Chucky: un muñeco musical
Chucky García, curador de los festivales Rock al Parque y Colombia al Parque, un personaje bastante peculiar e importante para la música nacional.
Trabajo realizado para la clase de Pensamiento crítico y argumentativo II (segundo semestre, 2021-2), con el profesor Guido Tamayo.
Gustavo “Chucky” García es uno de los periodistas y curadores musicales más importantes del país. Su visión y personalidad le han permitido explorar la ciudad de Bogotá y sus sonidos para seleccionar los artistas que mejor representan la diversidad bogotana y así reunirlos a todos en un solo festival: Rock al Parque o Colombia al parque.
Bogotá tiene un programa cultural de festivales al parque único. Rock al Parque, uno de ellos, se ha consolidado como uno de los festivales gratuitos más importantes de Latinoamérica, y el cerebro detrás de los carteles de los últimos años es Chucky García. Este retrato permite conocer un poco más a este personaje e intentar entender cómo sus intenciones, gustos, intereses y vida lo han llevado a estar donde está y a ser una figura relevante en la escena musical colombiana y especialmente bogotana.
Desde lejos se le puede ver como un metalero o un rockero más. Un mechudo con ropa ajustada, de esos que se ponen las botas temprano para ir a armar el pogo. Pero este mechudo en particular es diferente.
Quienes lo reconocen en el lobby del Teatro Municipal Jorge Eliécer Gaitán lo saludan. Saludo va, saludo viene; beso da y beso recibe. Mientras saluda, guarda bajo su ruana una cajita en terciopelo azul que contiene una placa que le otorgó el Ministerio de Relaciones Exteriores ese día, honrando su trayectoria y aporte a la cultura del país. Él la medio presume cuando se encuentra con alguien, pero le parece irónico que se la hayan dado en un día como aquel jueves.
“Marica, yo me despierto esta mañana y veo Twitter, y veo el video de estos manes. Que la nueva guerrilla, que la nueva guerra, y no entendía nada. Luego voy y miro una foto que me mandan que hay una volqueta en frente del teatro y no entendía nada. Luego llego a dar la charla allá en el Ministerio y me dan esto y yo solo pensaba en la volqueta acá en frente de la entrada. Al menos se gastaron la plata en esto y no en balas”.
Ese día pasaba de todo. Desde temprano lo aquejaba que una volqueta estuviera entorpeciendo la entrada del teatro, como parte de un rompimiento adicional en el tramo de la carrera séptima peatonal que pasa justo enfrente del recinto. Era una historia que jocosamente le contaba a todos.
Mientras saluda en el lobby, lo recuerdo yendo de un lado a otro sobre la tarima durante el tercer día de Rock al Parque 2019. A sus 45 años creo que ha sido el único caleño en desnudar a Bogotá; en seducirla para conocer sus caprichos y gustos. Divisa la panorámica capitalina y busca, desde hace 5 años, hacer que todo eso que observa quepa en el parque Simón Bolívar, en un festival. Y es que habla del festival Rock al Parque como si fuera su hijo, un hijo por el cual ha trabajado arduamente y que ha visto crecer año tras año desde diferentes perspectivas que lo hacen afirmar: “Bogotá no es la misma”, es una ciudad donde todos tienen cabida en un festival.
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La curiosidad por la escritura lo llevó a estudiar Comunicación Social – Periodismo en la Universidad Externado. Por aquel tiempo no se visualizaba a sí mismo armando festivales. Cuando estudiaba, paralelamente escribía para una separata en el diario “La Prensa” –un periódico de oposición– llamada “Planeta Elvis”, justo en el momento preciso cuando Bogotá empezaba a parir géneros diversos y personalidades musicales novedosas.
Con grabadora en mano, Chucky se “patoneaba” esa Bogotá que hoy mira desde su terraza, escudriñando los rincones musicales de la ciudad para llenar las 12 páginas de la separata con descubrimientos y artistas emergentes. También era el encargado de hacer las entrevistas pertinentes para la separata, pues como era el “chino de la música”, debía cubrir todo lo que oliera a música, llegando a entrevistar personajes como Celia Cruz, Shakira, Carlos Vives, entre muchos otros que ahora residen en casettes en algún rincón de su casa.
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Mientras esperamos a Mariana, su novia, me habla de cómo se arma un festival. No es un trabajador de esos de oficina, prefiere trabajar desde su casa, en su intimidad y comodidad.
“Si yo trabajara en una oficina, no sería lo mismo”, afirma.
Hace un plan organizado, con una proyección a futuro, siempre pensando en lo que tiene que reflejar un festival como Rock al Parque o Colombia al Parque: la ciudad misma. Una ciudad que, dice él, hoy amanece lluviosa, con mucho ruido y mañana puede amanecer con un sol radiante llena de colores verdes y un cielo completamente azul. Una ciudad diversa, en constante cambio.
No piensa en esos debates que se hacen de qué es rock y qué no o qué es música colombiana y qué no. Tiene claro que la música ha cambiado porque esta ciudad ha cambiado y que su misión por más compleja y poética que suene es “llevar felicidad” a Bogotá.
–Hola amor –responde ante la llegada de Mariana. El Chucky toma su mano y caminan juntos por el lobby para entrar a la función. Los saludos dejan de ser exclusivamente para él. Así, juntos, entran al teatro y buscan una ubicación cerca a la tarima, en frente, al centro. Y así comenzó la función del primer día de Colombia al Parque.
Mientras Minyo Crusaders tocaban cumbia a la japonesa, y todo el mundo le preguntaba de dónde los había sacado, Mariana reposaba la cabeza en su hombro derecho y él simultáneamente llevaba el ritmo de esos carismáticos asiáticos en el muslo de ella, parecía un amor sincronizado con la música.
Ver pasar artista tras artista era presenciar que lo que había planeado y plasmado en el papel se había vuelto realidad ese 29 de agosto. Una vez más, con un poco de temor por las apuestas y riesgos que afronta al crear un cartel para un festival, por apostarle a artistas que no sabe si gustarán o no, todo un teatro –incluido él– gozaban de esa selección de artistas fruto de su curaduría.
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Es domingo, último día de festival. Mientras pide una salchicha alemana, él, a quien Fruko y sus Tesos le dedicaron “Flores Silvestres” la noche anterior, admiraba cómo salía el sol sobre el “simoncho” y hacía un paneo de la gente que disfrutaba yendo de un lado a otro a comprar, a comer, a bailar o a cantar.
Hacia las dos de la tarde nos sentamos a charlar mientras almorzaba. Al dar el primer bocado se hicieron notorios algunos “cariñitos” en sus manos, cariñitos proporcionados por Parce, Fina y Chapita, sus gatos, sus hijos. Considera que los gatos, “animales increíbles”, lo acompañan en su día a día; mientras esa terna felina se pasea por su apartamento, él está diseñando, escuchando, navegando y creando: armando festivales. Los presume casi que diariamente en sus redes sociales ya sea viendo algún partido, sobre su tocadiscos, panza arriba en alguna cobija o “arrunchados” a su lado.
Cuando está armando festivales, simplemente escribe. Escribe sobre música pero sin perder su deseo por escribir narrativas fantásticas, las mismas que desde pequeño lo encaminaron hacia las letras; esas que lo han llevado a explorar, crear y finalmente materializar o archivar narraciones que pueden convertirse en documentales para televisión, guiones para dibujos animados o terminar guardados en una carpeta sin ver nunca la luz, a la cual acudirá para transportarse de vez en cuando “hacia sí mismo”.
Cuando ya va por la mitad de la salchicha recuerda ese sitio donde la consume, el Parque Simón Bolívar. Ese en el que quiere que quepa toda una ciudad, el mismo.
“Más que una casa, el parque ha sido un laboratorio para mí”, dice.
Cuando vivía en Neiva, su madre lo mandó a él y a su hermana a presenciar la visita del Papa Juan Pablo II en la ciudad de Bogotá. Ese fue el primer encuentro entre el científico y su laboratorio. Años más tarde, en el 94, el encuentro fue más formal, uno en el que no estaba su santidad sino una aglomeración de personas que durante mucho tiempo fueron asociadas con satán: vivió la primera edición de Rock al Parque y allí conoció ese laboratorio donde experimentaría mezclando artistas y sonidos que combinaran entre sí y con Bogotá.
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“Estaba en la tarima y sentía como se movía el suelo cuando la gente saltaba. Cuando terminó de tocar Juanes, él y sus manager se me acercaron y ahí empecé a llorar”.
25 años después del primer Rock al Parque, Chucky seguía presenciando cosas increíbles como haber logrado ver a toda la gente unida y gozando la presentación de Juanes en Rock al Parque 2019, viendo a la multitud levantando los brazos e iluminando la plazoleta con los flashes de sus celulares, gritando y cantando al ritmo de aquella guitarra con distorsión a tope.
En su muñeca aún conserva una pulsera verde que le daba acceso exclusivo al escenario de la ya pasada edición de Rock al Parque y una pulsera gris que le daba acceso a este festival donde nos encontrábamos, Colombia al Parque. Lentamente se pierde entre la multitud hasta llegar al escenario principal. Ahora el resto del evento lo gozará como un asistente más, de esos que se tamiza entre cientos de asistentes a escuchar y “parchar”.
Gustavo, un hombre que atesora recuerdos de lo que ha pasado delante y detrás de muchas tarimas del rock nacional e internacional. Quien bajo su oscura ropa tiene ambición por la escritura, la música, el periodismo y mantiene un amor singular por los felinos. Que el apodo Chucky no nos confunda, no se trata de un muñeco diabólico, más bien, un muñeco hambriento por música, arte, cultura, por descubrir y por entender a una ciudad de muchos colores y matices.