Rosa y Jairo: el amor violento
“No se sabe en qué momento la violencia puede permear esos espacios que creías seguros con esa persona”: Colectivo Feministas en Construcción.
Reportaje realizado para la clase de Taller de géneros periodísticos (cuarto semestre, 2021-1), con la profesora Laila Abu Shihab.
Con el confinamiento provocado por la Covid-19, las historias de violencia intrafamiliar, como la de Rosa y Jairo, se han agravado no sólo en número sino en forma. Entidades como la Secretaría Distrital de la Mujer, la Consejería Presidencial para la Equidad de la Mujer y la Policía Nacional han ideado estrategias para prevenir y controlar tal fenómeno.
Cuando Rosa abre la nevera no encuentra más que un huevo, un poco de tomate, la mitad de una cebolla y una jarrita de jugo de tamarindo que ya se empieza a fermentar. Rosa se palmea los muslos para ver si tiene dinero sobrante en sus bolsillos, pero se da cuenta de que no posee mucho más que polvo y un papel en el que hace unos días anotó el número de la señorita que le vende los catálogos. Ya ha tenido muchas discusiones con Jairo por esta razón, así que esta vez, cansada de decirle siempre lo mismo, tira la puerta de la nevera y le pregunta: “¿cuál es la fregadera con la plata?”, le dice que si no se la va a dar a ella que al menos se haga responsable y compre el mercado a tiempo. Rosa no esperaba nada de lo que pasó a continuación; si bien desde que comenzó la cuarentena tenían peleas fuertes, como toda pareja, nunca imaginó convivir con un hombre así.
Rosa es una cartagenera de 29 años, instalada en Bogotá, a quien el amor no ha tratado del todo bien. A los 17 quedó embarazada de Carolina, una niña que hoy tiene 11 años, fruto de un amor adolescente con un final cliché: la mujer sola y el hombre fugitivo. Sus ingresos dependen de un apartamento que tiene arrendado en Cartagena. Su trabajo principal es complacer a Jairo, un hombre que conoció 8 años después de su primer desamor. Para Rosa es tarea diaria tener la casa como a él le gusta, vestir como a él le gusta, cocinarle como a él le gusta, hablar como a él le gusta y reír como a él le gusta. En un principio pensó que, al final de cuentas, le debía todo, ya que es Jairo quien mantiene el hogar para ella y para su hija.
Según expertas como Dayan Camargo, trabajadora social graduada de la Universidad Nacional, y María Oviedo, especialista en violencia intrafamiliar de la línea de atención 155, es común que las mujeres víctimas de violencia justifiquen la permanencia en su situación, especialmente cuando se trata de su pareja, ya sea por dependencia económica, emocional, patrimonial (bienes materiales), por miedo y/o por sus hijos, siendo este último uno de los factores más importantes. Sin embargo, solo uno de estos es, en realidad, el caso de Rosa.
Jairo, un hombre grande de 43 años, con la tez morena y los brazos fuertes que le ha dejado la minería, siempre ha sido caballeroso con las mujeres, pero es caprichoso y posesivo con “la suya”. Ella no puede hablar por teléfono con nadie si él no está presente, no la deja salir ni a la esquina para comprar un Maggi y no acepta que la visiten, sin importar la persona, su sexo o su edad. Actitudes como que no le permita hacer mercado para no tener que darle plata, que cada vez que la encuentre hablando con alguien sin su consentimiento le insinúe que está saliendo con esa persona a escondidas, o que llegue borracho por la noche y le eche en cara que ella no aporta un solo peso y le está haciendo un favor al criar una hija que no es suya, solo se han intensificado ahora que Jairo se encuentra en casa.
Antes de la cuarentena, Rosa nunca le había prestado mayor atención a esas acciones, es más, nunca se sintió directamente violentada por estas; sin embargo, en el Artículo 2 de la Ley 1257 del 2008, que es la que crea una serie de medidas para proteger a las mujeres de la violencia de género, se detalla que: “Por violencia contra la mujer se entiende cualquier acción u omisión, que le cause muerte, daño o sufrimiento físico, sexual, psicológico, económico o patrimonial por su condición de mujer, así como las amenazas de tales actos, la coacción o la privación arbitraria de la libertad, bien sea que se presenten en el ámbito público o en el privado”.
De acuerdo con el estudio ‘Colombia, comparativo marzo 25 a agosto 25, años 2019 y 2020. Violencias Fatales y No Fatales según año y sexo de la víctima’, de Medicina Legal, 5.086 mujeres, al igual que Rosa, convivieron con su agresor durante la pandemia causada por el Covid-19. Además, Laura Rodríguez y Laura López, líderes del colectivo Feministas en Construcción, aseguran que aumentaron las posibilidades de control por parte de los victimarios y, al mismo tiempo, se limitaron las opciones para pedir ayuda.
La Consejería Presidencial para la Equidad de la Mujer, en conjunto con La Policía Nacional, la franquicia-cafetería Tostao, los supermercados D1, Ara y Justo y Bueno, crearon un sistema de capacitaciones para que las mujeres pudieran comentar sus casos de manera discreta a los cajeros y estos sirvieran como puente entre las víctimas y las líneas de emergencia 123 y 155, estrategia que para mujeres retenidas por su pareja resultaron, en últimas, poco viables.
Además, con la pandemia la policía se vio en la tarea de reinventar sus sistemas de ayuda. La estrategia Mujer, Familia y Género de la Dirección de Seguridad Ciudadana de la Policía Nacional, por ejemplo, implementó “las patrullas en casa”, iniciativa para golpear puertas e informar a las mujeres sobre las líneas de atención y las alternativas que tanto esta institución, como la Consejería para la Equidad de la Mujer y las Comisarías de Familia ofrecen en posibles casos de violencia intrafamiliar. Para esto, se han capacitado a más de 1.500 auxiliares de policía mujeres.
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Una tarde de septiembre de 2020, Rosa, que ya sentía estar viviendo como en una cárcel, se moría de hambre. Ya era la hora del almuerzo y Carolina empezaba a preguntarle qué iban a comer. Eran eso de las tres de la tarde cuando la madre de la niña se acercó a la nevera… el resto ya lo sabemos. Después de reclamarle a Jairo por la falta la comida ella se dirigió a su cuarto, pero lo que no veía venir era que este la cogería fuertemente del brazo, la tiraría contra la puerta y empezaría a gritarle que era una mantenida, que si le seguía reprochando por plata ahora sí no le iba a dar un peso y que tuviera presente que estaban en su casa, así que si era mucho problema podían coger sus cositas e irse.
Ese día nadie almorzó. La niña comió unas papitas y se tomó el jugo de tamarindo que se estaba fermentando, a Rosa se le quitaron las ganas de comer y Jairo salió al tomadero de la cuadra con unos amigos, lo que le dio a ella un espacio para reflexionar acerca de su relación. Muchas veces, cuando ella no quería hacer el amor con él, Jairo la obligaba y ella, por salir del paso, lo hacía. De cierto modo pensaba que era su deber como esposa y como él se iba hasta un mes para las minas, prefería que lo hiciera con ella y no con otra. También se acordó de cuando él le pedía organizar la casa así ella estuviera enferma y de que si el apartamento no permanecía como “una joyita” le gritaba, diciéndole que ni eso podía hacer.
En la investigación ‘Impactos de la Covid-19 en la violencia contra las mujeres. El caso de Bogotá (Colombia)’, realizada por la UNAD en septiembre de 2020, se encontró un incremento en todos los tipos de violencia: el maltrato psicológico aumentó un 48%; el físico, 25%; el económico, 15%; el patrimonial, 5%; el sexual, un 4% ,y el verbal, 2%. Lastimosamente, Rosa las conoce todas.
Ya habían pasado cinco horas desde lo sucedido. Rosa envió a Carolina donde una vecina y ella le dio de comer. La sala estaba vacía, tan organizada como siempre, los baños olían a desinfectante y los suelos hedían a cloro. Rosa estaba en su cuarto intentando descansar, pero la noche aún era muy larga. Jairo regresó borracho, tirando todo lo que se le atravesaba por el camino. Rosa se levantó a ver qué estaba pasando, pero apenas salió del cuarto su marido la sorprendió dándole un puñetazo en la mejilla, dándole un puñetazo en la pierna, dándole un puñetazo en el brazo, dándole un puñetazo en el estómago. Pero esto no fue todo, ya que mientras le dejaba moretones, que no se curaron sino hasta después de 20 días, le gritaba que era una “zorra infiel” que quería salir solamente para “cogerse” a los hombres del barrio. Rosa le rogaba que dejara de pegarle porque la estaba matando. Ella calcula que todo sucedió en veinte minutos, pero, luego de eso, los insultos entre dientes no pararon y el dolor de las hemorragias internas tampoco.
Apenas Jairo se durmió ella sacó sus cosas y las de su hija de ese pequeño apartamento en la localidad de Suba. Llamó a algunos familiares, tanto de ella como de él, para pedir ayuda, y recibió frases como “Te creo, no estás loca, no eres una histérica” y “Ven si quieres venir y, si quieres llorar todo el día, ¡hazlo!”. Todo esto, en medio de un primer momento de necesidad en el que las víctimas suelen buscar refugio y empatía, pero en el fondo, Rosa sabía que tal vez la ayuda de otros era lo que necesitaba, pero no era lo que quería, porque su amor por Jairo siempre le ha ganado a sus celos, golpes, insultos y humillaciones.
En la situación en la que Rosa se encontraba, pedir ayuda a sus allegados es una de las primeras decisiones que las instituciones competentes siempre han sugerido. Pero, además de familiares, conocidos o amigos, son estas mismas instituciones a las que se debería recurrir por medio de sus rutas de atención para mujeres víctimas de violencia intrafamiliar como la línea de emergencia 123, manejada por auxiliares capacitados para atenciones de reacción inmediata en casos de violencia física, delitos sexuales, ataques con agente químico o feminicidios; la línea 155, liderada por la Consejería Presidencial para la Equidad de la Mujer, que orienta psicológica y jurídicamente a las víctimas ayudando no solamente a “abrirles los ojos frente a la realidad”, sino acompañándolas en la realización de sus proyectos de vida; y la línea púrpura (3007551846 – 018000112137) de la Secretaría Distrital de la Mujer, en Bogotá, la cual trabaja una ruta integral en colaboración con las dos líneas ya mencionadas.
La coronel Andrea Carolina Cáceres, que hace parte del Grupo Estratégico de Atención de Mujer, Familia y Género de la Policía Nacional, afirma que desde el 21 de marzo de 2020 hasta la finalización de la primera cuarentena en septiembre del mismo año, se vio un incremento del 400% en el número de llamadas por maltrato intrafamiliar, pero una disminución en las denuncias por el control y la convivencia con los agresores en el hogar.
A pesar de los riesgos a los que Rosa vive constantemente expuesta, física y psicológicamente, y de la consciencia, aunque parcial, de su situación como víctima de maltrato, hoy ella y Jairo siguen viviendo juntos, se dicen te amo e ignoran lo ocurrido y lo que tal vez ha de ocurrir en un futuro. De vez en cuando él alza la mano y ella se agacha en símbolo de terror, pero finalmente se permite amar y “ser amada” a la manera en la que él lo hace.