Facultad de Comunicación Social - Periodismo

La trabajadora incansable

Buscar condiciones de vida digna para su comunidad ha sido una lucha constante para Gladys González.

Editado por: Laura Sofía Jaimes Castrillón

Perfil realizado para la clase de Taller de Géneros Periodísticos (Cuarto semestre – 2022 II), bajo la supervisión del profesor Fernando Adrián Cárdenas Hernández.

A la corta edad de 4 años, en el territorio de Icononzo – Tolima, de donde es oriunda, esta mujer supo lo que significaba vivir en medio de la guerra. Esa que comenzó antes de que en Colombia se hablara de grupos al margen de la ley y que involucraba una lucha a sangre entre cachiporros y chulavitas. Frente a sus ojos vio como una facción de los liberales llegó a la finca de su tía para cometer un doble asesinato. Sin ningún tipo de remordimiento, los hombres armados mataron a su familiar y a su hija de tan solo unas semanas de nacida. “Le cogieron la bebé, la tomaron de las patitas, la botaron pa’ lo alto y le dispararon con un fusil”, cuenta González. 

– POR FAVOR, ¡LA NIÑA NO! ¡LA NIÑA NO! – fueron los gritos que escuchó cuando su tía imploraba piedad por la niña. 

Una imagen que por más escabrosa que parezca no terminó con este lamentable hecho. No contentos con el asesinato de la menor, los liberales también masacraron a su tía. “Le cogieron los senos contra una piedra y se los estriparon, hasta que la mataron”, señala Gladys. Para su fortuna y de una manera inexplicable, ella pudo salir con vida de este fatídico hecho. Salió corriendo del lugar antes de que fuera la siguiente en la lista. “Créame que eso fue terrible, a mí me marcó”, agrega la tolimense. 

En su vida el conflicto armado siempre ha estado latente. Se volvió nómada por obligación debido a la violencia que la hizo huir repetidamente de los territorios. A sus 4 años salió del Tolima a Cundinamarca. Regresó cuando tenía 15 y tuvo que salir por segunda vez hacia Fusagasugá. Después, se radicó en Caquetá por 10 años hasta que, finalmente, vino a parar en Bogotá. De las tierras caqueteñas y su segunda salida de las tolimenses fue desplazada por las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia. 

Sin embargo, a Rincón del Lago, uno de los barrios de la comuna 4 de Soacha, Gladys llegó por voluntad propia. Allí empezó un nuevo capítulo de su vida junto con su esposo. Un lugar que para 1990 parecía ser un pequeño paraíso terrenal, con gigantescas praderas verdes y frondosas y una laguna en el que se podía pescar. Eran unas aguas cristalinas en donde la gente nadaba y en el que se veía una que otra lancha.  

“Cuando llegué, no había casi gente, eran como 6 casas. No teníamos postes de luz ni agua fija. Nos llegaba cada 8 días y nos tocaba sacar canecas para recogerla”, cuenta González. Sin embargo, toda la belleza natural de la zona cambió cuando el lugar empezó a llenarse de gente. Se instalaron redes de agua potable, que inicialmente fueron construidas artesanalmente por los habitantes de la zona. Gladys fue una de las que lideró la puesta en marcha de las tuberías. Organizó a la comunidad que por aquella época vivía en la zona y la alentó para poner el sistema que conectaba a las casas con una de las fuentes de agua del sector. 

Con el tiempo, y de manera paulatina, los demás servicios públicos fueron llegando a Rincón del Lago. No obstante, hay uno que hasta el momento no está instalado legalmente en la zona. Se trata de la red de alcantarillado, que en la actualidad es uno de los principales causantes de la contaminación ambiental del sector. Gladys también fue la que lideró, en el año 1993, todo el proceso de la puesta en marcha de estas tuberías. 

“Antes solo había zanjas y por ahí salían las aguas residuales. Entonces uno salía untado de popó o llegaba a la casa untado de popó”, manifiesta Edilsa, una de las hijas de Gladys, que por aquella época era tan solo una niña. Gracias a la labor de su madre fue que la situación de los habitantes del Rincón del Lago cambió. Cansada de ver cómo los desechos corrían por los caminos que separaban unas casas de otras, Gladys alentó a sus vecinos a poner las tuberías. En compañía de ellos, fue a la oficina en donde habían comprado sus casas para solicitar ayuda. “Desde entonces yo empecé a tomar el liderazgo, yo veía que la gente llegaba y vivía tranquila con toda la suciedad – cuenta González –. Pero yo no”. Así que les dijo: 

– Vamos a ponerle remedio a todo esto. 

A raíz de su iniciativa, otros líderes de los barrios colindantes empezaron a apoyarla. Fue entonces cuando empezó el trabajo fuerte. La empresa Solano Plata, que les había vendido los lotes a los habitantes de Soacha, les donó tubería de gres. Sin embargo, ellos tuvieron que traerla del barrio Perdomo y para esto, contrataron los servicios de una volqueta. Un vehículo que pudo entrar a la zona cruzando las primeras trochas que conectaban a este lugar con el resto de la ciudad. 

– Usted es el dueño de su frente – le decía Gladys a cada vecino. 

– Hágame el favor y me lo abre a tal nivel – les indicaba, seguidamente. 

Estar tan atenta a todas las indicaciones de los obreros hizo que Gladys, pese a ser una enfermera de profesión, se convirtiera en una ingeniera experta en redes de alcantarillado. “Era emocionante ver cómo dirigía”, cuenta Edilsa. Sabía de tubos y collarines y era quien revisaba que toda la instalación de las tuberías se realizara de manera correcta. Su hija cuenta las repetidas ocasiones en las que los habitantes tocaban a su puerta para solicitar la ayuda de su mamá. 

Empezaron el montaje de los tubos desde las casas de arriba hasta las de abajo. “Si usted no trabajaba la suciedad se iba para encima suyo y ese era su problema”, cuenta la tolimense. Fue un trabajo colaborativo, en el que participaron todos los residentes del barrio. La meta fue clara, así como el paradero de todas las aguas residuales de las casas. Todas estas desembocaron en la laguna. Una mala decisión que tomó la comunidad, o tal vez la única que encontraron ante el descuido estatal que aún sigue viviendo esta zona apartada de Soacha.  

Aquella fuente hídrica, que alguna vez tuvo aguas cristalinas, ahora está convertida en un basurero al que dan a parar todos los desechos de los habitantes del Rincón del Lago y de los demás barrios aledaños. Un botadero de sustancias líquidas y sólidas que con el calor o la lluvia extrema emana un olor fétido y da cuenta de los altos niveles de contaminación de la zona. Ya casi no se ve el agua, pues sobre ella flota una planta que los habitantes de la zona llaman Buchón. Una vegetación que cubre por completo los desechos que salen de las viviendas y que oculta toda la podredumbre que esconde ese lugar. 

Estas no son las únicas obras sociales en las que se evidencia el espíritu de liderazgo de Gladys, quien siempre ha estado interesada en mejorar las condiciones de vida de la comunidad. Está en contacto permanente con fundaciones como TECHO Colombia o Caminos de Paz, las cuales hacen voluntariados en la zona. Jazmín Cantor, trabajadora social y quien ha trabajado en ambas entidades, está agradecida con el trato que siempre ha recibido de la tolimense. “Ella tiene una biblioteca en la cabeza, nos dio los primeros pasos para que la comunidad no nos viera como visitantes sino parte del barrio”, afirma Cantor. La colaboración que han recibido de Gladys es la que les ha permitido entregar ayudas sociales a la gente del Rincón del Lago. 

Aunque ser lideresa en su barrio le ha traído momentos satisfactorios, muchas veces Gladys ha sido amenazada. Para Edilsa esta situación se presentaba por el perifoneo que hacía su madre en la zona. Su voz se emitía por las bocinas ubicadas a lo largo de las calles. Era quien alertaba la presencia de ladrones, los cuales reconocían su voz y anunciaban que iban a tomar represalias en su contra. No obstante, Gladys nunca ha desistido de su labor comunitaria. Es una mujer persistente y dispuesta a seguir trabajando por la comunidad. Eso es lo que la ha llevado a ocupar todos los cargos dentro de la Junta de Acción Comunal, menos la presidencia, y a ser edil del su barrio. 

En la actualidad, Gladys sigue viviendo en Rincón en Lago. Tiene una conexión especial con el lugar. Con nostalgia recuerda las viejas épocas de su barrio y con tristeza cuenta cómo la situación ambiental ha empeorado. Esos alrededores, que alguna vez fueron praderas y aguas limpias, se han llenado de basura y suciedad. Teme que cuando no esté no haya alguien luche por las necesidades de su comunidad. “Si yo me llego a morir, cuáles son líderes que van a coger esto”, es lo que se preguntaGonzález. 


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