Facultad de Comunicación Social - Periodismo

Dos siglos y medio de Beethoven

Con varios eventos y actividades, a pesar de la pandemia, el mundo celebra la vida y obra de uno de los músicos más influyentes de la historia.

Reportaje realizado para la clase de Taller de géneros periodísticos (cuarto semestre, 2020-2), con el profesor David Mayorga. 

En este diciembre se cumplen 250 años de su nacimiento, y el compositor está más vivo que nunca.

Después de la primera mitad del concierto, era el turno de Beethoven y sus dos músicos acompañantes, por lo que el compositor prosiguió a sentarse en el piano e inaugurar la pieza para tres que había hecho exclusivamente para la ocasión: acompañar un evento de beneficio militar en honor al archiduque Rudolph von Österreich, el menor de los doce hijos de Leopold II, en ese entonces emperador del Sacro Imperio Romano. Rudolph era un pianista y mecenas, amigo y estudiante cercano de Beethoven, y este último ya le había dedicado algunas otras piezas antes. Cuando comenzó a tocar el piano, el violín, a mano de Ignaz Schuppanzigh, y el violonchelo, a mano de Josef Linke, lo siguieron para formar el primer movimiento del concierto. Los tonos cayeron lentamente de las teclas, como pinceladas en el aire, y las cuerdas llenaron las recónditas esquinas del hall del hotel vienés Zum römischen Kaiser, donde todo el público estaba reunido en el silencio de la expectativa, observándolo a él.

La música embellecía todo el lugar y les hacía olvidar a los mortales que pertenecían a una realidad para llevarlos a un lugar lejano de armonías, sonidos y grandeza. O al menos eso era lo que probablemente creía Beethoven: casi catorce años después de presentar los primeros síntomas, la sordera ya estaba demasiado avanzada y no podía oír casi nada del piano frente a sus ojos, ni del violín ni del chelo a su lado. Lo que sí oyó y vio su público fue diferente, tal vez mucho o tal vez poco, dependiendo de qué tanto el espectador allí presente conociera a Beethoven, y quedó registrado en el famoso testimonio de Louis Spohr, quien había escuchado a Beethoven ensayando antes de presentarse: “A causa de su sordera, apenas quedaba nada del virtuosismo del artista que antes había sido tan admirado. En los pasajes de forte, el pobre sordo golpeaba las teclas hasta que las cuerdas tintineaban, y en el piano tocaba tan suavemente que se omitían grupos enteros de notas, de modo que la música era ininteligible, a menos que se pudiera mirar dentro del pianoforte. Estuve profundamente entristecido por un destino tan duro”[1].

Aunque la composición en sí fue aclamada, aquel 11 de abril de 1814 Beethoven se dio cuenta de cuenta de las dimensiones de su sordera, y decidió que esa sería la última vez que interpretaría su música en público. Sin embargo, pese a la devastación que le causaba su condición (doce años antes había pensado en suicidarse, y había dejado un testamento para sus hermanos), jamás abandonó la música, sino que, al contrario, siguió componiendo y creando hasta los últimos días de su vida, dejando un legado tan grande y profundo que ha perdurado por siglos y aún es perfectamente palpable, especialmente en estos meses y este diciembre, cuando se cumplen 250 años de su natalicio, el 16 de diciembre de 1770.

Estampilla conmemorativa diseñada por el Deutsche Post DHL Group y lanzada al público en enero de 2019. Fuente: DPDHLG.

Son incontables las celebraciones que se habían programado para la ocasión en muchos países, algunas hasta con varios años de anterioridad, las cuales, en su mayoría, tuvieron que ser aplazadas porque ninguna preveía que una pandemia paralizaría al mundo entero. En Bonn, por ejemplo, que es la ciudad natal del compositor, “la singular exposición biográfica de Beethoven en el Centro Nacional de Arte y Exposiciones se cerró antes de lo previsto, y la barcaza temática de Beethoven nunca echó anclas en su viaje programado a Viena”, tal como lo anuncio la DW (Deutsche Welle). El Beethovenfest, tradicional festival que se celebra en esta misma ciudad todos los años desde 1845, tuvo que ser igualmente pospuesto. Aun así, todavía hay numerosas actividades virtuales en muchas ciudades y a cargo de varias orquestas sinfónicas (la Orquesta Sinfónica de Bogotá, entre ellas). Con todo este despliegue inmenso de euforia conmemorativa, cabe preguntarse por qué celebramos a Beethoven. ¿Qué fue lo que lo hizo tan trascendental para la música?

Un espíritu insaciable

“Pocos compositores escriben piezas que se recuerden siglos después de su muerte. Como suele ocurrir con el hombre y su música, Ludwig van Beethoven es diferente”, escribe la BBC (British Broadcast Corporation). Alfonso Pérez, músico e historiador de la Universidad Externado de Colombia, dice que “a pesar de haber nacido en pleno Clasicismo, segunda mitad del siglo XVIII, él tenía un espíritu rebelde, un pensamiento completamente libre, y entonces así estaba muy unido a todos los hechos y acontecimientos que sucedieron a finales de este mismo siglo”. Aunque Alfonso admite que su ídolo sacro, el que lo desvela, su “dios” en sus propias palabras, solo puede ser Bach, son pocas cosas las que disfruta más en su vida que escuchar las sonatas para piano y violín de Beethoven. “Tras la revolución en Francia —continúa afirmando—, él se identifica mucho con ese pensamiento, con la libertad, y con su obra crea y se posesiona ya en un mundo más moderno, que es el Romanticismo. La gran importancia de él reside mucho en eso: se adelantó a su tiempo y fue el precursor de un movimiento completamente nuevo”. ¿Y dónde se puede hallar esta grandeza?

“Beethoven compuso muchísimas obras. Están diez sonatas para violín, y dieciséis cuartetos para cuerdas, que son muy importantes para nuestra carrera”, afirma Ángela Ortiz, violinista y profesora de la Universidad Nacional. “También compuso nueve sinfonías, de las cuales la más famosa es la Novena. Hay cinco conciertos de piano que también son muy importantes en su repertorio; está un concierto para violín, un triple concierto, una ópera y, bueno, misas, cantatas y muchas otras cosas. No hay que olvidar las treinta y dos sonatas, bastante famosas. Beethoven siempre estaba buscando nuevas formas de expresión, un rasgo muy importante de él. ¿Y cómo lo hizo? Él se alejó de las posibilidades heredadas por los compositores clásicos, anteriores a su época; quería romper esquemas en su exploración de la expresividad. Por ejemplo, encontró nuevos matices yendo a los extremos: o muy muy piano, o muy muy forte, todo en una forma drástica, casi como para que todo el mundo entero se llegue a asustar un poco”.

El sonido inmortal

Su Sinfonía n.9 en re menor, op. 125, llamada comúnmente An die Freude (Oda a la alegría) es probablemente su obra más famosa. Como agrega Ángela, “la singularidad de esta sinfonía radica en su letra, adaptada por Beethoven de un poema de Friedrich Schiller, en la que todo es alegría, júbilo, libertad. Además, nunca se acostumbraba a componer un último movimiento de una sinfonía con coro. Eso pertenecía más a otros estilos de música, no tanto sinfónicos. Fue un verdadero revolucionario”.

En 2019, la ciudad de Bonn comenzó a exhibir diseños de Beethoven en sus semáforos con motivo del aniversario. Fuente: Beethoven Jubiläums GmbH

Para Juan Pablo Luna, pianista y docente de música de la Universidad Nacional, “la Novena Sinfonía es una de las obras más extensas y masivas en la historia de la música. Estructuralmente es vastísima y representó un torrente de optimismo en contraste con las duras experiencias de vida del compositor. En una de sus cartas escribió: “quiero agarrar al destino por las fauces”. A la sazón, ya acusaba sordera profunda, lo que convierte la composición de semejante obra en un franco milagro”. O también, en los términos de la Enciclopedia Britannica, “la Sinfonía n. 9 rompió muchos patrones del estilo clásico de la música occidental para presagiar las obras monolíticas de Gustav Mahler, Richard Wagner y otros compositores de la era romántica posterior. Su orquesta fue inusualmente grande y su duración, de más de una hora, extraordinaria”.

Beethoven fue ciertamente un revolucionario que compuso la mayoría de sus obras en el silencio de su sordera, utilizando la imaginación y algunos trucos de más (como lo señala un artículo del portal Classic FM, “las sirvientas de Beethoven recordaban que, a medida que empeoraba su audición, él se sentaba en el piano, se metía un lápiz en la boca y tocaba con el otro extremo la caja de resonancia del instrumento para sentir la vibración de la nota”). Tanto que, aquel día de 1814, cuando estrenó el trio Archiduque (como se conoce comúnmente al Piano Trío en Si bemol, Op. 97) en Viena y juró jamás subir a un escenario de nuevo, decidió también dejar de insistirle a este mundo que ya le había sido vedado a sus oídos y aceptar otro camino, el más arduo y siempre el más doloroso, de erigir otro más grande, mejor, uno que pudiera ser contenido en su cabeza y en el que la belleza de la música, aunque no fuera tan palpable como antes, no caducara jamás. Y en efecto, hasta hoy, ese mundo no ha desaparecido, ni siquiera en 250 años. Este es el tiempo perfecto y justo para darse cuenta de eso.

[1] Tomado de Historically Informed Performances: “Archduke” and “Ghost” Trios (John Mora)


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