Se funden las armas, se funde el odio
Esta es la historia de Ángela y Fulvia, dos mujeres víctimas de violencia sexual, quienes hicieron parte de la construcción de la obra Fragmentos.
Crónica realizada para la clase de Divulgación cultural, con la profesora Paula Doria.
El proceso contado a través de las voces de quienes, mazo en mano, golpearon placas de acero para hacer los moldes con los que se construyeron las baldosas del contra monumento creado por mujeres víctimas del conflicto armado y por la artista Doris Salcedo: Fragmentos recoge los trozos de todas ellas y de todo un país que le dice adiós a la guerra con las Farc.
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El 31 de julio de 2018 se pre inauguró la obra hecha con las armas fundidas de las Farc, producto de los acuerdos de paz con esa guerrilla. Doris Salcedo, una de las artistas más importantes en términos de conflicto y memoria en Colombia, y cuyo trabajo ha sido reconocido en Estados Unidos y Europa, fue la encargada de su creación y realización. La obra lleva por nombre Fragmentos pues “el monumento jerarquiza y presenta una visión triunfalista del pasado bélico de una nación”, según comentó la artista en el evento inaugural. Aunque algunos ciudadanos esperaban un monumento común y corriente, este será un Museo de Arte Contemporáneo de la memoria y anualmente se realizarán exposiciones que muestren por medio del arte lo vivido en estos 50 años de conflicto.
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En la localidad de Barrios Unidos de Bogotá, después de tocar el timbre de la casa de Ángela y con la ansiedad alborotada, me recibe ella con un cigarrillo en la mano y, mientras besa mi mejilla, con su acento paisa dice: “mucho gusto, Ángela María”. Sus ojeras son pronunciadas y sus ojos reflejan la lucha que a diario le toca dar.
Me acomodo en su oficina, me ofrece un tinto y da la orden a un muchacho para que lo traiga. Fulvia llega de repente y se presenta como coordinadora de Red de Mujeres Víctimas y Profesionales. Reconozco su rostro y recuerdo que fue otra de las mujeres que participaron en la creación de la obra Fragmentos. La ansiedad se transforma en emoción: “¡hablaría con dos de las mujeres productoras del contra monumento!”, pensaba yo, pero no sabía que después de esa charla no solo las escucharía a las dos, sino a todas las mujeres víctimas de violencia sexual, a través de sus voces.
Ángela viste de rosa, tiene el cabello recogido con firmeza, la misma con la que habla y trabaja. Dice que su escudo es el carácter y que cuando golpeó las láminas para los moldes de las baldosas no martillaba por ella, sino por todas las mujeres víctimas: “cada vez que martillaba, aunque era duro, pensaba, “más dura fue la guerra”, y eso me motivaba a seguir dándole más fuerte”
El diálogo es fluido, nada de presiones ni de miedos, nada de estigmas ni reservas. Fulvia con su tono pausado y sutil empieza a contarme cómo fue la llegada al taller de Doris. “Nos pasan herramienta, guantes y tapa oídos. No sabíamos que haríamos tanto ruido, no teníamos claro qué iba a pasar. Nos mostraron cómo teníamos que doblar unas láminas de acero, para luego empezar a martillar y a darles una textura arrugada”, dice. Ángela la complementa afirmando: “fue un trabajo duro, de los que la gente dice que es un trabajo para hombres, pero fue hecho por nosotras. Fue una labor dura, pero por otro lado, sutil y delicada. Era vernos a cada una concentradas, con sentimientos y emociones encontradas.”
Mientras me dan detalles del martilleo mueven sus manos como si tuvieran la placa en frente, cierran sus ojos para expresar lo que sintieron. De fondo, el sonido de la impresora en la oficina recrea los golpes que durante dos días escucharon estas mujeres, ¡pum! ¡pum! ¡pum! “Cuando empezamos a martillar se escuchaba como si hubiera un tiroteo, un enfrentamiento y algunas decían “¡uy¡ eso parece un combate”, pero cada una seguía haciendo lo que tenía que hacer”, dice una de ellas. Con cada choque recordaban la guerra, pensaban en las balas del conflicto, pero así mismo sanaban. Dejaron en esa placa sus dolores, sus sentires, algunas lloraron. Se sintieron cansadas, pero entre ellas se motivaron. “Ver a Blanquita, que es una cosita chiquita, dándole duro. y luego vernos a nosotras cansadas y verla a ella de nuevo, eso nos motivaba mucho más”, dice otra.
Sin tener que hablar se entendieron, golpe tras golpe. Doris estuvo presente en toda la jornada, las atendió y les dio las instrucciones. La confianza que depositaron en la artista se siente cada vez que Ángela habla de ella. Era evidente el proceso de sanación. “Doris nos dio la oportunidad de que esa reparación simbólica fuera restaurativa para nosotras y participativa porque fuimos nosotras las que creamos los moldes”.
Un cigarrillo más y la entrevista es una charla, una conversación, en la que yo soy la espectadora y ellas las valientes emisoras. Hablamos de las vejigas en las manos, del esparadrapo y de los descansos, porque estos eran los momentos donde se preguntaban ¿cómo te sentiste? ¿Cómo estás? “Uno llega a ese análisis de cómo el estar boleando maceta nos permitió botar cosas que teníamos, los residuos que dejó la guerra, los residuos que nos dejó la violencia sexual, ver cómo los pudimos dejar ahí”, dice Ángela asintiendo con la cabeza y sujetando sus manos con fuerza.
A Ángela le gustan las personas que fuman, así que ya somos dos con uno de esos en la mano, Fulvia alguna vez lo probó, pero nunca le gustó. El humo se encierra en las cuatro paredes que nos rodean y esto ayuda a entrar en confianza. Parecemos conocidas charlando, aunque el ambiente laboral está presente. Preparan un taller para alguna de las regiones lejanas a la capital donde llevan su campaña de protección y escuchan testimonios ocultos. Entre cinco y seis llamadas recibe Ángela durante el diálogo, pero siempre retoma el hilo de la conversación. “Soy una mujer famosa”, le dice a su hijo antes de colgar y enseguida me mira sonriendo. “Sí, es que ahora mi hijo dice eso, que solo doy entrevistas y que soy famosa”. Fulvia por su parte sonríe y cuenta que ellas no buscan a nadie, sino que en cada taller o charla más mujeres se acercan a contar casos de violencia y así es su día a día.
Tras casi tres horas hablando, y sin desviarnos de las sensaciones que juntas compartimos, me atrevo a preguntar sobre el momento en el que vieron las baldosas terminadas y cuando, en medio de cámaras, recibieron el espacio.
“Yo vi las baldosas y hubo muchos sentimientos encontrados. Yo decía increíble que acá estén plasmadas las armas que tanto daño hicieron en el país”, comenta Ángela. Al recordar esto las dos sonríen, sus ojos se humedecen, pero mantienen firmes sus rostros y manos. Recuerdan cómo cada persona caminaba con mesura. Lloraron, sintieron escalofríos, alegría y tristeza al mismo tiempo. Una mezcla de emociones es lo que puede sentir cualquiera que pise aquellas baldosas y que tenga idea de lo que 50 años de guerra puede significar. En ese momento llegó una de las frases que marcó mi corazón, una frase que Ángela repite mientras cierra sus ojos. Después de decirla me sonríe y sale a contestar otra de sus llamadas.
Miro a Fulvia para que siga hablando. Empieza a conversar con un tono diferente, mucho más fuerte y contundente. Tomo nota de sus palabras mientras ella hace un llamado a no retroceder, lo pide como si tuviera un altoparlante y se lo gritara al mundo: “yo hago un llamado a no retroceder, hemos avanzado, no es hora de retroceder”. Me cuenta su encuentro con el expresidente Santos, un momento para ella único. Aprovechó para decirle que descansara y que compartiera con su familia al terminar el gobierno. “Fue algo que se me salió”, me cuenta mientras tapa su boca y se ríe inocentemente.
Ángela regresa y seguimos hablando. Hay cosas que me piden que no publique, otras que me repiten y muchas que callan. Las dos están muy agradecidas con Doris y con el gobierno pasado. Con muchas expectativas frente a lo que viene. Las dos empoderadas y agradecidas conmigo por escucharlas, pero no logran entender lo agradecida que estoy yo, pues sentada allí y viendo la concentración y disposición de ellas hacia mí, en medio de tantas ocupaciones, me hacen sentir halagada.
Un último cigarrillo. Concluimos que ellas son mucho más que víctimas. Ángela y Fulvia dicen que lo que les pasó es ahora un motor y que ya no hay por qué callar las violaciones. Son cosas que pasan, pero no se justifican. De momento empiezan a contarme cosas personales, más de ellas, más íntimas. Mantienen la calma y nunca hablan buscando lástima o piedad.
De la charla me queda todo, sus movimientos, sus expresiones al hablar, sus miradas y sus acentos. De las fotos, las risas. Ángela no sonríe en cámara, pero cada vez que termina una frase su boca se abre de par en par. Fulvia, tímida, pero rígida y sonriente siempre. Dos mujeres protagonistas de la creación de una obra que quedará en la memoria de todo un país. Una charla que termina con una frase indeleble de Ángela María Escobar: “me paré encima de las armas de las Farc, no las armas encima de un país”.