Mujeres: hacemos historia
Como feminista enclosetada, usé esta crónica como excusa para armarme de valor y defender lo que creo correcto.
Crónica realizada para la clase de Taller de Géneros Periodísticos (cuarto semestre, 2022-2), con la profesora Laila Abu Shihab Vergara.
No suelo llamarme feminista porque sé que aún hay muchas cosas que no sé. Sin embargo, defiendo a capa y espada la igualdad de derechos para hombres y mujeres. Me interesa mucho el feminismo y me encanta la historia, así que la historia feminista es algo sobre lo que leo bastante, en especial acerca del 25 de noviembre. Así, decidí asistir a una de las marchas que se llevaron a cabo en Bogotá como un acercamiento a mi transformación feminista.
Al llegar a la Universidad Nacional, el punto de encuentro, una hora después de la convocada, me sorprendí de ver casi solo treinta chicas. Creí que habría muchas más. Igualmente me acerqué para escuchar lo que decían por el megáfono:
– Chicas, las invitamos a que escriban lo que quieran quemar del patriarcado-. Una de ellas, vestida completamente de negro con un pañuelo morado en el cuello, nos entregó unos recortes de papel.
Mi amiga, también periodista, y yo nos animamos a escribir, pero no a compartirlo con el resto. En ese momento me di cuenta de la valentía que se necesita para hablar sobre la violencia de género. Cada vez que volteaba a un lado u otro, veía más furia detrás de pañuelos verdes y morados.
“Yo quemo el miedo que no me deja salir tranquila de mi casa”, “yo quemo a ese hijueputa que me miraba en el transporte público”, “yo quemo a ese pirobo que me esperaba en la puerta del colegio para acosarme y perseguirme hasta mi casa”, “quemo a mi padrastro, quien creía tener el derecho de tocarme cuando yo solo tenía 13 años”, “yo quemo a mi papá y agradezco que hoy esté muerto”, son algunas de las palabras que escuché ese día. Recuerdos enterrados en lo más profundo de cada una de ellas, quienes ese día se armaron de valor para liberar sus corazones de esa impotencia, dolor y terror que cargaban desde una edad muy, muy temprana.
Me fue imposible detener las lágrimas. Mientras escuchaba con atención a cada una pensaba en lo afortunada que soy de solo haber sido acosada en la calle, porque nunca he sido torturada ni violada. ¿Cómo es posible que me sienta afortunada de que solo me hayan acosado?
El 25 de noviembre de 2022 marcó un antes y después en mi vida, porque ese día se rompió la burbuja de cristal en la que había vivido y ni siquiera sabía que existía.
Por eso quiero recordarme que la violencia contra la mujer no es, lamentablemente, solo el acoso callejero, los secuestros, torturas, violaciones y asesinatos, sino también el ganar menos que un hombre, que nuestra opinión no sea considerada válida, que no podamos vestirnos como queremos por miedo a que algo nos pase. Violencia contra la mujer es no poder vivir en un mundo con igualdad de condiciones.
Poco había escuchado sobre las hermanas Mirabal en las casi dos horas que estuvimos en la entrada de la Universidad Nacional, así que me dispuse a preguntarles a las demás si sabían qué se conmemora el 25 de noviembre.
- Hola chicas, ¿cómo están?
- Bien gracias -respondieron Sofía, Valentina, Ana, Nicole, Maryory, Alejandra, Ela, Sol, Estefany, Paola y Angely.
- ¿Saben qué se conmemora hoy?
- Sí. El Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra la Mujer -la mayoría tenía la idea aunque no conocían el nombre completo.
- ¿Saben qué pasó hace 62 años para que hoy nos manifestemos?
- No sé -todas con diferentes palabras, pero la misma respuesta.
Mi deber no solo como periodista, sino como amante de la historia, era contarles a esas 11 chicas qué había pasado para que hoy conmemoremos un día tan importante. Claro que primero les pregunté si querían que les contara, afortunadamente todas dijeron que sí.
El 25 de noviembre de 1960, las hermanas Patria, Minerva y María Teresa Mirabal fueron asesinadas en República Dominicana. Eran las fundadoras de un grupo revolucionario que iba en contra del dictador Rafael Trujillo, por esto fueron torturadas y encarceladas varias veces, pero siempre terminaban siendo liberadas. Trujillo estuvo 30 años en el poder ejerciendo todo tipo de violencia en contra de las mujeres.
Volviendo de visitar a sus esposos en la cárcel, quienes también eran activistas, las hermanas sufrieron una emboscada preparada por el dictador Trujillo. Así, fueron secuestradas y apaleadas por agentes del gobierno. Los cadáveres de las hermanas y su chofer fueron encontrados en el interior de un vehículo que había sido lanzado desde un precipicio para simular un accidente. El asesinato provocó un sinfín de protestas en todo el continente latinoamericano.
En 1981 se organizó en Bogotá el Primer Encuentro Feminista Latinoamericano y del Caribe, en el cual se decidió que el 25 de noviembre sería el Día Internacional de No Violencia contra la Mujer. En 1993 se aprobó la Declaración sobre la Eliminación de la Violencia contra la Mujer en la que se definió esta como “todo acto de violencia basada en el género que tiene como resultado posible o real un daño físico, sexual o psicológico, incluidas las amenazas, la coerción o la prohibición arbitraria de la libertad, ya sea que ocurra en la vida pública o en la vida privada”.
En 1999, la Asamblea General de las Naciones Unidas designó de forma oficial el 25 de noviembre como el Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra la Mujer.
- Pero no se preocupen, aquí estamos para aprender. Menos mal se encontraron conmigo.
- Gracias, un placer conocerte -respondieron un poco avergonzadas Sofía, Valentina, Ana, Nicole, Maryory, Alejandra, Ela, Sol, Estefany, Paola y Angely.
- Igualmente.
Cayeron unas gotas de lluvia las cuales me hicieron creer por un momento que se cancelaría la marcha. Más tarde me di cuenta de que “llueva o truene, la marcha no se muere”.
A las 4:20 salimos a la calle con la ayuda de las mujeres enviadas desde la alcaldía para detener el tráfico. Mi amiga y yo siempre nos mantuvimos cerca a las que parecían tener más experiencia en las marchas feministas, para aprender, pero sobre todo por seguridad.
Justo antes de empezar a levantar carteles y cantar arengas, Catalina Rojas, fundadora del colectivo que organizó la marcha, Ramada Violeta, tomó el megáfono para dar unas palabras de aliento antes de salir: “compañeras, salgamos con mucho ánimo teniendo a esas mujeres del pueblo en nuestros corazones y levantando firmemente el derecho que tenemos a exigir justicia para todas aquellas que han sido violadas, asesinadas o torturadas”. Después de los gritos y aplausos, empezó la marcha.
Días antes había entrevistado a Catalina para hablar sobre cómo se desarrollaban comúnmente las marchas feministas:
- Me parece inhumano que a la gente le indigne más un trancón o un transmilenio roto que la vida, seguridad e integridad de las mujeres de este país sabiendo que pueden ser sus hijas, hermanas o amigas -fue lo primero que me dijo.
- Ya que hablas sobre el transmilenio, ¿qué les dirías a esas personas que suelen decir “esas no son maneras”? para referirse al vandalismo -le pregunté más como estudiante de feminismo que como periodista.
- ¿Y cuáles son las maneras para evitar que se siga violentando a las mujeres? Nada se resuelve con el silencio y la paz, cosas que mucha gente espera que pase con nosotras.
Más tarde, leyendo, me di cuenta de que no es vandalismo lo que hacen, se llama iconoclasia o acción directa. Es un modo de protesta que involucra la destrucción o intervención de símbolos, imágenes o monumentos con un fin, ya sea social o político y, a diferencia de lo que yo creía, no espanta a nadie en la calle. No sé si era porque como colombianos solemos ignorar el problema antes de enfrentarlo o porque en realidad no veían a las encapuchadas con las latas de pintura como una amenaza, pero nadie corrió espantado ni intentó detenerlas.
- Además, proponen que dejemos de romper todo y más bien sigamos el conducto regular, ¿no? -siguió con su respuesta.
- Exacto.
- Pues ahí está el problema. El 90% de las denuncias quedan impunes en Colombia, sin mencionar que el proceso es sumamente revictimizante, pues suelen preguntarles a las chicas cosas como “¿qué llevabas puesto?”, “¿y qué hacías por ahí a esa hora?”, lo que no hace más que hacerlas sentirse culpables de lo que les pasó.
Y efectivamente, según la Red de Salud de las Mujeres Latinoamericanas y del Caribe, el nivel de impunidad en Colombia es mayor al 90%, es decir que la vida y la integridad de las mujeres víctimas de violencia no es valorada y se queda en el limbo judicial, como un número más en un expediente.
Todo transcurrió, a mi parecer, con normalidad, pues mi única experiencia había sido la marcha del 22 de febrero de 2022, en la cual se celebró la sentencia emitida por la Corte Constitucional con la que se amplió el derecho al aborto según razones propias sin amenaza de cárcel. La cosa era que el 22 de febrero estábamos celebrando y el 25 de noviembre, conmemorando.
La marcha de Ramada Violeta era radical, así que no se permitían hombres, hombres trans ni mujeres trans, básicamente solo mujeres con vulva. Así que si un hombre trataba de infiltrarse, ninguna dudaba en cantar alguna arenga como “fuera machos de nuestros espacios” para alertar a las demás y simplemente presionarlo para que se fuera. Sin embargo, esto no pareció suficiente cuando pasamos por la estación de Transmilenio Las Nieves en la carrera 10 con calle 18.
Habíamos caminado por más de 2 horas bajo la lluvia incesante de Bogotá con los carteles mojados y el maquillaje corrido. Estábamos cansadas y a todas nos dolían la espalda y los pies, pero teníamos la actitud intacta. Poco a poco aparecieron más policías y uniformados del Escuadrón Móvil Antidisturbios (ESMAD), situación que nos molestó mucho a todas, pues en Colombia la fuerza pública es sinónimo de todo, menos de seguridad. Según una encuesta de opinión de Pulso País para W Radio, el 66% de los colombianos tiene una imagen desfavorable del ESMAD. Es más, me sentía más segura antes de que aparecieran.
El grupo se hacía cada vez más pequeño mientras llovía, así que los pañuelos morados ya no cubrían completamente la calle, sino que había varios huecos en la marea violeta.
Agradezco poder hacer varias cosas al tiempo, pues mientras caminaba mojada y cantaba arengas con mi amiga a quien llevaba del brazo, me percaté de 2 o 3 vendedores ambulantes -hombres- que se habían quedado parados en uno de los separadores de la calle 19. Vi que uno se le acercó a una chica que no estaba a más de dos metros de mí. Estuvo casi 10 segundos diciéndole cosas en el oído mientras ella solo caminaba.
Sentí terror por ella, porque ya lo había vivido y es imposible reaccionar en ese momento. Por más que solo te esté “hablando” temes por tu vida y piensas si llegarás a casa en la noche. Me sentí terrible por quedarme paralizada y no ser capaz de hacer nada.
Afortunadamente alguna encapuchada se dio cuenta y empezó a gritarle para que la dejara en paz. A ella acudieron las demás, pero el vendedor no dejaba de gritarles, así que lo persiguieron hasta el otro andén, mientras las demás nos quedamos de nuestro lado del separador viendo lo que estaba pasando.
Me tomó un parpadeo darme cuenta de que los miembros del ESMAD habían usado sus escudos como pared para que las encapuchadas no llegaran hasta el vendedor. ¿El ESMAD estaba protegiendo al acosador? ¿Las acosadas estaban siendo tratadas de criminales? ¿Qué estaba pasando?
Sentía terror y me enojaba sentir terror durante una marcha en la que debería sentirme segura para abogar por mis derechos. En la que debería perseguirme la indignación por todo lo que pasan las mujeres todos los días, pero solo sentía terror.
Esa escena todavía ronda mi cabeza. Dicen que una imagen dice más que mil palabras, ¿no?
Después de eso mi amiga y yo no queríamos seguir en la marcha a pesar de que ya nos faltaba poco para llegar al monumento a La Pola en la carrera 2A con calle 18, donde finalizaba la movilización. Me frustró no terminarla, pero en ese momento, sin alejarme de la realidad, temía por mi vida y la de mi amiga.
Evidentemente llegué a mi casa sana y salva y, a pesar de lo que pasó, me sentí orgullosa por haberme armado de valor para defender lo que creo correcto.
***
Si tuviera que definir esta experiencia en una palabra sería “aprendizaje”. Todo lo que vi, escuché y sentí se quedará en mi corazón por mucho tiempo. Después de ver a cada una de las chicas seguir gritando y agitando sus carteles a pesar de que, gracias a la lluvia, era ilegible lo que decía en ellos, finalmente entendí qué es una protesta y por qué se hace una protesta.
En mi cabeza solo era una marcha tras otra y ya, algo que suponía que llegaría tarde a mi casa, pero nada más. Ese día, no sé cómo explicarlo, pero comprendí la causa, comprendí la rabia y comprendí los motivos de cada una de las mujeres y niñas que conocí, motivos que cada día se convierten en las razones por las que el feminismo debe seguir creciendo.
Estamos cansadas de escuchar noticias sobre secuestros, torturas, asesinatos y violaciones en contra de mujeres de cualquier edad, color de piel u oficio. Según el Observatorio de Feminicidios en Colombia de enero a octubre de 2022 se registraron más de 500 feminicidios y de acuerdo con el Sistema de Información Estadístico, Delincuencial Contravencional, entre enero del 2019 y enero del 2022 se denunciaron 82.837 casos de violencia sexual contra mujeres.
Antes dije que me gustaba la historia y en especial la feminista, así que quiero creer que estamos haciendo historia como muchas otras lo hicieron antes que nosotras. Aprovechamos los días en los que conmemoramos a las que ya no están para asegurar que se protejan a las que quedan.
Escuché y me aprendí muchas arengas, pero mi favorita será siempre “arroz con leche, yo quiero encontrar a una compañera que quiera soñar. Que crea en sí misma y salga a luchar en busca de sus sueños y más libertad. Valiente sí, sumisa no. Feliz, alegre y fuerte te quiero yo”, pues yo quiero convertirme en esa compañera valiente, fuerte, que sueña y cree en un futuro en el que las mujeres vivamos en un mundo libre.