Facultad de Comunicación Social - Periodismo

Geopolítica desde lo prohibido

Una asignatura de Gobierno y Relaciones Internacionales del Externado da una mirada no conocida de los contextos y nacimiento de las bandas de metal.

Reportaje realizado para la clase de Storytelling del conocimiento (octavo semestre, 2020-1), con el profesor Fernando Cárdenas.

Alejandro Bohórquez desde hace dos años tiene a su cargo, en la Universidad Externado de Colombia, una materia cuyo objetivo es ahondar en el contexto en el que surgieron vertientes sonoras como el death, el doom, el grindcore o el black metal. Su clase, Geopolítica Urbana y Música Extrema, ya es tan popular que cuenta con visitantes ajenos a la institución y asistentes online.

 

“Al final de una charla en Polonia, mucha gente se acercó a preguntarme si en Colombia el
Black Metal estaba prohibido. Les dije que aquí se habían cometido miles de masacres, y en algunas habían mutilado a las víctimas y jugado fútbol con sus cráneos.
¿Qué más satánico que eso?”

Alejandro Bohórquez Keeney no cree que las músicas extremas deban recibir un foco mediático más amplio, pues claramente esta música está pensada para un público particular, ya que desde su misma sonoridad está hecha para desagradar y dar una especie de inyección de adrenalina, y eso no es para todo el mundo. Hay quienes prefieren la música para bailar, dice, o contrario a la música extrema, tener un momento de calma, y eso está bien, los seres humanos somos una especie variada, y es mejor para todos si hay variedad musical. “Por estas razones es mejor que la música extrema se mueva en medios especializados que se adecúen mejor a la devoción que tienen los fans de la música extrema por estos géneros, al trato despersonalizado y superficial que suelen tener los grandes medios”, explica.

Invito a imaginar un salón de clase, con aproximadamente 20 alumnos viendo la proyección de un video beam. Hasta ahí, poco hay distinto de una clase universitaria común y corriente. Ahora vayan un paso más allá con su imaginación para tratar de ver que en la pantalla aparece la portada del cuarto disco de Darkthrone, Transilvanian Hunger: una imagen de un esbirro gritando con una lánguida expresión, dónde además la desolación es clave en todo el color, su cara pintada de blanco, agarrando un candelabro y de cuyo cuello cuelga una cruz invertida. Además de esto, en la diapositiva se proyecta la frase “Black metal: la negación de la vida”. A eso súmele un profesor de casi dos metros de altura totalmente vestido de negro, con una camiseta conmemorativa a los 30 años de Mayhem, luciendo un corpse paint, es decir, maquillaje característico de este subgénero del metal extremo.

No es un ritual religioso o una característica ‘underground’ del metal. Es una clase de Geopolítica Urbana y Música Extrema, materia que durante seis semestres ha dictado el profesor Alejandro Bohórquez Keeney en la Universidad Externado de Colombia, y en la cual habla sobre el contexto en el que surgieron texturas sonoras como el death, doom, grindcore y thrash. Este bogotano de 38 años, egresado en Política y Relaciones Internacionales de la Universidad Sergio Arboleda, también fue roadie o asistente en conciertos de bandas locales como Koyi K Utho, bajista de Nadie y ha estado en otras agrupaciones de punk y grindcore, como es el caso de Muerto a Cañonazos, en la que es bajista y vocalista.

Aceptaron a regañadientes, cuenta Alejandro. Al principio, el decano del área de gobierno del FIGRI (Facultad de Finanzas, Gobierno y Relaciones Internacionales) no estuvo muy de acuerdo y tocó pedalearlo, pero ahora es un éxito “y el ‘man’ hasta me saluda de puño”. Con los pelados también es complicado porque varios no conocen la música extrema y ni siquiera saben quiénes eran Nirvana o The Beatles, entonces se estrellan con muchas cosas. Pero, aunque por lo general no se vuelven fans, aprenden a entender y respetar un género que ya está consolidado desde hace décadas.

En primer lugar, empieza con una clase introductoria donde define geopolítica y música extrema, y proyecta un par de cositas. Ven dos clases de antecedentes: una de punk y hardcore y otra de heavy metal, el origen de los motociclistas y las primeras bandas extremas. De ahí van al thrash, death, grindcore, doom, industrial, folk y cierro con black. Luego estudian ideologías extremas: bandas neonazis y de extrema izquierda. Finalmente, analizan el grunge, lo contrario a la música extrema, y nuevas tendencias de este siglo derivadas del rock alternativo, como lo es el Indie. La clase es de puertas abiertas, si la clase es del interés de la comunidad, el universitario o particular solo debe girar la perilla. Es abierta porque ese es el espíritu del Externado. Desde el nombre es una universidad abierta y liberal, opuesta a los internados de origen religioso. Entonces quien esté interesado solo debe caer, menos cuando hay parciales. Algunas personas fuera del país se enteraron de la existencia de esta clase, por lo cual algunas sesiones se transmiten: no todas, porque entonces los estudiantes dejan de ir y de inscribir la materia.

“Todo eso ha cambiado a lo largo de hallazgos interesantes que he hecho en estos dos años. Cuando empecé, me tocó con artículos de revistas y blogs, pero en el transcurso me encontré con los ‘metal music studies’, cierto nicho de la academia, más concretamente la ciencia política y los estudios culturales se han dedicado a producir un espectro de textos donde se estudia el heavy metal y su impacto en la sociedad. Dejo para analizar lecturas de Deena Weinstein —autora de los libros Heavy metal: a cultural sociology y Heavy metal: the music and its culture—; Keith Kahn-Harris, quien tiene un libro muy recomendado, Extreme metal; Sam Dunn, un antropólogo canadiense con un canal en YouTube llamado BangerTV y también es autor de diversos documentales como A Headbangers Journey (El Viaje de un Metalero), Global Metal y Metal Evolution, en estas producciones audiovisuales su objetivo es analizar a los fanáticos y su relación con la música; dependiendo siempre de sus costumbres y estamentos socioculturales y Daniel Ekeroth, especialista en death metal sueco. También he usado autores desde el periodismo, la comunicación social y las ciencias sociales que no necesariamente se van al estudio de las ramas del metal. En un principio, y es una tendencia que en cierto modo se mantiene, la historia de violencia del país ha alimentado la creatividad de los músicos extremos colombianos. Por ejemplo, Masacre de Medellín cantó sobre sus experiencias con la violencia generada por los grandes carteles. Hoy en día se toman como denuncia o como retrato la violencia en los campos, o la violencia común de las urbes. Por supuesto, los casos mediáticos de gran espectacularidad como el de Luis Alfredo Garavito, o el de Rosa Elvira Cely o el del Andrés Colmenares también han dado pie a contenido extremo variado. No sobra, por el contrario es muy relevante, que en un país tan creyente como Colombia, el Black Metal y su contenido satánico encuentren muchos recursos para alimentarse y mostrarse contrario a la sociedad criolla”, explica Bohórquez.

Respecto a lo geográfico, es interesante notar cómo ciertas configuraciones urbanas generaron, o tuvieron cierta prevalencia, de algunos subgéneros sobre otros. Por ejemplo: el Death Metal se desarrolló más en ciudades costeras, mientras que el Black Metal es más propio de ciudades montañosas.

Esto se puede ver reflejado en los alcances de cada uno, mientras que el Death es más universalista, y tiende a tener tropos comunes a todas las escenas; en el Black se tiende a ser más conservador, manteniendo el idioma de origen de las bandas, y varias teniendo cercanías con el folklor local que las origina. Todo esto es la base de esta materia en el Externado.

Cuando un ‘gran’ medio nacional se refiere al metal extremo es casi siempre para hablar de la polémica que suscitan algunos casos, por ejemplo, el debate que suscitó hace unos años la visita de Marduk a Colombia para el concejal de la familia. Para Alejandro, el caso Marduk solo demuestra que la música extrema sigue siendo relevante en la actualidad, así sus años de auge se encuentren en el pasado. “Claramente sigue habiendo fuerzas que quieren imponer su dios y su moral al resto de la sociedad, ocultando sus ansias de poder en una hipocresía religiosa, cuya censura hacia la música extrema logra principalmente desenmascarar su odio por la libertad. Son precisamente personajes como Marco Fidel Ramírez los que logran que otros nos acerquemos al ocultismo o el satanismo”, indica.

Es difícil decir si todos, pero sí hay varios ejemplos en donde la posición geográfica amerita darle una mirada a ciertas músicas extremas que probablemente hayan influido en la creación de determinados sonidos. “Con el primer género que me di cuenta de esta característica geográfica fue con el grunge, el cual sabemos viene de Seattle (Washington), un lugar montañoso, boscoso y con mar. En mis lecturas me he dado cuenta del origen del death metal en ciudades portuarias; el grindcore en ciudades en decadencia o con un atisbo de desarrollo industrial frenado; el doom se empezó a dar en sitios húmedos, pantanosos y apartados como Nueva Orleans; y con el black vemos el patrón montañoso. Ahora la cosa es distinta y la geografía ha tenido nuevos desafíos por internet, que también es un espacio geográfico. Esto ha influido bastante en la difusión y creación de nuevos géneros”.

De acuerdo con este profesor, ver el metal desde una posición académica puede hacer que la gente cambie su percepción sobre esta música pues en su caso, antes temía que lo acusaran de removerle algo de mística a la música por operarla a ‘corazón abierto’, pero el metal, así como el jazz, es de esos géneros que mientras más se estudian, más involucran. Además, es algo particular de todo metalero clásico saber de las bandas y tener un conocimiento enciclopédico de su propia música. Entonces, las percepciones cambian de una manera positiva, las personas entienden mejor estos sonidos y los contextos en los que fueron hechos, concluye.


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