Facultad de Comunicación Social - Periodismo

Los ríos verdes de Bogotá 

Las marchas feministas son un misterio para quienes las ven desde afuera, pero ¿qué pasa al interior de una protesta?

Editado por: Laura Sofía Jaimes Castrillón

Crónica realizada para la clase de Taller de Géneros Periodísticos (Cuarto Semestre 2023-2), con el profesor Fernando Adrián Cárdenas Hernández.

El 28 de septiembre se conmemora el día por el aborto legal, seguro y gratuito. En varios lugares del mundo la marea verde inunda las calles y Colombia no es la excepción.  

En la Plaza de Bolívar no hay baños. Todas las mujeres que asistíamos a la marcha hacíamos fila en el Éxito de La Séptima para poder hacer nuestras necesidades. Costó 500 pesos. Entre unas y otras conversábamos mientras hacíamos la fila. Algunas buscaban el dinero, otras se ponían pestañina, algunas ensayaban las arengas y comían. Todas aguardábamos con nuestras caras maquilladas y pañoletas. El aire se tornó tenso y nos pusimos a la defensiva cuando un grupo de hombres pasó muy de cerca y le hizo un “cumplido” a una joven que estaba en falda: “Qué bonita esa morenita”. 

Todas volteamos a verle con cara de asco. Las miradas amenazantes y los gritos casi que lo echaron del lugar.  

La reunión estaba dispuesta para las tres de la tarde, pero, desde antes, en la Plaza de Bolívar se sentía un aire de revolución. La prueba de sonido empezó y la gente nos miraba asombrada, se preguntaban qué estaba pasando porque el día anterior, justamente, también la plaza había estado ocupada por las marchas en apoyo al gobierno de Gustavo Petro y, de hecho, escuché a una señora decir: “No sueltan la plaza”.  

Todavía están las marcas de que la marea verde de feministas con pañuelo verde y que caminan juntas por la ciudad pasaron por el centro y dejaron pintas por la ciudad. Dentro de la marcha casi siempre están las compañeras que llamamos “capuchas”.  

“¡Amiga, capucha, gracias por tu lucha!”, gritamos cada vez que las chicas encapuchadas hacen una pinta en algún monumento o calle de la ciudad.   

Cuando las mujeres empezaron a llegar por las distintas entradas de la Plaza de Bolívar, empecé a sentir una seguridad con la que solo caminaría con mis compas. Todas me saludan, me abrazan, me entienden y están disponibles para lo que necesite antes de arrancar con la marcha. Parecería que ningún lugar es más seguro para una mujer que una marcha. Por lo menos, yo lo siento así. Me senté en el piso para que me pusieran algo de maquillaje verde. La mujer que estaba dedicada a esta labor sacó un tarrito con escarcha de colores y otro par de envases.  

—Acá está el maquillaje, pero de este otro lado tengo brownies mágicos. ¿Cuál quieres? 

—Solo el maquillaje, ¡ja, ja! – dije yo –. Pero si quiero algo más, te buscaré.  

Empezó a pintar con mucha precisión y después me ayudó a peinarme mejor. Tomó un cepillo de cerdas suavecitas, como esos que una solo ve en las películas del siglo XIX, y empezó a pasarlo por todo mi cabello mientras de fondo se escuchaban las consignas establecidas para este año.  

– Defendemos en la calle lo que logramos en la corte – gritaba una mujer desde la tarima ubicada justo en frente de la catedral. Para mí era irónico: estábamos gritando que el aborto fuera legal y libre en frente de una institución tan increíblemente patriarcal y en contra de que las mujeres tuviesen derecho sobre sus cuerpos como la Iglesia. Lo mencionaron un par de veces y en mi mente solo había agradecimiento por todas las feministas que vinieron antes de mí y me permitieron gritarles a las instituciones esa tarde que el aborto en Colombia era legal.  

Justo cuando el sol se ponía, Gabriela Ponce salió a escena. Una nariñense de piel muy blanca empezó a tocar el clarinete bajo el sol. La belleza de la música sureña, de las esquinas, esa que nadie escucha, llenó los corazones de todas las que estábamos ahí y ocupó todo el espacio. En específico su canción “Mujeres vuelan en guitarras” me puso a llorar, pero lo que más me conmovió fue la presentación 

– Esta canción la compuse por todas las veces que me dijeron que volara en mi escoba como un insulto, por las veces que me mandaron a barrer y a la cocina – dijo Ponce antes de iniciar –. La escribí porque sí soy bruja, pero no vuelo en escoba, vuelo en guitarra.  

Varias personas se empezaron a acercar. Traían camisetas que decían “Cristo vive en todos nosotros”. Increíble.  

Como si fuera el espacio de ellos, empezaron a repartir volantes que explicaban por qué Cristo estaba en los fetos que decidimos, en nuestra autonomía corporal, abortar. Culpabilizando. No podría ser de otra forma que los antiderechos se filtraran en un espacio creado por y para nosotras. Más se demoraron en compartir los volantes que Ita María, líder feminista reconocida de Colombia, en subir a la tarima y echarlos.  

– ¡¡¡Saquen sus rosarios de nuestros ovarios!!! – gritaban con indignación y rabia las mujeres que estaban en la plaza.  

Las líderes del movimiento empezaron a recitar el discurso que en resumidas cuentas pedía un aborto acompañado e interseccional. El problema de hacer legal el aborto es que verdaderamente se pueda acceder a él sin ningún tipo de barrera. Alzaron la voz para poner el reclamo en las calles de que, si el aborto era legal, también debía ser acompañado.  

La marcha empezó. 

La partida fue entre sonidos de tambor, sonajas, cantos y gritos. Al tope de la marcha iba a buen paso la ambulancia “abortera”, donde se subían las voceras de los distintos movimientos como “Somos un rostro colectivo” y “Jacarandas” a dar información sobre los abortos. Quiero creer que a la mayoría nos funcionó saber todo eso. Además de todo, había carteles por todas partes con números especiales a los que podíamos acceder en caso de necesitar una interrupción voluntaria del embarazo.  

Una de las chicas con las que estábamos marchando, de hecho, se acercó a mí. No sé si sería porque mi cartel anunciaba efusivamente “Amiga, hermana, aquí está tu manada” o simplemente por la cantidad de pañuelos exuberante que estaba regalando, pero me preguntó: 

—Eres del Externado, ¿verdad?, ¿puedo hacerte una pregunta? 

—¡Claro! – contesté en medio del tumulto 

—¿Podrías decirme qué es el misoprostol y cómo lo uso?  

La alejé de la multitud y la abracé. Solo alguien que quiere practicarse un aborto preguntaría eso. 

—Lo que necesites. 

Le di mi número y la perdí entre los tambores de la batucada. Los ojos se me empaparon de lágrimas. Ni siquiera eran lágrimas de tristeza: era una nostalgia inconmensurable que me llevaba a pensar que estábamos aquí y habíamos llegado tan lejos por la lucha de tantas otras como nosotras. Mi corazón se aceleró, la piel se puso de gallina y, con el compás de los tambores, lloré una vez más. Me repetí en la cabeza: “Definitivamente, somos históricas”.  


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