Facultad de Comunicación Social - Periodismo

La terapia del balón

La historia de un joven que conoce el fútbol como una salida, que hizo de su vida más fácil y le brindó fuerzas para salir adelante.

Perfil realizado para la clase de Pensamiento crítico y argumentativo II (segundo semestre, 2021-2), con la profesora Aleyda Gutiérrez.

Santiago Wilches es un joven apasionado por el balón desde muy chico. Sus padres se separaron cuando tenía siete años. A pesar de lo traumático que pudiese llegar a ser esto, no tuvo gran impacto anímico en ese momento. Por otra parte, sí es un hito en su vida. Conoció el deporte que hasta el día de hoy le ha dado fuerzas para seguir adelante, el deporte que ha forjado su personalidad, le ha enseñado de responsabilidad, disciplina y constancia. Con siete años, conoció el fútbol.

El fútbol como deporte es el más famoso del país, haciendo de él algo popular. Pero detrás del balón  existen muchos jóvenes y niños que más que un deporte ven una terapia, una salida; ven un estilo de vida que aporta en gran medida a su crecimiento personal. Sentir un deporte y no solo practicarlo hizo que nuestro personaje destacara y fuera de los mejores en lo que hace. Pero no todo fue color de rosas, y como todo en la vida, hay baches, baches que hacen de Santiago la persona que es ahora. 

El 24 de julio de 2003 nace Santiago Wilches, un joven con una sonrisa pronunciada, delgado, de cabello oscuro y liso y apasionado por el balón desde muy chico. Comienza a entrenar como algo que distraía su mente de los problemas familiares que venían de su madre, padre y familia en general. Esas dos horas en que iba al parque de enfrente de donde vivía, eran liberadoras. “Cada vez que tocaba el balón mis problemas se iban, cuando el entrenador nos daba indicaciones, mi mente estaba únicamente enfocada en hacerlo mejor que todos, en querer destacar y poder estar más tiempo entrenando”, siendo esta su terapia para sus problemas. Gracias a su alto desempeño, le dijeron a su madre que, si destacaba, iba a empezar a jugar en una categoría mayor en el equipo de liga. El esfuerzo y sacrificio era algo que estaba dispuesto a hacer hasta lograr esta meta. 

Luego de una temporada (6 meses), un día como cualquier otro fue a la práctica un entrenador de liga. Hacía un remplazo que, como dice él, “hasta el día de hoy agradezco que no haya ido a trabajar ese día”. Cuando terminó el entreno, se acercó y le dijo: “pelao, pregunte en dónde entrena liga elite y lo espero jueves y viernes”, dio la vuelta y se fue. La felicidad era algo incomparable, aunque había trabajado fuerte para llegar allí, no lo esperaba tan rápido.

Logró consolidarse como titular indiscutible en poco tiempo en una categoría un año mayor, siendo él nacido en 2003, entrenaba con la 2001-2002, con mayor nivel de exigencia y sobre todo mucho esfuerzo para ir al lugar donde entrenaba, teniendo en cuenta su corta edad (ocho años) y los trayectos en solitario. Partido a partido la mejora era evidente, más responsable y constante en todos los aspectos que lo rodeaban. Partiendo desde el estudio, pues su madre condicionaba el fútbol con lo académico, siendo así más de tres años de victorias y mucho aprendizaje futbolístico. Pero todo lo bueno se acaba, o al menos periódicamente así sucedió.

“En un partido de pretemporada, un equipo con el que teníamos bastante rivalidad, jugábamos bastante fuerte, las faltas ya eran una constante. Me pasaron el balón en la mitad del campo y yo intenté girar, entonces, un rival me puso los taches en la pantorrilla derecha”, recuerda. En el momento no dolió mucho, cobraron falta y siguió el juego. Tras terminar, empezaron las molestias, cuando el calor corporal desaparece, el dolor constante se volvía insoportable. El doctor dijo que se habían recogido algunos músculos de la pierna. No podía estirarla, moverla o al menos tocar en la zona donde le habían golpeado. “Sentí que el mundo se me había derrumbado, solo pensaba en que no podría seguir jugando por mucho tiempo”.

No tendría ese escape del que había gozado por tanto tiempo, tendría demasiado tiempo libre, por lo que los pensamientos negativos salían de nuevo a la luz, esto también se juntó con el desinterés del club ante la lesión. Todo fue por cuenta propia, por ende, no solo dejó de entrenar temporalmente, sino que también fue una despedida de aquello que le había devuelto la felicidad de un niño. Un año en el que la fisioterapia, el colegio y muchos vacíos emocionales fueron el día a día.

Después de seis meses de terapias, unos kilos de más y todas las ganas por jugar, en vacaciones, el barrio donde se crió Santiago fue el lugar de entrenamiento. Durante tres meses jugó todos los días y el fútbol calle hizo que la habilidad con el balón fuera mayor, además de agrandar “el sentimiento por la camiseta” y lo que representaba el jugar por una identidad.

Pero nada de esto fue suficiente, quería volver a entrenar de manera constante y seria. Más tarde, con doce años, empezó desde cero en un nuevo club de más bajo perfil, pero con muchísimas ganas de progresar. Y así fue. De jugar torneos de barrio, de no tener ni uniformes, a ser patrocinados con uniformes profesionales y jugar en uno de los torneos más importantes de la ciudad. Junto al crecimiento del club, de manera personal y futbolística, en los tres años y medio en los que estuvo activo allí cambiaron muchas cosas: “mi cuerpo se volvió más atlético, entrenaba más horas que mis compañeros, mi técnica, táctica, además de la manera de ver el fútbol cambiaron”. Esto da lugar a conocer a Brayan Santana, el entrenador que hasta ahora ha sido quien más le ha ayudado a conseguir salidas futbolísticas.

Y gracias a él logró entrar al club donde más cerca está del profesionalismo. “Ellos me dieron las herramientas para llegar allí. Pero mantenerme era mi responsabilidad. Y fue algo en lo que no pensé al jugar dos meses atrás un torneo en el que en el último partido sufrí un desgarro en el isquiotibial derecho”. Llegando a las pruebas con el equipo, por lo que tanto había luchado, a un 80%. Milagrosamente no pareció que esas pruebas las presentara así. “Decir que jugué el mejor partido de mi vida queda corto”, y así fue porque le permitió estar en el equipo más importante que tenía el club. Entre más de 100 personas que se presentaron a la prueba, cuatro personas, incluido él, lograron entrar a este selecto grupo.

“Prometí nunca dejar este deporte. Me dio todo lo que soy ahora y yo daré todo lo que soy por él”. Luchar por sus ideales lleva a una fuerte consolidación como capitán del equipo, le valió para jugar su primer torneo nacional teniendo dieciséis años; el ser parte del primer equipo estaba a un paso. Pero factores externos, siendo el principal un virus, llegó a nuestras vidas.

Se cerraron las puertas que había tardado tanto tiempo en abrir. La depresión fue una nueva compañera en las noches, “solo pensaba en el fracaso que fui por no darme cuenta de lo lejos que pude haber llegado, si tan solo me hubieran dado unos meses más”, quedando así un vacío que solo logra ocupar una cosa. Para ocupar su mente, decide aplicar a la universidad, en una carrera que abarca lo segundo que más le apasiona en la vida: hablar, escribir y editar contenido y mejor aún, con una beca deportiva que logra combinar lo mejor de dos mundos.

“Es por ahora un hasta pronto, pero yo sé que Dios y la persistencia en conseguir lo que quiero abrirán nuevas puertas, por lo que esta historia no termina”. Esto solo es un capítulo de una narrativa que aún tiene muchas hojas en blanco, una historia que se escribe día a día, una historia que tendrá más fútbol en sus páginas, una historia de la que muchas personas sabrán.