Facultad de Comunicación Social - Periodismo

La esposa del presidente

El amor, una fuerza traicionera que se interpondrá en el camino de Mauricio Reyes.

Editado por: profesora Estefanía Fajardo De la Espriella

Cuento realizado para la clase de Flujos de Trabajo en la Industria Audiovisual (Séptimo semestre – 2023 II), bajo la supervisión del profesor Ricardo Forero Sandoval.

Eran las seis de la mañana y empezaba mi nuevo trabajo en la Casa de Nariño. Mi madre había logrado conseguirme un lugar entre los meseros oficiales de la Presidencia. Después de todo, ella tenía ciertas ventajas mientras era la encargada principal del equipo de limpieza de la Casa.

Como acto protocolario, todo el personal debía ser presentado ante la familia presidencial. Esa fue la primera vez que la vi, con su vestido rojo carmesí, su tocado floral y sus delicados guantes de seda. Era Libia Quintero, la primera dama y esposa del presidente Bernardo Turbay, acompañados de sus tres hijos. Decentemente, la pareja saludaba a cada empleado, cuando llegó mi turno y vi sus ojos, noté que se habían iluminado. Luego de tener una leve expresión de asombro volvió a su porte formal, me saludó y continuó su recorrido.

Esa misma noche no podía conciliar el sueño, me sentía halagado por haber llamado la atención de una mujer nacida en cuna de oro, pero, por otro lado, me aterraba la idea de lo que podría hacer un presidente contra una mucama y su hijo si descubría que este tenía un amorío con su esposa.

Durante unos meses la rutina iba con normalidad, hasta el día que llegó el cumpleaños de la primera dama. Para complacer sus gustos, el presidente nos había encargado de hacer un gran banquete con una decoración refinada como su esposa. Durante una semana se prepararon docenas de platillos, desde pavo relleno hasta tartaletas; las columnas del gran salón se cubrieron de enredaderas decoradas con todo tipo de orquídeas, sobre las mesas se colocaron manteles de seda traídos desde China y las fuentes del jardín se aromatizaron con agua de rosas.

Cuando llegó la hora del banquete, a cada uno nos correspondía un comensal y, por coincidencias de la vida, quedé a cargo de la primera dama. Si bien la noticia me tomó por sorpresa, debía ser lo más profesional posible. Entrada la noche, entre el choque de las copas y la música con alto volumen, la alta sociedad del país se reía, fumaba, bailaba y cantaba. Veía el paisaje con extrañeza, ver a estas personas tan cultas y serias puertas afuera, estando en un estado de euforia y desorden, era algo que nunca imaginé presenciar.

Entonces mi madre se acercó. Quien no la conociera diría que es una mujer mayor, menuda y débil por su estatura, pero todos cambian de parecer cuando abre la boca. Con su voz grave y firme me advirtió de algo que me dejaría pensando: —Mijo, cuando la noche cae, los lobos salen a cazar. No se fíe de estas personas por más amables que parezcan.

Ya eran las dos de la madrugada y hasta que no se fuera el último invitado, no podíamos dejar nuestros puestos. Estaba recostado contra una pared para sobrellevar el cansancio de los pies cuando sentí que unos brazos salieron detrás de las cortinas y me jalaron hacia el balcón. Era Libia. Aun estando consumida por el alcohol y el agotamiento de una noche desenfrenada, su rostro lucía igual de bello, iba a decírselo, pero ella tapó mis labios con su dedo.

—Camarero, camarero, camarero… hasta que por fin podemos conocernos como se debe. Te preguntarás qué haces aquí. Pues, verás, todo estaba planeado. Cambié las fichas de asistencia para que tú me sirvieras durante la comida y solicité suficiente alcohol para que nadie pueda recordar lo que pase esta noche.

Me sentía inquieto por todo lo que me decía. Aunque me parecía sexi su comportamiento, también quería saber que buscaba ella con todo esto. Ella continuaba:

— Mi marido está lo suficientemente borracho como para estar pendiente de mí. Por eso quiero divertirme un poco contigo antes de volver con él. Entonces, ¿qué dices? ¿Lo intentamos?

Mi corazón palpitaba con fuerza, la adrenalina corría por mi cuerpo y pensé, soy joven y guapo, debo aprovecharlo mientras pueda. Nos miramos lujuriosamente y la primera dama se abalanzó contra mí. En esos instantes fuimos uno solo, no había clases, etiquetas o norma alguna que nos detuviera.

Más tarde ese día me levanté con una gran sonrisa. Aunque lo ocurrido no era moralmente correcto, al menos podría contar cuando una mujer poderosa e importante como una primera dama se había querido acostar conmigo.

Cuando me disponía a salir de mi habitación, mi madre entró de golpe, cerró la puerta con fuerza y su rostro reflejaba rabia y preocupación:

— ¡Maldito! ¿¡Qué hiciste!? ¿Acaso no escuchaste lo que te dije anoche? Limpiando la habitación de la patrona, encontré en su cajón el broche que tiene tu nombre ¡Mauricio Reyes! Empaca todas tus cosas y desaparece de la ciudad, vuelve al pueblo, porque el día que se entere el presidente se cae este país.

Tomando la flota de regreso, no podía dejar de sentirme asqueado durante el camino. Después de tantos años trabajando en la Casa de Nariño, mi madre tenía oídos en todos lados. Así supo uno de los grandes secretos de este país. El presidente y su esposa en realidad son tío y sobrina, se casaron cuando él tenía 32 y ella 16.

Aunque siempre se han amado, ella ha tenido miedo de tener hijos deformes por la perversión de su relación, por eso lo hizo infértil con un medicamento que le suministraba a escondidas. Y cada vez que su esposo le decía que quería un hijo, ese mismo día ella escogía el empleado más viril de la casa, se acostaba con él y después lo hacía con el presidente para que este creyera que era un hijo suyo.

Después de todo, mi hijo nunca sabrá que su padre estuvo con la primera dama.


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