Capulina
Wilson Pedraza escapó de su casa hace 40 años buscando salir del infierno que vivía con su madrastra. Convirtió la calle en su hogar, y allí descubrió a su mejor y peor amiga; la droga.
Perfil realizado para la clase de Talle de Géneros Periodísticos (cuarto semestre, 2019-2), con el profesor David Mayorga.
Marcan las seis de la tarde en el reloj que está sobre la Carrera Décima con Avenida Jiménez. La hora pico está en todo su furor. El flujo de gente es mayor, como el apuro con el que van rumbo a su hogar. El transporte está congestionado, la ciudad en caos. El cielo está cada vez más oscuro y la noche, más cerca. En la Plaza de la Mariposa aún están asentados los últimos comerciantes que plagan este lugar a diario: unos están desarmando su puesto de trabajo, otros esperando a su último cliente del día. El panorama después de cruzar la Caracas cambia; en cada esquina hay un factor común, habitantes de la calle que se disponen a tomar su turno para empezar a realizar cortas pero agotadoras jornadas en su trabajo: el reciclaje, que les dará para su dosis del día.
‘Capulina’ se encuentra junto a su cambuche en la Carrera 17, esperando a ser llamado por los comerciantes del sector para recoger el cartón que le dará su cuota de la jornada. Da inicio a su peregrinación desde la Carrera 15 hasta la Clínica Centenario. Allí, después de terminar su expedición, se dirige a las bodegas de reciclaje que le compran el cartón que recoge. El dinero que recibe lo dispone para comprar alcohol etílico, una papeleta de bazuco y un tarro de pegante, dosis que intercalará para saciar sus necesidades, pero sobre todo su dependencia.
El último censo de los habitantes de calle realizado en el año 2017 por el DANE, deja al descubierto que hay aproximadamente 9.538 personas en condiciones de indigencia en la ciudad de Bogotá, con la mayor concentración en la localidad de Los Mártires que cuenta con 18,35% del total, es decir, cerca de 1.750 personas. Este estudio también señala que las sustancias más consumidas son la marihuana, el bazuco y el alcohol.
“El pegante es para los domingos, ¿para qué entre semana si tengo el alcohol y el bazuco? Eso es para cuando no hay que vender o cuando el hambre ya no aguanta”, dice ‘Capulina’, quien lleva aproximadamente 40 años en la calle, no recuerda su edad pero sí su nombre de pila: Wilson Pedraza. Salió de su casa por culpa de su madrastra, pues era objeto de constantes maltratos por parte de ella. Su madre murió cuando él y sus hermanos eran niños. La calle se convirtió en su hogar, el andén de la estación De la Sabana de Transmilenio fue el lugar elegido para armar su cambuche. Su apodo es en honor a su hermano mayor, Jorge Pedraza, quien fue asesinado por robar.
Aunque él afirma que solo consume pegante los domingos o en casos de emergencia, varios comerciantes del sector, quienes lo aprecian bastante, manifiestan que han sido varias las veces en que lo han visto pasando por enfrente de sus negocios con un tarro de bóxer, en muy malas condiciones, inhalando y delirando a la vez.
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Las sustancias inhalantes, en este caso el bóxer, tienen una repercusión mayor en los adolescentes que en los adultos. Sin embargo, personas que están en condición de calle muchas veces lo encuentran como una solución para saciar la necesidad de alimentarse. Katherine Guerrero, toxicóloga del Hospital San José, explica los efectos del consumo de pegante: “…es una sustancia hidrocarburo, que se encuentra compuesta por tres químicos: xileno, tolueno y benceno. Lo que genera esto es una hipoxia, es decir, una disminución en el flujo cerebral que ocasiona placer, debido a que la vida media, que es lo que dura la sustancia al llegar al cerebro, es muy corta, haciendo que las personas todo el tiempo lo estén inhalando. El bóxer no es una sustancia que tenga un receptor a nivel cerebral que genere tolerancia o dependencia, como las sustancias psicoactivas”.
El consumo de inhalantes puede causar desde infartos y disminución en las capacidades cognitivas, hasta la pérdida de un riñón. Asimismo, la doctora aclara que, debido los componentes químicos que contiene esta sustancia, causa lesiones al líquido blanco del cerebro, generando arritmias cardiacas, lesiones a nivel renal y cáncer a nivel plasmático, siendo el daño casi irreversible en muchas situaciones. Igualmente, Guerrero afirma que es muy poca la población que se dirige al hospital o a centros de rehabilitación por los inhalantes, son otro tipo drogas químicamente adictivas que lleva a las personas a esta instancia. Esto se puede evidenciar en una de las cifras que da el Dane en su censo, donde certifica que 20,59% de las personas consumen este tipo de inhalantes, resaltando que 2,6% de los habitantes de la calle la consumen como sustancia principal, siendo el bazuco la que predomina.
Este es el caso de ‘Niche’, otro reciclador que habita en frente de los parqueaderos de la Avenida Jiménez con Carrera 16, quien afirma que la sustancia que consume diariamente no es el pegante, pues las tres o cuatro veces que lo ha probado ha visto al mismo “diablo”, ocasionándole fuertes dolores de cabeza y vómito, razón por la que prefiere consumir otro tipo de psicoactivos.
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Las arrugas de su rostro, la falta y descomposición de sus dientes, el poco entendimiento y coherencia de sus palabras, la pestilencia a alcohol y pegante, la delgadez extrema de sus piernas y brazos, son el reflejo de esos 40 años que ‘Capulina’ ha permanecido en la calle consumiendo, donde ha tenido que lidiar con los cambios climáticos y la estigmatización de la sociedad.
Conoció el amor, pero un Transmilenio se lo arrebató, y hasta el sol de hoy no sabe qué pasó con aquella mujer que al parecer en su vientre tenía un hijo suyo. Sin embargo, ‘Capulina’ aclara que su único y fiel amor ha sido su padre: “yo a mi cucho lo quiero mucho, es lo más importante para mí, pero lo dejé de ver hace como 15 años, no le quería hacer más daño”, dice Wilson, con su rostro invadido por una tristeza absoluta y su voz entrecortada. Lo único que añora de su vida pasada es a su papá.
Ya son las 6.30 de la tarde. ‘Capulina’ debe volver a su trabajo, pues la ausencia puede perjudicar la cantidad de cartón que reciba. Quizá siendo esa una excusa falsa, no permanece ahí para no seguir ahondando en su anterior vida. Él se queda en aquel inframundo, donde la noche es escenario de personas deambulando, delirando, consumiendo y donde en medio de esa oscuridad, perciben aún más la soledad. Antes de marcharse le pregunto “¿no se va a rehabilitar?”, a lo que él me responde “no, ya no. El día que muera, ese día va a ser”, lo dice con la voz entrecortada.
Con su sonrisa a medio hacer y los ojos aguados Wilson se despide recogiendo su costal, con él recolectará su cuota de hoy.