Facultad de Comunicación Social - Periodismo

Insurgentes y campesinos: conflicto en el Carare

Conozca la mirada del conflicto armado a través del papel mediador que tuvo una organización de campesinos en la zona del Carare.

Crónica realizada para la clase de Taller de géneros periodísticos (cuarto semestre, 2019-2), con el profesor David Mayorga. 

Durante los ochenta, en el municipio de Cimitarra y el corregimiento de la India se vivió con crudeza la violencia propiciada por grupos al margen de la ley en la zona. Una organización de campesinos medió el conflicto.

Seis, siete u ocho cuerpos flotaban en la inmensidad del río Carare. Este no era utilizado para cazar peces, viajar en lancha o simplemente tomar un baño, todo lo contrario, se convirtió en el cementerio comunitario del corregimiento de la India, donde diariamente se arrojaban cierta cantidad de cadáveres a mediados de los años ochenta. Personas que fueron víctimas de la violencia en el conflicto armado en el departamento de Santander eran asesinadas por grupos tanto paramilitares como guerrilleros que dominaban los territorios de Cimitarra y la India.

Ante esta situación, ¿Qué se hacía?, ¿llorar?,¿lamentarse?,¿denunciar?,¿atacar?; Como la historia lo cuenta, los que verdaderamente se interesaron por los afectados fueron los campesinos de la zona, los cuales recogían los cuerpos que caían en el afluente, se los entregaban a sus familiares, hacían la respectiva velación y posteriormente volvían al caudal a repetir el mismo proceso.

Cansados de ver tanta violencia, 12 campesinos de la región crearon una organización independiente que le hacía resistencia a los grupos al margen de la ley que dominaban la zona, en la cual se presentaban todo tipo de atrocidades. Esta se llamó ATCC (Asociación de Trabajadores Campesinos del Carare). Surgió como necesidad, más no como un asunto de “guapeza”. Manuel Serna es el único que está vivo de la docena de personas que decidieron crear la organización. Es un campesino antioqueño, de tez morena, que llegó al corregimiento de la India hace 42 años, y desde ese momento, se ha unido a causas sociales. Para él, existen muchas versiones de los hechos: gente que “cree” conocer la historia pero que en realidad no sabe nada.

 

Llegó el campesinado

Dos años previos a la creación de la organización, los campesinos le servían a la guerrilla. Estos últimos llegaban a comprarles elementos de la canasta familiar a una proveedora (lo que le conocemos como tienda de barrio).

–Llegaba un paraco y se le vendía –decía Serna

Su relación con el ejército no era la mejor: estos los ultrajaban con plata, drogas y “lotecitos”.

Entre los años 1984 y 1985, la situación era tensa. Cada día existía un toque de queda: al que salía después de la seis de la tarde, le daban bala. Los campesinos se cansaron de esto porque aunado a los interminables crímenes, los comenzaron a perseguir.

Un comandante fue el que les dio la idea de que se creara una organización con el fin de que se pudieran defender. A costa de lo que fuera, la sociedad de la región del Carare empezó a tener de cierto modo protección hacia los delitos cometidos por estos grupos. Cabe resaltar que su organización era independiente, sin ningún tipo de ayuda. Se movían entre Cimitarra y el corregimiento de la India, lugares donde tenían sus oficinas respectivas.

“Así fue como el 21 de mayo de 1987 se creó la ATCC”, recuerda Manuel Serna con exactitud, a pesar de tener 82 años de edad.

Durante el tiempo en el que los enfrentamientos a quema ropa eran pan de cada día, don Manuel se llegó a reunir en el municipio de Puerto Boyacá con los que eran los jefes paramilitares del momento: Manuel y Henry Pérez. Todo con el fin de que existiera la posibilidad de que las personas que se encontraban secuestradas, fueran rescatadas. Serna los conocía desde que eran pequeños, pues trabajaba hace años en aquel lugar.

–Con ese es posible hablar–decía el paramilitar Pérez con respecto a lo que pensaba del líder de la ATCC.

En ciertas oportunidades, el trato era humillante hacia los campesinos; sin embargo, como los paramilitares conocían a qué se dedicaban estas personas, le comenzaron a bajar la guardia a su prepotencia.

Don Manuel reafirma que a pesar de que es de izquierda, nunca se ha enfrentado con conglomerados de derecha, por el contrario, siempre ha tenido una relación cordial con estos. Siempre tuvo conflicto con el ejército, nunca se pudieron entender.

–Me acercaba con mi peinilla –refiriéndose al machete como mecanismo de defensa.

Una de las cosas que más generaba frustración e ira era la falta de apoyo que la alcaldía de Cimitarra le proporcionaba a la organización: se reían cuando mataban a la gente. Veían a los campesinos como unos pobres idiotas que pensaban que todo en algún punto se iba a arreglar, pero que en el fondo, sus acciones no generarían mayor trascendencia. Para don Manuel, estos eran aliados de los paramilitares. Teniendo en cuenta esto, cada vez la asociación quería ser más independiente de lo que en un principio se estipuló, no querían la ayuda de nada ni de nadie.

 

La masacre de la periodista y los campesinos

Uno de los episodios que provocó mayor impacto dentro de los habitantes de Cimitarra fue el asesinato de la periodista Silvia Dussan y de los tres miembros de la ATTC que se encontraban con ella en el instante de la masacre, estos eran: Josué Vargas, Miguel Ángel Barajas y Saúl Castañeda.

La comunicadora (quién era enviada desde la BBC de Londres) fue al municipio a realizar ciertos trabajos periodísticos que involucraban relatar los acontecimientos relacionados con el conflicto armado en la zona del Carare. Alcanzó a enviar cierta información antes de lo sucedido; sin embargo, su deceso no permitió que la historia de la ATCC saliera a la luz ante los ojos del mundo, ya que faltó entrevistar a los campesinos de la organización.

La última vez que Manuel vio a sus compañeros y a la periodista el día del asesinato, fue a las 6:30 p.m. Josué Vargas, el hombre que para ese tiempo era el director de la organización, le dijo a Serna: “Manuelito, váyase para la India”. Y en efecto, Serna acató la orden del que era su jefe.

Cuestiones no evidentes pero que con el paso del tiempo y de la experiencia se fueron desenmascarando, poco a poco Manuel las va rememorando: resulta que uno de los miembros de la ATCC , llamado Carlos Atuesta, terminó confabulándose con los asesinos para realizar el atroz hecho. El día de la masacre Atuesta estaba en el bar “La Tata” (lugar del crimen) tomándose unos tragos tanto con la periodista como con los campesinos. En un determinado momento le dio un beso a Dussan (Serna lo describe como el beso de Judas), también se despidió de Josué y de los demás. No había caminado cincuenta metros, cuando sujetos con arma corta llegaron a acabar con la vida de los cuatros sujetos que habían quedado en el club social.

Las ambulancias se demoraron mucho tiempo en llegar, pues como estas estaban aliadas con las autoridades (paramilitares en resumidas cuentas), su objetivo era que Silvia no fuera a llegar al hospital viva, y efectivamente, sucedió: tanto Dussan como los tres hombres fueron asesinados aquella noche sombría del 26 de febrero de 1990.

–Nada más esos cuatro perros -Eran las palabras de ciertos insurgentes que conversaban con Serna.

Por otra parte, Josué Vargas era un hombre bumangués que a pesar de ser humilde, caballeroso y servicial, su peor maldad era ser franco. No le temblaba la voz ante el dominio que los grupos ejercían en la zona. Eran sus enemigos.

Tiempo atrás, los paracos le dieron una lista de las personas que ellos consideraban indeseables a don Manuel, entre ellos, Josué. Teniendo en cuenta lo anterior, Serna estuvo al pendiente del perseguido; sin embargo, cuando logró acercársele completamente, se dio cuenta de que era alguien que valía la pena.

Igualmente sucedió con Miguel Ángel Barajas, el otro integrante que estaba en el suceso: era un ingeniero agrónomo que les enseñó a los campesinos de la ATCC a cultivar plátano, maíz y abonos orgánicos. Se convirtió en uno de sus más grandes aliados. Esto no cayó bien en los grupos enemigos, pues tenían a alguien profesional dentro de su equipo de trabajo, lo que para ese entonces, era algo increíble. Don Manuel dice que una de las personas que lo amenazó fue Hermógenes Valderrama.

Don Manuel tiene un secreto que seguramente se llevará a la tumba, pues él sabe el nombre de la persona que dio la orden para que los cuatro sujetos fueran asesinados. “No me he atrevido a decir quién es el personaje”. Sin embargo, recuerda una conversación que el homicida tuvo un mes antes con Josué, cuando este fue a Bogotá a realizar una denuncia:

Asesino: ¿Para qué se va a hacer matar? Váyase pa’ su India, allá lo necesitan.

Josué: Yo no dejo de ser lo que soy hasta que me muera.

 

Después de la tormenta, ¿viene la calma?

Se llevaron los restos de Josué en una avioneta hasta Bucaramanga, y la vida tenía que seguir con normalidad.

–Vamos a seguir luchando –Eran las palabras que se repetían una y otra vez los integrantes de la ATCC.

Muchos de los habitantes de Cimitarra salieron huyendo ante el temor que les generaba esta situación. Algunos fueron a parar a la cárcel por vinculación directa con el crimen.

El querido Josué tenía un proyecto en mente que no se logró concretar (por lo que ya se sabe), pero que Manuel no se dio por
vencido ante la posibilidad de realizarlo. Dos meses después, la asociación tenía que ir a Nueva York a representar a Colombia ante 350 países. Se habían ganado el Premio Nobel de Paz Alternativo. Manuel fue en compañía de Eselino Ariza, Orlando Gaitán y María Lucía Roa.

“Que tenga que ir un campesino sin el menor estudio, eso es un acontecimiento muy grande”, expresa Serna. Se sentía extraño al ver personas de otros países, comidas tan exclusivas, y por supuesto, un idioma totalmente desconocido.

Previo a la entrega del premio, se hizo un trabajo exhaustivo de 18 días que incluyó charlas y discursos dados por los representantes.

Ya de vuelta a casa, todo lo que se construyó en Nueva York se derrumbó en cuestión de segundos: Fernando Chávez, el presidente de la asociación en aquel tiempo, no tuvo el más mínimo interés por seguir adelante con el proyecto hacia la construcción de paz en la zona.

–Yo no tengo compromisos con nadie –expresaba el nuevo dirigente.

Según Manuel, Chávez le tenía envidia debido a que la comunidad catalogaba a Serna como su verdadero presidente. Además, realizó semejante logro en tierras gringas, cosa que también le generaba conflicto

De hecho, una de las cuestiones que más le duelen hasta el día de hoy a don Manuel, es que todo ese trabajo realizado se desechó en menos de nada gracias a las acciones malintencionadas de una persona. Su ideal de convertir a la India en un municipio se desmigajó.

–Ese pobre idiota no tiene la culpa, la culpa es de los que lo nombraron –le decía un gran amigo de Manuel, el ‘dotor’ Alejandro Sáenz.

Finalmente, el galardón se quedó en la oficina de la asociación. Don Manuel tiene la réplica en su casa. Por otra parte, el dinero entregado no fue en cantidad. Todo terminó en que Serna se alejó un lapso de 12 años de todo lo que tuviera que ver con la organización, no quería verle la cara a las personas que lo hicieron sufrir.

 

Bienvenidos a la realidad

Don Manuel ratifica con orgullo que 11 años y medio después de que se obtuvo el premio, en las zonas de Cimitarra y de La India la violencia se opacó. De alguna manera, a su trabajo no se le dio el reconocimiento que merecía, pero la tranquilidad no la cambia por nada. Sin embargo, la organización no volvió a sonar, prácticamente despareció. Serna dice que es una “asociación fantasma”, que aún está registrada en la cámara de comercio, pero no hace mayor cosa.

Don Manuel cuenta que la finca que tenía en la vereda “La Auyamera” la perdió por no pagar $230.000 a la Caja Agraria, que más tarde, se le convirtieron en $1’200.000 en intereses. Eso era un platal para él, por lo tanto, optó por dársela a un amigo que supuestamente se la daría después. Esta es la hora en la que Serna aún espera que su finca le sea devuelta.

A muchos campesinos les ha pasado lo mismo, pierden sus terrenos por falta de pago, o de lo contrario, les son arrebatados. Lo que hoy en día algunos hacen es que les “arriendan” los terrenos con animales, y en cinco años tienen que entregárselos a sus patrones tal y como los encontraron. De esta manera es que muchos sobreviven.

La presencia de paramilitares en realidad es muy reducida, tanto así que después de la época de masacres algunos quedaron en la quiebra: “Acá existe la mala fama de que hay paracos por todo lado, no tienen un peso, no tienen a donde trabajar, vivían a lo bien. Reniegan por cinco mil, diez mil pesos”. Aunque esto sea lo que don Manuel cree, la realidad es que por el pueblo se ven grandes camionetas, hombres que aparecen montando a caballo de la nada y obras en construcción de dudosa procedencia.

Don Manuel vive en una humilde, pero acogedora casa en Cimitarra. No tiene lujos, ni pensión, pero lo que lo motiva a seguir en estas tierras santandereanas es la lucha por la gente que sufrió y que está sufriendo. También ha recorrido gran parte del país dictando seminarios gracias a su labor. Aún en el corregimiento de la India le exigen que sea el jefe de la ATCC; sin embargo, les contesta que no necesariamente tiene que estar al frente de la organización para que las cosas vayan “bien”, la clave es tener buena comunicación.

Mi piel se eriza en el momento de llegar al lugar donde todas las víctimas del conflicto cayeron en medio de las contaminadas aguas del río Carare. Diviso el panorama actual: casas humildes, tomaderos de cerveza, chocoanos por doquier, calles destapadas, gente jugando a pleno sol en una descuidada cancha de fútbol, y no menos importante, el afluente que desemboca en simples trasteos de un lado al otro del río. Teniendo en cuenta el daño que los paramilitares y los guerrilleros le han causado a esta gente, me pregunto si algún día las secuelas de la guerra dejarán de estar presentes en sus vidas.

“No es con las armas, es con ideas, palabras serias”:  Manuel Serna