Facultad de Comunicación Social - Periodismo

Una sonrisa melancólica

Detrás de cada sonrisa hay una historia que contar, pero ¿Qué ocurre cuándo esta historia no es tan alegre como pensamos?

Perfil realizado para la clase de Pensamiento crítico y argumentativo II (segundo semestre, 2021-2), con el profesor Guido Tamayo.

Por medio de la recolección de entrevistas, álbumes y recuerdos, Doña Carmen -la protagonista de este perfil- nos cuenta un poco más sobre su historia de vida y nos revela uno de los acontecimientos más dolorosos que tuvo que enfrentar. Hablamos sobre su familia, sus hijos y nietos, sobre su infancia y su amor por la cocina, la costura y el servicio. Aquí encontrarán la esencia de Doña Carmen en palabras y algunas fotografías.

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Entre hilos y máquinas, envueltos huilenses y masa de pan casero, Doña Carmen o “Carmelita” -como le gusta que le digan en el barrio- es una mujer que a lo largo de sus 85 años ha llenado de amor, ternura y ‘berraquera’ los corazones de cada una de las personas que se cruzan en su camino pese a una gran tristeza que guarda en lo más profundo de su alma desde hace 17 años: aquel lunes 23 de agosto de 2004, el cuál ella recuerda con perfecta lucidez.

Carmelita es del Huila, de un pueblo al que casi nunca nadie iba por la gran presencia de conflicto armado. “Después de la cinco la tarde el que andaba por la calle se lo llevaban o lo mataban”, recuerda, y narra cómo en 1958 el gobierno asignó un grupo de policías y militares en el territorio para hacerle frente a la guerrilla, uno de esos hombres era su futuro esposo: Francisco. Cuando le pregunté a Carmelita cómo él la había conquistado, me miró directo a los ojos, me tomó las manos y me dijo “Yo tampoco sé, él era seco, cómo rancio”, luego me sonrió y miró con melancolía el rosario que llevaba en sus manos. Se casaron en el pueblo cuando ella tenía 22 años y el 41, lo siguió a cada lugar al que lo enviaban para prestar servicio, dejó a su familia y amigos porque ella sabía que su lugar en la vida era a su lado.

Aprendió a coser y a cocinar cuándo tenía 16 años, ya que su madre tenía un taller de costura y vendía envueltos por el pueblo -ya no cose porque su visión no lo permite, pero “gracias a Dios”, como dice ella, su sazón no se ha ido con los años- de esta forma apoyó económicamente a su familia mientras Francisco trabajaba con la policía. Tuvieron a su primera hija y se instalaron en Boyacá por seis años; en 1973 Francisco se ganó una casa que estaba dando la policía en Bogotá, el único problema era que su casa era una de la únicas que había en ese lugar: “eso era potrero y mucho lote, nada más”, afirmaba Carmelita -actualmente es el barrio Santa Rosita, por la calle 80-.

En Bogotá, Carmelita ahorró para comprarse una máquina de coser para seguir con su negocio de costura, “Me costó 400 pesos, un ‘pocotón’ de plata para la época”. Durante sus primeros años en la capital, intentó quedar embarazada pero cada intento resultaba en un aborto instantáneo, esto produjo que su relación con Francisco cambiara: “yo me sentía muy triste, yo quería tener otro hijo con Francisco porque Edith -su hija- ya tenía su vida realizada”. Cinco años después y pese a cualquier pronóstico médico, nació su segundo hijo, pero ella afirma que entre la alegría tan inmensa que le daba tener otro hijo con Francisco, sentía un inexplicable sentimiento de melancolía.

Pasaron los años, sus hijos se convirtieron en padres, conoció a sus primeros nietos, ella pensó que su vida estaba llegando a un fin, ya había vivido lo que tenía que vivir y estaba lista para pasar los últimos años junto a Francisco. Era un lunes por la mañana, Carmelita se levantó a las 7:00 a.m. para hacer el desayuno, como acostumbraba, y escuchó sonidos peculiares viniendo de su habitación, “se escuchaban los cajones abriéndose”, no les prestó mayor atención y siguió pendiente del chocolate y los envueltos. Esa mañana del 23 de agosto cambió su vida.

“Se fue con otra mujer mucho más joven que yo, se fue hace 17 años. Tres meses después de que mi segunda nieta naciera”. Francisco dejó a Carmelita sin previo aviso, no hubo palabra o llanto que lo detuviera de dejar a la mujer que le entregó su corazón. Francisco se fue a vivir con otra mujer en el mismo barrio en el que antes vivía con su esposa, ella los veía todo el tiempo en la tienda, por el parque, en la iglesia… “me dolía muchísimo”, contó Carmelita mientras veía a la ventana y me evadía la mirada.

¿Qué siguió haciendo en el barrió cuando Francisco se fue? “Comer y dormir”, eso me dijo antes de soltar una carcajada que iluminó y alivió el ambiente. Carmelita es modesta, no le gusta contar que es la alegría del barrio, le lleva tinto a todos los que se encuentra en las tiendas, los invita a almorzar, les regala pan y envueltos. Actualmente se siente preocupada y triste por tanta enfermedad, “Ya no hay huesito que me sirva, pero mi Dios me tiene presente y yo sé que voy a estar bien”. Su fe está intacta, igual que sus ganas de regalarle amor y alegría al mundo.

“Bueno ya, ¿cuánto me va a pagar?” Esas fueron las últimas palabras que me dijo mi abuela el día de su entrevista. Ese 23 de agosto de 2004 tenía solo tres meses de edad cuándo mi abuela estaba pasando por un momento muy duro en su vida, mi versión bebé la ayudó a sobrellevar la situación y hoy, 17 años después, ella me ayuda a mí a vivir con mis propias tristezas.

 


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