Facultad de Comunicación Social - Periodismo

Créditos: Gabriel Rojas @ungabrielmas

Bogotá a pie

Los bloqueos en las diferentes vías principales de Bogotá por las movilizaciones del paro nacional del 2021 se han convertido en el dolor de cabeza de los usuarios del transporte público. 

Crónica realizada para la clase de Taller de géneros periodísticos (cuarto semestre, 2021-1), con la profesora Laila Abu Shihab. 

En Colombia los paros no son una novedad ni se originaron en el gobierno actual de Iván Duque. Las manifestaciones y movilizaciones colectivas se han presentado a lo largo de la historia del país, por inconformidad con diferentes situaciones. Una de las formas de protesta más comunes ha sido bloquear las vías principales con el objetivo de paralizar el transporte, dicho mecanismo ha probado ser eficiente ya que así se logra llamar la atención de los medios de comunicación, del gobierno local y del nacional. Sin embargo, este método de protesta ha afectado a millones de ciudadanos que necesitan transitar por la ciudad, mucho más de lo que ha podido afectar a los políticos y personas en el poder, quienes hacen parte de ese sector por el cual muchas veces se inicia la protesta. 

El 28 de abril de 2021, como rechazo a la reforma tributaria propuesta por el gobierno de Duque, se dio inició al primer día de paro nacional. Desde esa fecha se han registrado decenas de manifestaciones y marchas pacíficas, y también actos vandálicos, saqueos, enfrentamientos entre civiles y el ESMAD, institución que ha sido protagonista de abuso de poder y uso de fuerza desmedida en contra de la ciudadanía. Hasta el 29 de mayo, el Instituto de Estudios para el Desarrollo y la Paz (Indepaz) reportó 71 víctimas mortales durante el paro. La cifra de desaparecidos es incierta, si bien la Fiscalía colombiana dice que son 129, Indepaz ha registrado al menos 346 desaparecidos. Las protestas también han dejado graves daños a la infraestructura del transporte público. En lo que va del paro, Transmilenio, el sistema de transporte masivo de Bogotá, ha reportado que 53 de sus estaciones se encuentran cerradas y 8 están operando parcialmente.

Las movilizaciones se tomaron las principales vías de la ciudad desde que inició el paro. A las 5 de la tarde del 28 de abril, la Secretaría de Tránsito de Bogotá informó de diferentes bloqueos y puntos de manifestaciones en la ciudad, como en la Avenida Suba, la Autopista Norte con calle 170, la Autopista Sur con calle 63 sur, y muchos más. El transporte estaba totalmente paralizado. Cientos de miles de usuarios quedaron atrapados en las calles sin tener otra opción que caminar hasta llegar a sus casas. La alcaldesa Claudia López le pidió a la ciudadanía devolverse a casa a las 2 de la tarde y anunció que a partir de las 5 de la tarde Transmilenio iba a dejar de operar. Un gran porcentaje de ciudadanos estaban en contra de la reforma, y estaban de acuerdo en que se hiciera un paro nacional. Pero ya ha pasado un mes de paro, y muchos ya están hartos de que su movilidad se vea afectada por los bloqueos. 

Patricia Rangel es fisioterapista desde hace 35 años y trabaja para el área de rehabilitación de la Clínica del Country y la Clínica de La Colina. A sus 60 años está a la espera de pensionarse, mientras tanto la rotan entre ambas clínicas. Vive en Teusaquillo y es usuaria del transporte público Transmilenio. Sus tiempos de trayecto desde su casa al trabajo oscilan entre los 40 y 60 minutos, depende a cuál clínica le toque ir. Desde que inició el paro nacional, su trayecto de ida y vuelta al trabajo se ha convertido en un viacrucis bastante costoso.

Como terapista física tiene un horario de 7 de la mañana a 5 de la tarde. El primer día del paro llegó a su casa a las 9 de la noche. “Yo entiendo que los muchachos están molestos y tienen razón en estarlo, todos estamos cansados de este gobierno, yo no es que no esté de acuerdo con el paro, porque sí, pero ya lo único que están haciendo es afectarnos a los demás”, dice mientras se pone un segundo tapabocas N95, se acomoda su cabello plateado y empieza a revisar la agenda de pacientes para el día. Hoy tiene 24 terapias.

Tantos problemas de movilidad ha tenido, que en las protestas del miércoles 5 de mayo no tuvo otra opción que quedarse a hacer el turno de la noche en la clínica de La Colina y salir a las 4 de la mañana cuando ya estaba funcionando de nuevo Transmilenio. Dos días después, su ruta de Transmilenio se desvió, la llevó por toda la Avenida Caracas hasta la calle 26, una zona que a esa hora es peligrosa, ya eran las 7 de la noche. Junto a otras pasajeras convencieron al conductor de que las dejaran en la estación de Las Nieves, en la carrera 10 con calle 17. Allí el conductor abrió la puerta y se bajaron entre todas de la estación. De ahí le tocó caminar en la oscuridad por 40 minutos hasta llegar a su casa. 

El desespero por conseguir transporte rápido la ha obligado a utilizar taxi o pedir en plataformas como Beat o Uber. “Estoy arruinada, se me ha ido el sueldo en transporte, me he llegado a gastar treinta mil pesos en solo taxis en un solo día. Y eso a mí no me lo reconocen, no hay bolsillo que aguante”, cuenta con tono resignado mientras limpia las barandas de la caminadora que usa para sus pacientes. 

Patricia gana alrededor de 1’900,000 pesos mensuales, pero su salario varía ya que cambia cuando está en consulta externa. Es cierto que puede considerarse cómodo para muchos, pero gastar tanto dinero en transporte ha afectado su economía. La situación es peor para muchos colombianos que están básicamente pagando para ir a trabajar. El salario mínimo mensual legal vigente para el 2021, definido por decreto de la Presidencia de la República, es de 908.526 pesos con un auxilio de transporte de 106.454 (1’014.980 pesos de salario + auxilio de transporte), lo cual viene dejando el día a 33.832 pesos, monto que se puede gastar en dos trayectos de ida y vuelta en un taxi o lo que puede llegar a cobrar un Uber en hora pico. 

Según cifras entregadas por la empresa Transmilenio en 2020, este sistema de transporte masivo moviliza alrededor de 2,3 millones de pasajeros diarios. Ese es el número de personas afectadas solo por bloqueos en las vías de Transmilenio. Miles de ciudadanos no pueden darse el lujo de faltar a su trabajo y quedarse en casa, así que cada mañana se levantan esperando poder salir del portal a tiempo y que no se encuentren con ninguna marcha. Si bien hay empresas que han sido flexibles con sus empleados y los han dejado salir más temprano o llegar más tarde, este no es el común denominador. A Patricia se le asignan pacientes por agenda ya establecida y no es tan fácil para la clínica cancelarles o conseguir un reemplazo. 

La situación de Patricia es muy parecida a la que vive Angélica Cortez, que tiene 24 años y es auxiliar contable en una inmobiliaria en el barrio La Castellana, en la calle 94, a dos cuadras de la Autopista Norte. Vive cerca al Portal de Las Américas, uno de los puntos de concentración donde más bloqueos ha habido y el cual ha sido foco de enfrentamientos constantes y violentos, entre protestantes y la fuerza pública. Los primeros días de paro sus jefes la dejaron salir más temprano, pero esta flexibilidad duró poco. “Al mediodía en la oficina prendemos el televisor para que nuestro jefe vea cómo está la cosa, y nos deje ir temprano. Él vive cerca de la oficina y tiene carro entonces no le importa, pero a mí me toca ir a la estación de la 100, que está destruida, a mirar si podemos coger bus o si toca echar pata”, expresa con preocupación.

Según cifras del Departamento Administrativo Nacional de Estadística (DANE), el 60,8% de los colombianos no ganan más de un salario mínimo y Angélica hace parte de esa gran mayoría de ciudadanos que solo salen con el dinero exacto de su transporte en el bolsillo, así que pedir un taxi u otro carro por plataformas digitales no es una opción para ella. Eso la lleva a tener que caminar por largas horas, incluso bajo la lluvia, para poder llegar a su casa, comer algo y dormir para repetir la misma travesía el día siguiente. 

Todos en algún momento hemos sufrido las consecuencias directas o indirectas de bloqueos en la movilidad, debido a los diferentes paros que han tenido lugar en el país. Pero a diferencia de los paros anteriores, ahora subirse a un bus lleno significa poner en riesgo la salud. ¿Cómo es posible mantener la distancia social para prevenir el contagio de Covid 19, cuando toca subirse a un bus que sobrepasa su límite de pasajeros?

Desde que llegó el virus al país se han hecho campañas de concientización para evitar que se llene el transporte público. Incluso, la alcaldesa de Bogotá Claudia López pasó gran parte del año amenazando con cerrar Transmilenio si la capacidad de este se excedía de lo permitido, con base en la ocupación hospitalaria de la ciudad. Pero en el marco del paro nacional, no se le puede pedir a un ciudadano que espere un bus más vacío cuando puede que el próximo se demore una hora o que nunca pase. 

Cuando se trata de escoger entre irse casi colgado de un bus porque va lleno o esperar otro más vacío y tener que enfrentarse a la posibilidad de caminar por varias horas, la preocupación por el Covid-19 pasa a segundo plano. Nos encontramos en el tercer pico de la pandemia y en las cifras entregadas por el Ministerio de Salud, las cuales superan los 20.000 contagios diarios, en promedio, se puede ver reflejada la influencia del paro nacional en la emergencia sanitaria.

Lo que me devuelve al consultorio de terapia física donde entrevisté a Patricia. Como trabajadora de la salud, le ha tocado recuperar pacientes hospitalizados por coronavirus. En diciembre de 2020, un paciente la contagió. Duró 3 días enferma en casa, pero el dolor de pecho y la dificultad para respirar la llevaron a estar hospitalizada en la UCI de la Clínica de La Colina por 30 días. Estuvo 4 meses incapacitada y recientemente volvió a trabajar. Justo cuando empezó el paro.

Patricia está ahora decorando una caja mientras espera a su próximo paciente, en la caja hay chocolates y una botella de crema de whisky de marca Baileys. “Es para la doctora que me atendió cuando estaba en la UCI, fue muy linda conmigo y me salvó la vida”. El Covid-19 le dejó secuelas, se fatiga al hablar, no puede caminar largas distancias y quedó con mucho dolor en la cintura, por eso la idea de caminar hasta su casa por los bloqueos es terrible para ella. Ya recibió su vacuna del laboratorio Pfizer pero el hecho de estar vacunada no le quita preocupación por el aumento de casos y la ocupación en las UCI.

“Estamos rendidas, no nos alcanzan el tiempo ni las manos para atender a todos, no es justo”, dice mientras me cuenta más sobre sus compañeras que se han contagiado. Ellas salen de un largo día de trabajo en busca de un poco de descanso, pero con los bloqueos y la falta de transporte salen de un campo de batalla a otro, su día parece no tener final. 

Empresarios, políticos y los mismos ciudadanos reconocen el derecho a la libre protesta, pero aseguran que esa pelea por una mejor calidad de vida paradójicamente está quitándole dicha calidad a muchos ciudadanos. ¿Qué pasa cuando ese derecho irrumpe con otros derechos como el de la vida y el trabajo? Las víctimas de los bloqueos por las protestas terminan siendo los ciudadanos del común que, si bien se benefician de la lucha de las personas que están en las calles protestando, se convierten en un daño colateral que los tiene al borde del desespero y la quiebra económica. 

El paciente de Patricia por fin llegó, 20 minutos tarde. Se lava las manos, se descalza y le pide a Patricia que por favor lo atienda, mientras le explica que casi no puede salir del Portal de la 80.


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