Facultad de Comunicación Social - Periodismo

El dilema de las relaciones sociales digitales

Un mundo cada vez más ligado a lo digital necesita repensar problemas cotidianos desde lo virtual.

Ensayo realizado para la clase de Gestión de redes sociales y plataformas (sexto semestre, 2022-1), con la profesora Catalina Restrepo.

Desde el siglo XX los cineastas y los escritores más intrépidos soñaban con tecnología de punta que cambiara el rumbo del mundo. Hoy quedan ideas para el futuro, como los carros voladores que ya se están comenzando a diseñar, y no hay duda de que los celulares y las redes sociales llegaron para quedarse. 

Si bien es cierto que plataformas como Instagram o Twitter han permitido muchas ventajas como el contacto casi ilimitado, también hay un precio oculto que las personas deciden ignorar. Escurra Mayaute, M., & Salas Blas, E. (2014) hablan de la paradoja entre la ampliación de posibilidades para comunicarse y la limitación de la comunicación cara a cara gracias al mismo fenómeno: las redes sociales.

En el 2010 comenzaron a aparecer artículos que se referían a la “adicción a redes sociales” y se hacían más visibles alrededor de 2015, cuando se popularizó el uso de Facebook, Instagram, Twitter y Youtube. Con el auge de estas aplicaciones surgió una preocupación por el impacto en la salud mental de los jóvenes, aunque con el paso del tiempo la gente pareció olvidarse de ello y pasó a verse como un problema casero. Incluso ahora con la llegada de Meta, la inmersión en la virtualidad vuelve a despertar el entusiasmo social antes que preguntarse por la persona que va a estar detrás de la pantalla. 

La interactividad, la rapidez y el sistema de recompensas que se ofrece a través de la atención obtenida mediante los likes son cualidades que hacen atractivas a las redes sociales. De acuerdo con Núñez-Guzmán, R., & Cisneros-Chávez, B. (2019) se puede comparar la sensación que genera el uso de las redes sociales con el placer causado por las sustancias químicas. Algunos factores comunes son la pérdida del control y el consumo repetitivo, esto según West y Brown (2013, como se citó en Núñez y Cisneros 2019). 

Engancharse con algo que parece inofensivo, divertido y accesible es sencillo; lo difícil es despegarse. La primera señal de alerta debería ser el darse cuenta de que no se usa con una función práctica, sino por seguir siendo parte de algo más grande, de una comunidad. El miedo a ser excluido o perderse alguna experiencia por no estar ahí es el síndrome F.O.M.O (fear of missing out), para Núñez-Guzmán, R., & Cisneros-Chávez, B. y como se observa en investigaciones de Wilson, Fornasier & White, (2010), Hong, Huang & Chiu, (2014) la principal causa es la baja autoestima. Esto resulta peligroso en la medida que se entiende que un usuario con baja autoestima tiende a usar más las redes sociales, por lo que también se ve más expuesto a experimentar comentarios negativos o acercarse a contenidos que sigan afectando su autoimagen. 

Delgado, A. E., Escurra, L., Atalaya, M. C., o Pequeña-Constantin, J., Cuzcano, A., Rodríguez, R. E., & Álvarez, D. (2016) estudiaron la relación entre las habilidades sociales y el uso de las redes sociales a partir de 1.405 universitarios de Lima. Los autores resaltan que las relaciones que se dan en las redes son más débiles y se pueden disolver mucho más rápido que la interacción en persona, ya que la primera ofrece el anonimato, ocultar cierta información o hasta desactivar comentarios. Por otro lado, reconocen la migración masiva de las actividades frecuentes a los entornos virtuales, factor que ha dificultado el desarrollo de la comunicación y comprensión interpersonal. Teniendo en cuenta lo anterior, un niño o adolescente que crece en este ambiente ya no tiene las mismas capacidades de entender a otro y expresarse por fuera de la pantalla, capacidades que sí tenían sus padres. 

Zywica y Danowski (2008, como se citó en Delgado, A. E., Escurra, L., Atalaya, M. C., o Pequeña-Constantin, J., Cuzcano, A., Rodríguez, R. E., & Álvarez, 2016) expusieron que los usuarios que tenían personalidades más introvertidas se esforzaban más por ser populares en la red social. A partir de esto se puede ver un incentivo vital para ser activo en las redes: lo digital abre la puerta a poder ser una nueva persona. Estar protegido detrás de un dispositivo y tener la opción de eliminar acciones en segundos proporciona la seguridad suficiente para tratar con la ansiedad social que se puede complicar cara a cara. 

Con el encierro a raíz de la pandemia por la Covid-19, los jóvenes y adolescentes entre 13 y 29 años de Latinoamérica y el Caribe se vieron afectados. “Entre las y los participantes, 27% reportó sentir ansiedad y 15% depresión en los últimos siete días” (Unicef, 2021). Dos años después de esto, tras un retorno gradual a la vida “normal” se pueden observar los efectos de la falta de interacción social, más allá de los mensajes y las videollamadas en Zoom. Durante este período se dependió casi del todo de las herramientas de conexión digitales, pues de lo contrario el contacto con otras personas no era posible. 

Todo se puede reducir a las necesidades y al contexto. No se puede decir que alguien se vuelve adicto a las redes sociales solo porque le gustan, debido a que negarse a existir en el mundo digital en la actualidad es una forma de autoexilio. “Si no estás en las redes sociales, no eres nadie” es el mensaje de una sociedad hiperdigitalizada, consumista e inmersa en esta modalidad de vida en la que se interactúa la mayor parte del tiempo para realizar cualquier actividad, o hasta por inercia. 

Al final la adicción, la depresión, la desconcentración y otras consecuencias no son problema de la tecnología nada más, son causa del uso que se le da a esta y la cultura que se comparte afuera y adentro de las redes sociales. Hoy se vive en una cultura que se escandaliza con un joven tomando alcohol o fumando, al mismo tiempo que observa con calma a un niño de diez años pegado todo el día al celular. 

La carga de la educación se libera en la excusa del cambio generacional, y con ello el cambio de actitudes, pero nadie habla de la atención que se desvía. Es más fácil entregarse a un celular que preocuparse por entender los sentimientos y necesidades de otro, apoyar, querer, odiar, y tener que pasar por el torbellino de emociones constantes que son vivir al estilo de antes, sin conexión a internet. 

Los modelos de vida están cambiando y los jóvenes se están adaptando a cada aplicación que llega porque hay una chispa efímera que los alimenta. Resulta complejo desprenderse de una serie de costumbres digitales que ya se tienen interiorizadas, como llevar el celular hasta el baño o el ritual de ver la pantalla apenas se abren los ojos y hasta antes de acostarse. Las herramientas están ahí para ser usadas, pero el ser humano tiene un largo camino para aprender y apropiarse de un uso responsable, que sea pensado para un bienestar social, psicológico y físico personal y colectivo desde lo digital.  

Partiendo de la información y reflexiones abordadas, algunas de las conclusiones que se obtienen en el presente ensayo son el impacto de las redes sociales en la salud mental, así como la susceptibilidad y sensibilidad para verse afectado por el contenido que se encuentra en estas. La globalización ha generado que las nuevas generaciones vivan inmersas en un mundo completamente digital como apuesta alternativa a la realidad. 

El hecho de asimilar las experiencias en las redes sociales como vivencias cercanas a la cotidianidad genera a su vez expectativas, estándares, estereotipos y un alto valor a las cosas que vemos, reproducimos y exponemos en la virtualidad. Como la vida se ha desplazado dentro de las pantallas y dispositivos los discursos, la cultura y la interacción humana también ha hecho una transición que se ve reflejada en las emociones y pensamientos de las personas detrás de los usuarios. 

También se hace evidente que la población que más se ve afectada por los comentarios, publicaciones e interacciones digitales son aquellos que más tiempo de sus vidas han pasado metidos en las redes: los jóvenes. Los niños, adolescentes y jóvenes adultos han desarrollado un apego que puede transformarse en necesidad y dependencia debido a la forma en la que se han relacionado con las tecnologías. No obstante, la crianza y el contexto alrededor de cada joven determina el comportamiento aprendido y replicado hacia lo digital. 

Bibliografía

Escurra Mayaute, M., & Salas Blas, E. (2014).  Construcción y validación del cuestionario de adicción a redes sociales (ARS). Liberabit, 20(1), 73-91

Núñez-Guzmán, R., & Cisneros-Chávez, B. (2019) Adicción a Redes Sociales y Procrastinación Académica en Estudiantes Universitarios. Nuevas ideas en informática educativa.

Zywica, J., & Danowski, J. (2008). The faces of Facebookers: Investigating social enhancement and social compensation hypotheses; predicting Facebook™ and offline popularity from sociability and self-esteem, and mapping the meanings of popularity with semantic networks. Journal of Computer-Mediated Communication14(1), 1-34.

Delgado, A. E., Escurra, L., Atalaya, M. C., o Pequeña-Constantin, J., Cuzcano, A., Rodríguez, R. E., & Álvarez, D. (2016). Las habilidades sociales y el uso de redes sociales virtuales en estudiantes universitarios de Lima Metropolitana. Persona, (019), 55-75.

West, R., & Brown, J. (2013). Theory of addiction.

Unicef (2021). El impacto del Covid-19 en la salud mental de adolescentes y jóvenes. 


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