Las pérdidas del cuarto piso
Una historia basada en hechos reales sobre una familia que, por razones desconocidas, tuvo que pasar por dos tragedias en menos de un año.
Cuento creado en la clase Lenguaje escrito II (segundo semestre, 2019-2), con el profesor David Mayorga.
Mes de mayo, Unidad de Cuidados Intensivos (UCI), 4º piso, pasillo 2, habitación 405. Tuvimos que volver a entrar a la Fundación después de luchar con el miedo inimaginable que le teníamos, sin saber que viviríamos, nuevamente, el mismo dolor que nos hizo temerle a ese lugar.
Una de mis tías, la hermana mayor de mi papá, es como mi segunda madre. A sus 20 años conoció en la petrolera a Francisco del Castillo, quien sería su esposo; comenzaron a conocerse y salir, a vivir con el temor de mi tía a destruir la familia que él ya tenía conformada, por lo que no fue tan fácil formalizar su nueva relación. Según cuentan, todo era mágico y hermoso, siempre escucharé de mi tía y de todas las personas que lo conocieron que “Pachito”, como todos le decíamos, era una persona de admirar en todos los sentidos: amable, sencillo, caballero y todo lo bueno que pueda ser un hombre.
Luego de un tiempo de ser novios, él decidió ir a vivir con ella, pero sin legalizar la separación con su primera esposa, cosa que traería consecuencias. Al momento de irse a vivir juntos, tuvieron un hijo, mi primo, Nicolás del Castillo Galvis, un niño realmente especial, y no, ¡no es cliché!, Nico nació con una condición de discapacidad conocida como “Complejo agiria-paquigiria” (una malformación importante de la corteza cerebral caracterizada por una superficie cerebral lisa, sin surcos), por esto Nico cobró tanta importancia y trajo tanta felicidad a la familia y amigos cercanos. Fueron pasando los años y la calidad de vida que Nico tenía era, sino la mejor, una de las mejores; con el esfuerzo de sus padres logró tener todas las comodidades posibles. Él iba a un colegio para personas con este tipo de discapacidades, su comida era exclusiva, una de mis tías y su enfermera, Paula, siempre cuidaron de él, estaban todo el tiempo a su lado y lo ayudaron a vivir muy bien.
Era normal que Nico se enfermara o le dieran convulsiones en cualquier momento y cuando esto pasaba la familia sufría desestabilidades emocionales muy fuertes, pues verlo así era duro para todos. Cuando se enfermaba, el cuidado que Nico recibía era aún mayor. Cuando Nico enfermaba todos estábamos muy pendientes de su estado de salud, ya que era muy probable que lo hospitalizaran y muy difícil que lo dieran de alta; eran momentos de profunda unión familiar en los que nadie perdía la calma y con las buenas energías todo se solucionaba. Al final de cada episodio en los 21 años cumplidos de Nico, todo salía bien, con el cuidado de sus papás, su enfermera y todas las personas que lo rodeábamos. Él lograba recuperarse una y otra vez.
Fue hasta mayo del 2017, el viernes 19, cuando Nico nuevamente enfermó, hacía mucho que no vivía lo que ese día padeció: le dio diarrea, vómito, síntomas que en él eran muy complicados porque su condición no le permitía moverse por sí solo, a excepción de su cabeza, y necesitaba que todos atendiéramos a sus necesidades. La noche de ese viernes mis tías llamaron a toda la familia y dijeron: “el niño se puso malito, nos vamos para la clínica”. En la madrugada llegaron a la Fundación Santa Fe mis tres tías, la enfermera, mi primo Nicolas y mi papá. En ese momento yo estaba con mi mamá porque empezaba el fin de semana, pero aun así me mantenía comunicada constantemente. Al llegar a urgencias lo atendieron de inmediato.
Esa noche Nicolas empeoró, lo tuvieron en urgencias mientras lograban realizar el diagnostico. Al otro día, lo pasaron a una habitación. Un poco más tranquilos, varios familiares se quedaron con él mientras mi tía, la mamá, iba a comer algo. Ese sábado en la noche las cosas empeoraron, Nicolas no mostraba indicios de mejora y todos comenzaron a preocuparse aún más, era una tensión que no puedo describir con palabras. No estaba en la clínica porque mi papá me dijo que no fuera, que Nicolás estaba muy mal y que me haría daño verlo así. Esa noche los médicos dijeron que no veían una salida, que no habían podido dar con lo que Nicolas tenía, que no sabían qué hacer.
Al despertarme a la mañana siguiente, no aguantaba estar lejos de mi familia ni de Nicolás, así que pedí que me llevaran a la clínica. Llegué a eso de las 11:00 am, a Nico lo habían subido a la Unidad de Cuidados Intensivos en la noche porque las cosas no mejoraban. Los médicos, amigos de la familia, no daban muchas esperanzas. Era de esperarse la tensión que sentí al llegar a la habitación, nadie decía nada, la comida estaba entera sobre las mesas, Nico estaba acostado y dormido en la cama, se le dificultaba respirar. Lo más duro fue verlo entubado, ver que sufría y no poder ayudarlo; quise darle un beso, pero no me dejaron. Me senté y el gran protagonista en ese momento era el silencio, interrumpido por los sollozos y la incertidumbre que teníamos al no saber que podría pasar.
Pasaron las horas y todo seguía igual, al final de la tarde Nico comenzó a tener irregularidades en sus signos vitales, pero volvían a regularse, así que los médicos dijeron que seguramente pasaría toda la noche así. Al momento de dejar la clínica, nadie quería irse, aunque el cansancio nos acechaba a todos, teníamos miedo de irnos y que fuera la última vez que lo viéramos con vida, pero solo podían quedarse dos personas en la unidad de cuidados intensivos, aunque gracias a los contactos que mi papá y mi tía tenían en la clínica pudieron quedarse dos familiares más. Los demás nos fuimos a intentar descansar, con el corazón en la mano y pidiéndole a Dios que todo mejorara.
En el carro, junto a mi papá, todo el camino estuvo lleno de lágrimas, tristezas y sentimiento de desesperanza por lo que habían dicho los médicos. Llegamos al apartamento, eran eso de las 8:00 p.m. Al subir recibí una llamada de otra de mis tías: “mami, vénganse para la clínica, el niño empeoró”, lo único que pude hacer fue llorar aún más y empezar a aceptar lo que venía.
Recuerdo que apenas llegamos me bajé del carro, corrí sin que nada me importara, solo quería llegar y abrazar a Nicolás, pensando que con ese gesto podría impedir que se fuera. Subí por las escaleras desesperadamente, cuando llegué al 4° piso, a la UCI (Unidad de Cuidados Intensivos), las enfermeras no me querían dejar pasar, así que les dije: “por favor, déjenme entrar, vengo a ver a Nicolás del Castillo”, ellas solo vieron mis lágrimas y me dejaron ingresar. Corrí hasta la habitación, al llegar, me detuvo la imagen de mi familia, paré, me agarré de la puerta y solo veía a través de ella cómo el monitor de signos vitales tenía una línea verde y sonaba ese pito…
Mi papá llegó detrás de mí y me sostuvo fuerte para no caerme, todos me miraban y lloraban. Entramos. Hacía 5 minutos Nico había cerrado sus ojos para siempre, mi tía dijo: “solo esperó a que el papá subiera de comprar una botella de agua, solo lo espero a él”. Yo repetía “¡No!, ¿Por qué?” una y mil veces. Nadie sabía por qué Nicolas había fallecido, los diagnósticos que daban los médicos apuntaban a que hubiera sido por una bacteria, pero para todos era imposible aceptar que fuese esa la razón ya que sabíamos que ninguna comida, ni ningún tipo de contacto le podía haber transmitido esa “bacteria”; era tal el cuidado que recibía por parte de todos que eso era, literalmente, imposible. Yo solo quería sentarme en la silla al lado de Nicolás y no pararme. Mi familia me permitió abrazarlo por más o menos 10 minutos, en los que solo lloré y lloré, le decía que lo amaba y que por favor volviera, que íbamos a jugar con los muñecos y las cosas que le gustaba ver, le prometí que sería la persona que más amaría en toda mi vida y nuevamente le pedí que volviera, le gritaba pidiéndole que no me dejara, le preguntaba a quién iba a visitar ahora con ansias, le decía que se había llevado un pedacito de mi corazón.
Al ver mi sufrimiento, mi tía, la que siempre cuidó de Nico me agarró y me dijo: “mami, ya ven, ya se fue, hay que dejarlo, ven conmigo”, yo me rehusaba a despedirme, aún sentía que Nicolas podía volver. Unos minutos después llegaron los enfermeros para decirnos que nos quedaba solo un momento con él, que nos despidiéramos. Quisiera describir el sufrimiento de su mamá, pero siendo sincera me queda imposible, son recuerdos que no se pueden plasmar en palabras. Eran más o menos las 10:00 de la noche y llegaron por él, la imagen del momento cuando lo pasaron de la cama a la camilla para llevárselo es de las más dolorosas en toda esta historia. Salimos de la habitación y los pasillos se inundaban de la tristeza que sentía la familia Del Castillo González, todas las personas que estaban en ese momento pudieron sentirla.
Luego de unas horas, fuimos al apartamento de mis tías, la mamá de Nico dijo que no podía entrar, (ella dormía con él en la habitación principal). Mi papá y una de mis primas le dijeron que la acompañaban y así fue. Al momento de entrar, la mamá de Nicolás solo se sentó en el lado de la cama donde él dormía, mientras mi tía que lo cuidaba se fumaba un cigarrillo y los demás íbamos detrás de ellos. Pasaron como 30 minutos en los que mi tía solo lloró y lloró. Fue a mirar el armario donde estaban muchas de sus cosas y no paraba de llorar. Después de dejarla dormida, nuevamente todos fuimos a nuestras casas, con el alma hecha mil pedazos.
Los días siguientes fueron el comienzo de una soledad enorme, para toda la familia, todos sentíamos la ausencia de Nicolas; nadie comía, nadie dormía a pesar del cansancio que se sentía, lo único que hacíamos era llorar, recibir a las personas en el velorio y seguir llorando. En ese momento nadie comprendía lo que después muchos empezamos a entender, cuando las personas mueren es por que ese es nuestro destino. Es duro, pero se aprende a vivir con eso y con la satisfacción de que, en vida, se le dio lo mejor que pudo haber tenido.
Fueron pasando los meses y todos sentíamos la tristeza por la muerte de Nicolás. Claramente mis tres tías, las que vivían con él, la vivieron de la manera más dolorosa, todas bajaron de peso y no podían dormir. Pachito, el esposo de mi tía y papá de Nico, fue el apoyo más grande que ella pudo tener, era quien estaba con ella en las madrugadas, a las 2:00 o 3:00 am cuando no podía dormir y se sentía sola, él la llamaba y la calmaba. Esto hizo que él se volviera mucho más indispensable para ella de lo que era antes, es decir, si él no hubiera estado ella no habría sabido como sobrevivir a ese dolor que se siente al perder un hijo tan especial como lo era Nicolás.
La familia comenzó a aconsejar a mis tías para que hicieran más cosas para su distracción, debido a que el duelo las estaba consumiendo en todos los sentidos. Ellas al principio se rehusaron a eso, era muy difícil comenzar a hacer las actividades que acostumbraban a hacer junto a mi primo, ahora sin él; pero con el paso del tiempo siguieron los consejos, empezaron a salir más.
Casi un año después, más exactamente el 10 de mayo del 2018, falleció la abuela materna de mi tía, la hermana menor de mí papá, en Bucaramanga, debido a su edad y las enfermedades que se le presentaron con el tiempo. Mis tres tías viajaron a ese mismo jueves en la noche para acompañar a los familiares en las exequias. El fin de semana pasaba con normalidad, allá en Bucaramanga y aquí en Bogotá, hasta que el sábado a eso de las 5:00 p.m. mi tía recibió una llamada: Pachito se estaba sintiendo muy mal y había pedido a su hermano, que lo llevaran a la Fundación, que ella iba saliendo para allá a ver qué era lo que estaba pasando. Al escuchar eso, mi tía tuvo el presentimiento de que, su segundo amor y el hombre de su vida, también se iría.
Salió corriendo al aeropuerto a pedir a la aerolínea que le adelantaran el vuelo del martes para esa misma noche si era posible, pero nadie le ayudó; así que, en su desesperación, compró un tiquete en el primer vuelo en el que hubo espacio y llegó a Bogotá en la madrugada del domingo y fue directo a la clínica a ver cómo estaba Pachito. Fue muy difícil entrar nuevamente a la Fundación, después de un año de haber salido de ese lugar con la peor sensación de su vida, puesto que se revivieron muchos de los recuerdos y los dolores que estaba intentando sanar, pero estaba consciente de que debía hacerlo por su esposo. Finalmente pudo entrar y verlo, notó en él una debilidad enorme, lo vio muy diferente a como lo había dejado en Bogotá tan solo un par de días atrás. Los médicos informaron que había llegado con un preinfarto a la clínica pero que, en ese momento se encontraba mucho mejor y que en menos de lo que pensaran le darían salida. No fue así. Pachito fue empeorando con el paso de las horas así que tuvo que permanecer unos días más en la clínica, sin que nadie sospechara que serían los últimos.
En la mañana del siguiente martes, fui al colegio como era de costumbre, me sentía frágil por lo que estaba pasando. Salí a eso de las 3:00 p.m. del colegio para mi casa porque dijeron que era mejor y preferían que no fuera a la clínica. A Pachito lo habían subido a la UCI de la Fundación y no querían arriesgarnos a contagiarnos de alguna enfermedad. Sin embargo, mi papá sí estaba allá, y más o menos a las 8:00 de la noche llegó a la casa. Al entrar, su cara me lo dijo todo sin que pronunciara una palabra y después me lo confirmó: “Pachito se murió mi amor…”
Un año después, la vida que había “reconstruido” sin mi más preciado ángel se volvió a derrumbar. Había aprendido a controlar un poco más las situaciones en las que quería llorar después de lo que había pasado, pero tenía claro que ese día y en ese momento las lágrimas y el sentimiento de tristeza eran, de nuevo, los protagonistas de la situación por la que pasaba mi familia. Los diagnósticos de los médicos no eran certeros y, nuevamente, dijeron que posiblemente habría sido una “bacteria huérfana” la responsable de la muerte de Pachito.
Hacía algunos años a Pacho le habían diagnosticado una Enfermedad Pulmonar Obstructiva Crónica (EPOC) que es una enfermedad crónica inflamatoria de los pulmones que obstruye el flujo de aire hacia los pulmones. En su juventud, el cigarrillo acompañaba su vida de manera permanente y esto hizo que sus pulmones y varias partes de su cuerpo se vieran afectadas más adelante en su edad adulta. Quizás, solo quizás, esta fue una de las razones por las que Pachito sufrió de un infarto ese sábado 12 de mayo del 2018, lo que hizo que pasara sus últimos días en la habitación de una clínica y, casualmente, cuando fue trasladado a la UCI estaba en el mismo piso, el mismo pasillo y le habían asignado la misma habitación en la que Nicolas murió, aunque tía se resistió y pidió un cambio inmediato, consciente de que nadie podría soportar esa situación.
El hecho de que hubiesen sido el mismo piso y el mismo pasillo nos hace pensar, a mi familia y a mí, que las casualidades no existen en casos como el que estábamos viviendo.
Hasta el día de hoy todos nos preguntamos, ¿qué fue lo que pasó con Nicolas y Pacho?; ¿qué fue eso que, en realidad, se los llevó en menos de 5 días? Al parecer será esto una incertidumbre para toda la vida.