Sanar la tierra
Si ante el mundo la cineasta Ginna Parra sigue en pie, se debe a su gran equilibrio o quizás a que pocos han contemplado sus caídas.
Perfil realizado para la clase Taller de géneros periodísticos (cuarto semestre, 2020-2), con la profesora Laila Abu Shihab.
El viernes 8 de mayo de 2020, Ginna Alejandra Parra recibió una llamada. El mundo a su alrededor desapareció. Era su prima, apenas podía hablar. Ginna entendió lo suficiente. Colgó la llamada y marcó al 123. Cada timbre, un golpe al miocardio; cada llamada colgada, un paro. Tras el primer sonido humano, comentó la situación: su abuelo, un hombre de setenta y cinco años, el amor de su vida, estaba teniendo dificultades para respirar. La ambulancia iba en camino. Sintió que la vida se le escapaba lentamente y buscó comunicarse con quien podría devolvérsela. Se dirigió a la habitación de su hermano Andrés y oró. Oró. Con todas sus fuerzas, oró; primero, por no perder a su gran amor; después, por misericordia, para que Dios, si así lo deseaba, le otorgara vida eterna. Su mente repasó la última conversación con el abuelo. ¿Ahora quién iba a entregarla el día de la realización de su sueño más grande, casarse?, ¿quién iba a preguntarle cuál era el séptimo arte?, ¿quién?, ¿quién? Y con el volumen al máximo de Everything will be alright, de Redimi2, sintió el peso de la pérdida. Sintió a su abuelo abandonando este mundo.
A los 22 años, Ginna Parra perdió a su más grande amor. De la nada, su vida había cambiado. De repente, tenía que examinarla. Y como una bombilla de cine, su vida comenzó a proyectarse.
UNA CAMPAÑA
Los más grandes improperios de la humanidad se han escrito en baños de colegio. El cartel colgado en uno de los baños del Liceo Samario de Bogotá contenía buena parte de ellos, mas destacaba por la naturaleza directa de su mensaje: “Para ser personera no se necesita ser actriz”. Si el colegio era también un campo de guerra, Ginna Parra acababa de recibir un disparo a mansalva. Aunque a esas alturas la intención de aquellas palabras se le antojaba poco extraña, la invadió tal desesperanza y se supo perdedora de una contienda que apenas había iniciado. ¿Por qué habrían de escogerla a ella, la niña actriz, en lugar de elegir a alguno de los otros dos candidatos? Entonces, lloró.
Al llegar a casa el llanto persistía, como si sus ojos hubieran olvidado todo cuanto no corresponde a la lacrimación. Su padre la detuvo. Ginna sintió los verdes ojos de César Augusto Parra llenándola de tal fuerza que cuando él le sugirió una solución al asunto, ella aceptó. No fue sino hasta el día siguiente, cuando se descubrió cargando un cartel de casi seis metros por toda la institución, cuando la palabra vergüenza adquirió nuevas acepciones. Tal vez aquello no había sido una muy buena idea. Le bastó, sin embargo, recordar el amor con que su papá lo había hecho para mandar la pena a dormir y desplegar el cartel a lo largo de los cuatro pisos del plantel. Al final de esa tarde de 2013, un fantasma recorría los pasillos del Liceo Samario, el fantasma del VOTE 03.
Aunque luego algunos estudiantes terminaron quitando y quemando el cartel, el fuego en que ardió solo avivó una llama invisible en el interior de Ginna. El 03 seguía haciendo eco; era un fénix.
Y por el 03 votaron.
El triunfo la tomó desprevenida. Las dosis diarias de escepticismo que ingería con el desayuno terminaron relegadas al rincón del olvido. Sabía que las suyas habían sido propuestas originales, sobre todo la de dar charlas de temas poco abordados en el colegio, como los sueños y la sexualidad, pero de ahí a ganar, lo que hay de la Tierra a Neptuno. Al parecer, en ocasiones Neptuno está a la vuelta de la esquina; solo hay que caminar. Así, sin darse cuenta, iniciaba una mecánica que se repetiría varias veces. Al final, para ser personera no se necesitaba ser actriz, pero ella era ambas cosas, la segunda desde antes del…
DESCUBRIMIENTO
En 2009, Sebastián Rivera Martínez, estudiante de Cine de la Universidad Manuela Beltrán, acudió a la Fundación Teatral Julio César Luna para hallar a los niños que protagonizarían su proyecto de grado, “Un, dos, tres por Rafael”. El casting no era una escena del corto al que, de ser elegidos, los pequeños se enfrentarían; Rivera propuso a cada uno abordarlo desde la búsqueda de una amada mascota que se ha extraviado. Uno, dos, tres… los participantes fueron pasando, todos lejanos de los personajes que en su mente habitaban. Entonces, todo se detuvo. Ante él, una niña de once años comenzó a buscar su animal; sus movimientos, tan controlados, tan armoniosos. Lo ideal, llorar al final de la escena. Pero ella no lloró. No lo necesitaba. Esos ojos verde oliva dejaban ver una tristeza mayor a la que cualquier lágrima podría expresar. Rivera, asombrado, le preguntó su nombre.
—Ginna Parra— respondió ella.
Y todo se detuvo.
Y todo inició. “Un, dos, tres por Rafael” ganó un India Catalina. Las puertas fueron abriéndose. A los catorce años, Ginna consiguió manager. La llamaron para hacer publicidad y televisión. Hoy ha pasado por Pandillas Guerra y Paz, Mujeres al límite, Yo soy Franky, Tu voz estéreo, El Bronx, El general y NooBees.
En 2014 ingresó a la Pontificia Universidad Javeriana, a la facultad de comunicación social. Pronto, decidió inscribir la materia “edición y montaje”, en la cual demostró tener un desempeño sobresaliente. Poco a poco fue eligiendo asignaturas afines y terminó cursando los énfasis en publicidad y medios audiovisuales. Ahora, era tiempo de tomar una…
DECISIÓN
Si le hubieran dado a elegir entre los cortometrajes realizados en su alma máter o nada, habría abrazado la base del nihilismo sin pensarlo dos veces. Así —y motivada por la ayuda de su profesor, Diego Chalela Arango, a quien desde el principio pidió ayuda para llevar a buen puerto sus historias— la idea de realizar sus propios proyectos cobró mucho más sentido. Bien podría pensarse su origen en el orgullo, pero era algo más lo que refulgía en su interior, una llama de esas que arrasan pueblos en sequía, una luz capaz de cegar toda clarividencia. Había llegado el momento de dar un salto.
Y todo se detuvo.
Y ella continuó.
Hacía no mucho tiempo, el director, actor y guionista estadounidense Jim Cummings había llegado a su vida a través de la plataforma salvadora del audiovisual independiente, Vimeo. A Ginna su uso del plano secuencia en cortometrajes como Thunder Road (2016) o The Robbery (2017) le había abierto la puerta a la comprensión de un espacio fílmico del que luego sería fiel profeta, aquel de la acción ininterrumpida, libre del artificio producido por la mecanicidad del corte, más cercano a la realidad. El interés de Ginna, al fin y al cabo, bordeaba lo factual, sin abandonar lo fantástico. Cummings, entonces, se convirtió en uno de sus mayores referentes. El primer corto de Ginna Parra, cómo no, debía tener un plano secuencia.
Recurrir a sus compañeros de universidad le resultó inútil. Ninguno, ni siquiera los que se interesaban por el cine, guardaba el mínimo interés por la realización de audiovisuales extra clase. Pero la llama que la movía ahora amenazaba no solo con consumir un pueblo, sino un departamento; pronto apuntaría sus fauces a un país entero. Como no había forma de detener aquello —cuya naturaleza poco a poco fue transmutando de impulso a decisión—, publicó una convocatoria en Facebook para llevar a cabo su cortometraje. Cuando se enteró, ya tenía equipo. Había nacido su propia productora…
TRUE FILMS
Si a Ginna le preguntan qué es el cine, su respuesta es inmediata: “Una experiencia que cambia la vida”. Para ella, Dios y el cine comparten esa característica, poder cambiar la realidad. Si le preguntan qué poder le gustaría tener, ella ríe y responde que sería el poder de sanar corazones. Se imagina, entonces, caminando por la calle y tocando a las personas para devolverles la esperanza, la alegría, para que levanten la mirada y se den cuenta del paisaje que tienen frente a ellas. Cree que este es un “mundo de muertos andantes, de gente que está sin propósito y no sabe para dónde va”. Según el Instituto Nacional de Medicina Legal, el número de suicidios ha ido aumentando, en 2018 hubo 2.247 y en 2019, 2.326, de los 28.615 y 30.539 intentos de suicidio registrados por el Ministerio de Salud en esos años respectivos.
A la memoria de Ginna entonces viene el llanto, no el suyo, sino el de una niña con quien no cruzó una palabra. Acababa de terminarse la proyección de “El Palacio Rosado” (2018), su sexto corto, y esta niña entró al baño en que se encontraba ella. La chica lloraba y su amiga le preguntaba la razón.
—No puedo creer que esto pase en Colombia —respondió la niña, refiriéndose a la historia del corto, en la que a través de un cuento de hadas se deja claro cómo las drogas pueden destruir no solo a una persona, sino a una familia entera.
Ginna no sabía si acompañarla en las lágrimas, reír o sentirse realizada. Al final, hizo un poco de todas. Pero nunca olvidó ese llanto, el de quien se da cuenta de que en el mundo en el que vive hay realidades que no pueden ignorarse. Ese fue un llanto de transformación; una experiencia que a la niña le cambió la vida. Hacernos abrir los ojos a veces es lo más grande a lo que puede aspirar el cine.
True, como las lágrimas de la chica al ver una realidad enmascarada en un cuento de hadas. True, como la decisión de Ginna de, luego de esta escena, aferrarse a su sueño de hacer cine. True, no necesitaba inventarse conflictos, Colombia tiene suficientes para nutrir a diez generaciones de cineastas. Así, Ginna decidió firmar todos sus trabajos con el nombre de su propia productora, True Films.
“Mi cuento”, su primer cortometraje, sobre una niña que pierde a su padre por el conflicto armado y decide contarlo a través de un cuento, fue selección oficial del Festival Internacional de Cortos Universitarios Cinestesia 2017, en el que se hizo acreedor de dos galardones, Mejor Guion y Mejor Montaje. Entonces, se propuso hacer al menos dos cortos por año. Así, realizó otro ese mismo año, “Resiliencia”, selección oficial Smartfilms 2017 y ganador a Mejor Diseño de Arte en el mismo festival. Cuando deseó hacer un tercero, se dio cuenta de que la única mano sobre el fuego era la suya; su equipo no quiso “perder tiempo y plata” en otro intento.
Llena de ideas y sin compañeros, se aventuró a buscar una casa productora para su siguiente obra. La compañía la recibió con los brazos abiertos y la anunció como proyecto emergente, en quien “sembrarían el talento”. Pero el corto que tenía en mente terminó siendo cambiado casi por completo. Al final, dirigió uno que no había escrito exactamente, sobre el que no tenía control, “Éter” (2018). Sobre esto, Ginna no comenta mucho; se niega a decir el nombre de la productora.
“Ginna es un volcán de emociones”, dijo alguna vez una pareja suya. Ahora, el volcán hacía erupción. De repente, lava brotaba de sus ojos, trazándole caminos por su blanco rostro hasta el mentón. De repente, la llama en ella descubrió las temperaturas árticas. De repente, le fue difícil recordar su…
ORIGEN
Ad portas del cumpleaños de su papá y teniendo nula idea de qué regalarle, Ginna Parra, de doce años, decidió hacer un video en Windows Movie Maker con imágenes y una nota de voz suya. El video se presentó en la celebración, el 18 de abril de 2010. Cuando acabó, su padre rompió en llanto. Al verlo en ese estado, Ginna tuvo una revelación, lo importante yace en los sentimientos que la obra despierta en el espectador. Bajo ese principio —aunque de forma inconsciente al inicio— construiría sus historias y entendería el cine. Así, el hombre que la había acercado a la actuación a sus nueve años era el mismo gracias a quien se había despertado en ella el impulso de ser….
DIRECTORA
“Las mujeres muchas veces mantienen los roles en el cine”, asegura Ginna, “que son buenas para el vestuario, son buenas para el maquillaje, para la dirección de arte… Pocas mujeres dicen ‘voy a escribir esta historia, voy a hacer cine’. Cuando la mujer sepa que es capaz de escribir y dirigir, la industria cambia”. En la cinematografía colombiana, al igual que en la de la mayoría de países, el papel de la mujer es precario. Señal Colombia, por ejemplo, destaca en su publicación “10 grandes directoras de cine que debes conocer”, que la primera película dirigida por una mujer en Colombia, “Con su música a otra parte” (1984), de Camila Loboguerrero, se dio ochenta y siete años después de la llegada del primer cinematógrafo al territorio colombiano (1897) y es un poco más de seis décadas posterior al primer largometraje de ficción registrado, “La maría” (1922).
Con una sola búsqueda en la Wikipedia se encuentran 91 nombres de directores colombianos y tan solo 24 de directoras. La cifra de realización es todavía más preocupante si nos remitimos a los datos de Proimágenes: de las 48 películas nacionales estrenadas en 2019, únicamente 5 fueron dirigidas por mujeres (y una de las cintas fue en realidad una codirección con un director).
Ante la afirmación de querer dirigir, el director del comercial en que actuaba Ginna le respondió con apabullante sinceridad: “Tengo una amiga que es diez veces mejor directora que yo, pero a ella no le dan trabajo. Con esto no quiero decirte que te desanimes, pero por ser mujer va a ser más largo el camino”.
Ginna empezó a recorrer el camino. Con más de ocho cortometrajes en tres años, gracias a los cuales ha conseguido más de 42 nominaciones en diversos festivales y varios premios -como Mejor Corto Votado por el Público en 48 Hour Film Project (48HFP), competencia internacional de cortometrajes realizados en cuarenta y ocho horas-, iba por buen camino. Su meta de dos cortos anuales se mantenía. Pero venía…
UN NUEVO RETO
Cuando Ginna le comentó a Sebastián Rivera Martínez, quien había pasado de dirigirla a asistirla en dirección, la idea de “No me obliguen a tomar sopa” para el 48HFP de 2019, él pensó que estaba loca. El sentimiento se hizo todavía más intenso cuando Parra le explicó que el cortometraje debía ser en plano secuencia y que, además, iba a ser su proyecto de tesis. Rivera le recalcó la dificultad de hacer que todo lo expuesto funcionara. Ginna, un poco después, aseguraría: “Si alguien más puede hacer lo que yo puedo hacer en cuarenta y ocho horas, no tiene sentido”.
Buscaron un lugar por la zona industrial de Bogotá y prepararon todo para la grabación. El 48HFP les había otorgado el Western como género, un niño como protagonista, un juguete como amuleto y una vendedora de rosas como otro personaje. Ginna aprovechó una investigación que estaba realizando sobre el abuso infantil como la causa más común de separación de familias de bajos recursos para realizar el corto.
Aunque “No me obliguen a tomar sopa” quedó seleccionado en el 48HFP y rompió récord al ser el corto más nominado en la historia del concurso, con 10 nominaciones, no ganó el premio gordo. A pesar de ello, la obra logró llevarse Mejor Actuación, Mejor Diseño de Set y Mejor Uso de Personaje. De nuevo, lágrimas. De nuevo, insuficiencia. Los nervios y el estrés parecían no haber servido para mucho; al final, la pérdida llevaba a Ginna a la frustración. Nunca debía olvidársele el significado de…
GINNA
Cuando Keller Roa tenía tres meses de embarazo, César Augusto Parra, su esposo, tomó una decisión. Todavía no tenía idea de qué nombre le pondría a su hija; ninguno de los que habían venido a su mente le llamaba la atención lo suficiente como para dárselo a su segundo retoño. Andrés le había gustado para el primero y así lo había llamado, pero ¿para ella? La deliberación, sin embargo, se resolvió en el momento en que bajó unas revistas que acumulaban polvo encima del armario de su habitación. En la portada, una reina de belleza cuyo nombre estaba escrito en la parte baja: “Ginna”. Lo siguiente que hizo fue notificar a su esposa de la decisión. No había vuelta atrás, la niña debía llamarse Ginna. Keller, sin embargo, sugirió el segundo nombre, Alejandra. Después, se enteraron del significado del primero: Gloriosa en la…
GUERRA
“Hacer una buena película es una guerra”, dijo el director mexicano Alejandro González Iñárritu en 2015. Cada uno de los cortos de Ginna había sido una pequeña guerra, cada uno le había significado sudor, lágrimas y mucho dinero.
La batalla más difícil había sido, sin duda, “No me obliguen a tomar sopa”. Por ello, luego de no ganar el 48HFP de 2019, sin decirle a nadie y más bien con poco entusiasmo, Ginna inscribió el corto a Faciuni, un programa de becas para estudiantes universitarios de Latinoamérica que desean realizar estudios de cine en el sur de California, en Estados Unidos.
En febrero de 2020 recibió el mensaje en el que la felicitaban, pues su obra, dentro de más de 1.400 que se enviaron, había sido una de las cinco finalistas para competir por representar a Colombia en la competencia a nivel internacional. Lloró. Lloró por horas. Pensó. Todo tenía sentido, si hubiera ganado el 48HFP, jamás habría podido inscribir su trabajo a Faciuni. Entonces, inició la campaña. Tocó puertas de medios nacionales, que no quisieron abrírsela, mostró el cortometraje donde pudo y movió cielo y tierra para generar una votación que le permitiera pasar a la siguiente etapa y estar más cerca de ganar la beca. Tres semanas después, a su correó llegó otra buena noticia: “No me obliguen a tomar sopa” era la ganadora. Representaría a Colombia a nivel internacional. Ahora, tendría que competir contra otros ocho cortometrajes, cada uno de un país distinto: Argentina, Brasil, Chile, Ecuador, Perú, Puerto Rico, Uruguay y Venezuela. Entre ellos, habría cuatro ganadores. Enfrentarse prácticamente al talento de toda Latinoamérica era más parecido a enfrentar a un gigante, pero ella confiaba, confiaba en ser como…
DAVID
En la historia bíblica, David, a quien consideraban débil, enfrentó y mató al gigante Goliat y logró así defender a su pueblo. El 24 de marzo de 2020, Ginna Parra descubrió que había vencido al gigante. “No me obliguen a tomar sopa” fue el absoluto ganador no solo en votación del público, que equivalía al 10% del resultado final, sino que además fue el ganador por parte del jurado calificador. Argentina, Puerto Rico y Brasil fueron los otros ganadores.
Necesitaba comunicarle la noticia al amor de su vida, pero fue su padre quien llamó a Carlos Parra. Al hablarle, la invadió un sentimiento inexplicable, extraño.
—Nosotros lo sabíamos—, dijo el abuelo, su voz a punto de quebrarse— y la abuela ha orado mucho por eso… y ahí está el resultado.
Cuando tenía 18, Ginna había planeado, bajo la batuta de él, su gran amor, una vida cuya ruta sería graduarse a los 22, casarse a los 23 y ser madre a los 25, “de ahí pa’delante, es historia”. Ahora, con 22 años, no se había graduado; estaba a tres meses y cuatro días de cumplir 23 y el matrimonio tampoco parecía cercano; ni hablar de la maternidad. Dentro de todo el plan trazado, nunca pensó que iría a estudiar cine en la University of Southern California School of Cinematic Arts (USC). Estaba cada vez más cerca de cumplir su propósito de…
SANAR LA TIERRA
En su trabajo de grado, Ginna escribió:
Cuando decidí hacer cine, me obligué a dejar a un lado la razón; porque para nadie resulta razonable trabajar en cualquier oficio y así ahorrar para poder invertir grandes sumas de dinero, muchas horas de descanso, pasión, energía y esfuerzo en un proyecto que probablemente no genere ninguna retribución económica… ¿por qué hago lo que hago?, ¿por un premio? No, porque simplemente si yo no hago cine, algo dentro de mí explota. Me cansé de ver cine que solo entretiene. En mí hay un deseo más profundo: crear historias que sanen la tierra… Dime si al salir de ver una película no sientes el deseo de cambiar el orden de las cosas.
Y el orden de las cosas había cambiado de repente, dos grandes cambios en el mismo año. Una gran ganancia; una inmensa pérdida. ¿Cómo no extrañar al hombre que le regaló su primer juego de muñecas y que la llamaba cada vez que ella aparecía en televisión para felicitarla y decirle que le encantaba cómo le quedaba el “colorete”? Después de tanto llanto, al mirarse al espejo veía a otra Ginna, una con el mismo flequillo sobre la misma amplia frente, con los mismos pómulos definidos en ese rectangular rostro suyo, pero sabía que no era la misma de hace unos meses. Le era imposible sacarse de la cabeza ya no tener al abuelo, al hombre que en ella nunca vio el lado oscuro de todo humano, sino el sol de la cálida primavera. Se había ido el amor de su vida, quien que le enseñó que si podía caminar sin caerse no era por una cuestión natural de la evolución humana, sino por su brillantez innata. Le dolía. Pero aún queda una carrera universitaria por terminar, un montón de cine por ver, cientos de cosas por escribir, miles de kilómetros por andar, muchas obras que realizar y, sobre todo, muchísima tierra por sanar.