Facultad de Comunicación Social - Periodismo

La trata ortográfica

¿Usas las tildes en tus mensajes de texto?¿Cómo podemos no usar tildes y aún así entender los mensajes? Quizás son una ayuda mandada a recoger ¿o no?

Artículo de opinión realizado para la clase de Pensamiento crítico y argumentativo II (Segundo semestre, 2023-1), con la profesora Aleyda Nuby Gutiérrez Mavesoy. 

El arte de escribir adecuadamente no tiene mucha fama hoy en día. A diario veo en la calle avisos como: “Almacen Estrella”, “Miscelanea donde Leidy”, “Santa barbara”, sin sus respectivas tildes. Lo interesante es que con frecuencia veo esos lugares llenos; si es barbería, de gente; si es clínica mecánica, de algún vehículo, y así sucesivamente. Me detengo y pienso: ¿cómo no confundirse? ¿cómo logra la gente entender bien el mensaje? Suena un poco banal si lo pongo en estos términos, pero, pareciese que logramos independizarnos de nuestras preciadas tildes, las cuales son un símbolo sutil de una lucha implícita desde la expansión del Español en América: la lucha contra la ambigüedad.

Uno de los más infantiles recuerdos que tengo, es la tarde en la que decidí agarrar un marcador y hacer palabras. No sabía lo que hacía, no me fijé en el color del marcador, no me compliqué por el gramaje del papel, no escatimé en gastos y más que escribir palabras, dibujé con letras las ideas que mi mente generaba.

Claramente a ninguna letra la pinté con tilde, no sólo por ser consonantes en su mayoría sino también porque no sabía. Mi mente no asimilaba las reglas ortográficas, ni siquiera las gramaticales, hablaba lo que escuchaba, pero ¿cómo escribía si no veía a nadie haciéndolo? Se torna complicado entender la importancia de las tildes cuando en nuestra burbujita familiar nadie las enseña, ni parece usarlas o necesitarlas. Más que un arreglo estético o determinante para identificar el nivel académico, son una herramienta arrojada por la urgencia de entender el sentido de algún mensaje; pero ésto, no se resume en avisos publicitarios o pancartas.

Comprendemos el problema cuando vamos a leer un gran texto desconocido. Podríamos demorarnos más en leer o captar la idea principal del autor cuando no sabemos con qué entonación leer o qué acentuación aplicar. A mí me pasa. Cuando estoy en un parcial, después de escribir, leo la palabra sin tilde, después la leo con tilde, pero luego la repito sin tilde y el reloj no ha dejado de correr. 

Aparentemente, tenemos un pequeño asunto que atender, pero se agranda al comprometer tiempo del lector, intención del autor y posición del mismo. Más aún cuando se puede evitar en absoluto. Esto no es nuevo, es de vieja data.

Hubo varios promotores de la regulación en la ortografía. Hacia 1217 en el Reino de Castilla, Fernando III promovió el uso del Castellano en la redacción de documentos los cuales, para la época, se escribían en latín. Posteriormente, su hijo Alfonso X divulgó y estandarizó el Castellano, ubicándolo por encima de las otras lenguas de la Península Ibérica, siendo superado por el latín en comunicados para otros reinos que no hablaban Castellano. Después, la llegada de Antonio de Nebrija supuso un intento por establecer un alfabeto fonético, pero, con las póstumas reformas de Gonzalo Correas hubo ciertas diferencias muy notorias en la población. Se consolidó entonces la OrtografiaKastellana nueva i perfeta (1630) que fue el Castellano actualizado de la época, el moderno y correcto en la cúpula gubernamental. La gente del común, al no tener fuentes primarias con esta información gramatical, empezó a contraer “mañas” en la lengua hablada y, como consecuencia, en la lengua escrita. Ya entonces la gente decía dotor en vez de doctor, por ejemplo. 

Con el tiempo el idioma se diversificó. Hubo entonces acentuaciones diferentes, personas que escribían erradamente y no lo notaban, chicos con secuelas de las malas mañas de sus padres y contemporáneos, varias reformas ortográficas en cortos intervalos de tiempo que ponían en jaque la estabilidad y unidad de la lengua. Como no existían los medios de ahora para mostrar los cambios gráficos y fonéticos, pues, todo se complicaba un grado más, haciendo que algunas personas se quedaran con versiones desactualizadas de las reglas ortográficas. Por lo tanto, quienes tenían la oportunidad de escribir o simular hacerlo, lo hacían de distintas formas: ponían diferentes letras para un mismo fonema, o escribían dos palabras iguales que significaban cosas distintas, dificultando al lector el acceso al texto. 

Podría seguir hablando de cómo o quiénes cambiaron y privilegiaron nuestro idioma, pero no nos interesa ahondar en eso cuando hay un tema crucial en cuestión de daño al lenguaje: las corrosivas mañas. Es ese el motivo de esta declaración, y no de odio por las personas que emprenden un viaje al sinsentido de la horrografía. Sería frustrante saber que no tenemos la forma de que otros nos entiendan, que nos tocara aguantarnos, a las malas, las innumerables variaciones de un mismo lenguaje, pero acá es donde entra en juego, en 1741, el primer entregable de ortografía. Escritura regulada a la merced de todo ser que quisiese escribir en Español. 

La tilde es una de las bondades más útiles del idioma, nacida en 1741, no es valorada como debería y hasta la culpan por ser tan enredadora. En mi colegio siempre era causante de menos 0,2 décimas por cada error; de nuevo, no vengo a reivindicar los actos coercitivos como metodología de aprendizaje, sino a detener un poquito la malversación de nuestras tildes y sus derivaciones.

Sabrán decirme escuelera, antipedagógica y desactualizada, por fortuna no me dedico aún a la docencia. Para mí, el uso inadecuado de las reglas ortográficas se puede denominar como “trata ortográfica”. El uso de las tildes, en mi experiencia con el entorno social y académico en el que estoy inmersa, me hace pensar que no se le da relevancia al tema ortográfico en el colegio. Me preocupa más de lo que debería y no solamente porque haya un evidente desinterés en conocer las reglas gramaticales de la Lengua Castellana, sino también, que hay una creciente pseudo independencia del uso de las reglas ortográficas que llegará hasta suprimir su uso y funcionalidad.

Día a día, por textos de chat o a través de diapositivas comprendo que muchos jóvenes no necesitan de las normas para entender la pronunciación de una palabra u otra. Pero yo sí me confundo, no sé si por WhatsApp me están obligando: vos vas a ir, o me están preguntando: ¿vos vas a ir? No sé si es cómo de pregunta o como de comer, etc. Así seguramente habrá muchas más personas, entonces, ¿de qué manera abordar un fenómeno que se replica cual ómicron?

Según la Real Academia de la Lengua Española, ente regulador de las usanzas del Español, la tilde denota la vocal con acento prosódico de alguna palabra. Una tilde es una rayita no muy larga inclinada a la derecha, pero suficientemente grande como para ser leída. El acento prosódico es el énfasis de una palabra o una sílaba que permite sistematizar la pronunciación de las palabras. Por ejemplo, uno no conjugará el verbo leer en futuro sin meterle cierto énfasis a la última letra “a” (leerÁ), de igual forma, uno naturalmente no seguirá “leerle” con énfasis en la última letra “e” (leerlÉ), porque así no lo indica la acentuación de la palabra en relación a su conjugación. 

¿De dónde me viene toda esta manía por las tildes? No me acuerdo de los años, pero sí del grado cuarto de primaria. ¿Materia? Plan lector. ¿Editorial? Alfaguara. ¿Libro? El dedo mágico. ¿Tarea? Resumir un capítulo. ¿Error? No haber resumido. ¿Consigna? Releer el capítulo y corregir errores. ¿Errores de qué? De ortografía. La profe Lorena me puso a escribir 20 veces “frío”. Realmente pocas, pero suficientes para traumatizarme, ¿qué otras palabras tenían esa raya? Querer tener una hoja sin los rayones rojos de la profesora se volvió casi una obsesión.

Ahora bien, la ausencia de una rayita no contribuirá por sí sola la implosión del universo o siquiera de la tierra. Más que reglamentarias, son útiles, con lo que a lo mejor habrá algún enfermito por ahí que en serio tenga dificultades para leer los mensajes de texto del grupo de la familia, del grupo del colegio, de la pareja o del profesor, porque no sabe si le están preguntando, o si le están informando o si está enojado o ¿qué pasa?. En este punto interviene la presunción de intenciones, cosa peligrosa porque el receptor interpreta lo que se le venga en mente y el emisor no logra una transmisión efectiva de los mensajes. Yo me siento enfermita, y aunque todos deberíamos estar enfermitos por una justicia ortográfica en nuestros países de habla hispana, hay muchos que no saben en dónde poner las dichosas rayitas. 

Solo emana gratitud de mis manos, gracias a las tildes lees adecuadamente la conjugación temporal de una oración; gracias a los signos de puntuación le das un respiro normativo al lector; gracias a las tildes descubres si el autor se equivocó, está jugando con la acentuación o quiere que leas con determinada motivación, gracias, gracias, gracias. 

Pero no todo es maravilla. Estoy en desacuerdo con varias de las muchas reglas que la RAE tiene para imponer, y la critico. ¿Hay algún límite para sus sugerencias? ¿Deberíamos asumir su existencia y evadirla? A lo mejor muy útil pero cuando uno tiene los fundamentos. ¿Es igual de útil para poner en práctica? ¿Son necesarias tantas excepciones? ¿Es un canal para la floración de la escritura o es una cárcel?

Como iba diciendo, es triste que nosotros mismos ignoremos una herramienta que permite filtrar la acentuación de las palabras que tenemos. En algún punto de su existencia, Gabriel García Márquez (1988), escritor renombrado de la literatura ficticia y las crónicas, habló con la revista CambioXVI, en la que manifestó sutilmente abolir tantos “tiquismiquis ortográficos”, refiriéndose a que la RAE lograba cautivar una lengua, cautivar de cautivo, cautivo como carente de libertad. Pues claro, cada palabra tiene acento prosódico, pero no todas tienen tildes. Unas palabras se escriben con g o con j pero su fonema es casi igual, para qué una hache si no suena, entonces para qué, por qué, cómo, por dónde. La adquisición y conjugación de palabras se da por tres razones: herencia, modificación o por regla. Sí, a veces es tedioso lidiar con tantas variantes verbales, con tantos diptongos e hiatos que ya no se tildan; enfrentarse a palabras cada vez más ambiguas, por escritura y definición; pero supongo que no son razones suficientes para exterminar las ayudas gráficas que le dan un sentido mucho más definido a los recursos que se usan en la comunicación escrita.

Leonardo Gómez Torrego (2017), investigador y académico, sostiene que: “la ortografía tiene una enorme importancia porque garantiza la unidad de una lengua” a través de anotaciones y orientaciones como las tildes, le ponen una cabeza y unos pies a la forma de leer palabras. Frente a las barbaridades publicadas en medios alternativos, tiene una posición similar a la mía: “las redes sociales no invitan a ser optimistas, siempre ha habido abreviaturas, pero ahora parece que cada uno escribe como le da la gana” y lo más increíble es que entre sí, se entienden.

El problema crece cuando uno se da cuenta de que las fantasías de García Márquez son hiper cotidianas: que las mayúsculas son invisibles, que se comen una que otra letra para escribir y leer más rápido un mensaje de texto, que no ponen tildes porque se demoran más en mandar el mensajito, que no ponen signos de interrogación porque es “obvio” que es una pregunta, o ya en vez de usar los signos de exclamación se pone la frase en mayúscula sostenida porque es sinónimo de que está gritando o algo así. Mezquinas excepciones a estas menciones, sé que existen. Lo cierto es que el lenguaje se está dañando por un lado y es necesario que todos seamos conscientes de los reparos necesarios. 

Es este, entonces, mi manifiesto ortográfico. Creo firmemente en la comunicación transgresora, confío en que hay esperanza en alguna caverna escondida, en que en la tierra habrá alguien que valore las herramientas del Castellano. Una pulsión interior me posee cuando no hay tildes donde debería, una cierta excitación me mueve a ubicarlas adecuadamente. ¡Muchacho! por tiempo preferí poner la acentuación gráfica en vez de escribir más, así debería ser, también eso se debería evaluar.

Sinceramente, congratulo a quién esté dispuesto a desafiar nuestro lenguaje, hermoso y aunque impuesto a las malas por gente carente de sensatez y benevolencia, es el que usamos a diario para leer textos como este o subvocalizar como en estos momentos. Ocho años después; entre líneas, bolas, miles de borradas sobre una mesa y muchas ganas de darle a cada palabra su raya; Juliana reivindica para su interior, la enfermiza necesidad de hacer cumplir a cabalidad un idioma crucificado por la sociedad.

Esto es lucha personal, que no se comparte, porque muchos no valoran las causas.

Las reales. Las importantes.