Facultad de Comunicación Social - Periodismo

“Yo sí tengo miedo a la indiferencia”

Santiago Alarcón, un actor paisa que creció en la violencia, encontró en la actuación la forma de escapar de su realidad.

Perfil realizado para la clase de Introducción al lenguaje periodístico (tercer semestre, 2022-1), con el profesor David Mayorga.

Entre risas y desparpajo, Santiago Alarcón no tiene reparo en contar la historia de su vida. Relajado y en medio de un campo verde se extiende en detalladas descripciones de escenarios no tan normales para todos. Cuenta su infancia en medio de recuerdos  de violencia como algo que a pesar de todo le dejó recuerdos agradables. Evoca la juventud sin su padre como el momento en el cual encontró qué haría por el resto de su vida. Y reconoce su presente como el momento para tomar acciones sobre el rumbo del país a través de su activismo político.

“Miedo he sentido yo creo que desde que nací”. Con todas las experiencias fuertes que su memoria alberga y que, en muchos momentos han sido el motor de sus decisiones, es imposible dejar de vislumbrar una sonrisa en su rostro. Cargado de buen humor, de chispa paisa, de sarcasmo meditado y de sátiras políticas en su discurso, no tarda mucho en lanzar un chiste y hacer que la entrevista pierda cualquier intento de formalidad. Pero no por eso se desdibuja la profundidad emocional con la que cuenta su historia. Relajado, sin prisa y dispuesto a extenderse en cada pregunta recuerda esos momentos que, dice él, lo han conducido a convertirse en quien es hoy.

Su nombre completo no “pega” mucho. De hecho, no pudimos comenzar a hablar sino hasta escuchar las combinaciones de los nombres de sus cinco hermanos, solo porque afirma que tener dos nombres generalmente no es buena idea porque no combinan. Santiago Alejandro Alarcón Uribe, un paisa de esos que vivieron en Medellín entro los 80’s y los 90’s, de esos que normalizaron la violencia de una época marcada por el narcotráfico, los atentados y las masivas muertes. Cuenta haber vivido su infancia en un sinfín de lugares distintos dentro del territorio antioqueño. De Girardota, lugar del que es oriunda su madre pasó a Sonsón, el pueblo de su padre. De allí recuerda la finca del abuelo y los frutos que brotaban de esas tierras, finalmente se detiene en su llegada a Manrique, cuando tenía nueve años.

“La primera vez que yo vi asesinar a alguien fue a los siete años, y de ahí para allá vi muchos, muchos”. Hasta muy grande Santiago no dimensionó la magnitud del contexto en el que vivía. No podía imaginar una vida sin toques de queda, ni una en la que jugar fútbol fuera algo seguro, ni en la que no tuviera que regresar a casa temprano porque la noche era peligrosa. Santiago se estrelló de frente con su realidad cuando tenía 11 años y vivía en Gratamira. La violencia fue algo común hasta cuando al abrir los ojos, quien había sido el motivo de su existencia dejó de estar a su lado. La normalidad en la que vivía se llevó a su padre, hombre que atraviesa el relato de Santiago de principio a fin, por el que jugaba fútbol, el que le enseñó a leer, el que se preocupaba por sus amigos y también el que nunca pudo estar de pie aplaudiéndolo mientras daba la venia al final de una obra de teatro. Su padre nunca lo vio actuar.

“Yo a veces creo que soy actor más por agradecimiento que por convicción”. Cuando perdió su motivo para levantarse cada día, Santiago le empezó a pesar la vida. No simplemente porque se sentía solo, deprimido, sin ganas de estar y sin ganas de estudiar, sino porque el peso del hogar recayó sobre sus hombros. “Me tocó asumir responsabilidades que no eran propias de mi edad, nos tocó crecer muy rápido y se perdió parte de la niñez que hubiera sido bonito haber disfrutado”. Esto lo hizo convertirse en un joven rebelde, a quien no le gustaba estudiar y que peleaba con sus amigos. Él necesitaba encontrar nuevamente un motor para levantarse y este fue la actuación. Desde el momento en que perdió toda la motivación, llegó el teatro a su vida, casi por accidente, pero ahí se quedó. 

Luego de levantar la mano para participar en una obra de teatro del colegio, con el único objetivo de no estar en clase, la actuación y la sensación que experimenta cuando ve al público reaccionar a sus movimientos se convirtieron en el centro de su vida. Desde los 12 años no ha dejado los escenarios. Primero en el colegio, luego en una escuela en la que estudiaba becado a cambio de trabajar y finalmente en Bogotá, ciudad a la que llegó para no abandonar y en la que encontró el éxito. A Medellín nunca retornó. Varios personajes ha interpretado en televisión, pero hay uno que no solo personificó sino con el que logró visibilizar una de sus facetas hasta 2017  públicamente desconocida: Santiago es activista político. 

Luego de hacer ‘El Man es German’, se fue para Argentina en busca de volver a encontrarse, de volver a equivocarse, de aprender, de no ser el centro de atención. Mientras hacía esto estudió sindicalismo para posteriormente llegar a Bogotá y fundar, en 2014, la Asociación Colombiana de Actores de la que dice entre risas haber sido el primer presidente. Con este sindicato y con la visibilidad que le dio interpretar a Jaime Garzón, la herencia política y social que le había dejado su padre salió a flote. Fue un fuerte impulsor de el sí en el plebiscito por la paz, creó un espacio en Instagram durante el paro nacional para que los jóvenes contaran lo que estaba pasando en sus regiones, además es presentador de ‘Contra el Espejo’, un programa de la Comisión de la Verdad. Dice no haber tenido conciencia de su realidad en algún tiempo, pero ahora habla sin titubeos, no se limita, entre chistes dice lo que piensa y cómo lo piensa y se le sale una que otra palabra mayor en cada frase.

Santiago le tiene miedo a la indiferencia, a quedarse callado frente a las injusticias. Él cree que Colombia tiene un futuro esperanzador y piensa también en su misión dentro de la transformación a la que le apuesta con cada acción. Es un hombre de un barrio popular, que creció en medio de un entorno hostil; fue un joven que decidió pasar por encima de lo que todo el mundo pensaba para perseguir una sensación, una epifanía que solo le puede ofrecer el público en los teatros. Es un hombre que ha vivido con miedo, miedo a no hacer aquello que su intuición le dicta.