Del miedo a la resistencia, una jugada
Reportaje realizado por Sofía Aguilera, Carolina García, Valentina Garzón, Brenda Guerrero, Paula Andrea Molano, Paola Poveda, Francy Rocha y Laura Torres Vidal
para Taller de Convergencia, con la profesora Mónica Parada Llanes.
La liga femenina de fútbol colombiano se abrió camino en un mundo que hasta hace poco era exclusivo para hombres, logrando romper los prejuicios sociales. Dos años después, le ha costado equilibrar la balanza e igualar el marcador a causa del juego sucio caracterizado por la corrupción, el machismo, el abuso y la desigualdad.
En el campo de juego, las maniobras que realizan las jugadoras son clave para determinar la victoria. Sin embargo, el actual fuera de lugar que involucra al cuerpo técnico y a las deportistas está marcado por amenazas e injusticias en las que predominan la represión y la discriminación.
Es así que, por medio del fútbol, las deportistas le apostaron al juego como una reivindicación de sus derechos. Con gran persistencia, las chicas de la Selección Colombia lograron imponerse, levantando su voz en un terreno codiciado que a lo largo de la historia ha galardonado y otorgado un papel preponderante a los hombres, en una sociedad que los favorece.
El balompié femenino ha sido muy poco valorado. Con el tiempo, las deportistas han venido exigiendo un juego limpio y transparente; sin embargo, hasta hace poco no habían logrado ser escuchadas, sometiéndose a condiciones similares a las del fútbol amateur, donde la falta de indumentaria, la ausencia de una retribución económica y las situaciones de machismo y xenofobia son evidencia de la escasa voluntad por incentivar la práctica de este deporte entre las mujeres.
Actualmente, existen jugadoras que mantienen contratos a tres meses, con retribuciones que no son suficientes para solventar todos sus gastos, mientras que en la liga masculina salen a relucir fichajes y renovaciones anuales o hasta por periodos más largos de tiempo. En el fútbol colombiano un jugador promedio (hombre) llega a tener como mínimo un salario de $10 millones mensuales (y puede llegar hasta los $60 millones), mientras que una jugadora de la Selección Colombia gana apenas entre $4 y $5 millones.
En paralelo a esa brecha en términos económicos, el año pasado las jugadoras del Atlético Huila levantaron el trofeo de campeonas al ganar la Copa Libertadores femenina, y la polémica llegó cuando Yoreli Rincón (10 de la Selección Colombia y entonces capitana del Atlético Huila) publicó un video denunciando que no cobraban un premio económico por coronarse campeonas, sino que el dinero obtenido sería destinado al equipo masculino del mismo club. “Ese premio no va a llegar a nosotras y ahí es donde decimos que el fútbol femenino sí da plata, pero no llega a nuestras manos”, expresó.
No obstante, lo que sucede actualmente en el fútbol femenino colombiano no es algo nuevo en ese deporte, en 2016 la selección femenina de Estados Unidos denunció que eran discriminadas por su Federación. En un caso muy parecido al colombiano, la selección masculina cobraba USD$ 265.000 al año y ellas, USD$ 90.000.
Ahora, frente a las recientes acusaciones, varias jugadoras de la Selección Colombia ratificaron sus denuncias respecto a las irregularidades que se presentaron con algunas de ellas y que involucran casos de discriminación laboral y acoso sexual. “Hoy estamos aquí y tenemos pruebas”, expresó la mediocampista Isabella Echeverri. Una afirmación que dio paso a las pruebas que involucran a Álvaro González Alzate, presidente de la División Aficionada del Fútbol Colombiano y en las cuales se evidencia como él se refiere a las integrantes del combinado nacional, con términos peyorativos, frente a las denuncias realizadas por las futbolistas.
El 6 de marzo de 2019, la Federación Colombiana de Fútbol dio a conocer públicamente su decisión de darle fin a la liga femenina. Más aún, el presidente de la Dimayor, Jorge Enrique Vélez, aseguró en una entrevista concedida a Conexión Externado que desde el año pasado se había puesto sobre la mesa la discusión de convertir el balompié femenino en profesional, semiprofesional o de liga. Además, expresa que esto no es una retaliación por las denuncias realizadas últimamente por las jugadoras, sino que se trata de una decisión que tuvo en cuenta factores económicos, falta de jugadoras profesionales, desinterés de los medios de comunicación e incluso de los colombianos.
Adicionalmente, el presidente de la Dimayor cuestionó la responsabilidad que recae sobre el periodismo nacional, en especial el deportivo, frente a este tema. En este escenario de la prensa, los periodistas cumplen el rol importante de dar a conocer e informar acerca del mundo deportivo ante una sociedad en la que el fútbol por excelencia posee gran relevancia en la opinión pública. No obstante, la igualdad de género en términos de cobertura estuvo fuera de lugar, generando un desinterés del público respecto al fútbol femenino nacional.
Los resultados son los mismos para todos, pero cada quien los interpreta a su gusto. Así se encuentra parte del periodismo deportivo nacional, el cual, incluso, se enmarca dentro el fenómeno del amiguismo en el que los periodistas anteponen sus sentimientos y afectos por encima de sus deberes éticos profesionales. Se someten a un silencio en el que no se atreven a cuestionar las fuentes oficiales que tengan algún tipo de poder, generando así, un efecto dominó de intereses.
Las mujeres han sido fundamentales en el deporte colombiano. No obstante, la cultura machista no deja de verlas como cuidadoras o paridoras, a quienes no se les permite competir en espacios declarados “masculinos”, como el fútbol. Se pensaría que eso fue hace mucho, no obstante, sigue presente en los comités deportivos, poniendo su papel por debajo del de los hombres, en términos de salarios, condiciones y abuso.
El machismo ha tejido directamente la brecha de desigualdad en el deporte colombiano. A pesar de la creciente lucha por igualar la participación, aún se sigue ignorando el poder del balón en los pies de una mujer. A tal punto que su imagen es desprestigiada por personajes como Gabriel Camargo, presidente del Deportes Tolima, quien declaró públicamente en 2018 que “el fútbol femenino es un caldo cultivo de lesbianismo; y las mujeres, unas tomatrago sin control”.
Para las jugadoras de la Selección Colombia de Fútbol es inconcebible que el equipo que más placas doradas le ha dejado al país cuente con tan precario respaldo. Por eso, trabajan por transformar el estigma cultural a través del fútbol, para demostrar que el deporte es una cuestión de pasión y no de género.
Colombia tiene una liga completa de fútbol colombiano; sin embargo, no tiene contratos ni apoyo. El presidente Iván Duque postuló este año al país ante la FIFA para ser la sede de la Copa Mundial Femenina de Fútbol en 2023 buscando fomentar el liderazgo de la mujer en el deporte colombiano. Sin embargo, es necesario contar con una liga profesional que cuente con las mismas oportunidades que la masculina. Ya que “tener una liga profesional femenina es muy grande, porque nos da un objetivo de crecer ante el mundo, desarrollando la competencia, la preparación y la rivalidad”, afirmó Pedro Rodríguez, exentrenador de la Selección Colombia Femenina.
Las jugadoras de la Selección Colombia de Fútbol, luego de la rueda de prensa, dejaron un mensaje invitando a todas sus sucesoras para que luchen por sus sueños, para que dejen atrás el miedo y el silencio y para que se arriesguen por el fútbol y para que tengan la certeza de que ellas están trabajando por un mundo donde el deporte no tenga género.