Facultad de Comunicación Social - Periodismo

Revista QUI A LI

De aquí a Allí y en Todos Lados…

Editado por: Laura Sofía Jaimes Castrillón

Multimedia realizado para las clases de Introducción al Lenguaje Periodístico y Diseño de la información (Tercer semestre-2023 II), bajo la supervisión de los profesores Jairo Iván Orozco Arias, Sergio León Ocampo Madrid.

Qui a Li es un movimiento de aquí a allí. Cada vez que nos movemos dejamos una estela sin igual y emprendemos un viaje de nuevas emociones, nuevos recuerdos y nuevas costumbres. Muchas veces, el movimiento se da en contra de la voluntad, tan así que se vuelve un acto de supervivencia. Muchos movimientos se dan en nuestro interior, desde el momento que nacemos hasta que crecemos; cambiamos nuestros sueños, nuestras metas, recuerdos nuevos desde nuestra niñez y recuerdos que se desvanecen cuando envejecemos.

Un hogar distinto cada noche

El metro con cuarenta y cinco que mide María Fernanda, su contextura sumamente pequeña, la ingenuidad que aparenta su rostro y su risa tímida la hacen lucir como una niña de 11 o 12 años, pero en realidad tiene 24. Seguramente se ha tenido que enfrentar a muchas situaciones a las que, a ninguna edad, se está listo para dar cara. Pues, luego de ser echada de muchos paga-diarios con su mamá y sus hermanos, decidió escapar de su familia a los 12 años. Bastaron unos pocos días sola en una ciudad fantasmal y sombría como Bogotá para que cayera en la prostitución y, poco después, en las drogas.

¿Alguna vez tuvo una habitación propia?

Nunca, responde. Pero ha vivido en tantos lugares que ya perdió la cuenta. Todo empezó mucho antes de huir de su familia, pues con su mamá nunca tuvo un hogar estable. Casi todas las semanas tenían que estar buscando un lugar nuevo para vivir, pues siempre los echaban de los paga-diarios por no cumplir con el arriendo. 

¿A dónde se fue cuando huyó de su familia? 

– Cuando yo me fui de la casa, empecé a trabajar en eso que hacen las muchachas del Centro porque una amiguita me mostró ese trabajo. 

María Fernanda suelta una risa nerviosa, luce como una niña que está teniendo su primera conversación sobre temas sexuales. A pesar de que su vida ha tenido tanto movimiento, su inocencia se ha quedado estática con ella. 

– Yo trabajaba en la 22, me iba muy bien porque yo era una señorita y me dejaban buenas ligas. Pero como era menor de edad, no me dejaban trabajar en todos los establecimientos, entonces me tocaba buscar clientes y llevarlos al único lugar en el que me dejaban entrar. 

¿Dónde dormía? 

– Yo dormía en una pieza con una compañera del trabajo, la pagábamos entre ambas y vivíamos juntas.

¿En algún momento extrañaba a su familia? 

– A ratos sí me sentía sola; entonces, echaba pegante y eso me relajaba. Mi mamá fue a buscarme muchas veces, pero yo ya no quería vivir con ella porque me regañaba mucho. 

Cuando Támara, su madre, escucha esto, baja la cabeza y es evidente que se le hace un nudo en la garganta; pero rápidamente María Fernanda intenta alivianar la tensión agarrándole la mano. 

¿Pudo encontrar un lugar estable para vivir? 

– No, en ese mundo es muy difícil encontrar un lugar fijo. A uno siempre lo están echando de todas partes porque no paga o porque tiene problemas. 

¿Qué clase de problemas? 

– Una vez me echaron de una casa porque le hice el reclamo a un tipo de que se me había robado unos audífonos, y como el tipo era amigo del dueño de la casa, pues me tiraron a la calle sin dejarme sacar mis cosas ni nada; pero pues ya uno sabía que así eran las cosas en la calle. 

¿Usted podía llevar a sus clientes a los lugares en los que vivía? 

– No, yo les cobraba 30. Pagaba 5.000 de una pieza y me quedaba con 25. Pero en donde yo vivía no me dejaban entrar con clientes, donde yo lo hiciera me echaban.

Después de unos años dedicándose a la prostitución, María Fernanda cayó por completo en el mundo de las drogas. Ya no las usaba como escape, sino que su vida se había resumido a consumir sustancias alucinógenas. 

– Cuando yo empecé a meter drogas de lleno, dejé la prostitución porque no conseguía casi clientes por no estar tan arreglada. Ahí fue que me tocó empezar a dormir en la calle. 

¿Cómo fue su primera noche en la calle? 

– Yo no le tenía miedo a la noche; ya estaba acostumbrada a la oscuridad, a la gente, al ambiente. Entonces miedo no me dio, fue más el frio y la incomodidad. 

¿Cómo se acomodó? 

– Yo empecé a revisar las basuras, me volví recicladora. Entonces por un lado sacaba para ir, vender reciclaje y tener para la droga. Y por el otro lado iba agarrando cosas que me sirvieran para el cambuche. A veces no vendía el cartón, sino que lo usaba de colchón y así. 

¿En dónde ubicaba su cambuche? 

– Yo recorrí muchos barrios de Bogotá. Me hice al lado del hospital San José, me hice por unas carrileras del tren que quedan cerca a Corferias, en El Samber, Las Cruces, estuve en todas las esquinas de la Caracas, en el Santa Fe, en las carrileras del tren que hay por la 30; mejor dicho, le puedo hacer un tour… 

María Fernanda se ríe y se tapa la boca que, al sonreír, deja al descubierto unos dientes de un color casi café. 

¿Y por qué no quedarse en un solo lugar? 

– Cuando uno empieza a reciclar, uno tiene que dormir donde lo coja la noche. Además, hay sitios en los que la policía jode más que en otros. Pero igual uno sabe más o menos en qué zonas quedarse para conseguir la droga fácil. 

¿Usted vivía su día a día sola? 

– No, en mis ires y venires conocí a mi flaco. Mi esposito y yo empezamos a reciclar juntos, con él empezó a ser todo más fácil porque a uno de mujer lo ven solo y se la montan más.

A María Fernanda se le iluminan los ojos cuando empieza a hablar de Jorge, un hombre que es doce años mayor que ella y la acompaña desde hace unos años. Demuestra un amor y una admiración casi que paternal por él, pero no profundiza mucho en el tema porque Támara empieza a aclararse la garganta un poco incomoda. Al parecer, su yerno no le cae muy bien. 

– Él es muy celoso con Mafe. No le gusta que se quede en mi casa, que me visite, o que hable conmigo. Y eso que yo he sido buena suegra, los he aconsejado, les he dicho que salgan de las drogas, que se vayan a vivir a un lugar bien… 

– ¡Bueno, ya! 

María Fernanda le suelta la mano a su mamá mientras interrumpe su primera intervención durante la entrevista. Es evidente que no le gusta que le hablen mal de su esposo, como ella le dice así no estén casados. 

Mientras tanto, Támara niega con la cabeza, pero obedece a su hija y no añade más. 

¿Ustedes cómo se reencontraron? 

– Yo siempre supe dónde estaba Mafe desde que se escapó. Yo la buscaba, le lloraba, le pedía que se viniera conmigo; pero ella nunca quiso. Entonces yo opté por ir a visitarla, llevarle ropita, comida… Así es el amor de una madre.

“Yo la buscaba, le lloraba, le pedía que se viniera conmigo; pero ella nunca quiso”

¿Y ahora cómo es su vida? 

– Con el flaquito ya es mucho más fácil todo. Seguimos de aquí para allá, pero solo durante el día porque todavía reciclamos. En las noches nos quedamos en un hotel en el que ya tenemos una habitación con nuestras cositas, entonces podemos salir y dejarlas ahí. 

¿Ya no se le pierden cosas? 

– No, já. Me enloquezco. Yo guardo todo. Las cositas que el flaco se encuentra y me regala, cargadores, peluches… 

¿Cuánto llevan en el mismo hotel? 

– Quince días. No es mucho, pero en esa zona es fácil porque hay muchos hoteles entonces el trasteo es cerquita, no tenemos muchas cosas y como ya lo pagamos entre lo que ambos trabajamos, es mejor. 

¿En qué zona están viviendo? 

– Por Flores. 

¿Y el trabajo les da para comer y pagar el hotel? 

– A veces sí, a veces no. Pero ellos ya saben que uno es serio y le tienen paciencia, además uno no puede ser desagradecido con el trabajito. Yo seguramente voy a seguir con mi flaco de arriba para abajo, pero no importa desde que sea con él. 

En los ojos de María Fernanda se ve la ilusión de continuar su vida junto a Jorge. Es evidente que no le tiene miedo al movimiento y que en este momento para ella el amor es suficiente. Támara luce resignada, pero aún así tiene una sonrisa y un abrazo para recibir la conclusión de su hija.


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