Un milagro entre las cenizas
El incendio en San Victorino que se originó en el edificio La Ocasión, se llevó consigo la estructura de lo que quedaba del Teatro Ponce y gran parte de los locales que albergaba. Fabricopor, casi por milgaro, sobrevivió casi intacto a las llamas que consumieron sus alrededores.
Editado por: Laura Sofía Jaimes Castrillón
Crónica realizada para la clase de Taller de géneros (Cuarto semestre 2022-2), bajo la supervisión de la profesora Laila Abu Shihab Vergara.
El incendio en San Victorino que se originó en el edificio La Ocasión se llevó consigo la estructura de lo que quedaba del Teatro Ponce y gran parte de los locales que albergaba. De alguna manera, quizás por un milagro, Fabricopor sobrevivió, casi intacto, a las llamas que consumieron sus alrededores.
El 4 de septiembre del 2012 Laura Carolina Jiménez, administradora de empresas y trabajadora independiente, se levantó temprano y se desplazó en transmilenio desde el portal Usme hasta la estación que se llama, curiosamente, como su primer apellido, para abrir su local en el Ponce a las ocho de la mañana, a la misma hora de todos los días desde que montó su negocio en el edificio. Vendía decoraciones en icopor y tenía 32 años. Fue un día normal. Los tres muchachos que trabajaban con ella y el administrador acudieron como de costumbre. El día transcurrió como cualquier otro. Laura se quedó hasta la hora límite de cierre – siete de la noche –, para terminar unas decoraciones pendientes. Al cerrar y dejar todo en “perfecto estado”, no se le pasó por la cabeza, al igual que los y las demás, el hecho de que no volverían a entrar allí por un largo tiempo. Por lo menos no como lo conocieron alguna vez.
El Teatro Ponce era un teatro popular, “de barrio”, situado en la carrera 11 con la calle 11. Su fachada era roja con tres columnas color beige. Tenía 22 ventanas hacia la calle con marcos del mismo color. La silletería era de cuero y toda estaba igual de nivelada en el primer piso. “No había puesto de élite”. La pantalla era casi tan grande como la pared en la que se encontraba y su terminación se elevaba hasta el techo. En el segundo piso no había silletería, sino una cafetería que acompañaba el teatro. “Era acogedor y no tan bonito como el Faenza”, así lo describió la señora Emma*, quien ha trabajado en esa cuadra por unos 50 años y que además había sido habitante del sector. “Llegué a ir cuando estaba pequeña, tenía unos 10 o 13 años. Mi mamá me llevó en ese entonces”. El material que se proyectaba era, al final, mayoritariamente pornográfico y erótico. El comercio y la falta de público consumieron al Ponce, ya su espacio se utilizaba para fines comerciales. La estructura del teatro albergó locales como el de Laura, con el nombre del edificio Ponce. Tenía cinco pisos, cada uno con dos escaleras de baldosa que conectaban con habitaciones –en el momento, locales– y distintos lugares del piso. “Era una estructura extraña, supongo que porque no era para locales”, comentó Laura. Actualmente es el Centro Comercial El Nuevo Ponce, luego del incendio y de su remodelación, adoptó este último nombre.
Laura no es capitalina, es de Mompox, Bolívar. Llegó a Bogotá en 1995. Tiene el cabello negro ondulado, cejas gruesas y la piel morena. Tras haber trabajado en locales del sector por aproximadamente 10 años, montó su local en San Victorino, con mucho esfuerzo, en enero del 2012. Se llamaba Fabricopor y quedaba en la mitad del tercer piso del edificio Ponce, específicamente en la parte delantera del mismo. Sus decoraciones exhibidas se veían desde una de las ventanas que daban hacia la calle. El lugar estaba dividido en tres partes; el taller de fabricación, la parte de exhibición de productos y el inventario donde se tenían materiales como el icopor.
No hay fechas ni razones exactas para saber ni cuándo ni porqué la estructura del Teatro Ponce dejó de ser utilizada para un teatro. Blanca Leonor Giral, directora de teatros de la Universidad Central, lleva 25 años en el sector. “Ya no es el último grito de la moda”, expresó. Ella afirmó que, el hecho de que los teatros hayan dejado de ser moda, se debe en parte al escaso conocimiento y la falta de investigación sobre muchos de ellos, incluso de los que fueron famosos en Bogotá, justo en la Edad Dorada del cine en los años 20. La historia de teatros como el de Bogotá, que actualmente pertenece a la Universidad Central, sigue en el olvido, “no dejaron nada escrito, de muchos ni siquiera se sabe quiénes eran los dueños”. Sobre el Teatro Ponce no hay registros en los archivos de la Corporación Colombiana de Teatro. Solo los y las habitantes que llevan mucho tiempo son quienes lo recuerdan.
En el trayecto de su local a su casa en Usme, Laura recibió una llamada de un señor conocido, cuando apenas salía del bus de transmilenio. Le dijo que había ocurrido un incendio, “se incendió el Ponce”. Contuvo la respiración. “Pero ya vienen los bomberos”. Eso la tranquilizó. Laura estaba en calma, en su mente el incendio había sido algo pequeño. Pero no fue así. De acuerdo con archivos de periódicos como El Tiempo, El Heraldo y El Espectador, había entre 60 y 100 bomberos atendiendo la emergencia. Este estuvo unas trece horas en furor, ni siquiera la lluvia de toda la noche ni del siguiente día, ni las mangueras de los bomberos lograron apaciguarlo. Tanto así que el Ponce tuvo secuelas del incendio los siguientes días. “El incendio duró casi que tres o cuatro días porque en ese último día fue que se apagó totalmente”, recordó Laura. Ella es cristiana, y esa noche, desde su casa, rezó para que a su local no le pasara nada. “No me devolví porque ya estaba llegando a la casa”, según ella, su presencia no hubiese cambiado nada. Toda la noche estuvo en contacto con varias de las personas que se encontraban allí, todas alertas ante cualquier novedad.
Se tienen dos teorías sobre lo que sucedió según especulaciones: una, que fue arreglado, y la otra, que fue un accidente. La más popular entre los y las habitantes fue la segunda. El incendio comenzó en uno de los locales del edificio La Ocasión, que quedaba al lado izquierdo del Ponce. Se dio aproximadamente a las 7:30 de la noche, media hora después de que Laura y el vigilante hubiesen cerrado completamente el edificio. Este se originó por unas chispas que saltaron de más y que provenían de una soldadura de un local que se encontraba en arreglo. Al saltar, las chispas cayeron en el icopor almacenado en el local, comenzando rápidamente el incendio. Debido a que todos los locales contaban con materiales similares, la propagación tuvo una mayor facilidad.
Este se extendió hasta el fondo del edificio y de lado, en dirección al Ponce. Todos los locales que tuvieron contacto terminaron bastante afectados, pues estos eran completamente inflamables. Los locales eran de decoraciones, disfraces, papelería e icopor; no podía esperarse un buen final. El incendio afectó fuertemente a la economía del sector y a más de 200 familias, según el artículo del 11 de septiembre de 2012 de El Tiempo. Fue una gran pérdida, se avecinaba la época de temporadas y los locales habían surtido para ellas. “La mayoría de las personas dependían de sus ventas”, explicó Laura. Septiembre con amor y amistad; octubre con Halloween; diciembre con Navidad. “Mucha gente quedó sin nada y alguna recuperó poco”, dijo la señora Emma*. “Por ejemplo, uno de los locales del tercer piso se salvó”.
Esa misma noche, Laura recibió otra llamada. Le dijeron que su local se había quemado, pues salía humo de las ventanas. Colgó. Estaba desesperanzada. Ella solo pensó: “bueno, es la voluntad de Dios”. Siguió pendiente toda esa noche. Cuando amaneció, Laura se dispuso a mirar el noticiero en el que transmitían la tragedia. Eran más o menos las 5:30 de la mañana del 5 de septiembre. Estaban grabando el incendio, podía divisar una llama de un metro de altura por encima del techo. El momento en el que mostraron la fachada del edificio, Laura detalló rápidamente su ventana. No se había quemado. La figura de dinosaurio en 3D de icopor que había dejado exhibido la noche anterior estaba intacto. Laura se encontraba inmensamente feliz por ello. “Es un milagro”. El local sobreviviente del que habló la señora Emma* era el de Laura.
No pudo asegurarse de nada más allá de lo que había visto: entrar era muy peligroso. La estructura se encontraba débil e inestable por el agua y el fuego que había recibido reiteradamente en esos días. Desde afuera se podía divisar el humo, el polvo, las cenizas y las paredes negras por todas partes. Después de la noche en la que inició el incendio, todas las personas iban hasta allá todos los días. “Íbamos para ver qué pasaba, qué razón daban”, dijo Laura. Pero mientras más pasaba el tiempo, las restricciones ante el lugar eran más rigurosas. Incluso llegaron a cerrar el sector hasta La Mariposa. Ella solo rezaba para que no fuesen daños mayores. Después de unos días, redujeron el espacio restringido, hasta que solo fue en la manzana donde ocurrió.
Los dueños y dueñas de los locales tuvieron que esperar entre 10 y 15 días para poder entrar nuevamente en las instalaciones y así recuperar lo que se había salvado, pues el Ponce tendría que ser demolido y remodelado. Cuando era apto entrar, luego de que le pusieran vigas para sostener debidamente la estructura, llamaron a todas las personas dueñas de cada uno de los locales para que miraran qué se podía recuperar. Comenzaron piso por piso desde el primero. Las personas debían estar autorizadas para entrar, así se evitarían robos. Tenían que identificarse, y debían hacerlo con botas, pitos, linternas y cascos. La organización era por grupos de cada local. Una de las amigas de Laura tenía su local en el primer piso, ella debía entrar primero. Laura acompañó a su amiga y a la madre de ella a su local.
El tercer piso no tenía autorización aún. Siguieron con el segundo piso, uno de los locales debajo del de Laura tenían autorización. Debido a que la estructura seguía siendo la del teatro, ese local conectaba con el de abajo, por lo que Laura tenía acceso al suyo. Ella pidió autorización a las dueñas para evitar conflictos y confusiones, y poder subir. Ellas se lo concedieron, pero le dijeron que les daba miedo ir con ella al tercer piso. “¿No te da miedo?”, le preguntaron. “No”, respondió, así que fue sola. Mientras subía, Laura observaba cómo había quedado la estructura y el techo, para asegurarse de si podía llegar a su piso. Así fue. Cuando se plantó al frente de la puerta, la abrió y no pudo contenerse. Se le salieron las lágrimas. Comenzó a llorar. Su local estaba bien, tan intacto como aquella figura de dinosaurio 3D en icopor. No había alcanzado a quemarse por la forma en la que estaba repartida la estructura, por el lugar exacto donde estaba situado. El local de abajo había amortiguado el fuego al ser la única entrada y el incendio había sido mayormente intenso en el fondo. Su local estaba en la parte delantera. Se arrodilló en toda la entrada, dándole gracias a Dios. “Parecía una niña a la que le habían dado un dulce”, relató conmovida y con uno que otro quiebre en la voz. Caminó por todo el lugar, revisando. Todo estaba bien y en su sitio. Estaba sorprendida. Era un milagro.
*Cambio de nombre a petición de la fuente.
Otras de las fuentes que autorizaron sus descripciones y testimonios, optaron por no dar nombres.