Facultad de Comunicación Social - Periodismo

Tres muertes, la carrera de Juan Dual 

Esta es la historia de Juan Dual, el hombre que, a pesar de estar vacío por dentro, corre más de cincuenta kilómetros por semana.

Editado por: Laura Sofía Jaimes Castrillón

Crónica realizada para la clase de Taller de géneros periodísticos (Cuarto semestre-2024 l), bajo la supervisión del profesor Alfonso Ospina

Juan había estado corriendo por horas hasta que la carrera finalizó. La conversación entre corredores comenzó a tornarse en la típica pregunta de: ¿a qué te dedicas? Su respuesta y la reacción de la gente siempre es la misma, es que se dedicaba a correr por no tener estómago, colon ni vesícula.  

 — Entonces claro, a la gente les explota la cabeza porque ven que estás corriendo cien kilómetros de carrera por montaña, un nivel de dificultad enorme, que es muy difícil para ellos y yo la puedo hacer. 

Son las nueve de la mañana, pero en España son las cuatro de la tarde. Lo llamé, allá aún falta mucho para que anochezca, por lo que veo, la luz del día ilumina la casa de Juan, aunque aquí pasaba lo contrario, era un día frio.  

Juan Dual, o Juan, siempre le dije Juan, tenía trece años cuando recibió su diagnóstico, aunque con el paso de los años se han borrado casi todos los detalles de ese día. Ni siquiera recuerda una conversación, nada excepto de unas gotas en sus ojos para un examen y la ceguera temporal durante el día. Todo porque sus padres lo llevaron al médico para unas pruebas, y así le diagnosticaron poliposis familiar múltiple. Me explica a detalle que es una enfermedad genética que forma pólipos en las paredes de algunos órganos digestivos. Luego le realizaron estudios con cámaras a través de tubos en su interior.  

El avance de la enfermedad era algo inevitable, consigo llevaba la aparición de un posible cáncer, y para no interrumpir su educación, se pactó con los médicos que entre el último año del instituto y el primero de la universidad, le realizarían la cirugía para extirparle el intestino grueso, en el que se estaban formando algunos pólipos. Juan, tan joven y ya enfrentado a la crudeza de la vida, comprendió que su desarrollo psicoemocional tomaría un camino distinto en contraste a los demás niños. Él sabía que era especial, que su destino estaba escrito clínicamente. — Yo ya sabía lo que en unos años iba a pasar, yo me perdía unos cuantos días del colegio porque me tenían que hacer pruebas— recuerda, con la tranquilidad de alguien que ha aprendido a convivir con el saber del futuro. 

Foto tomada de X: @dualcillo 

Juan llama a esos momentos en el quirófano sus “muertes”, porque no fue solo una vez que enfrentó la posibilidad de quedarse atrapado durante el procedimiento. La primera, a sus diecinueve años, se enfrentó a una cirugía que debía durar tres o cuatro horas, pero el tiempo jugó en su contra, extendiéndose a ocho eternas horas de sedación. Cuando por fin despertó, me contó que el dolor era tan insoportable que suplicaba a su padre que alguien lo matara. Sinceramente sentí un nudo en la garganta al escuchar sus palabras, siendo imposible imaginar el nivel de tal dolor. Pero para él, ese dolor desgarrador ya es solo un recuerdo, uno que ahora relata con una singular serenidad. 

La recuperación comenzó, que, desde mi perspectiva, parece insuperable. Durante ocho meses, Juan tuvo que vivir con una bolsa pegada a su estómago por donde evacuaba “caca”. Pero me sorprendió aún más cuando me explicó que tuvo que someterse a terapia anal      — Cuando no utilizas el culo, el culo se atrofia, si no hubiera trabajado el control del músculo, al cerrar la bolsa me hubiera cagado encima—.  

Muchas veces le pregunte que, si nunca tuvo miedo, su respuesta siempre fue no, era evidente que, emocionalmente, Juan ya estaba preparado para enfrentar esa cirugía. Para él, lo importante era que estaba vivo, no muerto.  

Desde el momento en que comenzó a ajustarse a su nueva realidad, muchos de sus hábitos tuvieron que cambiar. Ahora, él va al baño entre cinco y siete veces al día, un cambio drástico que implica una dieta controlada de mucha agua, carbohidratos como pasta y arroz, mientras evita por completo la fibra. Me lo explicó con tanta precisión, como un profesor a su alumno, detallando cada cosa, como juega con esa dieta. —Hoy por ejemplo comí pollo asado con papas—. 

El día en que hablamos, Juan había entrenado como de costumbre. Su rutina diaria, que comparte en sus historias de Instagram, es una parte fundamental de su vida. Además, me dijo que, al menos un par de veces al año debe someterse a pruebas para detectar posibles nuevos pólipos en su sistema digestivo. Recuerda que su última prueba fue en febrero o marzo, no recordaba bien. 

Foto tomada de: @dualcillo

Casi diez años después de su última cirugía, los médicos encontraron tres o cuatro pólipos en su estómago, con la capacidad de convertirse en un cáncer, por lo cual era necesaria la extirpación. La noticia, aunque inesperada, era parte del riesgo constante asociado a su condición. Me sorprendió ver cómo Juan manejó la situación, le pregunté si sentía temor, y me explicó que, en lugar de ello, su curiosidad predominaba, sobre el cómo sería la vida sin estómago ni vesícula. —Nunca tuve miedo—me dijo con tranquilidad, —además, España tiene la mejor salud del planeta. Sabía que no me iba a faltar nada—. 

Juan realizaba comparaciones, me explicaba que cuando alguien tiene tanta gente es su alrededor no existe el miedo, era algo como hacer puenting— es como lanzarte al vacío, pero estas atado— explicó— al principio tienes esa sensación de no sé qué va a pasar, pero sabes que estás asegurado, aunque la caída sea grave—. 

Ante la nueva noticia, Juan consultó con médicos, su familia y amigos cercanos. Aunque su relación familiar es regular y prefirió no profundizar en ello, sus amigos han sido su mayor apoyo. Llamó a Henry, uno de sus mejores amigos y médico en el mismo hospital, la primera reacción de su amigo fue un abrazo, lo que le ayudó a calmar el shock. Desde su diagnóstico inicial, sus amigos han estado incondicionalmente a su lado. En sus palabras, Juan los menciona de una forma especial, sentí esa gratitud que siente hacia ellos, Henry, Vicky, Pascual, luego aparece Ana, Mar, Calan y Antón. — Claro, ha habido muchas personas en mi vida, pero ellos siempre han estado ahí—. Su firmeza al hablar de ellos me hace pensar que son su familia escogida, sus pilares en sus recuerdos. 

En esa segunda operación, Juan estuvo al borde de la muerte. Al despertar, se enteró de lo ocurrido. Aunque no fue doloroso, pasó gran parte del tiempo perdiendo y recobrando la conciencia, mientras era consciente de que se estaba muriendo. Escuchaba gritos y veía gente corriendo durante una noche y media. La experiencia fue intensa, el tiempo se volvió borroso para él, mientras lo recordaba, lo comparo con la película “Interestelar”. En una sala, sin fuerza, sin entender, controlar lo que pasaba, lo único que podía era entregarse a la suerte. Cuando finalmente fue estabilizado, los médicos y enfermeros le dijeron: “Chaval, qué susto nos has dado.” Me cuesta pensar en aquella situación, y ver que ahora converso con la persona que estaba en aquella cirugía. Estuvo ingresado casi dos o tres semanas en el hospital. 

Al regresar a casa para su segunda recuperación, se veía obligado a vivir una nueva realidad, debía aprender a comer de nuevo. Le fabricaron un estómago mucho más pequeño, una especie de bolsa hecha con un trozo de intestino delgado donde cae la comida. Juan no puede comer lo que yo consumo en mi día a día; él come en pequeñas cantidades, constantemente. Mientras hablábamos, me mencionó que poco después de nuestra conversación comería algo más. Su estómago se llena por media hora aproximadamente, y la única reacción que le pude expresar fue: ¿En serio? 

Me explica como escuchar a su cuerpo fue doloroso. Si comía más de lo permitido, experimentaba un dolor tan intenso, que deseaba desesperadamente que alguien lo matara. Un malestar, conocido como síndrome de dumping, que le sube la temperatura y provoca incomodidad. No puede comer y beber a la vez, aunque tenga mucha sed, me explicó. Es innumerable las veces que sintió tal cosa, Juan pasó de pesar ciento seis kilos a cincuenta y siete en solo cuatro meses. Aunque aún le sucede, la frecuencia ha disminuido, solo podía imaginarme el retorcerse en un sillón sintiendo algo parecido a lo que me describe. 

Sin comer casi, no había fuerza alguna en su cuerpo, atrapado en el sofá, Juan se sentía estancado, me dice que le daba mucha “perecita”.  Sin embargo, una inspiración llego a él, sus amigos Vicki y Víctor, quienes, a pesar de sus trabajos exigentes, hacían algo de ejercicio. Un día, Juan se puso sus zapatillas que no usaba desde antes de su operación, salió a la calle y caminó durante dos horas sin parar. Al regresar a casa, se sintió tan feliz, lo decía y se le notaba en sus gestos. Caminar se convirtió en una rutina, al acostarse su cabeza ya estaba en silencio y cerca de unas tres o cuatro semanas empezó a correr hasta cincuenta kilómetros semanales, por el simple hecho de que estaba vivo. Solo me hacía pensar que el no hacer nada, es ser un ser muerto.  

Tiempo después, comenzó a compartir su historia en redes sociales mientras viajaba por casi toda Latinoamérica en bicicleta, con el objetivo de demostrar que, a pesar de estar vacío por dentro, estaba vivo. Durante dos años, recorrió varios países, visitando fundaciones y motivando a otros. Así nació el Juan influencer y embajador de marcas que conocí por redes sociales, el hombre que corre diez o doce horas en un día inspirando con su historia. 

Después de casi una hora, Juan recuerda su tercera muerte. Un día, en el que se encontraba trabajando en un refugio de montaña, notó algo extraño al ir al baño; el papel con el que se limpiaba estaba rojo, y comenzó a sentirse mareado. Estaba completamente solo, así que llamó a su compañera Cris, quien estaba abajo. —le dije, déjalo todo, me estoy desangrando por el culo, ven por mi—.  Lo llevaron de urgencia al hospital, y durante el trayecto, perdió la conciencia. Apenas consciente, le dio a Cris los números de sus amigos y familia, ya que la situación no pintaba nada bueno. Al llegar, los médicos intentaron detener la hemorragia con bolsas de sangre; una herida en su intestino había comenzado a sangrar sin control. En medio del caos, Juan, calmado, les dijo a sus amigos de trabajo que estuvieran tranquilos, que se estaba muriendo, pero que no había dolor. Juan, era un grifo de sangre, lo único que recuerda son algunos médicos corriendo, caras de preocupación muy severas y un despertar en la UCI, habiendo sobrevivido una vez más.  

Foto tomada de X: @dualcillo 

Cada palabra me hacía sentir que la muerte intento llevarse a Juan, pero su sonrisa me demostraba que aún le queda vida para motivar a la gente.  

Me atreví a preguntarle más sobre ese concepto de muerte. 

—Tengo casi cuarenta años. Nunca me he preocupado por la muerte. Todos los días le digo a quienes quiero, ‘te quiero”, porque no sabemos qué pasará mañana. 

—Hay que intentar vivir al máximo y hacer todo con el corazón, porque no somos inmortales. Yo le he visto tres veces. 


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