Historias a través de la cámara
El conflicto, la guerra y el ímpetu humano retratado por un lente. Dos crónicas entrelazadas, relato de dos fotógrafos testigos de una realidad doliente.
Crónicas realizadas para la clase de Periodismo Internacional (octavo semestre, 2022-2), con el profesor Fernando Cárdenas.
A través de dos crónicas (una escrita y la otra ilustrada) tendremos la oportunidad de conocer sobre la guerra de Ucrania y la historia de la fotografía ganadora del World Press Photo 2018 desde la perspectiva de sus respectivos fotógrafos.
Ucrania: La guerra desde la mirada del lente
No había logrado visualizar la escena en el visor de su cámara sin que antes una arcada lo obligara a buscar el cubrebocas N95 que llevaba en algún bolsillo de su mochila, el estridente hedor era tal, que a su cercanía paramédicos y forenses recurrían a los árboles del bosque para vomitar lejos del escenario. Había pasado ya más del medio día del 18 de septiembre en la ciudad de Izyum, Ucrania.
A las afueras de la urbe, con impermeables azules, cascos militares y palas en mano, investigadores policiales realizaban la exhumación de 436 cuerpos enterrados en la mitad del bosque. Antes de que pudiera acercarse a la zona de extracción, Juan Barreto debió cubrir su rostro con una segunda mascarilla para asegurarse de poder resistir toda su jornada de trabajo. Ajustó un poco la velocidad de obturación, adecuó el diafragma de su lente y realizó las primeras fotografías. No obstante, un desasosiego constante se impregnaría en su nariz durante todo el trayecto. Debía ignorarlo. Solo tuvo un breve pensamiento antes de seguir trabajando:
«El olor a muerte».
Habrían pasado casi seis meses desde el enfrentamiento del ejército ruso con tropas ucranianas en la batalla ofensiva por la toma del país europeo a inicios del año 2022. Su posición geográfica y estratégica como cruce de transporte, era un elemento fundamental en el mapa de una guerra que nadie esperaba que llegase a suceder. Mucho menos que se prolongara. Dos sujetos equipados con uniformes quirúrgicos realizaban el descubrimiento de un cadáver nuevo. El estado de descomposición era avanzado. De manera ya rutinaria lo inspeccionaron de pies a cabeza para luego ponerlo en una de las bolsas blancas que estaban esparcidas en todo el lugar. La cámara de Juan fue testigo del suceso.
Crucifijos improvisados con estacas y retablos de madera inundaban el panorama. Aun así, aquel periodista que incursionaba por primera vez en un conflicto caliente de esa escala se fijaría en un detalle que en principio podría pasar desapercibido por las condiciones de las fatales víctimas. Formuló la pregunta y de manera inmediata volteó a ver a su traductor para conocer la respuesta: “Están maniatados, símbolo de tortura”. La afirmación de aquel forense confirmaría lo que se convertiría en el titular de los medios internacionales en las próximas semanas. La fosa común se encontraba en territorio de un antiguo campamento ruso.
Gran parte de los ejecutados eran civiles. Algunos podían ser identificados por los objetos que llevaban en sus bolsillos al momento de perecer. Otros, serían enterrados sin un nombre, y sin la posibilidad de ser encontrados por sus familias. Mientras tanto, Juan Barreto debía limitarse a continuar con su labor periodística.
–Nuestro objetivo es ayudar a la gente que vive en el Dombás –declaró el presidente Vladímir Putin a los medios como justificante de la ocupación militar–. Aquella que siente un vínculo inquebrantable con Rusia y que durante ocho años ha sido víctima de un genocidio.
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Una orquesta dirigida por alarmas, sirenas y silbatos daría la bienvenida al país en su primera visita al fotógrafo. El constante sonido de las alertas antiaéreas lo recibiría desde la capital en Kiev, y lo acompañaría durante toda la estancia en el país. Desde la primera parada en la ciudad de Dnipró, hasta la estadía en las periferias de Kramatorsk. Una melodía a la que se terminaría acostumbrando, pero que le recordaría asiduamente que su vida corría peligro.
Aquella noción era un sentimiento desconocido para Barreto, pese a que, sobre su experiencia, cargaba con el historial de ser reportero gráfico en zonas de conflicto, y coordinador fotográfico de la Agencia France Presse (AFP).
Habían pasado casi veinticuatro horas desde que su travesía había iniciado, hasta su llegada a la capital ucraniana. La primera fotografía capturada, en la estación de trenes de Varsovia, y antes de recorrer 9 horas de viaje hasta la frontera, le habrían de recordar aquel primer acercamiento al periodismo en su adolescencia. Tenía 17 años en ese entonces, habiendo obtenido una beca para estudiar diseño gráfico en Venezuela tras el golpe de estado, gracias a que trabajaba como asistente fotográfico en el Diario de Caracas.
–¿Entonces? –cuestionó el fotógrafo.
–Usted puede entrar a Ucrania –dijo el soldado de turno, quien hacía guardia en la frontera–. Pero eso no le garantiza que usted se va a quedar aquí.
Para ingresar al país, debía tramitar una credencial autorizada por el ejército ucraniano, la cual sería fichada en alguna embajada de Polonia. Sin embargo, existía la posibilidad de ser expulsado si no seguía las normas.
Se movilizaría entonces a la mañana siguiente a la ciudad de Dnipró, cercana a la zona del Dombás, la región más caliente del conflicto por su linde con Rusia. El hotel dónde se quedarían los periodistas era modesto. Algo reducido. Un recuerdo de que en la querella no hay comodidad. A las siete de la mañana tendrían un breve desayuno. A las ocho, empezaría la labor investigativa para conocer los hechos bélicos de ese día. Habría una mesa en Kiev que recopilaría la información más relevante para cubrir.
Yacían escombros regados por las calles, ardiendo aún los despojos humeantes de algún edificio destruido. En los parlantes, rugían con mayor intensidad las sirenas antiaéreas. Pero lo extraño del panorama era, en un estado apacible, los ancianos y niños, vecinos y colegas, que aun en estado de alerta, caminaban de manera sosegada junto a pilares de sacos de arena. Olvidando por un momento la guerra. Entonces, los recuerdos de una visita a un mundo que le era desconocido se convertiría para el periodista en relatos y sucesos inconexos que le habría de recordar la crudeza de la realidad.
Se encontraba en Kramatorsk cuando sucedió. Habían pasado algunas horas desde el ocaso, y el temor de las alarmas se había disipado totalmente. Pues lo común era que los bombardeos ocurriesen entre las 4, 4:30 o 5 de la mañana. Siempre en horas específicas. Tomaba un sorbo de su café, una mujer de mediana edad le habla álgidamente en su idioma natal. A su derecha, el ‘fixer’, su acompañante ucraniano, quien se encargaba de realizar toda la organización durante el día, realizaba la función de traductor. Realizaba una pequeña entrevista antes de tomarle algunas fotos.
Lo siguiente que recuerda es confusión, gritos y una llamarada. Desde las últimas semanas, el Kremlin y la artillería rusa habían tomado una nueva estrategia de ataque: bombardear infraestructura ucraniana. Desde centrales de energía hasta bases eléctricas. Una táctica cruel pero certera suponiendo que pronto llegaría el invierno. El sudor bajó por su espalda por un momento, no podía dejarse llevar los nervios en una situación así. Habría de recordar entonces lo que aprendió en 2010, cuando realizó un curso del manejo del estrés en zonas de conflicto en la sede de la OTAN. Aspiró una bocanada de aire fresco, sintiendo cómo se expandían sus pulmones, lo mantuvo algunos segundos y finalmente exhaló. Debía acercarse al lugar.
El cráter estaría formado por unos treinta centímetros de profundidad. En cambio, su diámetro era del tamaño de un autobús, unos tres o cuatro metros. Por suerte, había caído en la mitad de la carretera. Un terreno árido y formado por tierra, en vez de impactar una casa aledaña al lugar.
–¿Algún herido?
De manera inmediata se habrían acercado militares y miembros del cuerpo médico alrededor del impacto. El rocket por suerte solo habría sido un susto en aquella ocasión. Aun así, si alguien hubiera resultado lesionado, él no hubiera podido ayudar, por mucho que hubiese querido.
Era consciente de ello por una experiencia personal. En 2018, durante las protestas en Venezuela, cubrimiento que le otorgó un World Press Photo. Juan está realizando fotografías de los hechos para su Agencia cuando José Salazar, de veintiocho años de edad, se prende en llamas tras la explosión del tanque de gasolina de una de las motocicletas de la guardia nacional. Envuelto en una llamarada, el manifestante corre de frente al fotógrafo, en búsqueda de ayuda. De manera rauda, Barreto debe hacerse a un lado y tomar la fotografía, Él también está cubierto de gasolina, y no tiene las condiciones para prestar primeros auxilios. Su papel en los conflictos armados es el de ser un testigo de la realidad humana, capturar el momento, y difundirlo al mundo.
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Las ventanas habrían sido defendidas con cientos de bolsas de arena y tierra, a modo de una barricada improvisada. Adentro, cirujanos realizaban una intervención médica a algún lesionado en combate. Era el treinta de septiembre a las afueras de Kramatorsk. Juan Barreto, sus colegas de oficio, y su traductor, se habrían puesto por encima de la ropa alguna bata hospitalaria, tapabocas y guantes para no contaminar el lugar. La luz de la sala resplandecía por momentos y en el piso, mesas y sillas que rodeaban el quirófano reposaban cajas y frascos de medicamentos.
El fotógrafo está próximo a completar un mes de su estancia en el país europeo. Ha enviado ya varias fotos realizadas a su agencia por medio de internet. Sin embargo, la situación en Ucrania y la respuesta de los militares rusos no parece apaciguarse todavía. A pesar de las barreras en las ventanas, las sirenas no habían dejado de resonar en ningún momento.
Tomó su cámara, ajustó el enfoque de su lente y realizó la fotografía del suceso.
En cuestión de segundos
En cuestión de segundos es una crónica ilustrada que cuenta la historia detrás de la fotografía ganadora del World Press Photo 2018, la cual se desarrolla en uno de los contextos más duros que se han vivido en Venezuela, las manifestaciones de 2017.