Facultad de Comunicación Social - Periodismo

‘Pelaron’ a nueve

Tras el asesinato de concejales el 27 de febrero de 2006 en Rivera, Huila, se perdió la poca noción que tenían de la democracia en ese lugar.

Crónica realizada para la clase de Taller de Géneros Periodísticos (cuarto semestre 2017-2), con el profesor Fernando Cárdenas. 

Dispararon y del susto haló sus largos cabellos de plata con el viejo peine rojo. Mientras que en el gallinero se armaba una trifulca, Doña Doris corrió a una esquina del patio y gritó “¡Yolima, vecina! ¡Guarde al niño! ¡Un atentado, un atentado!”.

Cuatro, ocho, diez, hasta veinte disparos se escucharon. Cuatro cuadras más arriba de la casa esquinera de Doris se encuentra el hotel campestre ´Los Gabrieles´, donde se escuchaba el gran escándalo que estremecía a todo el pueblo.  Después de haber atendido a los diez concejales de Rivera, un municipio a treinta minutos de Neiva, Edilma, la recepcionista, se dirigió a su oficina separada por vidrios totalmente transparentes y con una puerta de madera, ubicada diagonal al salón de comidas Paloma Torcaz.

Se escuchó que se estacionó un campero en la entrada del hostal. Irrumpieron hombres uniformados, todos con botas negras de caucho. Dañaron el ameno almuerzo que tenían. Las filas de las Farc descargaron todas sus municiones, hasta el piso de granito quedó perforado con varias balas. Mataron a nueve.  Octavio Escobar, Aníbal Azuero, Desiderio Suárez, Héctor Iván Tovar, Jaime Andrés Perdomo, Sélfides Fernández, Arfair Arias, Moisés Ortiz y Luis Ernesto Ibarra. El 27 de febrero de 2006, debajo de una mesa blanca de plástico con un mantel blanco, quedó con unos cuantos raspones el único sobreviviente: Gil Trujillo Quintero.

-Venga señora Edilma y qué es de la vida de Trujillo – preguntó Adriana Perdomo mientras desde la recepción recordaban ese lunes.

-Mija, pues ese hombre sigue en la cárcel –y mirando hacia al piso dice- no, es que me acuerdo cuando salí de la oficina, ver tremenda masacre.

-Algunos quedaron ni para verlos, ¿no?

-Sí, quedaron vueltos mierda – dijo mientras se cubría la cara e intentaba no llorar.

Terminada la masacre el silencio invadía el lugar. Todos salían de su escondite después de escuchar que el vehículo se iba por los lados de las parcelas. Edilma fue corriendo a donde estaban los concejales, y gritando “¡Llame a la policía, llame al alcalde!”, agarraba al único mesero que estaba en servicio. Luego volvió a su oficina y de un manotazo desconectó todos los teléfonos, lo menos que quería era pensar en la prensa y preocupar al dueño.

Gabriel Jiménez, el patrón del hotel, el día del atentado se encontraba en Neiva. Mientras desayunaba una gran porción de melón sentado en una de las mesas blancas de plástico, me contaba que se enteró por medio de un anuncio especial que escuchó en la radio y que vio en RCN. “Es que ni me llamaron a testiguar”, dijo con la boca llena de tres pedazos de fruta.

La noticia se expandió por todo el mundo. Hasta al viejo continente llegó, Semana, El Tiempo, RCN y Caracol la trasmitieron. José Luis Dussán, más conocido en Rivera como ´el periodista´, estaba en Londres cuando se enteró. La indignación y la impotencia lo invadieron, “primer municipio en el mundo que le masacran a sus líderes- me dijo Dussán-, “el Gobierno siempre nos olvida y ni nos reparan”. Aún recuerda en su infancia ver a hombres uniformados y armados que marchaban hacia la plaza. La autoridad era representada por cinco policías. Fue como pasar de mano en mano.

-No más en 2004 dieron de baja a Trujillo Arias- dijo el periodista después de tomar un sorbo del chocolate en agua de doña Doris.

-El único alcalde iba a hacer algo por este municipio – le responde.

-Y con los nueve asesinados, dieron en toda nuestra democracia.

Los estudiantes de los colegios oficiales Misael Pastrana Borrero y José Eustasio Rivera no paraban de dar alaridos. Aumentó la preocupación de todos al ver subir a Pinto, el alcalde, a ‘Los Gabrieles’. Pero vio la dimensión de la situación y pensando en su bien, la cobardía le ganó y bajó corriendo con su gran barriga por todo el pueblo a buscar donde esconderse.

“Casi rodaba por las calles”, dijo Adriana Perdomo riéndose de las pocas agallas que tenía su alcalde. Se encontraba llegando de la capital huilense, las filas de los colectivos que comunicaban a Neiva con Rivera estaban a estallar. Cuando llegó todas las casas tenían las ventanas y puertas cerradas, igual que todos los negocios y el único que estaba afuera era Pinto, su cara parecía un tomate, y vagaba dando vueltas de una manera desesperada.

En su estancia encuentra a su abuela encerrada:

-Abuela soy yo, Adriana. Ábrame.

-Pero hija, vaya primero por el niño donde la vecina – le gritó mientras abría la pequeña ventana de la puerta de metal color bronce.

Golpeó en la casa naranja con blanco de al lado más de cuatro veces. Solo escuchaba el llanto de su hijo, quien sufre de discapacidad cognitiva, la angustia le ganaba “¡Yolima, páseme a Carlitos!”. Después de otros cinco golpetazos su vecina le entregó a su hijo y le cerró la en la cara.

Vuelve a tocar el portón de la vivienda en la esquina de la cuadra. La ventanilla se abre y se alcanzan a ver un par de ojos azules entre un mar de canas color plata. Doña Doris los deja entrar. Entre sus largos cabellos, tiene sus manos entrelazadas, su cara está lavada en lágrimas. Toma a su bisnieto y lo trata de calmar. Mientras arrastra su larga melena le cuenta todo a su nieta. Los tres se encierran en una pieza, cierran las cortinas, prenden el viejo ventilador y de rodillas junto a la cuna del niño empiezan a rezar.

Todos ruegan desde ese día. Las familias de los nueve concejales cada 27 de febrero marchan por la oscuridad de las calles del pueblo, acompañados de los habitantes, cada uno con una vela en la mano y cuadros de cada víctima. Con lágrimas en el rostro y un nudo en la garganta piden justicia. Para todos es difícil de olvidar y perdonar cuando les quitaron la poca democracia que se aplicaba y los verdaderos líderes que existieron.