Facultad de Comunicación Social - Periodismo

De esquina a esquina en la Plazoleta del Rosario

Este lugar del centro de Bogotá aún cultiva su propia historia, muchas personas se apropian del lugar e intentan preservar su memoria.

Artículo realizado para la clase de Semiótica (tercer semestre, 2022-2), con la profesora Adriana Rodríguez. 

Una plaza detenida en el tiempo, tal vez esa es la definición con la que se podría describir a la Plazoleta del Rosario, una zona donde la historia vive en el corazón de cada una de las personas que pasan sus ratos de trabajo, estudio e incluso recreación. La plazoleta, con olores diversos, recibe a sus visitantes, orina y perfume, una combinación poco agradable que sin quererlo remite a las personas a esta zona en particular. Eso sí, un olor a cigarro predomina en el lugar, tabaco para los mayores y cigarrillo o vapeadores para los jóvenes, este último lo sostienen en las manos para calmar la ansiedad.  

La mayor parte del tiempo el lugar está lleno de gente, depende de la hora del día o de la semana. Los grupos sociales del lugar se organizan de acuerdo con el tiempo con el que cuente cada uno. Hacia las 6: 40 de la mañana comienzan a llegar parte de los estudiantes del claustro, que se bajan de la estación “Museo del Oro” y se dirigen a su lugar de estudio. Esto se mantiene hasta horas de la tarde. En horas nocturnas, sábados, domingos o festivos el ambiente es sumamente diferente. Mientras en días laborales se ven a estudiantes, trabajadores y esmeralderos, en días festivos se ven a visitantes, esmeralderos y algunos niños y jóvenes que disfrutan este lugar de forma recreativa.  

La plazoleta es bastante congestionada, muchas veces no hay por donde pasar. Por esta razón diversos problemas han llegado a esta zona: como el acoso, el desaseo, e incluso, algunas riñas. El hecho de que se encuentren e integren diferentes grupos sociales ha llevado a que el lugar sea visto como una zona no muy agradable por algunos visitantes. Es como una batalla entre lo antiguo y lo moderno, o también, entre lo conservador y lo liberal.  

Uno de los problemas más grandes es el acoso. Muchas universitarias aseguran que no se sienten seguras, ya que hay esmeralderos y hombres mayores que se acercan a ellas. “El lugar a veces resulta un poco incómodo, algunos señores se acercan; sin embargo, muchas niñas ya saben y no hablan con ellos”, afirma Sara Rodríguez.  

Entre susurros, un hombre, de unos 70 años, del cual no se sabe su nombre, le pregunta a una chica de unos 19 años por el novio, le muestra unas esmeraldas y la invita a almorzar. La chica se ve visiblemente incómoda, mientras el hombre le toca el brazo cada que puede, hasta que la chica despavorida se despide y se va. Según algunos estudiantes esto es frecuente, dejando dudas sobre la seguridad, tanto de la policía, como de la universidad. 

Hay una convergencia y diversidad evidentes, las personas de la plazoleta son parecidas y diferentes al mismo tiempo y hay épocas y pensamientos distintos que crean una fuerte tensión. La mayor parte del día hay estudiantes, hombres y mujeres, pero hacia las 6 de la tarde, solo un pequeño porcentaje de la población del lugar son mujeres.  

Hay un punto de referencia mencionado, de hecho muy común entre las personas de la plazoleta, este punto es el Café Pasaje, un lugar en donde se pasa de los olores mezclados del exterior a un completo y profundo olor a café. El lugar está lleno de tradición e historia combinada con un poco de modernidad. Al llegar, las sillas que encuentran las personas son rojas, remitiendo a una parte particular de la historia del lugar, dejando entrever la gran influencia de Estados Unidos con sus míticas sillas y muebles rojos envueltos en un ambiente pintoresco.

Se dice que un vaso de agua no se le niega a nadie, pero también se dice que en Café Pasaje Jorge Eliécer Gaitán tomo su último sorbo de agua. Berta Morales, quien fue mesera del lugar, siempre se ha atribuido el hecho de haberle dado ese último sorbo a Gaitán antes de su muerte.  

Así como conviven distintos grupos sociales, convergen también distintos tipos de comercio, pareciendo un ring con dos boxeadores diferentes que han sido criados por los mismos entrenadores. En la esquina oriental está el negocio de esmeraldas: hombres blancos mayores se encuentran para comercializar con ellas. En realidad, muchas veces parece un negocio de tráfico de drogas, ya que, como si de productos ilegales se tratara, los esmeralderos llevan chaquetas acolchadas que no solo los protegen del frío, también protegen sus pertenencias más preciadas, guardan en papel mantequilla piedrillas verdes que a los ojos de cualquiera parecerían deslumbrantes. Las piedrillas también tienen formas diversas: se convierten en mariposas, flores e incluso pájaros que se usan para hacer aretes y collares. 

Por otro lado, en la esquina occidental del ring hay un ambiente más calmado y se podría decir que menos comercial, estableciéndose así un tipo de frontera simbólica en la que dos lugares distintos convergen en uno solo. Es la parte que contiene al Café Pasaje y en sí al edificio Santafé. Las personas que vienen de la parte occidental a menudo tienen un paso más lento que las que entran a la plaza por el lado oriental, tal vez se deba a su dirección e inclinación.

Al llegar por el occidente primero se pasa por San Victorino o por el edificio antiguo de “El Tiempo” y la inclinación cada vez se hace mayor, dejando a personas aspirando fuerte todo el aire que les pueda dar el ambiente. Del lado occidental también hay mayor cantidad de estudiantes, chicos y chicas que llevan tenis deportivos y ropa cómoda informal contrastada con la ropa conservadora del 50% de la población de la plaza del Rosario. Claro que hay consecuencias con respecto a esto, refiriéndose a lo tradicional enfrentado con lo moderno.  

Siguiendo con esa típica convergencia, la forma de vestir hace mella en el corazón propio del sitio. Hay un paso de generaciones donde se ve el paso del tiempo y como la población de la plazoleta no ha sido ajena a esto. Niños con ropa colorida, jóvenes universitarios con ropa cómoda e informal, mujeres y hombres que van a sus trabajos en traje o al menos con un blazer encima y, por último, los más mayores del lugar, los esmeralderos, con camisa blanca de botones, pantalón de paño, chaqueta y zapatos de punta. El paso generacional representa lo simbólico del lugar y la magia del encuentro. 

  • El centro de la plazoleta debería estar ocupado por Francisco José de Caldas – vocifera un hombre.  
  • ¿Cómo se te ocurre? Ahí debe estar Jiménez de Quesada. 

El grito de muchos cachacos que no se ponen de acuerdo dice que Francisco José de Caldas debería ocupar el lugar de la estatua, en lugar de Jiménez de Quesada, ya que se dice que estuvo preso en lo que hoy se conoce como la sede de Ciencias Políticas y Derecho de la Universidad del Rosario. Por el contrario, otros dicen que Jiménez de Quesada sí se merece estar ahí, porque fue un esmeraldero de la zona.  

Las personas de la zona ven a la plazoleta como un lugar de cachacos para cachacos. Sin embargo, aunque se siente ese ambiente santafereño, conservador, cada vez va perdiendo más ese sentido cachaco. Por la diversificación de la ciudad, cada vez más personas de fuera de la capital ocupan este espacio y aunque sigue siendo un lugar muy bogotano, a futuro esta tradición se va desvaneciendo, quedando una mezcolanza de sabores y generaciones.  

  • Maní, maní. 
  • Libros desde 3000 pesos.  
  • Amo, río, canto, sueño, con claveles de pasión…  
  • Periódico de la Universidad del Rosario, aquí ¿Quieres uno? 

Entremezclados estos sonidos se oyen por donde quiera que se pase, ya que los trabajadores informales hacen parte de la esencia de Bogotá, del eje ambiental y de la Plazoleta del Rosario. Como ya es costumbre ver en grandes ciudades, hay muchos puestos de vendedores ambulantes, incluso personas que merodean por el lugar, vendiendo todo tipo de fritos, dulces e incluso café y cigarros. Muchas otras personas aprovechan su talento y se paran en un lugar visible de la plazoleta a cantar o a mostrar algo que puede llegar a hacer increíble de ver, algunas piruetas o malabares.

Sin embargo, es algo muy común de ver que las personas no se detengan a admirar esas muestras de talento. La gente pasa por el frente, por los lados y por detrás pero solo un grupo reducido de personas se detienen a ver el acto que está mostrando la persona que se para en el centro de la plaza, sobre ese piso de ladrillo y piedra sedimentaria. En Colombia y especialmente en Bogotá las personas ya no se detienen a ver esos múltiples talentos que caracterizan a las personas de la ciudad complicada y distante.  Un muchacho con acento rolo de unos 21 años se para con su guitarra, mientras el forro de esta reposa en el suelo. Algunas personas deciden dejar algo de su dinero allí, sin embargo la mayoría pasa de largo tirada por la sociedad apresurada bogotana.  

  • Sardina venga le embolo los zapatos – dice un hombre de edad adulta a una joven que pasa al frente del claustro.  

Otro grupo social para resaltar son los lustradores de zapatos, muy comunes en la zona por brindar ayuda más que todo a hombres mayores a lustrar sus zapatos de punta, con colores entre el marrón, el negro y hasta algún vinotinto. Estas personas cada día se sientan con su puesto al frente del claustro, e incluso algunos se paran con su pequeña caja hacia el occidente de la plaza atendiendo a las personas que quieran recibir el servicio.  

La materialidad transmite lo que somos y en este lugar nos transmiten un alto grado de contenido simbólico en el que nos dan diversas interpretaciones. Un tipo de modernidad que lleva en su espalda la antigüedad. No hay memoria, por lo que se borra lo antiguo por adaptarse a lo más moderno, lo que pasó con el edificio gemelo del edificio Santafé, que desapareció para darle lugar a la Plazoleta de Rosario, e incluso las continuas remodelaciones que tiene la plazoleta, así como las continuas discusiones sobre si se debiese borrar parte de la historia para convertirlo en algo “moderno”. Sin embargo, ahí no para todo, se sigue en la búsqueda de nuevas modernidades, donde se pueda construir sobre lo construido borrando un poco de ese pasado que es la esencia de la plazoleta capitalina.  

El hecho de que, aunque ha habido cambios, aún conserve su arquitectura resulta bastante gratificante, ya que muchas personas se apropian del lugar y representa mayor interés de conservación de la memoria. Memoria que muchas personas siguen divulgando a través de historias o cuentos. Así, como los dueños de los locales comerciales que les han sido heredados y han continuado llevando de a poco una historia muy pocas veces contada que da cuenta de una sociedad sin memoria que hace lo mínimamente posible por mantenerla en pie.

El legado del lugar es inmenso y tan complicado de explicar, así como su historia. La llegada del Bogotazo y lo que significó para Café Pasaje en especial. Los múltiples temblores que derrumbaron en distintas ocasiones la sede del claustro de la Universidad del Rosario. Así como la creación en sí de la identidad capitalina. Si hay un lugar donde se pueda ver esta identidad es allí, ya que el pasado sigue presente en su gente.  


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