Una carta para el Valle
El Valle de luto por 150 víctimas. En ese 1995 no se sabía a quién culpar del accidente, si al avión, al monte o a los rescatistas.
Editado por: Laura Sofía Jaimes Castrillón
Crónica realizada para la clase de Taller de géneros periodísticos (Cuarto semestre – 2024 l ), bajo la supervisión del profesor Fernando Adrián Cárdenas Hernández.
Las voces de los primeros rescatistas en llegar al accidente de American Airlines han sido compiladas en un nuevo testamento. Son palabras extraoficiales que relatan la versión jamás contada por los medios de comunicación del vuelo 965.
Dedicado a los familiares de las víctimas y a los bomberos de Buga, que vestidos de gallardía, se enfrentaron a uno de los rescates más desoladores para la región.
*Relato imputado
Cada año se juega por estas fechas un partido de fútbol. Es tradición en el Cuerpo de Bomberos Voluntarios de Buga. Nos prestan el estadio una noche y nos agarramos a golazos. Los equipos se dividen en dos: bomberos solteros y casados. Esa vez me acompañó mi esposa y mi sobrina. El estadio es pelado. No tiene techo y desde la gradería se ven las montañas del noreste. Ellas viendo pa’ las montañas, contemplaron un resplandor. Como un fogonazo de luz. “¿Viste eso?”, pregunta mi esposa a mi ahijada. “Sí, tía”. “Mañana tu padrino va a estar allá arriba”.
Iban a llegar 163 personas. Era 1995. Fue quizá, el 20 de diciembre más llorado de la historia del Valle del Cauca. Iban en avión. Era un Boeing 757. Fue quizá, el accidente aéreo más doloroso para el departamento. Iban pensando en la feria de Cali, la navidad, la familia.
Fue quizá el choque más fuerte que iría a recibir en toda su existencia el cerro de San José en Buga, Valle del Cauca. Estaba de noche. Solo sonó el encontrón del vehículo contra el monte. Se iluminó el cielo. El fuego tiñó momentáneo el manto negro sobre el que reposaron las estrellas. 9:40pm, el vuelo que venía de Miami, nunca llegaría a Cali.
Poco importó quién ganó ese partido de fútbol. Nos fuimos antes de las 10:00pm para el cuartel general, allí habíamos parqueado las motos y los carros. Como queda muy cerca el estadio a la sede de los bomberos, resolvimos irnos a pie. Casi que apenas llegamos sonó el teléfono. Fernando Galvis estaba en guardia y contestó.
-Muchachos, me llaman de El Placer -nos dijo-, dizque vieron pasar bajito un avión hasta que sintieron un golpe arriba en la loma.
Se me vino a la mente la fugaz conversación entre mi esposa y mi sobrina.
-Cuando la gente se asomó, vio salir candela de lo que parece ser el avión -sostuvo Galvis.
“Ellas tienen razón”, pensé. “Mañana vamos a encaramarnos al monte”. Como que pensé muy duro y un colega me dijo:
-Mañana no, cámbiese ya, nos vamos de una.
Nosotros estamos preparados para atender cualquier siniestro. No teníamos el equipo. No teníamos aparatos eléctricos ni de última tecnología. Solo tuvimos la voluntad, y fue esa voluntad fue la que nos hizo quitarnos los guayos y ponernos las botas militares. Nos cambiamos la pantaloneta por el overol caqui. Un casco de protección y nos metimos como cinco bomberos en cada camioneta. Salieron dos vehículos para El Placer.
Mientras tanto Galvis le marcaba al Aeropuerto Internacional Alfonso Bonilla Aragón, grabado en la aeronáutica como CLO porque queda cerquita a Cali.
-Ring ring-ring ring… ¿Aló? Buenas noches, aquí Bomberos Buga. ¿Hay alguna anomalía con los vuelos?
-Negativo -le respondieron del aeropuerto.
-Desde la vereda El Placer, nos reportan un accidente de avión, por favor verifiquen.
-No hace falta ningún avión. No es posible.
Eran las 10 de la noche pasaditas y seguían timbrando de la vereda. Galvis atendía las llamadas y anotaba los detalles que daban, aunque era más el susto que la información nueva que notificaban. Llamó de nuevo al Bonilla Aragón y respondieron lo mismo. Hasta que, después de un rato devuelven la llamada.
-Bomberos Buga, reportamos la pérdida de una aeronave -dijeron del aeropuerto.
Galvis les facilitó los datos que necesitaban para pedir ayuda a socorristas y grupos médicos de apoyo. Lo que no sabían en Cali, es que desde mucho antes de que ellos emitieran un comunicado de emergencia, los Bomberos Voluntarios de Buga, ya estábamos haciendo fila, rogando por entrar a la montaña lo más pronto posible.
Nuestras intenciones se vieron truncadas por el Batallón Palacé. Nos frenaron antes de emprender la subida. Hasta el sol de hoy, no sé quién dio la orden para que no dejaran pasar a las entidades de apoyo como lo son los Bomberos. Nos quedamos ahí, quietos en primera hasta que como a las 11:15pm mandaron a devolvernos al cuartel.
Sentía desespero de querer llegar. Nosotros entrenamos fuerte cada semana. Sino son 4, son 5 días dándonos látigo, pa’ que, en situaciones como esta, podamos tomar cartas en el asunto. Y no. Nada. Que dizque no podíamos subir. Que no estábamos autorizados.
Se podía llegar a El Placer de dos formas: por aire, con un helicóptero que estaba en el helipuerto del Batallón, de uso limitado y restringido. O subir por tierra pasando la Magdalena, La Habana y Alaska, pero adivinen qué, el camino de la montaña, que en ese entonces era una trocha destapada, también estaba limitado y restringido.
Un poco inconformes por las decisiones a las que estábamos subordinados, nos quedamos esperando en el cuartel la autorización de auxilio del Bonilla Aragón. Un poco durmiendo, un poco estresados, un poco despiertos.
-¡Levantarse! -ordena el Capitán Molina-. “El comando ya autorizó la intervención”.
Corra papito. Ahí sí, morral y actitud en mano. Nos echamos la bendición y nos fuimos al monte a salvar la poca esperanza que quedaba. 3:00am del 21 de diciembre. Le metimos pedal a las dos camionetas. Llegamos a las 7:00am a la vereda. Parqueamos en las canchas de fútbol. Ahora había que llegar a donde las llantas no pudieron: al lugar del accidente. Entonces nos fuimos en un grupo como de diez bomberos.
A cada paso aumentaba la dificultad del trayecto. Más matas, más empinado el monte. Ya estaba subiendo un poquito la temperatura, pero estábamos a nada del Páramo de Pan de Azúcar. Yo pensaba en las personas, “¿cómo sobrevivieron esa noche tan fría?”, claro, si es que había sobrevivido alguien. La soledad eternizada es la cobija de la montaña. Se viste con tantos harapos herbales que forma una maraña complicadísima de cruzar. Se fueron quedando unos colegas en el camino.
-¡Carlos! Siga con Alfredo, me gritó alguien.
-¡R!, le correspondí.
Las piernas iban a no sé cuántas revoluciones por minuto. Confundido por la manigüa, el miedo y las ganas llegó el cansancio. Para rematar, nos dijeron que por ahí andaba la guerrilla y que fuésemos precavidos. Yo le pongo que fue una hora y media de subida. A más de 2500m de altura, esa horita larga se sintió medio pesada. Pero no me maluquié sino hasta que me tropecé con unos pies.
Debo admitir que le agarré ventaja a Alfredo, entonces no tuve con quién quejarme de la subida, pero los pies inertes con los tacones azules salidos de ellos, me bajaron las quejas al suelo. Me recordaron el por qué me fui pa’ allá. Mejor dicho, pa’ acá. Yo fui el primer rescatista en llegar. La primera imagen que me hizo sudar frío fue el cuerpo fallecido de la azafata. El primer cuerpo de más de 150 que vería con heridas graves en las extremidades, moretones en el rostro y charcos de sangre disfrazados por el follaje selvático.
Alfredo aún no terminaba de subir, tal vez estaba batallando con su machete. Lo llamé y medio me respondió. Con la certeza de que él seguía conmigo, me di la tarea de buscar cuerpos con vida. Asistirlos a las casi 9:00am no era un récord, era lo que había. Pero, para mi sorpresa, yo no estaba solo. Resulta que al pie del avión hecho trizas había muchísima gente. No eran pasajeros. Eran locales. Civiles (creo). Los vi esculcando maletas y requisando bolsillos de cadáveres. Me enojé con esos personajes de televisión con una rabia que me carcomía el cerebro.
-¡Ayuda! ¡Ayuda! -escuché gritar.
Pasé entre gente y escombros. Era un hombre.
-Señor por favor, busque a mi hijo -me decía-, lo estuve llamando y me contestaba.
Llegó Alfredo. Examinó si había más pasajeros cerca. Aunque casi todo el fuselaje estaba dañado o quebrado en pedacitos, los cuerpos estaban unos encima de otros, permitiendo de alguna forma tristísima pero cierta, la búsqueda en un perímetro pequeño de más vidas.
-¿Lo encontró? ¡¿Está vivo?!, exclamaba el señor.
Entre un asiento estaba el niño. Sus piernas estaban atrapadas entre otro asiento con escombros. Presionaban tan fuerte sus extremidades que el niño por sí mismo no pudo salir. Estaba de cabeza. Quedó atrapado con los brazos colgados. Tenía sus párpados cerrados.
“Tómale los signos vitales RÁPIDO POR FAVOR”, me dije a mí mismo.
“Por favor,
por favor,
por favor.
Dime que estás vivo.
Dime que respiras,
por favor”.
De mi cerebro salió la rabia y se colmó de culpa profunda. La cabeza del niño estaba moradísima. Claro, cómo no, si estaba patas arriba desde hace más de 12 horas. “Si hubiéramos llegado antes, si tan solo hubiesen autorizado la subida más antes”…“¡Shhh, Carlos!, sienta el pulso”, me regañé.
-Señor -resolví decirle al hombre que me encomendó la búsqueda-. Su hijo está vivo, pero está inconsciente.
-Me llamo Gonzalo Dussan.
-Yo soy Carlos Daraviña, bombero voluntario de Buga.
-Gracias Carlos.
-Tenemos que llevarlo rápido al hospital. Estuvo mucho tiempo suspendido entre las sillas.
-¿Qué hacemos?
-Viene un helicóptero con bomberos para auxiliarnos, ¿conoce de más cuerpos con vida?
-Pues, apenas nos estrellamos, desde que volví a estar consciente, escuché muchos gritos. Se me hace que había más gente viva -comentó Dussan.
-¿Por qué se demoraron tanto? -una señora que también estaba herida me interrogó.
Se le veía en la cara el enojo. Nos gritaba palabras con un ardor profundo. Y la entendía perfectamente. Pero me quedé callado y me tragué la culpa.
Como te digo, nosotros no teníamos ninguna herramienta especializada como tal. Nuestra labor era sudada y nos habíamos puesto la 10. Empezaron a llegar socorristas de otras entidades. Pero al igual que los locales, varios de ellos esculcaron, y me atrevería a decir que no priorizaron la atención a los afectados. Con el paso de tiempo, los personajes de televisión que te contaba desde antes, se fueron yendo. Dicen que esa vereda se enriqueció mucho con los dólares y regalos de Miami que llevaban en el vuelo. No puedo afirmarlo, pero tampoco negarlo.
Al rato llegaron más colegas. Y seguíamos esperando al helicóptero. Por la altura de los árboles y el estupor de la zona, se complicaban las maniobras del vehículo. Mientras tanto, con Alfredo, agarramos una botella de Whiskey que había por ahí entre tanta cosa. La abrimos y como es un licor con un porcentaje alto de alcohol, casi puro, la usamos para desinfectar lo mejor posible las heridas del niño de Dussan. Dirán que eran técnicas rudimentarias de primeros auxilios, pero en esas fue posible acercar el helicóptero.
Mandamos en una camilla al niño. Directo al Hospital Universitario del Valle (HUV) en Cali. Notifiqué la novedad. Y así, fuimos mandando. Gonzalo Dussan tenía una hija, Michelle, que a diferencia de su hermano, fue bajada para la cancha de fútbol de El Placer en una camilla improvisada con una parte del fuselaje del avión. No había derecho. Ralla la recursividad con la falta de recursos.
Cuando volvió el helicóptero, evacuamos al resto de personas. Fueron 5 los sobrevivientes. Me fui de la montaña para Buga a las 5:00pm. Estaba cansado de subir y bajar monte, pero también, de aguantarme la impotencia de actuar. Esa rabia y culpa que me tragué al inicio de la mañana, ahora se revolvían en mi estómago. El olor de putrefacción cala en mis fosas nasales y eso no se olvida fácil. Es más, creo que nunca llega a olvidarse por completo.
…
En 1996, por primera vez en Colombia, el gobierno hizo una lectura a los Cuerpos de Bomberos e inyectó en ellos capacitaciones, un poquito más de plata y un poco menos de indiferencia. Hoy, a casi 30 años de lo sucedido, recuerdo el estrés, el coraje que a veces uno no se reconoce a sí mismo, la valentía de aventurarse a un cerro relegado de un municipio del Valle.
Debo admitir que hubo periodistas que llegaron hasta allá pero solo por la noticia. Tan necesitados estaban ellos que cogieron a cualquier pelagato que parecía ser socorrista y lo entrevistaron. De a poquitos y con esa ciencia, fueron tejiendo una historia a medias sin saber realmente lo que pasó desde el minuto cero. Por eso hoy les cuento una de tantas versiones, que ha sido apabullada por la rimbombancia de documentales extranjeros.