Facultad de Comunicación Social - Periodismo

Perder el Tiempo

Confieso que he perdido el tiempo en vacaciones. ¿Deberíamos sentirnos mal por ello?

Texto realizado por el estudiante Martín Posada Martínez de la Facultad de Derecho.

Qué difícil es descansar. Para eso son las vacaciones, ¿no? Durante este período de vacaciones me he sentido diferente. Por extraño que suene, siento culpa. Quizás, como solía hacerlo en este largo mes fuera de las aulas, debería estar leyendo más sobre los temas de clase, preparándome para el próximo semestre, trabajando en alguna investigación. ¿Debería?

Nací en Medellín, una ciudad donde la pereza es mal vista y la responsabilidad y el trabajo son los valores fundamentales. El paisa, suele decirse entre risas, es “berraco”. Pero no es un chiste, dicha descripción obedece a un contexto histórico determinado. Según se explica, durante la colonización española, los españoles descubrieron que el territorio antioqueño era rico en oro. Para entonces, la nobleza española se caracterizaba por no pagar impuestos y tampoco trabajar con las manos. Su método consistía en aprovecharse de los indígenas para realizar el trabajo.

Antioquia no tenía muchos pobladores indígenas. Dichas comunidades desaparecieron muy rápido. Contrario a la meseta de Santa Fe de Bogotá donde había varias comunidades indígenas bajo una jefatura. Así, Antioquia tenía oro, pero no tenía quién lo extrajera. De ahí que, en este territorio, contrario a sus principios y a las demás poblaciones de la entonces Nueva Granada, los españoles decidieran trabajar con las manos.

Con el tiempo, la pereza se convirtió en pecado. Pero tal vez es esa idea de trabajo desenfrenado la que hace de este territorio un lugar donde no existen los límites y la preocupación por la salud mental, como lo ejemplifica Sara Jaramillo en su libro “Cómo Maté a mi Padre”, se reduce a un simple no-piense-en-eso. Tal vez por eso me siento mal en este momento. Me he dedicado a leer libros que no tienen nada que ver con la universidad, ver películas, salir con mis amigos y sobrevivir al guayabo.

Escribo esto porque, en el fondo, el ocio está bien. Poco valoramos la importancia de perder el tiempo. A partir de una película pueden salir temas de conversación con amigos y familia, un libro nos puede conectar con nosotros mismos, una salida con amigos nos otorga anécdotas que se quedan para toda la vida. Pero tampoco se trata de perder el tiempo con una finalidad, se trata de, simplemente, hacerlo sin sentirnos mal por ello.

No hay que ser de Medellín para preocuparse por no hacer nada. La misma universidad nos lleva a pensar que debemos trabajar, aprovechar el tiempo. Los profesores son un  espejo para los estudiantes durante la carrera. Verlos trabajar incansablemente nos hace pensar que, al poner pausa, estamos cometiendo un pecado. Recuerdo que alguna vez un profesor nos dijo que aprovecháramos el fin de semana para estudiar. No estábamos en exámenes y tampoco teníamos tareas, pero decidí cancelar mis planes con amigos y familia porque debía quedarme estudiando. Nos han enseñado entonces a trabajar, pero no a trabajarnos.

Sea este el espacio para replicar una frase que anoté de Héctor Abad Faciolince. En sus diarios, valientemente publicados en “Lo que fue presente”, el autor anotó que “en la civilización del trabajo remunerado, leer sin objetivos y escribir sin fin es el peor escándalo”. Hasta el arte de leer y escribir se industrializó. Intento sentirme mal por leer las revelaciones de Brian Weiss, releerme Harry Potter o leer los más recónditos textos de quien cito al comienzo de este párrafo. Pero, he desarrollado una especie de desconfianza hacia esos que, por deporte, se leen un libro jurídico o algo relacionado con la carrera. Tal vez porque yo solía ser así. Leía con objetivos.

Con todo, convencido de que soy un pecador, este escrito es una especie de confesión. Realmente no escribo esto sin ningún fin. Caí en la lógica del trabajo remunerado, pues escribo porque debo confesar que poco he trabajado, poco he investigado y mucho tiempo he perdido. Como penitencia, me senté a escribir lo que leen, pues podría estar navegando en el mar infinito de los reels de Instagram o los videos de TikTok, encontrándome con mis amigos o escuchando música mientras leo en compañía de mis papás. No sean como yo, disfruten perder el tiempo.