Facultad de Comunicación Social - Periodismo

Viotá: tierra resiliente

Viotá, Cundinamarca; una tierra atravesada por el conflicto, que ahora, intenta superarse a través del trabajo en el campo.

Editado por: Profesora Estefanía Fajardo De la Espriella

Gran reportaje realizado para la clase de Taller de géneros periodísticos (Cuarto semestre-2023 I), bajo la supervisión del profesor Fernando Adrián Cárdenas Hernández.

Más allá de la guerra (Reportaje)

— “Esta segunda vez que me desplazaron me colocaron un arma, yo lloraba y, menos mal, que la china no estaba conmigo en ese momento, porque estaba en un solar escondida, y si no se me la cargan”. 

Tiempos marcados por la violencia en cada rincón de las veredas que conforman Viotá han dejado muchas víctimas sin reparación social. A los perjudicados por el conflicto armado el Estado no les ha cumplido. Los relatos de los pobladores, que no han olvidado la guerra provocada por los grupos armados, han dejado más de 8,000 víctimas. Ellos dan a conocer la tragedia que cargan en su memoria, porque las herramientas de reconstrucción aún no son suficientes.

Como lo mencionan las víctimas, aquel 29 de marzo se convirtió en el capítulo más negro de los viotunos, donde más de dos mil personas sufrieron de desplazamiento forzado. Aquellos habitantes salieron de sus casas con lo poco que pudieron llevar, lo único importante era salvaguardar sus vidas ante las amenazas de muerte impartidas por parte de los paramilitares, quienes venían a realizar una “limpieza” total de las personas que tuvieran nexos con las FARC.  

Es así como una población fue involucrada en una guerra comunista impartida por un grupo al margen de la ley llamado FARC, que estaba acabando cada día con las esperanzas de un pueblo. Pero la llegada de las Autodefensas Campesinas del Casanare (ACC), quienes en ese momento mantenía relaciones estrechas con el ejército colombiano, según el informe “La tierra para el campesino, es como el agua para los peces: memorias frente a la violencia estatal-paramilitar en Viotá, Cundinamarca (1989-2004)”, impartió el peor horror vivido por esa población. 

“En el 2003 hubo un desplazamiento masivo en toda la zona rural, muchos salieron del municipio, pero también muchos se quedaron” confirma Lina Palacios Pulido, enlace de víctimas de Viotá Cundinamarca.  

Los hechos ocurridos en Viotá desataron una gigantesca problemática de desplazamiento interno, donde los viotunos esperaban la intervención del Estado que los había olvidado. Sin embargo, esa intervención, aunque llegó, no ha sido suficiente para varios pobladores víctimas del conflicto. 

— Viotá no cuenta con los recursos más extensos que puede haber, porque Viotá es señalado como un municipio de sexta categoría, los recursos que llegan son muy limitados — describe Lina. 

— ¿Cuándo mencionas de sexta categoría, a que se refiere?  

— En cuanto al conflicto armado se dividen los municipios, entonces digamos que hay municipios que tienen mayor cantidad de población víctima entonces los priorizan, entonces a Viotá lo dejaron de sexta categoría, lo cual, a mi parecer, es injusto porque el municipio de Viotá tiene 8500 víctimas. 

Los municipios son clasificados para recibir diferentes ayudas para las víctimas de conflicto armado y utilizan criterios que se derivan principalmente del Plan Nacional de Atención y Reparación Integral a las Victimas y otros lineamientos de política pública, como por ejemplo la ley 617 de 2000 donde se clasifican los municipios en categorías. 

Viotá quedó en medio del conflicto, siendo el campo de batalla en disputa entre la guerrilla y los paramilitares. A los habitantes de las 19 veredas les tocó salir expulsados de la tierra que los vio nacer. “Cuando ocurrió esto, nos debíamos ir a un lugar en específico”, recuerda el señor Edwin, habitante de Viotá, quien se encontraba en una vereda ubicada en la parte alta del centro del pueblo “a mí me dicen que venían por aquella parte, entonces me bajé en el último carro con la pañalera y mi niño”. 

De esa forma tan inesperada, don Edwin y su hijo llegaron a Viotá buscando resguardo y protección por parte del Estado. Pero cuando llegó la Cruz Roja a ofrecerle ayudas, no le fue posible acceder a los beneficios, “Yo no resulté en ningún listado, porque yo me encontraba en un hospital por un dolor de estómago”. 

Mientras esto ocurría, en otras veredas la situación no era diferente, porque los pobladores eran desplazados a la fuerza. Tal fue el caso de la señora Alba Mariana Ortega, quien para la época ya había sido víctima de un desplazamiento anterior, ocurrido en los Llanos Orientales, donde lo perdió todo.  

Este segundo desplazamiento fue aún más violento que el anterior:

— Primero me desplazaron del Llano “El Dorado” y luego me desplazaron de acá. 

—  Esta segunda vez que me desplazaron me colocaron un arma, yo lloraba y menos mal que la china no estaba conmigo en ese momento, porque estaba en un solar escondida, y si no se me la cargan. 

Momentos de incertidumbre vivieron los pobladores, quienes habían escuchado de las masacres cometidas por las AUC en otros pueblos, y por seis días se resguardaron del peligro en la iglesia del casco urbano de Viotá. Estos hechos quedaron plasmados por “Hacemos Memoria”, (Unidad de investigación del conflicto armado de la Universidad de Antioquia), quienes realizaron una publicación llamada “Viotá la roja”: la revolución agraria que la guerra apagó”. 

“Duró más o menos una semana, todo el mundo asustado y preocupado, eso fue como una clase de revolcón, hasta que las comunidades retornaron a la normalidad”, recuerda el señor Edwin.  

Varios pobladores se quedaron tras el ataque, otros retornaron, pero aquellos que no tuvieron tanta suerte en esta guerra con varios rostros, tuvieron que marcharse dejando todo atrás. Una de esas víctimas fue la señora Isabel Lozano, desplazada en 2003 junto a su hijo menor. Se vio obligada a salir de su pueblo porque su hijo mayor se fue a cumplir con el honor de Patria, prestando su servicio militar. Sin embargo, esta información llegó a oídos de los grupos armados, y una mañana llegaron a tocar a la puerta de su casa preguntando por su hijo: 

— ¿Dónde está el nosecuantas, patiamarrado que lo necesitamos, llámelo que necesitamos hablar con él? 

—Si no nos da razón de su hijo, se tiene que ir. 

En ese momento, por la mente de doña Isabel pasaron los peores pensamientos. Ella no permitiría que les hicieran daño a sus hijos, “porque si yo no entregaba al mayor, me mataban al menor”. Así que decidió acatar la orden del grupo armado para evitar que a su hijo mayor sufriera algún daño, como le ocurrió a su esposo, quien fue desaparecido y asesinado el 19 de diciembre del año 2000. 

Le pregunté si podía contar ese suceso que la había marcado tanto, para entender un poco más por qué estaba tan decepcionada del apoyo del Estado hacia las víctimas. 

“Él era comerciante, compraba café, mango, lo que le vendieran”, asegura ella. Y agrega que aquel día su esposo se dirigió hacia la vereda Alto del Trigo, en Jerusalén, para recoger un cargamento de mango acompañado de su hijo menor. Llegaron al lugar en la camioneta utilizada para trasportar la mercancía, pero el producto no estaba listo, porque los trabajadores no habían llegado aún para empacar el mango.  

Padre e hijo deciden sentarse a esperar a las personas que empacarían el mango. De un momento a otro, llegaron dos sujetos con botas de trabajo y vestidos de civil. El esposo de la señora Isabel pensó que eran ellos y le dijo a su hijo: “Papi ya ahora si vienen los trabajadores, pa’ ponernos a empacar el mango”. Cuando se dio la vuelta, uno de los sujetos sacó un arma y le dijo: 

— Usted es Edgar Torres. 

— Sí señor yo soy, ¿qué se le ofrece? — responde don Edgar. 

— Es que el patrón lo necesita.   

Sin mediar palabra lo arrojan al piso, lo amarran y se lo llevan. El hijo de doña Isabel se queda en aquel lugar con el conductor del camión, aquel niño escucha unos disparos sin imaginarse que habían dado por terminada la vida de su padre. En horas de la noche llega el señor de la turbo a casa de la señora Isabel con el niño y le dice: “A él lo necesitaba el patrón, porque todos los comerciantes tenían como que pagarle vacuna”, sin mediar más palabra, el sujeto se va y doña Isabel se quedó esperando la llegada de su esposo, e incluso lo reportó como desaparecido, pero él jamás apareció. 

—Cuando mi esposo desapareció, yo andaba de pueblo en pueblo pegando volantes con la foto de él buscándolo y nunca tuvimos ayuda del estado para nada. 

Por todo eso, doña Isabel prefirió irse aquel día del pueblo, llegando a Bogotá, donde duró cuatro años. Después de este tiempo, ella decide regresar de nuevo a Viotá en búsqueda de nuevas oportunidades que reivindicara los hechos victimizaste por los que pasó, pero eso hasta hoy no ha ocurrido. 

— Yo tengo 22 años, voy a cumplir 23 años que me mataron a mi esposo y me ha tocado en la vida una lucha con mis hijos. 

—Para mí, el Estado nunca ha estado presente en la situación de nosotros. 

Después de todo lo ocurrido en Viotá, el pueblo se comenzó a reconstruir, para tratar de cambiar esa estigmatización con la que habían quedado, “para el año 2005 nace el Centro Regional de Atención a Víctimas en Viotá” -explica, Lina Palacios- “en donde se brinda asesoría y trámites para la reparación integral a las personas que sufrieron cualquier acto de violencia”, que dejó el conflicto armado en el municipio. 

“En este lugar desempeñamos tres funciones: administrativa, social y de gestoría”, menciona Lina, “aunque ya se venía tratando el tema de justicia y paz para la población víctima, se crea el programa de la Unidad para las Víctimas, para que sean netamente las víctimas del conflicto armado quienes se beneficien”, agrega. 

Aparte de la Unidad de Atención a Víctimas, también se creó la Mesa Municipal de Participación de Víctimas, integrada por organizaciones que contribuyen con el cambio del municipio y comités radicados a nivel nacional, como el Comité de Justicia Transicional. Por medio de estas entidades, se realiza el correspondiente seguimiento a los programas, a las víctimas e incluso a los reincorporados que por los acuerdos de paz llegaron a Viotá. 

Sin embargo, para las víctimas y los mismos reincorporados, la creación de estos lugares y grupos no han sido suficiente para contribuir con la atención integral que requieren. Debido a que los diferentes programas, proyectos productivos y de vivienda, e incluso indemnizaciones, se retrasan, demoran o no llegan a la población. 

— Tengo cuatro hechos victimizaste y ni por esas he recibido ayuda por parte del Estado — recalca Isabel. 

— ¿Qué solicitudes ha realizado ante las entidades? 

— Yo he pasado aquí en las alcaldías para ayudas de pronto de un lotecito o una casita porque yo acá pago arriendo y nunca ha sido posible nada, e incluso me iban a sacar del servicio médico que me da el estado, por ser víctima, por tener el negocio, solo por aparecer como comerciante. 

Situaciones como estas la viven muchas de las víctimas del conflicto armado en Viotá, pero no todas hablan sobre estos temas, ya que, aunque la violencia entre grupos armados no continúa, los pobladores sienten temor de recordar y nombrar lo sucedido. 

 “El Gobierno suma, pero no resta”, explica la señora Mariana Ortega “Lo más importante para una persona cuando la sacan es tener en dónde meter la cabeza”. Como lo mencionan las víctimas, desean que realmente el Estado o las entidades competentes les brinde realmente lo que necesitan, para no estar todos los días tocando puertas, solicitando ayudas o un mercado, como si fueran limosneros. 

“A nosotros nos mataron las esperanzas y las ilusiones, no nos mataron un familiar, pero nos quitaron todo el derecho a vivir bien, nos mataron nuestro futuro, nos mataron nuestra estabilidad, nos mataron todo”, concluye Mariana Ortega. 

Una vida sin alias (perfil)

Antes de ser guerrilleros, fueron campesinos, que, azotados por la desigualdad decidieron hacer una Colombia más justa, pero por el camino equivocado. Hoy Luis y José trabajan de nuevo en el campo viotuno, para cosechar nuevas semillas de reconciliación.   

Crónica fotográfica