás en tiza, como un trazo débil que se borra con el tiempo o en tinta oscura, como uno que se queda grabado— los pocos recuerdos que atesoraba al lado de su padre y que conservaría hasta el último de sus intentos. 


2001 – 2006 

«Nos vamos de paseo»  

Cada tanto, a eso de la media noche, Sebastián se sumergía en una nueva aventura. “Para mí era muy curioso estar viajando… brincando de un lado a otro“, me cuenta en medio de las risas que vienen con el recuerdo de la inocencia de un pequeño. No podían quedarse en casa, tenían que buscar algún lugar para vivir y evitar, a toda costa, que su padre fuera asesinado. El pasquín (documento en el que se publicaban los nombres de quienes eran perseguidos por ser cómplices de la guerrilla) de Natagaima—al sur del Tolima—, ya lo había denominado como un blanco. El municipio estaba gobernado por los frentes 16 y 17 de las AUC. Aquellos que no estuvieran de su lado eran sus enemigos: amenazados, perseguidos, desplazados y, en el peor de los casos —cuando les resultaba más placentero—, asesinados a sangre fría.  


Johan Sebastián Rojas Preciado conoció, casi desde su nacimiento, lo que era enfrentarse a una guerra que no era la suya; ni siquiera la de su papá, su mamá o su hermano. Nació en 1996. No recuerda mucho, o nada, mejor dicho, sobre su niñez. Pero de algo sí está seguro: «Solo lo disfruté 5 años, pero para mí fueron los mejores de mi vida. Fue la persona que me enseñó a vivir». 

Por los albores del 2006, regresaron a Natagaima, pero Sebastián fue el único que se quedó. Empezó a vivir con sus abuelos —quienes ahora tienen 85 y 86 años— en una casita pequeña, construida en bahareque, con pisos rústicos, sin enchapes y en obra gris. Ya no escaparía junto con sus padres: ahora tendría que quedarse con el sinsabor de su partida y no saber el porqué. “Lo menos agradable fue separarme por muchos años de mis papás”, me expresó un poco antes de subir el tono de la voz y decirme, “discutí mucho con la vida por no poder estar con ellos”. No entendía nada, ni sabía nada. Ellos ya no estaban con él y sentía la misma incertidumbre al pensar cuándo los tendría nuevamente a su lado. 


2007 – 2009 

«Nunca dejaron de perseguirlo» 

«A los once años empecé a hacer preguntas: “¿qué pasaba? ¿Por qué no podía compartir con mi papá y mi mamá?”», me decía Sebastián apenas me atreví a preguntarle, acaso con intrusión, el día en el que comenzó a entender el devenir de los acontecimientos. Poco a poco, empezó a escuchar el entorno social—como dice él—, los señalamientos que había en contra de su padre. Sin embargo, estando lejos de él, nunca existió la posibilidad de sentarse a su lado, conversar y compartir aquella historia. Aquella verdad. 


Heriberto Preciado, la persona que Sebastián más ha amado, respetado y admirado: su padre, un hombre con talante y carácter firme, cualidades que le enseñaron a caerse y levantarse las veces que fuera necesario, esas mismas que le demostraron a su hijo, sólo en cinco años, la importancia de intentar e intentar para poder vivir. Sin embargo, estas virtudes, que desafiaron la muerte durante casi una década, finalmente lo alcanzaron.

A los trece años Sebastián empezó a enfrentarse a los otros demonios que se le cruzaron por el camino: la depresión, la tristeza, las drogas y las malas amistades. La perdición que genera el no entender, no saber y no poder hacer. No solo empezó a cuestionarse por qué en algún punto tuvo que acostumbrarse a la ausencia de su padre, sino también, el sentido de intentar vivir con esa carga encima. Quería estar con él para conversar, verlo, abrazarlo. «Veía la vida con ojos malos…no fui una buena persona», me confesó sin miedo a ser juzgado o a que esas palabras que había callado por tanto tiempo lo volvieran a definir. 

A los 17 años dejó todo lo que tenía y partió en busca de una nueva vida. En busca de algo, lo que fuera, que le diera nuevos aires y le permitiera verse más allá del dolor y la ausencia. “Decidí irme solo, no porque la vida me haya puesto solo, sino porque decidí hacerlo solo”, me dijo de forma seria. Tan segura. En ese momento me di cuenta de que Sebastián, al igual que su padre, había aprendido a revestirse de fuerza y valentía. Incluso me confesó que a la mayoría de las personas le mostraba su carácter fuerte y solo a unos pocos su ser dócil.  


2010 – 2016 

«No podía juzgarlo ni salvaguardarlo» 


En el 2010, don Heriberto decidió regresar al municipio donde lo esperaba aquella vida en la que había sido libre y, especialmente, su hijo. Aquel que anhelaba, con todas sus fuerzas y desde el fondo de sus entrañas, recuperar todo el tiempo perdido. Solo quedaba esperar que un milagro -que le duró solamente siete años- le permitiera recuperar el amor de su vida. El amor de padre. «Él era mi mayor apoyo, no uno económico sino moral». 

”Me acuerdo tanto que hubo un Pasquín, como un documento donde señalan a ciertas personas de hacer cosas malas”, me contó antes de revelarme lo que ese documento señalaba sobre el señor Preciado: “(…) señalaban a mi papá de guerrillero”. 

—¿Qué es esto? —le dijo a su madre sentado, previniendo derrumbarse por la noticia. 

—Hijo, nosotros somos desplazados porque a tu papá lo señalan de hacer parte de las FARC —le contestó ella, en medio de lágrimas que confirmaban, no lo que decía el documento, sino su realidad. 

—¿Por qué? 

—Él no hacía nada, sino que avisaba. Era como un campanero. 

Esa fue la única vez que Sebastián habló con la señora Fedra sobre el pasado de su padre. “Detrás de esas palabras había muchas cosas más. Ni él ni ella me aseguraron nada“, me dijo. Incluso, hasta hoy, está seguro de que prefiere el silencio y esa sensación de ignorancia, porque para él, su padre es lo mejor que le ha pasado en la vida.  


2017 

«Yo me volví esquivo de todo» 


Era 27 de septiembre de 2017 y Sebastián lo recuerda como si hubiera sido ayer. Llevaba apenas un día con la moto que había comprado. Llegó en ella de trabajar, la guardó y entró a la casa. Ni su mente ni él mismo podían predecir lo que estaba por suceder. Aunque quizás sí su corazón. “Yo lo llamé segundos antes de que lo mataran”, fue la primera frase que me soltó al preguntarle por el día en que su papá había sido asesinado. A plena luz del día. A pura bala. De una forma tan despiadada que el talante que caracterizaba al Señor Preciado se fue junto con él hasta la tumba.  

Su vida cambió por completo. Se vio sumergido en una depresión que le costó más de cinco años. En los que estuvo lejos de su familia, en los que extrañó incontables veces la presencia—o siquiera la existencia viva—de su padre. Los paramilitares los habían obligado a separarse, correr, huir, esconderse. Y cuando por fin estaban juntos, padre e hijo, unas cuantas balas se lo arrebataron por completo. Le dolían los momentos que nunca llegaron, le dolían las experiencias que nunca compartieron. Le dolía y lo frustraba —hasta que se carcomía por dentro—, el saber que había luchado tanto para estar junto a él y que ya nunca más podría estarlo. 


2018 

«Para el Estado ya no hay guerrilla» 

Luego del fallecimiento de su padre, Sebastián se fue a vivir a Bogotá. Debía empezar de nuevo. No obstante, no podía dejar pasar por alto algo muy importante. Antes de que el señor Preciado falleciera, ellos habían contratado un abogado para llevar el proceso de desplazamiento forzado de la familia. Y aunque habían recibido algunos beneficios por parte del gobierno —a excepción del hijo menor—, les habían dejado en claro que no podrían ayudarlos más allá. “Él no cumplía con el desplazamiento total porque él volvió a la zona de donde fue desplazado“, me dijo con un tono de decepción y algo de ironía. Le parecía injusto haber atravesado y escapado de Natagaima para que al gobierno no le importara. Lo que vino después me pareció mucho peor. 

Un día tomó la decisión de visitar una de las oficinas en donde podrían incluir a su papá como victima de conflicto armado y desplazamiento forzado ante la JEP. Empezó contándome: “Yo fui. Una señora me recibió y le di toda la documentación“. 

—Muchacho, no le tengo noticias favorables porque a su papá no lo mató un ente armado. Lo mataron unas bandas criminales de ese sector, que no son reconocidas legalmente como organismos armados al margen de la ley. 

Sebastián sintió un frio que le recorrió el cuerpo, al mismo tiempo que se transformaba en rabia. Nadie más que ellos sabían que lo habían asesinado los paramilitares. 

—Señorita, le estoy trayendo toda la documentación que soporta que esto que pasó fue a causa de todo el proceso que llevamos. 

—Yo lo entiendo. Como usted hay muchas personas que día a día vienen buscando beneficios. Pero lastimosamente las FARC desaparecieron. A la fecha ya no existen. 

—Pero, Señorita —le dijo Sebastián, procurando no exaltarse de más. 

—¿Le puedo colaborar en algo más? Porque realmente estoy muy ocupada. 

—No señora, hablaré con nuestro abogado sobre el tema. 

La muchacha se retiró. No indagaron. No investigaron. El caso de don Heriberto quedó sumido entre una montaña de papeles en la que nadie quiso buscar. “Quedó como uno más del montón. Nadie se hizo responsable”. 


2022 

«Injusto. Porque nunca pudimos crecer»

Han pasado seis años desde que a Sebastián se le fue un pedazo de la vida junto con su padre. “Me pone muy frágil hablar de él, me deja un nudo en la garganta”, me dice con la voz casi ida. Nunca se había atrevido a hablar de sus cicatrices, ni siquiera con Yadira, le costaba, le dolía, le quemaba acordarse de su padre y saber que ya no está.  


Ha aprendido a sobrellevarlo y lo ha utilizado como el combustible que le permite salir adelante. En el fondo de su corazón sabe que desde arriba él lo cuida y que, por ahora, le resta vivir lo que más pueda. Al lado de su amada. Al lado de su mamá y su hermano. Al lado de su abuela, con quien espera compartir sus mayores logros. Y si le tocara solo, también lo haría. Sebastián retrató su vida y la pérdida de su padre mediante las palabras y se trajo con ellas el carácter de don Preciado. Ahora él es quien tiene un talante fuerte y firme. 

Pero, cuando me había revelado los más profundos dolores de su corazón, Sebastián me dijo algo que me dejó enmudecida y me hizo ver la vida —incluso la mía—como uno de los hechos más hermosos: “Si pudiera decirle algo, le diría a mi papá que gracias”. No existe otra palabra para hacerle saber que lo amó, lo ama y lo amará por siempre. 

Los Preciado siempre serán papá e hijo. 


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