Facultad de Comunicación Social - Periodismo

Reflexiones sobre el amor y el “todo pasa”

¿Qué es el amor? Una pregunta que ha revolucionado la historia y que esta vez es respondida desde la filosofía y la historia del último amor de la autora.

Texto realizado para la clase de Pensamiento crítico y argumentativo I (primer semestre, 2022-1), con el profesor Miguel Ángel Manrique.

Es increíble pensar que durante tanto tiempo hemos jugado a ser relatores de lo que el amor significa; se han dado suficientes definiciones y opiniones de lo que queremos que sea en diferentes épocas de la vida, pero lo que no hemos entendido es que el amor no es estático, es versátil, flexible como un caucho, pero a la vez frágil; ni siquiera por existir en sí mismo, sino por la inhumana idea que nos han impuesto de él.

Walt Disney se encargó de plantar en las cabezas de cientos de niños las percepciones más retorcidas del amor que, hasta hoy, existan: la creencia del amor ideal y de los príncipes azules. Ahora entendemos por qué culpamos al otro de los fracasos en el amor en lugar de culpar a la idealización de este. Zizek, un filósofo esloveno que nos invita a reconocer la imperfección y aceptar la persona con todos sus defectos, enuncia que nos da miedo enamorarnos porque queremos a alguien idealizado y, cuando idealizamos el amor, ponemos en el otro todo lo que queremos ver. Zizek dice que no nos enamoramos de las personas sino de la imagen perfecta que construimos de ellas.  

Resolver entre nosotros el significado de algo tan complejo e intangible como el amor, hace que la pregunta resuene en nuestro subconsciente y en la memoria. Cuando alguien pregunta ¿qué es el amor?, nuestro cerebro directamente nos engaña y nos pasea por todos los recuerdos de algo o alguien que amamos.

Según san Agustín, el amor es un tipo de anhelo; amar no es otra cosa que anhelar algo por sí mismo, y un rasgo distintivo de este bien que deseamos es que no lo tenemos, pero trabajamos para conseguirlo, y una vez que lo obtenemos, nuestro deseo cesa, a menos que estemos amenazados por su pérdida. En ese caso, “el deseo de tener (appetitus habendi) se torna en temor de perder (metus amittendi)” (Arendt, 1929). Definir ese temor para alguien que no lo ha sentido resulta retador, pero yo lo definiría con una sola palabra: angustia, una de las grandes controversias generadas por los seres humanos que poco entendemos de amar correctamente.

Ahora bien, entendiendo la angustia como parte del amor, podemos preguntarnos: ¿qué razón podríamos tener para arriesgarnos a experimentar semejante sensación? Bueno, pues el ser humano busca ser feliz. Y es porque conocemos la felicidad, que sabemos que queremos ser felices. Nuestra noción de felicidad nos guía en una obtención de bienes que se convierten en objetos de nuestro deseo. La felicidad consiste en tener y conservar lo que deseamos, pero también en no tener miedo de perderlo. Si volvemos a san Agustín, nos diría que disfrutamos realmente de alguien cuando le queremos por sí mismo; aclararía que el amor de verdad consiste en amar desinteresadamente, es decir, que si queremos a una persona, no podemos exigirle que nos quiera de la misma forma, no podemos ponerle ningún tipo de condiciones e incluso debemos estar dispuestos a perderla.

Lo que nadie se atreve a decir es que para el amor se tiene que ser hábil, incluso, es importante entender que a quien se decida amar, tendrá esa maravillosa mezcla entre lo bueno y lo malo. Fue algo que yo aprendí hasta hace poco: entendí que una de las mejores formas de amar a alguien es la incondicionalidad y la aceptación, pero mejor aún, aprendí que cuando amas, enseñas y aprendes. Y la verdad es que no puedo contar todo lo que aprendí de mi último amor, me enseñó todo: paciencia, al no poder verle seguido; control, al querer mandarle lejos cuando sentía que todo iba a salir mal; felicidad, pues pedía que sonriera incluso si no estaba feliz; honestidad, para revelarme sus más profundos sentimientos; y generosidad, al darme horas de su vida para regalarle mis historias. Aprendí que incluso se puede amar la oscuridad y los demonios que creemos nos hacen imposibles de ser amados.

Enseñar es el acto de amor más grande que alguien ha podido hacer por mí, incluso cuando no aprendí la lección más importante de todas: el amor es efímero, no obstante, es incondicional. El amor de verdad no idealiza, solo se trata de querer la imperfección, el amor con toda su plenitud, amando a las personas de las peores formas, aceptando la oscuridad.

Entonces, después de todo, decidí agregar mi propio concepto, algo que yo llamo “el amor absoluto”, y que básicamente recoge todo lo dicho anteriormente: es ese amor puro que se encarga de entender, enseñar, aceptar y creer en la otra persona, en todas las circunstancias, incluso en aquellas en las que es mejor dejar ir. El amor es un camino que recorremos de la mano de alguien o algo; el amor del que yo les hablo es ese en el que puedes con toda convicción decirle al otro “acepto tu oscuridad, tus demonios y tus errores y sé que juntos podemos resolverlo. Los días grises pasarán y te ayudaré a levantarte, incluso cuando tengas ganas de rendirte. Habrá momentos en los que desees no haberme conocido y en los que yo quiera botar todo a la basura, pero lograremos resolverlo, e incluso si no lo logramos, yo seguiré aquí, alentándote y celebrando tus triunfos como nuestros. Incluso si llega un momento en que debo dejarte ir, lo haré porque por encima de todas las cosas, en el amor, debemos entender que la felicidad del otro es nuestra felicidad, que, aunque debemos ponernos por encima y amarnos a nosotros mismos, el amor deja de ser amor si nos lastima”.

La incondicionalidad es amor, pero el dejar ir también lo es. El amor se mide en acciones y, cuando dejamos ir para ser felices, nos enseñamos. Duele, pero sana, y nos permite entender que en el amor hay altos, bajos y medios, pero, sobre todo, el amor es creer que a veces ganamos y a veces perdemos y que por encima de todas las cosas, todo pasa, a pesar de que suene cliché y como a una teoría retorcida del amor romántico, no lo es. Un día todo deja de doler, los días se vuelven diferentes, el dolor desaparece y, lo mejor de todo, podemos seguir amando a quien nos hizo tanto daño, porque pasó y aprendimos a amar.