Facultad de Comunicación Social - Periodismo

El agua viene del sur

Los habitantes del extremo sur de Bogotá no comprenden “cómo alguien puede decir que el norte queda arriba, si desde el Sumapaz bajan los ríos, entonces el sur es hacia arriba”. La cartografía les dio la razón.

Reportaje realizado para la clase Storytelling del conocimiento, con el profesor Fernando Cárdenas.

El borde sur de Bogotá, que involucra el páramo de Sumapaz, es fundamental para la conservación y el uso del agua potable que consumen más de 2 millones de bogotanos. Gracias a una experiencia conjunta entre el Externado, el Acueducto y las comunidades de la periferia se ha podido fortalecer el tejido social en esa zona para proteger las quebradas, los afluentes y el bosque andino de altura.

En el marco de una investigación académica puede parecer ambicioso mencionar que desde una oficina de científicos sociales de la Universidad Externado de Colombia se ha generado un impacto real en el borde meridional de la ciudad, allá bien arriba en los cerros, una frontera imprecisa entre el páramo de Sumapaz, el más grande del mundo, y una ciudad de 8 millones de habitantes.

Pero en este punto lo dogmático de la realidad – por medio de un proyecto de investigación presentado en un libro formato digital – dice que sí es posible. En esas localidades se decide el futuro diario del líquido vital que llega a millones de hogares bogotanos, por lo que un trabajo de fortalecimiento desde la acción colectiva de sus habitantes en compañía de esta universidad resulta indispensable para explicar este documento académico.

Al menos así lo vislumbraron los investigadores externadistas Thierry Lulle y Dolly Palacios, quienes lideraron el proyecto de investigación de la Facultad de Ciencias Sociales llamado “Territorios del agua y redes de prácticas y aprendizaje” (2012 a 2017), y que se compiló en el libro digital interactivo “Fuentes vivas en el borde”: se cuenta el proceso vivido por las comunidades de la zona periférica en la defensa del agua, del bosque y del páramo, sin olvidar las problemáticas que acontecen en esta franja invisible y que franquean localidades como Usme y Ciudad Bolívar. Al mismo tiempo, quedan registradas las etapas de expansión urbana que de algún modo perturban la vocación agrícola de sus vecinos.

Desde su experiencia como doctor en Urbanisno en París, el académico francés Thierry Lulle descifra uno de los factores que se tomó en cuenta a la hora del estudio en esas extremidades urbano-rurales: “por un lado estamos los académicos y por otro la gente, sus habitantes, sus organizaciones y además el sector público. Una especie de triada, donde cada uno tiene sus propios lenguajes, y tratamos de estar ahí, de interactuar”. Todo con tal de llegar a consensos alrededor del agua y el territorio.

Eso fue lo que sucedió en este proyecto que tuvo como epicentro la zona más alta de la capital del país. Las organizaciones vecinales del extremo sur llamaron al Externado a que los acompañara a conversar con el Acueducto de Bogotá, que pretendía una alianza con esos territorios para el tema del elemento que fluye desde el páramo del Sumapaz. Y se trazó entonces en una red tripartita para gestionar esta iniciativa: vecinos, auroridades y universidad. Con el tiempo se debía llevar a la construcción de una red en pro de la gestión colaborativa del agua en estos territorios.

Y en las páginas del libro se desarrolla muy bien este alcance social del proyecto: “es la memoria viva de un conjunto de interacciones entre la red tripartita y el territorio del borde urbano rural del sur de Bogotá. Las fuentes vivas hacen alusión tanto al agua como a la gente del territorio. Las fuentes vivas del agua se refieren a aquellas que corren abundantes y limpias por vías superficiales, subterráneas o aéreas, bañando y nutriendo todo ser terrestre, acuático o aéreo que necesita de ellas. Las fuentes vivas de la gente, en el contexto de la investigación social, son las personas que han sido parte de los sucesos”.

El centro de investigación abordó el contenido con experiencias de trabajo colectivas, que sirvieron para marcar la ruta y la metodología de la iniciativa. Dolly Palacios lo define como un proceso social horizontal que tiene resultados palpables en el tiempo: “los procesos generan interacciones y las interacciones van generando redes, un tejido social”. Este grupo de investigadores puede mencionar como antecedente el trabajo realizado con los humedales del distrito, muchos años atrás. A principios de siglo la universidad dialogó con 17 organizaciones de forma directa para registrar el proceso de defensa de los 16 humedales de Bogotá. Este acompañamiento se consolidó en la construcción de una política pública que declaró como áreas protegidas a estos humedales.

Para ser rigurosos con la historia del borde sur, este proceso se originó de un ejercicio interno de intercambio de saberes entre funcionarios del Acueducto de Bogotá. Desde el liderazgo de la oficina de Recursos Humanos se creó un modelo de gestión que planteaba dinámicas sociales con otros funcionarios, como un proceso de aprendizaje colectivo. Pero, según los responsables, a este hecho le faltaba un componente escencial en la ecuación: que los funcionarios hablaran con el territorio, con la gente que habita en las quebradas y afluentes: las personas que realmente cuidan el agua.

Se dieron cuenta de que podían tener un contacto directo con las asociaciones de acueductos comunitarios o rurales, que a lo largo del siglo XX han construido sistemas independientes para el abastecimiento de agua en las veredas. Entonces, en el acercamiento con estas organizaciones, fueron ellas las que buscaron el acompañamiento del Externado –con la experiencia de la interacción anterior de la defensa de los humedales- y se pensó en hacer una red de conservación del agua, de la cual la ciudad se abastece. Y como motor de partida, estos investigadores se ganaron la convocatoria 569 de 2012 de Colciencias para realizar este trabajo en cinco años, con la base de hacer alianzas entre diferentes actores.

Luego de estos años de trabajo en el territorio, el resultado fue este libro participativo y de escritura colectiva, en el que diferentes voces tienen un papel protagónico: habitantes, académicos y autoridades. “Unos aportan oralmente su experiencia; otros la pregunta, la técnica, la forma de recolectar, las metodogías. Y entre todos aportan”, explica Dolly.

Fotografía: Arquitecto Alexander Forero Hurtado

El agua y el territorio

Más allá de las oportunidades que brotan hoy luego de esta investigación –como expandir el foco del proyecto investigativo hacia otros espacios como las zonas de contención del Parque Nacional Chingaza-, para el grupo de trabajo del Externado esta iniciativa fue un aprendizaje en distintos niveles. Desde la experiencia personal de cada uno de los actores y el trabajo de comunicación conjunta hasta la posibilidad de abrir espacios de gobernanza y pensar a futuro entre los distintos actores el tema de la protección del agua.

Si se mira desde un punto de vista académico, la información que entrega el libro de 600 páginas es de tal magnitud para los investigadores que resulta difícil destacar un hito específico por encima de otros. De alguna forma, desde el trabajo metodológico hay un aporte en sí, entendido como la focalización del diálogo plural y una conversación permanente que enriquece el proyecto. Se diseñó un proceso de investigación participativo, con prácticas de reflexividad colectiva y con la implementación de experiencias colaborativas “en niveles de aproximación territorial y una dimensión normativa transversal”.

Desde esta óptica se logró un cúmulo de textos de 38 autores, donde se evidencia la voz de las comunidades. “Entender cómo la ciudad se expande y la tensión con lo rural”, y se trata de pensar en el proyecto desde lo rural y qué pasa desde el otro lado. “Cómo la gente siente, vive, sufre, aguanta la invasión desde lo urbano”, dice el académico francés.

Como parte de la investigación se transita en algunos pasajes del libro en los hechos históricos en los extramuros del sur de la ciudad. Se relatan los procesos del acueducto y sus embalses, cuya memoria del territorio queda plasmada en las voces de los habitantes más antiguos. “Hay una parte que es muy documental y hay otra que es muy directa con la gente, que es recoger esta memoria como la cuentan como los campesinos”. En estos relatos se asoman las organizaciones que defienden el territorio y que, a lo largo de las décadas, fueron demandando servicios de abastecimiento de agua por la densificación de las veredas. También se desvela el ingreso de los nuevos vecinos que llegaron desde la ciudad, en un proceso acelerado de expansión que incorpora municipios rurales de Usme y Ciudad Bolívar, como las haciendas productoras de alimentos y de cultivos de cebada para la cervecería Bavaria.

Según la investigación, este panorama desencadenó tensiones entre las asociaciones campesinas y los nuevos vecinos urbanos. En ese conflicto por el territorio es donde entra la Empresa de Acueducto de Bogotá y genera estas alianzas con diversos sectores y que en definitiva es el origen del proyecto. Al conversar con estos actores se crean sistemas de protección para diversas zonas, además de las ya declaradas por ley, gestionadas con esas comunidades para el uso eficiente del líquido.

“Son comunidades rurales que no quieren que la ciudad llegue”, explica Dolly Palacio. Ellos piden zonas y franjas productivas rurales que se sostienen para los cultivos, y donde los campesinos no vendan sus tierras para entregárselas a los componentes urbanos. Ahí está parte de la importancia del estudio, que habla no solo del agua sino también del territorio, y donde se muestra cómo estas organizaciones quieren convertir la zona en áreas de contención.

Esta dinámica de intercambio evidenció la importancia de vincular a estas ‘comunidades de aprendizaje’ con otros actores del territorio para empezar a liderar una gobernanza del agua en un contexto de expansión urbana sin precedentes en Bogotá. “Es una noción que forma tejido social por medio de las personas que representan instituciones”, explica la investigadora.

En este sentido se hizo un trabajo con jóvenes por medio de un diplomado en la Universidad Externado. Estos nuevos estudiantes fueron escogidos por los líderes en las veredas para recibir formación en investigación social para la defensa del agua, y donde los alumnos aprendieron a consolidar el piloto de los instrumentos de investigación. “Era como el joven ve el territorio desde otros ojos y ver el potencial y riqueza de la zona”, aclara uno de los expertos.

 

Desde un punto de vista general, el ejercicio académico sirvió para modificar imaginarios y derrumbar ciertos estereotipos con respecto al costado sur de la ciudad, como ocurrió con el tema de la planificación urbana -que se cree desordenada y sin planeación-, o en la idea de la poca protección del agua y del territorio. “La interpretación local de los hechos o de lectura social es fundamental para entender el problema”, aclara Palacios.

La representación geográfica del sur, en definitiva, es diferente a la que tiene la gente en el norte de la ciudad. Solo en el detalle de ver la ubicación en mapa del norte de la ciudad hacia arriba y el sur hacia abajo es uno de estos ejemplos. Y las voces de estos habitantes no comprenden este tipo de imaginario: “cómo alguien puede decir que el norte queda arriba, si desde el Sumapaz bajan los ríos, entonces el sur es hacia arriba”. La cartografía les dio la razón a los vecinos del sur. Y en el libro queda plasmada esa nueva visión y sentido de pertenencia de los movimientos sociales del sur de Bogotá y que se palpa muy bien en un eslogan que ellos repiten en sus discursos: “el sur le pone norte a Bogotá”.

Esa estigmatización del sur de la ciudad, al menos en esta investigación de agua y territorio, queda opacada por los hechos.

 

¿Quiénes son los investigadores de Fuentes Vivas?

El área de investigación de la Facultad de Ciencias Sociales que hizo este proyecto es la de Procesos Sociales, Territorios y Medioambiente, a cargo de los doctores Thierry Lulle y Dolly Palacios. Las líneas de investigación de este grupo se interesan por dos aspectos: las dinámicas y representaciones de lo urbano y la de naturaleza, cultura y territorialidades.

El área acaba de cumplir 20 años de trabajo en la Universidad y es un grupo interdisciplinario de ocho investigadores. Hay expertos de distintas disciplinas de las Ciencias Sociales como geógrafos, arquitecos, sociólogos, urbanistas, antropólogas y politólogas. Uno de los aspectos que los distingue es el método de trabajo: “para nosotros es importante el tiempo, no dinámicas cortas. Nuestro modo de operación es con convocatorias”, explica Dolly Palacios.

Bajo este modo de investigar es que se ganaron la convocatoria de Colciencias 2012-2017 para realizar el trabajo “Territorios del agua y redes de prácticas y aprendizaje”, aunque lo llevan haciendo desde mucho antes con respecto a dinámicas sociales. Estas materias de análisis tienen que ver con procesos urbanos y de conservación de patrimonio natural.

Desde el año 2001, con el Instituto Alexander von Humboldt y Colciencias se ha venido trabajando en proyectos con dinámicas de largo aliento. En un primer momento, Thierry originó esta línea desde la investigación del espacio y sociedad, una forma de participación de la ciudad. Luego entró al equipo Dolly Palacios, quien lleva trabajando el tema de participación social en la conservación de la naturaleza hace 30 años. Estas dos miradas sociales empezaron a conversar en varios proyectos transversales, como en el tema del agua en Bogotá, por medio de las áreas de humedales, territorios colectivos y construcción de nación. “Nosotros siempre tratamos de involucrar a la gente sobre las cuales investigamos. Al principio era investigar sobre el territorio, pero poco a poco vimos que rápidamente había que establecer un trabajo horizontal. Y entonces, se relaciona por un concepto investigativo donde se generan dinámicas de comunicación e intercambio con la gente común”.

 

  • Este trabajo de investigación fue apoyado por Colciencias y el Instituto Alexander von Humboldt y continuó, además del registro, con otras actividades como un diplomado con varios líderes que, años después, pasaron a ser funcionarios del Acueducto en el manejo de quebradas y humedales y donde la Universidad Externado jugó un papel formativo en 2007, en la administración de Lucho Garzón (2004-2008). Antes, en la primera gestión de Enrique Peñalosa (1998-2000), ocurrió un fuerte debate entre estas organizaciones y la Alcaldía ante la protección de la zona periférica occidental, la que protege quebradas y ríos que bajan al río Bogotá y forman estos humedales. La Universidad logró registrar esos momentos de tensión y las formas de defensa de las organizaciones, incluidas las de cordones humanos en las calles para defender estas áreas del pavimento y no dejar pasar los camiones. Ellos, estos colectivos, formaron la red de humedales de Bogotá, en 1999. Además, se conformó una idea alrededor de la importancia del agua y su defensa en la ciudad desde esa época. Cuando nació el primer POT con Peñalosa, se debatieron estos modelos de vida en el territorio y el proceso de urbanización y la expansión de la ciudad que no estaba regulada. Entonces todo este proceso se documentó y terminó siendo el insumo de diseño de política pública con participación social para la defensa de los humedales que finalmente fue sancionada en 2007.

 

 

 

 

 

 


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