Facultad de Comunicación Social - Periodismo

Sombras de inclusión

Nuestra sociedad se diversifica constantemente en virtud de la inclusión de personas que habían sido invisibilizadas a lo largo de los años; las ha restablecido, las ha apoyado. Pero, ¿qué pasa cuando no? En algunos casos simplemente se queda en palabras, sin acción alguna. Te invitamos a conocer las dos caras de la inclusión.

Editado por: Profesora Estefanía Fajardo De la Espriella

Crónicas realizadas para la Unidad de Redacción de Conexión Externado (Tercer Semestre 2023-1), bajo la supervisión del profesor Fernando Adrián Cárdenas Hernández.

Las instituciones educativas de Bogotá deberían velar por la seguridad e integridad de todos sus estudiantes. No es un secreto que las diversidades sexuales y las mujeres son vulnerables en cualquier espacio, pero el área educativa tiene la responsabilidad de ser la primera en enseñar sobre el respeto y reconocimiento de las diferencias. Estas son dos historias que revelan el poder o la ausencia de la justicia restaurativa para la dignidad de las personas. 

La inclusión no se ve de la misma forma en todos los colegios en Bogotá, por eso nos transportamos a dos historias que dejan ver la forma de implementar la inclusión en los espacios escolares  de Bogotá donde, en algunos casos, esa palabra brilla por su ausencia. 

Queremos narrar las dos caras de la inclusión: la que prospera y la que falla. Por eso, Francisco Beltrán, rector del colegio Instituto Técnico Internacional, sostiene que el secreto es pensar en la promoción de los derechos humanos desde la dignidad humana. “Ojalá que nadie tuviera que restaurar a nadie, ojalá con sensibilización, formación y educación logremos salvar esto”, dice.  

La historia de Antonia y de Tatiana son ejemplos claros de una problemática que debe ser abordada en las instituciones educativas con urgencia. Sus voces merecen ser escuchadas. 


CRÓNICA 1

Una “O” por una “A” 

Antonia es una adolescente transgénero que está en 10° grado. Abrió las puertas de su casa y de su corazón para contar esta  historia. Además, nos compartió su realidad en el colegio Gustavo Restrepo, el hogar que la ha aceptado desde el primer día.  

“¡García, siéntese!”, gritó Miguel Ángel, el profesor de ciencias sociales de Antonia.  

Sonaba Envolver de Anitta, su cantante favorita y no podía evitar bailarla, tararear su letra, entonces se paró en la parte de atrás del salón y empezó a mover las caderas mientras sus compañeros la alentaban.  

“Eh, eh, eh”, gritaban arrodillados en las sillas del salón. Niyireth y Camila, sus mejores amigas, se unieron a ella bailando a su lado. Todos en el salón empezaron a aplaudir. A pesar de lo estrecho que era el cuarto, se las arreglaron para correr los puestos un poco hacia el frente y “perrear” en el fondo, tanto así que, en cuanto el profesor entró al lugar, solo pegó un grito y todos quedaron sentados.  Excepto Antonia, que no escuchaba, por lo que siguió bailando como si nada.  

Antonia tiene muy clara la forma en que se deletrea su nombre. A-N-T-O-N-I-A, ella dice que le resulta muy fácil recordarlo, pero para sus profesores parece una tarea complicada cambiar la “o” por la “a”. La mayoría lo conocía como Antonio, con la o,  con el cabello largo, los zapatos marca Nike sucios, el pantalón del uniforme color gris medio descolorido y la cremallera de la chaqueta dañada. 

Pero desde hace varios cursos su vestimenta es distinta. El pantalón se hizo corto y con prenses por encima de la rodilla, la chaqueta la lleva cerrada porque ha arreglado el cierre y dejó de usar tobilleras para cubrir sus rodillas con lana blanca que protege sus piernas del frío de la mañana.  

Es normal que se confundan cuando me llaman, aunque algunos solo deciden gritarme “¡García!” dice Antonia que es para ahorrarse la molestia de ser corregidos si se equivocan nuevamente en la última letra. No le molesta si sus profesores olvidan su nuevo nombre, entiende que para ellos todo cambió de un día para otro, aunque para ella fuera una completa transición.  

Los días pasaron y se sentía encerrada en un cuerpo que le pertenecía a alguien más. Trataba de ocultar esos rasgos que la hacían sentir incómoda: el vello, la mandíbula, el peinado. Se depilaba las cejas y era especialista en cuidar los detalles de su skincare, como si al salir de su casa fuera a encontrarse con un montón de fotógrafos. Se dejó crecer el cabello porque decía que eso la hacía verse increíblemente atractiva, así ninguna persona en el exterior entendiera la razón de eso. Cambió la forma de caminar, moverse, escribir y bailar, porque sí, baila espectacular, aunque dice que todo se lo debe a su mamá caleña.  

Se transformó  tanto que su círculo social empezó a hacer lo mismo. 

Ya ni siquiera me sentía bien con mi grupo de amigos, todos alzados y guaches todo el tiempo, se burla Antonia mientras sacude los brazos y hace muecas para imitar a sus compañeros.  

Con el tiempo empezó a integrarse con tres chicas que parecían amar toda su locura y excentricidad: Poste, Niyireth y Gineth.  Camila Gómez o “poste” como le dicen en el curso, es una adolescente de 1,68 de altura, con cabello corto, ojos verdes, delgada e interesantemente inteligente. Puede hacer los análisis de una persona de 40 años y no se queda callada frente a ningún intento de insulto o injusticia. 

Niyireth Casas, la líder del grupo, especialmente enojona y la única capaz de callar con un solo grito a todo el curso, lleva todo el tiempo una maleta de historias para cada ocasión: “yo también tenía un bolso como ese pero se me perdió en un bus yendo pa’ Juan Rey…”, dice. “Cuando estaba pequeña mi hermano mayor se robó un hámster como el color de tu pantalón…”.  

Esa son la clase de preámbulos que ella ha escuchado salir de su boca y por más cotidiano que parezca, es como si contara cada una de ellas en forma de fábula, cualquiera que la escuche se quedaría pensando en la moraleja. En su metro cincuenta de estatura guarda unos ojos cafés profundos y una sonrisa cubierta por brackets color azul. Es quien salva a todas en el grupo de ser matoneadas, sobre todo a Gineth, la única  que parece estar escondida debajo de una gran capa de bufandas y la sensación de miedo constante a ser vista.  

“La negra”, como le dicen todas, es un constante manojo de nervios que procura no respirar para evitar incomodar a alguien a su alrededor. Creo que su color favorito es el rojo porque todos los accesorios adicionales son de ese tono y varían a vino tinto en algunos casos. Es delgada y tiene el cabello más hermoso que haya visto, con unos crespitos tupidos en toda su cabeza y una cinta roja que evita que se le vengan a la cara.  

Para la periodista de esta historia, son el grupo perfecto, nunca había conocido cuatro niñas de 16 años tan originales.  

Mientras caminábamos por el patio del colegio, Niyireth habló sobre Antonia y explicó por qué andan para arriba y para abajo juntas. Se sentó en el pasto húmedo al lado de un gran edificio y se recostó en el tronco de un árbol desnudo por el invierno. Mientras arrancaba unas flores y les quitaba los pétalos empezó a hablar:  

Era una pelada cero “visajosa” y como se había cansado de esos micos, pues empezamos a pasar los descansos y se fue metiendo. La nena se hace querer, no te voy a mentir, y en parte a nosotras nos faltaba una. Porque dice mi mamá que los tríos no funcionan. 

Como si hubiese sido un tema de conexión, aceptaron a Antonia sin preguntar por qué se había cambiado el nombre, para qué usaba maquillaje, o cómo hacía para no tener vello. Fue una cuestión de amor. Por otro lado, Antonia reconoce que su espacio seguro, a final de cuentas, es el colegio. En su casa la vida es complicada, para empezar porque vive en Ramajal, y su casa queda lejos del colegio: casi llegando a la Avenida Caracas. El Gustavo Restrepo sede B es el único lugar que ha podido llamar hogar.  

El verdadero hogar 

Las directivas, las amigas y los profesores le han dado todo el apoyo, porque, aunque saben que su casa está hecha de lata, ladrillo, barro y miserias,  entienden que su corazón solo guarda esperanza, amor y respeto por aquellos que la han sabido aceptar.  

La comunidad educativa fue la que reunió un dinero para comprar el nuevo uniforme de niña, tachó la “o” en algunas listas, creó espacios para explicar qué significa ser transgénero y por qué es algo normal. Ellos reemplazaron a su mamá que, por trabajo y responsabilidades, había descuidado a su hija mayor. Si nos devolvemos a la verdad de la situación, ella tiene cuatro hijos más y no cuenta con tiempo para darse cuenta de su transición, sus sentimientos y la vida que lleva por fuera de casa.  

Aunque Antonia y su sonrisa tímida dejan ver la felicidad que se desborda estando en el colegio, en cuanto cruza la puerta, se apaga por completo y disminuye el volumen de su personalidad.  

Camina hasta la Primero de mayo y allí toma el L803 hasta su casa, pero en todo el camino no dice una sola palabra a nadie sobre nada. Es como si usara una máscara por fuera del colegio.  

En casa, su mamá Gabriela, está esperando impaciente a que llegué para salir a trabajar en el turno de la tarde. Como era de esperarse, es una mujer increíble, un torbellino que arrasa con todo a su paso, de cabello negro y espeso, con piel morena, delgada, con ojos profundos y absolutamente hermosa. Solo después de verla, ver el hogar que ha construido y escuchar su “mirá Anto, échale un ojo a Emanuel que está cansón”, entendí que las caleñas sí son como las flores, son esa clase de capullos que se abren incluso a pesar de todas las adversidades.  

Antonia es muy buena hermana, cuida de Josué, Emanuel, Isaac y Rubén como si fueran sus propios hijos. Cada uno tiene una personalidad increíblemente agotadora, pero como una buena hermana mayor, sabe manejarlos a todos. Aunque muy pocas veces escuché que le dijeran por su nombre completo, porque todo el tiempo se referían a ella como Toñi o Anto, saben perfectamente que se llama Antonia, pero eso es un mérito de ella.  

Les repetía todo el tiempo que mi nombre era Antonia y pues ahí se acostumbraron y ya me dicen Toñi o algo así, pero si se enojan me llaman Antonia García , acepta con orgullo mientras sirve la comida. 

Su casa está construida justo sobre la loma, por esa razón está inclinada. Ella duerme con su mamá en uno de los cuartos y sus hermanos en los otros dos. La palabra “cuartos” es un decir, son separaciones hechas con algunos ladrillos que ni siquiera llegan hasta el techo porque el material no alcanzó. La cocina es pequeña, apenas hay unos gabinetes bajo la estufa que se conecta y tiene dos fogones. El piso es de tierra y ella me enseñó a barrerlo con cuidado. La puerta suelen trancarla muy bien y esperan no levantarse con un susto al siguiente día.  

Antonia se despierta primero, por voluntad, no por imposición. Le gusta tomarse un tiempo para arreglarse bien. A veces toma un poco de maquillaje de su mamá para acentuar ciertas características que le gustan, como sus cejas. Usa un polvo más oscuro que el de su tono de piel para hacerse una especie de contorno. Dice que es un ritual casi religioso poder vestirse y arreglarse como ella quiera, porque Gabriela no le presta mucha atención y la única vez que le preguntó por qué parecía mujer, Antonia contestó: “má, es que así me siento cool”, y no volvió a salir el tema.  

La hermana mayor es la encargada de revisar que Josué e Isaac, gemelos de 12 años, lleven la tarea al colegio y no se le escapen por el camino. Emanuel va con la vecina porque solo tiene 8 meses y Rubén la acompaña hasta el colegio porque está dos cursos por debajo de ella, es decir, en octavo. Una vez en la institución, se quita la máscara, se sube las medias y cambia por completo. Se sienta al lado de la ventana en la segunda silla, delante de Gineth y detrás de Niyireth, preparada para corregir a algún profesor que se le haya olvidado cambiar la “o” por la “a”.  


CRÓNICA 2

La sombra de Tatiana 

Su sueño era ser la personera del colegio. Tatiana, una chica que siempre ha amado su escuela, caminaba por los pasillos queriendo no tener nada más que ver con lo académico ni con ella misma. Su vida había cambiado tanto en tan pocos meses, que creía que nada podía ser peor que ver su rostro, el rostro de otra flor marchita.  

 El cielo dejó de ser azul, llovía. Era 8 de marzo, el día de conmemorar a las mujeres, la fecha de cumpleaños de Sarita… y el día de su violación.  

*** 

Bogotá es una ciudad pintoresca que parece de muchos, pero en realidad es de pocos: de los que tienen un nombre, de los que vienen de familias reconocidas, de quienes tienen un carro, de los que trabajan en los edificios de más de 20 plantas. Pero… ¿Dónde quedan los que se demoran tres horas en un Transmilenio para trabajar y poder comer?, o los que no tuvieron más remedio que construir casas en latas o tubos de plástico o que pertenecen a una tercera parte de la población bogotana que está en pobreza. Así vive Tatiana. 

Ella está al lado de su mamá, Helena, y su tía Elsa, en el barrio Los Cerezos en Soacha, un lugar que con una sola mirada aparenta soledad, inseguridad y anarquismo; un espacio a donde el Estado no ha podido llegar con sus instituciones. Ella sale todos los días de su casa a las 3:30 de la mañana con temor de no poder volver. Las calles de este barrio no son calles, son trampas para quienes salen a tomar el transporte. 

Doña Elsa siempre estuvo muy preocupada por la estadía de la niña en el colegio, pero su madre se preocupaba más por la situación en el vecindario. 

—Mi barrio ni siquiera aparece en internet —, explica Tatiana. Y no existe ninguna ruta de Transmilenio o SITP para llegar a ese lugar. 

Con ella vive también su hermana más pequeña, Sarita, de ojos risueños y rizos perfectos. Ella es alumna de Tatiana, pues su familia no puede pagar sus estudios al mismo tiempo; ambas son amantes de las matemáticas y la física. Aunque su hermana apenas tiene 12 años ya piensa como alguien mayor. 

Tatiana tuvo que volverse fuerte por todas las situaciones que ha tenido que pasar en sus cortos 19 años. El recuerdo de como violaron a su mamá cuando ella solo tenía 8 años sigue grabado en su memoria y aunque ama a Sara, siempre recuerda que algún “hijueputa” como dice ella, es el padre de su hermana. Por tanto, decidió ponerse a estudiar para lograr su candidatura, quería lograr empoderar a las niñas de su colegio para que no las culpen por ningún tipo de violencia. 

Helena dice que no califica como barrio el lugar en el que vive, porque este requiere de muchas características que el suyo no tiene: seguridad, agua limpia, calles de verdad, policía, etc. Narra Helena que todos los viernes “pasa un grupo de jóvenes de dudosa procedencia” y las muchachas del sector tienen que guardarse en su casa con paranoia pues la cercanía con el monte y el paso de la carretera que lleva a la Cárcel Zaragoza son escenarios de crueldades para las niñas de aquel sitio. A pesar de todas las dificultades, la falta de educación nunca ha sido una opción para sus hijas. Es por eso que Tatiana asiste al Liceo Americano. 

Para llegar al colegio siempre se debe pasar por el Parkway, muy lejos de casa. A ambos lados del camino noto los jóvenes hablando, paseando a sus perros; unos mostrando sus habilidades artísticas y otros fumando marihuana. Al pasar unas cuantas cuadras llegamos a la Calle 24, caracterizada por su tráfico y el ruido de restaurantes, bares y el trabajo informal. En una de sus esquinas y sin pasar desapercibido, está el colegio de Tatiana.. 

Su fachada es de ladrillo, rejas de colores, mosaicos colocados en ellas. A la vuelta hay grandes portones por donde cada día los estudiantes llegan a aprender algo nuevo.  

Los estudiantes se divierten a la hora del recreo. Es lo primero que se escucha cuando entramos. Chicos y chicas jugando fútbol en las canchas, otros animándolos desde las graderías que suelen ser un poco duras sobre todo para quienes van en falda; los maestros, de bata blanca, se apresuran a tocar la campana que avisa que el descanso se ha terminado; en ese vaivén está Tatiana. Ella es alta, su cabello es negro azabache y lleva unas californianas color violeta. 

La vi sentada en un lugar bastante apartado de los salones, estaba sola. Quise acercarme a saludarla, pero es una mujer reacia, cualquiera que la viera pensaría que es una irrespetuosa antipática. Alguien pensaría que, dadas las circunstancias, Tatiana estaría insegura en su casa, por andar en falda o por comprar algo en la única tienda del barrio, pero no es así.  

¿Qué hay en este colegio? Salones, pupitres, en algunas ocasiones tienen canchas de fútbol o de baloncesto, hay más estudiantes, hay maestros. Pero… ¿Hay algo más allá de esto? El colegio debería ser un espacio seguro, libre y justo en donde toda actividad debería velar por la formación de seres humanos integrales.  

—Once iba a ser mi año preferido— dice Tatiana —. Había esperado toda mi vida de colegio para poder usar una chaqueta que tuviera el nombre de mi prom, y portarla para creerme superior por ser éramos los más grandes del colegio. 

—Yo quería ser la personera — agrega —, eso también me lo quitaron. Con el tarjetón número 4, Tatiana era postulante a la personería.  

—Me gustaba hacer campañas por TikTok-, dice y explica que esa red social es la que usan las personas que conoce. 

Tal vez lo que ella pensaba era que si usaba un saco todo resultaría más sencillo, sería una chica exitosa, podría relacionarse con todos, tendría una ceremonia y fiesta de graduación, elegiría el rumbo de su vida y podría ser personera, pero los caminos de la vida tienen huecos porque no es perfecta. Pero… ¿Qué cosas son perfectas o imperfectas?  

Lo imperfecto era sentir que el lugar que para ella representaba seguridad se convertiría en una tortura luego de los primeros meses del año. 

—Toda mi vida he soñado con ser como mi mamá, porque es valiente, es amable, tiene un corazón de hojaldre… pero nunca pensé que Dios se lo tomara tan literal—. Su rostro se iluminó y no necesariamente porque se estuviera sintiendo feliz; sus lágrimas rodaban por su rostro como cuando una avalancha arrasa con todo a su paso. 

Un martes como cualquier otro en el evento religioso que celebra el colegio estaba ella en el auditorio de la institución, un recinto con sillas rojas, así como las de un teatro con ínfulas, el espacio perfecto para ver una obra de teatro como Sueño de una noche de verano o Hamlet; sucesos que llevan de la comedia a la tragedia.  

La vida de Tatiana podría verse como una obra de teatro. Cuando era una niña solo tenía que preocuparse por saber cómo atarse los cordones de los zapatos, ahora tenía que cargar con el lamentable peso de ser una de las tantas mujeres que todos los días son abusadas. 

 — Cuando estábamos en aquel evento solo podía pensar en mi mamá — dice —, cómo iba a decirle que ella y yo éramos iguales, pero ahora sí. 

Era 8 de marzo, el día de conmemorar a las mujeres, la fecha de cumpleaños de Sarita… y el día de su violación.  

Llegó a pensar que ella tenía la culpa, sobre todo por deshonrar a todas esas mujeres que estaban luchando por sus derechos, y a las que tuvieron que morir quemadas por haber querido hablar. El 8 de marzo de 2022 Tatiana pasa a ser un caso más de violencia de género, de abuso sexual. El siguiente miércoles después del 8M era la posesión del gobierno escolar, donde eligen al personero, el consejo de profesores y directivos, los representantes de cada salón y se reconoce ante la alcaldía de Bogotá. Esa semana las cosas no fueron para nada sencillas. 

Un cuarto de paredes totalmente blancas sin ningún diseño, solamente un papel que muestra el horario de las clases de todos los estudiantes, una mesa redonda donde supuestamente se habla y se concilia, un computador en el que un hombre calvo de gafas y barrigón está sentado mirando lejos. La oficina de convivencia es el lugar donde menos podría estar un postulante a la personería, este debe ser un estudiante intachable sin proceso alguno; pero a Tatiana le tocó sentarse en esa silla, a escuchar como la humillaban y hablaban de su evento desafortunado como una historia de ficción demasiado dramática. 

Una novela escrita por J.K Rowling de fantasía y sucesos totalmente ficticios, eso era para la comunidad educativa en ese momento. Mentirosa, embustera y dramática son algunos de los adjetivos que aparecieron en los mensajes de Instagram de Tatiana; una candidata a la personería no puede tener ningún escándalo por convivencia. Si lo tuviera, ¿qué imagen estaría dando a los miembros de la comunidad educativa? 

El camino de rosas que tanto anhelaba nunca llegó. Tatiana salió de la oficina de aquel hombre con un papel en la mano, llorando de nuevo, dispuesta a “reventar a cualquiera que se le apareciera” y todavía le faltaba recorrer tres horas de camino para su casa. El papel era un acta en la que se sentaba el siguiente precedente: Denuncia por calumnia y atentado al buen nombre de alguien de la comunidad educativa, Mateo Vargas, compañero suyo. ¿Cómo podía pasar eso en una institución que forma seres integrales?  

Ella quería pensar en el fin de su cuento de hadas… o pesadilla demoníaca. Dice Helena que los intentos para aplicar a un proceso por justicia restaurativa fueron un fracaso, porque nunca hubo ningún proceso, ni llamado de alerta. La vida de Tatiana se desmoronaba cada vez más, pero su ultimátum fue saber que ya no podía seguir su candidatura, pues su agresor la había denunciado por difamación y en un colegio religioso, sostiene ella,  les creen a los hombres porque se forman para ser los nuevos sacerdotes y monjes que la sociedad necesita. Tatiana sufre depresión clínica y este momento repercutió de manera negativa en su salud. 

El 20 de marzo de 2022 es ingresada a una clínica para ayudarle a calmar sus impulsos; deseaba la muerte, en varias ocasiones intentó hacerse daño y mientras tanto, Mateo disfrutaba sus días de colegio. Salió dos meses después y en la institución se encontró con su victimario. Se han hecho los de la vista gorda, nadie dice ni hace nada, pasaron los meses y el caso se quedó en el papel, nunca hubo una expulsión o una sanción, solo a ella por estar contándole a sus amigas qué fue lo que pasó. 

Tuvo que graduarse en noviembre con él y ver como se ganaba la medalla al mejor compañero.  

— En ese momento pensaba en que era necesario crear un premio al mejor violador y él se lo ganaría. 

“Chicos, tengan un buen futuro… “, dice Germán Cárdenas, rector del colegio. Si tan solo el supiera lo que se siente ser violada dentro de un salón se ahorraría lo del futuro. Aquí es donde está lo imperfecto.