Garzón: el mito y la percepción
“Si ustedes los jóvenes no asumen la dirección de su propio país, nadie va a venir a salvarlo. ¡Nadie!”, dijo Jaime Garzón.
Texto realizado para la clase de Lenguaje Escrito II (segundo semestre, 2019-1), con el profesor Guido Tamayo.
Invitación al público a ver al fallecido periodista desde otro punto de vista, desde la visión de sus amigos más cercanos.
Cuando se habla del fallecido humorista las visiones varían. Hay unos que lo consideran un genio, otros una caricatura, un bufón, un servidor de los grupos insurgentes, pero nos enfocaremos un momento en las palabras de Antonio Morales —periodista y amigo de Jaime—, quien recuerda con nostalgia las ocurrencias en el pronóstico de su cercana muerte, todo desde la base del humor, pues uno no podría describir mejor al singular líder social sino se le agrega una pizca de sarcasmo, de realidad y de verdad en torno a la política y a la sociedad colombiana de la época.
“Un día, en medio del almuerzo, en los estudios de RTI, mandó a traer de Gravi un ataúd de utilería. Se metió adentro, se puso unos algodones en la nariz y narró su muerte. «Alerta Bogotá. En extrañas circunstancias fue asesinado el periodista y humorista Jaime Garzón de varios tiros». En ese momento todos estábamos cagados de la risa. Era muy gracioso verlo zampado ahí, narrando su entierro, contando quién había ido a la Plaza de Bolívar, como la cantidad de políticos que había insultado e injuriado llegaban allá, a llorar lágrimas de cocodrilo por alguien a quien, en realidad, detestaban. Qué premonición”, recordó Antonio Morales.
Una mente brillante y genuina para bien o para mal siempre utiliza la lógica a la hora de ejecutar sus actos, y aunque la mayoría de personas visualizaban al politólogo como alguien irreverente e imprudente, lo cierto es que hasta para hacer reír hay que aplicar cierta sagacidad.
No obstante, a partir de este suceso en el que Jaime bromeaba sobre su presunto asesinato, el elocuente periodista que atraía al pueblo colombiano con sus chistes sobre la élite y la oligarquía, célebre por la mímica e interpretación de distintos personajes famosos e inventados, sería más insistente con el tema de la amenaza de muerte. Jaime solía comentar con un tono de crudeza y chiste el hecho de que su “papá había muerto a los 38 años y por ende, él no podía vivir más tiempo”. Lo más curioso del caso fue que entre chiste y chanza esta premonición se hizo realidad, Jaime no vivió más tiempo, pues su vida se vio apagada a la misma edad de la de su padre.
“Jaime Garzón, sin duda, cambia el humor en Colombia. Marca un antes y un después y lo hace de una manera muy original, porque logra entramar, unir el humor con la opinión. Algo novedoso”, recalca Santiago Moure.
Con la llegada de Jaime a la televisión colombiana, participando en programas célebres como ¡Quac!, Tv Zoociedad y La Lechuza del canal Caracol, el abogado y politólogo se consagra como uno de los exponentes del humor nacional más importantes. Lo que se puede resaltar de este periodo televisivo es la creación de personajes performáticos, analógicos con el común ciudadano de diferentes sectores de la sociedad capitalina. La intención fue simple: Mostrar los extremos de la desigualdad económica en el país y cómo cada persona piensa diferente según su origen social. Como es el caso de Godofredo Cínico Caspa, quien encarna la representación de un hombre de ultraderecha y de la oligarquía, quien está convencido de que los políticos tradicionales serían la salvación del país. O el caso contrario, el entrañable Heriberto de la Calle, que nació a raíz del mal cuidado dental de sus molares —una de sus características físicas más recordadas— que lo obligó a usar unas prótesis que le cambiarían de sonrisa y apariencia por el resto de sus días.
Sus más allegados lo describen como alguien relajado, amigable, leal, pero sobre todo feliz. Con una mente de soñador utópico, de quererse ganar algún día el premio Nobel de Paz por trabajar para y por ella, por creer en la sociedad y en que todos podían contribuir a hacer un cambio. Tal vez ese humor irónico que solía profesar mediante sus mímicas y sus alegóricos personajes no era más que una máscara o una pista que nos lanzaba a todos, los ciudadanos de a pie, para que despertáramos. La sensación de alegría que causaba en los que lo escuchaban en radio o los espectadores de sus emisiones televisivas, no era más que una reacción de defensa ante lo desconocido; para no enfrentarnos a la crudeza de la realidad, la violencia y la desigualdad que ha enfrentado el país por años, pero sobre todo, por desentendernos de la verdad. La verdad es un asunto que incomoda, y Jaime era alguien que incomodaba, pero sobre todo que inspiraba.
“Jaime Garzón era incómodo para los políticos, para los militares, para el establecimiento, para el poder, para los paramilitares y para la guerrilla”, refuerza César Augusto Londoño.
Quizá por eso quisieron que su vitalidad se extinguiera, porque molestaba. Porque Jaime no encajaba, no seguía normas establecidas, no conocía prudencia alguna. Defender los derechos de un pueblo que no conoce su historia, que ha vivido los vestigios de una guerra civil, ponían a Jaime en una posición de amenaza hacia los gobernantes tradicionalistas, quienes lo veían como un agitador de masas, como un revolucionario. Para un político ultraderechista, no hay nada más peligroso que un incitador, que un populista, un ser crítico; un alguien que se salga del marco de lo ordinario, que se burle en su cara y que esté a favor de la vida, de la democracia, de la reparación y de la verdad. Cuando Jaime se les salió de las manos, en el momento en el que comenzó a negociar la libertad de familiares secuestrados, el Estado no lo pudo resistir más. La gente confiaba más en un agitador, en un “bufón”, que en el propio gobernante. ¿Cómo era posible que un hablador, cuenta chistes y sensación televisiva, fuera a llevar la batuta de temas tan serios como un cumplimiento de normas y reconocimiento de pueblos olvidados por parte del Estado —mientras fue alcalde menor de Sumapaz—, o como la liberación de secuestrados por parte de grupos al margen de la ley? Jaime ya no era de ficción. El mito se había vuelto una realidad, y él lo sabía: tenía sus horas contadas. “Aprovéchenme que me van a matar”, solía decir durante sus últimos meses de vida. Y es que quien ha presenciado la muerte o conoce sus andanzas a la perfección sabe que sus días están contados. La amenaza solo fue un aviso de la tan esperada sentencia.
Al final, el pronóstico se cumplió. Jaime fue asesinado un 13 de agosto de 1999 en la capital colombiana. Dos balas en el cerebro —según muestran en las recreaciones y adaptaciones televisivas de su vida— y como él mismo cantaba al entonar los versos de su canción favorita, Canela, de César Mora, “Quiero morirme de manera singular…”.