La extranjera que venía a ocupar un puesto colombiano
En esta entrevista, la venezolana campeona nacional de gimnasia rítmica, Oriana Viñas, narra su experiencia al obtener la ciudadanía colombiana y empezar a competir representando a nuestra selección.
Entrevista realizada para la clase de Introducción al lenguaje periodístico (tercer semestre, 2021-2), con la profesora Laila Abu Shihab.
“Más que alivio fue tristeza”, dice Oriana Viñas, campeona nacional de gimnasia rítmica, sobre su partida de la Selección Venezolana de Gimnasia para unirse a la Selección Colombiana.
Oriana nació el 29 de enero de 2002 en Caracas, la capital de Venezuela, y a los 6 años empezó a practicar gimnasia rítmica después de probar la natación, que tuvo que dejar porque sufría de hipotermia. Al principio empezó como un hobbie, un deporte para canalizar la energía de una niña pequeña, pero poco a poco se fue convirtiendo en, como ella lo define, “el papel principal de mi vida y no solo mía, sino también de mi familia. Es lo que mejor sé hacer, simplemente ya hace parte de mí”.
Cuando estaba en primaria, equilibrar la gimnasia con el colegio era sencillo, pero al ir creciendo tuvo que dar más de ella, lo que hacía imposible seguir llevando su educación con normalidad. “Mi mamá me decía que tenía que ser tan buena estudiante como deportista. Me tardé en convencerla, pero lo logré. El IND (Instituto Nacional de Deportes de Venezuela) nos daba la oportunidad de flexibilizar nuestros horarios para estudiar y entrenar. Tenía que entrenar 8 horas al día, así que estudiaba de 2:00 a 4:00 de la tarde”.
A los 11 años empezó a entrenar con Mariángel Balza, exgimnasta de la Selección Nacional de Venezuela, pero 3 años después la exatleta migró a Colombia y se estableció en Sogamoso por una oferta de trabajo. “No creí que se fuera a acabar mi carrera. En ese momento empecé a entrenar con las adultas, lo que me hizo tener más fuerza, mejor flexibilidad y expresión corporal, así que crecí mucho”. Mariángel no era la entrenadora principal de la Selección en ese momento, así que su partida la entristeció, pero no la desanimó. A pesar de todo, la exgimnasta siempre fue muy consciente del potencial que tenía Oriana, así que todo cambió cuando la llamó para competir por Colombia. “¡Es un nacional!, ¡es en Colombia!”, recuerda la conversación. Oriana estaba muy emocionada, pero igual de nerviosa porque no sabía cómo iba a terminar esa aventura.
A principios de 2016, con 14 años, y gracias a sus amigos y familiares, viajó a Colombia para competir extraoficialmente, sin quedar en listas de puntajes o de medallas en el nacional de aquel año, pero con excelentes resultados. A finales de ese mismo año iniciaron los trámites para cambiar de Federación y viajar para empezar de cero en un nuevo país junto a toda su familia.
Oriana tiene la ciudadanía colombiana desde los 12 años ya que su papá es barranquillero, pero para cambiar de Federación tuvo que firmar un documento en el que renunció a competir por Venezuela el resto de su vida. “El trámite fue muy rápido, se demoró dos meses cuando bien podrían haber sido cuatro, pero afortunadamente soy muy amiga de la presidenta de la Federación de Venezuela”.
“Yo no entendía muy bien lo de los trámites y eso, estaba más preocupada por dejar a mis amigas, a mis abuelos, mis entrenadoras y no sabía si me iba a ir bien o no. Después de que me confirmaran que podía viajar; más que alivio, me dio fue tristeza. Sin embargo, sabía que pedir quedarme era una actitud egoísta”.
Agrega que comenzó a sentir “la necesidad” en su familia en 2014. Fue en ese momento cuando la familia de Oriana empezó a experimentar los estragos de la situación de Venezuela.
Actualmente Venezuela enfrenta una crisis política, económica y social, consecuencia de la continuidad del modelo chavista de gobierno, tras la elección de Nicolás Maduro como presidente en 2013. El país afronta la inflación más alta del mundo, una moneda casi sin valor, la caída del precio de su petróleo, expropiaciones, corrupción y la migración más grande de América Latina en los últimos 50 años, entre otros problemas.
A pesar de que Oriana no se ha desconectado del todo de sus compañeras y amigas de Caracas, le da tristeza saber que la gimnasia venezolana está en decadencia. A mediados de la década de 2000, las gimnastas venezolanas se destacaban tanto que fueron invitadas a entrenar varias veces en Rumania, pero ahora, debido al desconocimiento de los reglamentos de las competencias, su nivel en puntajes ha bajado muchísimo. “Las venezolanas siempre han sido muy buenas y siempre han tenido buenos esquemas, pero la falta de conocimiento del código (reglamento) les juega una terrible pasada”, dice Oriana.
“Mi familia ya no tenía estabilidad económica. Comían arroz y lentejas porque la proteína estaba muy cara”. Cuenta que ella almorzaba y cenaba en el IND, donde había un comedor muy completo: carne, pollo y pescado. Llevaba dos recipientes y los llenaba de la comida que sobraba en el gimnasio para que, en su casa, su mamá pudiera cocinar con eso para Oriana, su hermana, su papá y sus abuelos.
Según ella, “la vida en Colombia es un poco más tranquila”. En ese momento ella vivía segura en el gimnasio, pero su hermana mayor no, quien tenía que caminar hasta el colegio con el peligro constante de que la robaran o la secuestraran, como le pasó a su tío. Para su abuela era imposible comprar medicamentos porque no había o estaban muy caros, su papá era taxista y su mamá trabajaba en una tienda naturista, pero ni siquiera con el dinero que juntaban entre todos alcanzaba para el día a día.
En enero del 2017, Oriana, sus padres, su hermana mayor y su perro llegaron a Sogamoso tras un viaje de cuatro días. “Fue muy difícil porque a mis papás les costó encontrar trabajo. Gracias a Dios, la Federación Colombiana le ofreció trabajo a mi mamá, pero entre ella y yo ganábamos solo $700.000. Mi papá sigue sin tener un trabajo estable, pero cuando se necesita, ayuda a montar los equipos para las competencias”.
Cuando su familia llegó a Sogamoso, Oriana empezó a entrenar poco a poco ya que no había podido hacerlo desde noviembre del año anterior. “A pesar de tener miedo, sabía que Mariángel estaba únicamente enfocada en mí y eso me hizo mejorar muchísimo”. Quedó como campeona nacional de 2017, lo que le permitió entrar a la Selección Colombiana de Gimnasia Rítmica.
“Las niñas chiquitas me recibieron muy bien, pero eran chiquitas; se emocionaban por mi acento y de dónde venía, pero no entendían que, para todos en la Federación, yo era la extranjera que venía a quitarle el puesto a alguna colombiana. Igual, quiero creer que su antipatía no era por el hecho de ser venezolana, sino de que no me conocían”. Sin embargo, dice que muchas veces se dio cuenta de que, sin importar cuántos errores cometieran sus compañeras, siempre obtenían una mejor calificación que ella.
“Algunos me siguen teniendo rabia, pero me gané a las personas dentro de la Federación y ahora son más lo que me apoyan que los que no. Además, a pesar de tener nuestros momentos competitivos, siempre hay espacio para reír y bailar con mis compañeras en la parte de Colombia o del mundo en la que estemos”.
Pero tener ciertos altercados con sus compañeras de Selección no ha sido la única mala experiencia que Oriana tuvo que vivir. “A finales de 2018 me dijeron que había subido de peso y eso me dio muy duro porque en este deporte no importa qué tan flaca seas, siempre va a haber alguien aún más flaca y a ese alguien es a quien van a calificar mejor por simple estética”.
Y es verdad, había subido 4 kilos. Ese número rebobinaba en su cabeza y en 2019 se “sentía pesada para saltar o girar” y dejó de alimentarse como debería. Como una deportista de alto rendimiento.
“Desayunaba un huevo cocido, una arepa súper pequeña y un té; me iba a entrenar, no comía nada en el entreno, almorzaba una ensalada, y si llegaba a cenar, no era más que una manzana”. Oriana pesaba 50 kilos teniendo 17 años. Poco a poco se fue dando cuenta de que le era imposible trotar como antes porque se ahogaba, le daba taquicardia y ni hablar de intentar hacer un esquema completo.
A finales de ese año, supo que su mala alimentación le había provocado anemia, y hoy no puede dejar de tomar un suplemento proteico, porque a pesar de haberla superado, sigue enfrentando las secuelas que esta afección le dejó.
En 2020, debido a la pandemia, sus entrenamientos fueron cada vez más escasos, lo que provocó no que dejara de comer, sino que comiera mal y en exceso. “Subí de 53 a 63 kilos. Son 10 kilos en muy poco tiempo, eso no es saludable”.
Las competencias de 2021 se acercaban y a ella no le cabía en la cabeza competir con, lo que consideraba, era sobrepeso. “Así que volví a dejar de comer y claro, me volvió a dar anemia. Era imposible porque me exigían más de lo que mi cuerpo podía dar”.
“Psicológicamente estaba en el suelo. Ya había bajado de 63 a 57 kilos, pero me seguía viendo gorda en el espejo”. Empezó a tener ataques de ansiedad en los que era capaz de levantarse la piel rascándose, ya que el cuerpo le picaba si sentía que había fallado en algo. Su mejor amiga, que aún vive en Venezuela, fue la que le ayudó a superar la depresión que no le permitía pararse de la cama para hacer absolutamente nada. Empezaron a estudiar ruso juntas, “y sin estar pendiente del tema de mi peso, llegué a 55 kilos”.
Ya venían los Juegos Panamericanos de Río y le alentaba saber que, a nivel del mar, era muy difícil que las secuelas de la anemia volvieran a aparecer para afectar su desempeño. Pero no fue así. “Los primeros días no competí como podría haberlo hecho y era aún más duro porque Mariángel no había podido viajar conmigo”.
Al día siguiente era la competencia final, donde se decidiría si obtenía una medalla o no, y la entrenadora de su compañera Vanessa Galindo la alentó con unas palabras que recuerda muy bien: “Me dijo cosas muy lindas. Me dijo que si la gente me miraba no era porque estuviera gorda, sino porque yo era hermosa, porque mis esquemas eran hermosos y porque hacía todo muy bien. Además, me dijo que cuando cometía un error, por más pequeño que fuera, dejaba que afectara el resto del esquema”.
Esa noche se encomendó a Dios como lo hace siempre, pero al amanecer y empezar el calentamiento previo, su ejecución era cada vez peor.
Sin embargo, “a la hora de pisar el tapete, todo me salió perfecto y sentí que podía subir y bajar una montaña entera”. En el esquema de balón, que era el que más le costaba, obtuvo la mejor calificación de su vida hasta ese momento.
Actualmente, Oriana tiene 20 años y estudia Licenciatura en Educación Física, Recreación y Deportes en la Universidad de Pamplona con el objetivo de que cuando llegue el momento de retirarse, se pueda convertir en entrenadora de alto rendimiento de gimnasia rítmica en el exterior.
La campeona nacional de 2017 y 2021, campeona centroamericana de 2017, medallista suramericana, de 2018, finalista panamericana de 2019, participante de varias copas del mundo y finalista en el Campeonato Panamericano de 2021 está recuperándose de un desgarro en la cadera que le impidió participar en el Campeonato Nacional de este año, pero sigue preparándose para obtener uno de los cupos que, a partir de Tokio, 2021, quedaron para las latinas y que podrían estar peleándose entre México, Brasil y nuestra esperanzada Colombia.