La joya arqueológica escondida
A cincuenta kilómetros de Bogotá se encuentra el municipio de Pasca, Cundinamarca. Entre sus montañas y paisajes de exuberante vegetación, se halla el Museo de Arqueología e Historia Natural de Pasca, que alberga, como un tesoro escondido, piezas de innumerable valor histórico para los colombianos
Editado por: Profesora Estefanía Fajardo De la Espriella
Crónica realizada para la clase de Taller de Géneros Periodísticos (quinto semestre, 2023-1), con la profesora Laila Abu Shihab Vergara.
Sobre una mesa de madera y una ruana improvisada como un mantel se colocaron las piezas: una vasija de cerámica, algunos pedazos pequeños de orfebrería, los fragmentos del cráneo de un felino y la tan anhelada maravilla, lo que parecía una ofrenda muisca en oro. Reunidos alrededor de la mesa se encontraban el padre Jaime Hincapié; Luis Barriga del Diestro, director del Museo del Oro; Cruz María Dimaté, quien había hecho el hallazgo, junto con algunos familiares y dos de sus vecinos de la finca. El padre se estaba jugando su propia reputación, era todo o nada. La pieza podía ser la representación más clara y vívida de los rituales en las lagunas, o una muy mala broma, capaz de haberlos engañado y de hacerlos quedar avergonzados por el resto de sus vidas. El señor Luis Barriga se acercó lentamente, la comparaba con imágenes de algunos libros y mientras sus ojos se encandilaban con el brillo del metal dorado, parecían más cerca de la pieza que de sus cuencas.
Entonces, pronunció las palabras que quedaron grabadas para siempre en la memoria del padre Hincapié.
—Esto es El Dorado. La pieza es auténtica, padre.
Se refería a la balsa muisca, una de las piezas de orfebrería más importantes para la cultura del país, porque simboliza el ritual de El Dorado, la ceremonia en la que los muiscas cubrían con polvo brillante a su líder o cacique, lo subían sobre una balsa en un lago sagrado, desde donde se arrojaban ofrendas de oro y esmeraldas. Esta, hallada en 1969, fue elaborada en oro y tiene un tamaño de diecinueve centímetros de largo y diez de ancho y alto. Fue encontrada por Cruz María Dimaté y su hijo, en una cueva en el cerro La Campana, entre las veredas Lázaro Fonte y El Retiro, en Pasca, Cundinamarca.
Llegó a las manos del padre Jaime Hincapié, párroco de Pasca, como una muestra de confianza. A quien tanto le interesaba la historia y la arqueología, nunca dudó que, si la pieza era real, debía ser conservada en Colombia. Entonces inmediatamente se puso en contacto con Barriga, para que formara parte de la colección del Museo del Oro de Bogotá, donde hoy permanece entre una urna de cristal que la protege.
Este suceso fue una fuente de inspiración para el padre, quien empezó a coleccionar pequeñas piezas que hallaban en terrenos y fincas los habitantes del pueblo. Hace cientos de años, el territorio de Pasca fue habitado por culturas prehispánicas; gracias a su ubicación geográfica, muy cerca de la sabana de Bogotá, el municipio fue considerado como área sagrada para los muiscas. Fue así como el padre logró toda una colección, que además fue complementando con la compra de algunas otras piezas a guaqueros de la zona. Dentro de esos primeros elementos se destacan fragmentos de cerámica, volantes de huso para hilar y una tortera.
El padre estaba convencido de que su colección albergaba un gran número de piezas que merecían ser conocidas por los pasqueños y el resto de los colombianos. Lo que en un principio era una vitrina para ojear, se convirtió en un museo que abrió sus puertas en 1973, en medio de una obra de teatro que hacía referencia a la necesidad de pavimentar la carretera, que correspondía a un tramo de diez kilómetros entre Fusagasugá y Pasca. Fue ubicado en una construcción detrás de la casa cural, sobre tablas y ladrillos, piso de cemento y un techo de pañete y teja de barro. En ese momento, las piezas reposaron dentro unas vitrinas donadas por el Museo Nacional.
Un año después comenzó el arreglo de la carretera que llevaba años siendo puro polvo, del fino y arenoso, del que obligaba a los conductores a cerrar las ventanas de sus autos porque de lo contrario se enfrentaban a una nube de partículas diminutas que se extendían y flotaban por el aire. Por eso, resultaba tan necesario que los habitantes contaran con una vía por la que pudieran transitar tranquilos y el museo esperaba a los visitantes, que ya no tenían que llegar a través de una carretera destapada.
El padre Jaime Hincapié era antioqueño, nacido en Medellín en el año 1914. Su madre, Olga Santa María Hernán, era la nieta de Tomás Cipriano de Mosquera, importante militar y político colombiano, presidente de Colombia en cuatro ocasiones no consecutivas. Su padre, Leopoldo Hincapié Gareta, fue un destacado cirujano de la época. Hincapié se volvió párroco desde sus estudios en los Hermanos de la Salle de Medellín y cuando llegó a Pasca asumió su labor como sacerdote del municipio en 1958. Desde ese momento, el padre comenzó a tomar bastante popularidad entre los habitantes y con el suceso de la balsa en los principales medios de comunicación del país, aumentó su reconocimiento a nivel nacional.
No hay pasqueño que no sepa quién fue Jaime Hincapié y no hay quien conozca mejor la historia del padre que su secretaria y mano derecha, María del Tránsito Soacha.
La señorita Tránsito, como la conocen todos, es la directora emérita del museo y conoce hasta la última partícula de polvo de ese lugar. Con la memoria intacta, en medio de sus pasos lentos y su cabello blanco, recuerda y narra a la perfección cada hito del museo, cada detalle de la vida de Jaime Hincapié. Es ella quien ha mantenido viva la historia y ha dedicado la mayor parte de su vida a la conservación y exhibición de las colecciones, asegurando el cuidado del patrimonio cultural del municipio.
La historia de este espacio estuvo marcada por la llegada de los animales, que actualmente cobran vida en el segundo piso del museo. “El padre Hincapié llegó de una conferencia de museos en Cartagena y me contó que le habían ofrecido una colección de ciencias naturales, él creía que si compraba eso iba a ser muy llamativo para la gente”. Dos taxidermistas lo habían abordado en esa ciudad y tras la insistencia de estos, acabó cediendo y aceptó la colección. No había ni dónde ubicarlos en ese momento, pues el museo apenas había comenzado su expansión y por mucho tiempo la colección permaneció en el piso, sobre arena espolvoreada. Fue así como al museo de arqueología llegaron varias especies de reptiles, aves, mamíferos e invertebrados, entre los que se destacan el cóndor, el pez martillo y la manta raya, un oso de anteojos, tortugas terrestres, un emblemático jaguar y otros animales que parecen inmortalizados en medio de su reposo.
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Desde 2017, UNIMINUTO ingresó a la Junta Directiva del museo, de la que hacen parte varios miembros de esta corporación, además de Miguel Santamaría Dávila, exgobernador de Cundinamarca, quien desde su cargo apoyó la creación del museo y la expansión de su edificio. A partir de dicho año, se oficializó la tenencia de algunas piezas y UNIMINUTO ha estado a cargo de este patrimonio, con el fin de investigar, divulgar y mantener vigente la obra iniciada por el padre Jaime Hincapié. El museo se redistribuyó, dividiendo la colección arqueológica de 2.600 piezas en tres salas: “Coleccionismo y arqueología en Pasca”, “Pasca territorio de ofrendas” y “Legar para el futuro”.
Ya son 50 años desde su fundación, un museo que se encuentra en medio de un municipio conocido como la capital agrícola de Sumapaz, cuya población es de aproximadamente 10.000 habitantes. Un territorio de ruana y sombrero, donde la gente aún camina por la vía de los carros y estos deben ir lento, porque es probable que se atraviese una vaca amarrada a su amo. Un lugar en el que, desde su entrada, los visitantes pueden escuchar el poder de su naturaleza, las aguas del río Bosque atraviesan al pueblo. Para llegar hay que tomar una carretera angosta de ida y vuelta, que aún contiene partes pequeñas sin arreglar. Algunos metros antes de llegar al pueblo se visualiza un pequeño letrero verde que incluye la señalización hacia tres lugares: la alcaldía municipal, el parque principal y el museo.
Ya en los salones, el recorrido es guiado por Jorge Guevara, uno de los mayores cuidadores del museo y delegado de la señora Tránsito para la preservación de este. Camina mientras explica el origen y la importancia de cada una de las piezas. Entonces pronuncia “aquí encuentras a Colombia”, haciendo referencia a los distintos orígenes de la arqueología, de varias culturas y civilizaciones. Así es como lo ven los habitantes del municipio, entre la memoria y el sentido de pertenencia de los pasqueños, es evidente el orgullo que sienten por tener un pedazo de Colombia en medio de su cotidianidad.
El museo necesita ser preservado y de esa labor se encarga Sebastián Rivas, arqueólogo y curador. No deja de maravillarse por lo que ha podido aprender del museo y por eso mismo, se ha encargado de la protección de sus piezas. Actualmente, junto a la facultad de Patrimonio Cultural de la Universidad Externado, trabaja para volver a exhibir al público unas momias muiscas que requieren de un procedimiento de conservación especial para que las personas puedan apreciarlas. “Todo museo necesita su reserva y por eso de las 2.600 piezas solo hay expuestas un poco más de 200”, afirma.
María del Tránsito recuerda con precisión y absoluto cariño la historia de este museo, que está directamente ligada a la historia del padre Jaime Hincapié. “El cambio de Pasca fue el padre”, dice. Está sentada con un traje azul y una camisa blanca con rayas negras, toma un poco de tinto y habla sin interrupciones, como si estuviera hablando de su propia vida. Se inmortalizó en la historia de Pasca y comparte el legado del padre, quien falleció en abril de 2005. Ella ríe y mueve sus manos para explicar cada detalle, eso sí, no se le escapa ninguno.
Rossmery Arias es la directora actual del museo y quien viene trabajando, de la mano de su equipo, por mantenerlo vigente y lograr que la gente se sienta mucho más cercana. Tiene claro que es importante continuar dándole vida, para que los pasqueños sigan visitándolo, y ojalá el resto de los colombianos, para que conozcan la historia y las colecciones de un espacio que ha atesorado, en medio de las montañas, una parte de nuestra historia antepasada, que labró el presente colombiano.
—El padre decía que este es un museo por amor a Colombia, y esa es la frase que mejor lo define.