Facultad de Comunicación Social - Periodismo

Mendicilina: contra el virus de la mendicidad ajena

¿Sabías que dar limosna mantiene vigente un tipo de trata de personas? La “generosidad” se transforma en el factor que hace rentable este delito.

Estrategia diseñada para la clase de Comunicación Estratégica (séptimo semestre, 2019-2) con el profesor Alejandro Borrero

Cada mañana cientos de niños y adultos son obligados a deambular por las calles pidiendo limosna para lucrar el delito de la mendicidad ajena. Quienes obligan a pedir dinero y quienes lo dan son los victimarios responsables de este problema social. Esta estrategia fue diseñada para prevenir la trata de personas en la modalidad de mendicidad ajena creando conciencia entre la población vulnerable y la sociedad colombiana en general sobre este flagelo que ha sido normalizado por mucho tiempo.

Éste tipo de trata se da cuando una persona o un grupo de personas son obligadas y utilizadas para pedir limosna dentro de Colombia o en el extranjero y luego se les arrebata el dinero. Detrás de esta acción se encuentran personas que se lucran a través del sometimiento, la coacción y la amenaza. Es un delito que se castiga con penas de prisión de 13 a 23 años para quien comercialice con el ser humano con fines de explotación y ha sido reconocida por la comunidad internacional como una nueva forma de esclavitud, que vulnera los derechos humanos al convertir a los hombres y mujeres en una mercancía.

Una de las principales características negativas con relación a este tipo de trata es que se ha naturalizado, convirtiéndose en un acto que se considera generoso por parte de las personas que dan el dinero  y una actividad normal para quienes se consideran víctimas, teniendo como fin principal mejorar su calidad  de vida, permitiendo así que éste tipo de delito siga aumentando y ocurriendo a la vista de todos.

Las personas que son elegidas por los tratantes como mendigos son personas que se encuentran en situación de vulnerabilidad, como menores de edad, mujeres y hombres en condición de pobreza, ancianos y personas con condiciones de discapacidad entre otros, permitiendo que para el victimario sea más fácil utilizarlos y dominarlos.

Quienes se ven obligados a hacer parte de este tipo de trata siempre están en constante vigilancia por alguno de sus victimarios, esto para prevenir que las autoridades sean alertadas, que las personas guarden algún dinero del que recogen o que logren escaparse. Además, es común que sean obligados a estar acompañados de niñas, niños o personas de la tercera edad, así los transehuntes se conmueven más fácil para dar el dinero. La forma en la que las víctimas se comunican con las personas para mendigar está basada  en discursos que apelan siempre a mostrar una situación de vulnerabilidad y desigualdad.

Hablar del valor social de esta práctica va más allá de identificar las víctimas y los victimarios, porque ¿dónde ubicaríamos a quienes dan limosna? Una de las principales razones por la que las personas no niegan una moneda al mendigo es por lástima, y es que culturalmente, y por la adopción de los valores, como los de la moral católica, por ejemplo, creemos que estamos actuando bien al dar una moneda que a fin de cuentas parece ser irrelevante, pero que puede ayudar a quien la está pidiendo. Ese simple acto, además de prolongar esta actividad, convierte al solidario en una víctima. No es coincidencia que una de las mejores estrategias que utilizan los victimarios al momento de escoger a sus víctimas para mendigar sea la de escoger niños.

El periódico ‘La crónica del Quindío’, hizo un trabajo investigativo acerca de cuánto dinero podría ganar las personas que se dedican a la mendicidad, esta es una cifra aproximada y oscila entre los $30.000 solo con las limosnas. Por otro lado, los explotadores podrían estar ganando entre $80.000 y $120.000, dinero que se repartían entre el tercero y los padres del menor. Además, se publicó en varios medios durante el mes de julio una noticia en la que se exponía la captura y desmantelamiento de varias bandas criminales que se dedicaban a alquilar menores por $25.000 diarios, hecho que sucedía no solo en Bogotá sino que también en Cali, Medellín, Cartagena, Barranquilla y Bucaramanga.

No se encuentran cifras sobre el ejercicio ilegal de la mendicidad. Aunque es un hecho preocupante, se ha llegado a promediar cuánto puede ganar una persona que se dedique a esto, pero no cuántos lo hacen. Sin embargo, es más que evidente que se está convirtiendo en una verdadera problemática a futuro. Teniendo en cuenta que la mayoría de victimas (mendigos) son menores de edad, se está entrenando a estas personas para que en un futuro continúen con la práctica, ya sea ellos mismos o involucrando a otros como aprendieron de sus padres. Adicionalmente, el peligro al que son expuestos los niños en la calle es altísimo, abuso sexual, contacto con las drogas y accidentes de todo tipo asechan a los menores, por más que haya alguien vigilándolos.

Son más que evidentes las afectaciones que hay en las víctimas de la mendicidad ajena. La práctica además de ser un resultado de la desigualdad social y la pobreza, en algunos territorios del país también ocurre por el desplazamiento forzoso y el conflicto armado. Estas situaciones de vulnerabilidad han sido la oportunidad perfecta para quienes ven en la trata de personas en general una oportunidad para lucrarse. El constreñimiento ilegal que existe detrás de esta práctica es algo que se conoce pero en lo que no se ha trabajado.

La mendicidad es una actividad que genera más pérdidas que ganancias y que además es un delito silencioso y altamente normalizado, incluso quizá muchos desconozcan su carácter ilegal y que se trata de una modalidad de trata de personas donde hay terceros lucrándose a través de una práctica esclavista antigua y con futuro indefinido que implica incontables transgresiones éticas en torno a un fenómeno que no respeta edades, sexo o culturas.

 


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