Escribir y vivir: La rima del periodismo
Escrita con la tinta de las peripecias y la pluma del arrojo: radiografía a la obra periodística de Olga Behar.
Artículo realizado para la clase de Taller de Géneros Periodísticos (cuarto semestre, 2022-2), con la profesora Laila Abu Shihab Vergara.
El 18 de octubre de 2022, a las 4:30 p.m, Olga Behar Leiser entrará en el auditorio Bulevar TQ de Cali con los nervios de punta o, tal vez, con su calma dromedaria. Es el día del relanzamiento conmemorativo, en la Feria del Libro Internacional de Cali, del primer tomo de ‘Las guerras de la paz’. Es la misma publicación que el entonces ministro de la Defensa del presidente Belisario Betancourt, Miguel Vega Uribe, sostuvo en sus manos por una coincidencia tan desafortunada como acertada el 14 de noviembre de 1985, justo una semana antes de su lanzamiento oficial.
Ese mismo año Vega Uribe encabezaría el hostigamiento que llevaría a Olga Behar a exiliarse.
Pero el tiempo le ha hecho justicia. Ya han pasado cuatro décadas y Olga volverá a asistir al lanzamiento de ‘Las guerras de la paz’, en una Colombia irreconocible a esa que la persiguió por su labor periodística hasta arrojarla a México, una tierra ajena que no la había visto nacer.
Un recado para mamá
Carolina Ardila Behar aterrizaba por segunda vez en Israel en el año 2011, a los 22 años. A pesar de nacer en México y vivir gran parte de su niñez y adolescencia en Costa Rica, donde había sobrellevado el exilio junto a su familia y terminado la secundaria en el Instituto Dr. Jaim Weizman, Carolina llegaba de estudiar 2 años en Colombia, país en el que se había criado hasta los 9. Tenía pendiente la tarea de adaptarse a la cultura israelí y mejorar su hebreo. Aunque para entonces no lo sabía, lo terminaría afilando en charlas de largo aliento con Yair Klein.
El azar que la llevaría a tocar a la puerta del militar israelí tenía una melena oscura, un par de ojos verdes y compartía nombre con su madre. Olga Behar la había llamado desde Colombia para encargarle no un souvenir israelí cualquiera, sino el contacto del hombre que había terminado a la cabeza del entrenamiento de grupos paramilitares en el Magdalena Medio a finales de los 80.
A Carolina Ardila le costó un par de llamadas hallar la aguja en el pajar. Mientras visitaba a Yair Klein en su casa de Yafo, en su primer encuentro, y su traductor hablaba, el hombre se quedó viéndola instantes antes de manifestarle: quiero oírlo de tu boca, contigo estoy haciendo el trato. La cereza de su acuerdo la acomodó el militar a su gusto. Hubo una sola condición que, por simple que fuera, terminó anclando a Carolina a la senda pedregosa del periodismo, una que le quedó gustando: debía ser parte del proceso.
En el mes de julio de 2011 Olga Behar viajó desde Colombia a Israel, para encontrarse con su hija. Fueron cuatro días enteros —porque terminaban de grabar a las cuatro de la madrugada y regresaban muy a las ocho de la mañana—, en los que Yair Klein le relató al pasar del viento desértico de su terraza, entre desayunos, almuerzos y comidas, las suertes que lo habían arrojado a entrenar grupos paramilitares al servicio de organizaciones bananeras y ganaderas.
En el proceso, fueron más las diferencias que madre e hija reconocieron entre sí. A la cronología estricta de Carolina y su cabeza de Excel la desafiaba la creatividad desaforada de su madre, esa pasión suya que migraba hacia fronteras místicas: el don de sentir el texto, de saltar en el tiempo para causar mayor impacto en el lector y convertir la entrevista en narración. Carolina lo recuerda con una sonrisa que se ensancha cuando Olga Behar entra por la puerta de la oficina. “Mírela, ahí está”, me dice.
Ya han pasado 10 años desde su ingenio en Israel, y a Carolina y a Olga ya no las separan los océanos, sino un par de metros. Ambas son docentes de la Universidad de Santiago de Cali.
Nueve meses después de que Klein las recibiera en su casa de Yafo, la editorial Ícono lanzó en la Feria Internacional del Libro de Bogotá ‘El Caso Klein’, con tan solo un año de diferencia del primer knock out de Olga Behar a la historia enterrada del paramilitarismo en Colombia: ‘El Clan de los Doce Apóstoles’.
Su publicación desató una racha de escándalos que encontraron su final en las declaraciones de Yair Klein en un tribunal de Justicia y Paz, el 14 de noviembre de 2012, donde reveló el diamante en bruto que, en especial, Olga Behar y su hija se habían abstenido de incluir en el libro por solicitud suya: el hacendado que había financiado los entrenamientos paramilitares se llamaba Álvaro Uribe Vélez.
“Olga Behar y Klein, como todo bandido, cobarde a distancia y sinuoso”, se levantó a trinar el expresidente a las 7:52 de la mañana del 14 de noviembre.
6 de octubre de 2011: quince meses antes
Una catatonia premonitoria los mantenía en silencio. En un asadero trasversal a la Fiscalía 242, Olga Behar, su esposo Gerardo Ardila y sus dos abogados, Daniel Prado y Darley Moreno, se devoraban un pollo que pasaba desapercibido por sus bocas cuando vieron llegar unas seis camionetas negras a las oficinas de la Fiscalía en el barrio Aures I, de la localidad de Suba en Bogotá.
—Vimos que de una se bajó el “gordo” (Jaime) Granados (abogado), con el Santiago Uribe.
Olga pronuncia el nombre en un farfullo corto, como un juramento entre dientes, similar al estremecimiento que se apodera de la narración de Darley Moreno cuando lo recuerda. Ya es una década la que lo separa de esa primera y única audiencia conciliatoria en la que defendió a “Olguita”. ¿La denuncia de Santiago Uribe? Por injuria y calumnia.
A su apoderado se le pierde la mirada en el pasado. Mientras se almuerza un par de cigarrillos y un tinto sin azúcar, le es imposible no recalcar con ahínco en dos cosas. La primera, el enjambre de “paracos” motorizados que merodearon el edificio de la Fiscalía al llegar el denunciante. La segunda e inolvidable:
— En lo personal, te cuento que la mirada de ese tipo (Santiago Uribe) es atemorizante. No encuentras una emoción más allá de la amenaza.
Algo que Santiago Uribe materializó en un intimidante intento de mostrarse como un hombre pacífico: “Señora Behar”, anunció después de pedir la palabra en la audiencia. “Quiero aprovechar este momento para decirle que, de mi parte, de mi familia y de quienes me rodean, que duerma tranquila, que de mi parte no le pasará nada”.
Al final fue más el susto. El proceso que Uribe estaba ensañado en continuar se esfumó en el aire unos meses después, cuando la denuncia “desapareció” de la Fiscalía. Pero si algo se le grabó a Darley Moreno en el casete, más que el miedo, fue ese humor terco que se negaba a desamparar a Olga, tan negro como su panorama:
— Ella actuaba tal cual una niña que acaba de hacer una travesura.
¡Y qué diablura la de Olga Behar!
Periodismo 007
“Eso fue toda una película”, suelta Gustavo García Arenas, fundador de la editorial Ícono. Es lo primero que se le viene a la mente a la hora de evocar el proceso de creación del ‘Clan de los 12 apóstoles’, libro que, un año después, arrojaría al buzón de su editorial una notificación de la Fiscalía por la denuncia impuesta por Santiago Uribe. Cuando la periodista Luz Stella Tocancipá, una amiga en común de ambos, los presentó en el lanzamiento del libro de Ana Carrigan ‘El palacio de justicia, una tragedia colombiana’, en el Centro Cultural de Gabriel García Márquez, corría el año 2010.
A Gustavo ni se le pasaba por la cabeza que sería arrastrado a las profundidades “clandestinas” del periodismo tras darle el sí a Olga Behar, que había decidido confiarle el arroz en bajo radioactivo que tenía guardado: empujado por el desespero de los desahuciados, porque creía que su nombre pronto sería tachado de la lista de cabos sueltos, el entonces mayor de la policía Juan Carlos Meneses la había contactado para confesarle su colaboración, siendo aún mayor de la Policía, en los asesinatos selectivos que llevó a cabo en Yarumal, un pueblo de Antioquia, el grupo paramilitar de “Los 12 apóstoles”. Según él, Santiago Uribe, hermano del entonces presidente Álvaro Uribe, solía ser su líder.
Si el proceso de corrección del libro fue una película, Gustavo García la sintió como una de espías. Debían evitar cualquier tipo de filtración, nadie podía enterarse de que la palabra “paramilitarismo” y el apellido del más pesado de los colosos de la política colombiana estaban juntos en un libro de Olga Behar. Y no por nada. A Francisco Villalba, el primer paramilitar en señalar a los Uribe ante Justicia y Paz, lo habían asesinado mientras cumplía su condena de casa por cárcel el 23 de abril de 2009. Lo recuerda Olga Behar en entrevista con la revista Semana.
¿Quién podría conocer mejor a la Olga Behar periodista que el curador perspicaz de sus historias? Es más, se aventura a afirmar con un asombro crudo, a flor de piel, que no existe ninguna otra Olga además de esa “enferma mental con el periodismo”. Lo descubrió compartiendo techo con ella por razones de trabajo: “A las cinco de la mañana se levantaba a escuchar yo no sé qué…”.
Ya son siete los libros, tan afilados como sus verdades, los que Olga Behar y Gustavo García han forjado en la fragua de la editorial Ícono. Entre ellos: ‘Más fuerte que el Holocausto’, la primera incursión de Olga en el mundo de la literatura de ficción. Estaba encaprichada en publicarlo a pesar de la negativa principal de Gustavo García. Él la prefiere periodista, siempre periodista.
Inalienables, las letras del corazón
Nacida en Palmira, Cali, Olga Behar Leiser ha sido una cazadora despiadada de la verdad desde su debut periodístico en la emisora Todelar, cuando con apenas 21 años, y mientras llevaba a la par una carrera de Comunicación Social y Periodismo en la Universidad Jorge Tadeo Lozano, se fue a entrevistar a Mohamed Alí en su visita a Colombia en 1977. Desde entonces, Olga no ha parado.
La intrepidez de su labor periodística le ganó, además de unas dignas arrugas y exclusivas sin precedentes, un Premio Simón Bolívar, un ANIF 10 años, un CPB y un Alfonso Bonilla Aragón a la Vida y Obra. En su libro de crónicas autobiográficas ‘A bordo de mí misma’, Olga Behar dedicó un capítulo entero a su acercamiento con el “eme” (Movimiento 19 de abril). Al Turco, el alias de Álvaro Fayad, cofundador de esa guerrilla, lo fue a buscar por primera vez en marzo de 1980 a la cárcel, para solicitarle que le permitiera cubrir lo que fuera posible de la toma a la embajada dominicana en Bogotá, desde el lado del M-19. Cuatro meses después, el 24 de julio de 1980, le fue otorgado el Premio Nacional de Periodismo Simón Bolívar al Mejor reportaje o crónica en la modalidad de televisión, por la exclusiva que consiguió para el noticiero Contrapunto, sobre las negociaciones de La Habana entre el gobierno de Julio Cesar Turbay y los secuestradores del M-19 encargados de la toma de la embajada dominicana. Allí entrevistó a los combatientes y a los diplomáticos que eran rehenes.
El Turco le había cumplido.
Pablo Navarrete, periodista y aprendiz de Olga Behar en la Universidad de Santiago de Cali, ha compartido portada con ella en múltiples publicaciones. Entre estas, sus últimos tres libros: ‘Operación Palomera’, ‘Lo que la guerra se llevó’ y ‘La paz no se rinde’, un libro de crónicas encomendado a ella por la Universidad Distrital, sobre los Acuerdos de Paz llevados a cabo en 2016 entre la guerrilla de las FARC y el gobierno de Juan Manuel Santos.
Para Pablo Navarrete, en cinco años de escritura compartida, el sello personal de su maestra y colega es su capacidad de escucha profunda, una que implica marcar “una distancia con ese periodismo aséptico” y derribar la quinta pared entre el periodista y la fuente; conocer su intimidad. Lo que la habrá llevado a vivir durante un mes junto a Clara Elena Enciso— la única militante del M19 que salió con vida de la toma al Palacio de Justicia —, para la construcción de su libro ‘Noches de Humo’, publicado en 1988. Como lo relata Olga en entrevista con Antonio Molina, en Cola de Rata.
Es esa misma quinta pared la que Olga Behar pareciera derribar con sus lectores. Al menos así debió sentirlo el hombre que le compuso y le declamó un poema en el lanzamiento de su libro ‘La paz no se rinde’, en un colegio de Popayán. Y aunque enemiga de la “lambonería” y apenada hasta más no poder, Olga Behar, una vez más, supo escuchar.
Si de hablar de encuentros mágicos se tratara, el suyo con Oriana Fallaci es imperdible. Fue solo una noche primaveral chilena, y dictatorial, la que ambas compartieron en septiembre de 1983 al dulzor del vino blanco. Bastaría para que Oriana Fallaci le diera una vuelta de 360 grados al visor de sus intereses. De entrevistar a tamaños personajes internacionales para la televisión, Fallaci la enviaría de vuelta a reencontrarse con las entrañas de Colombia.
Empujada por el convencimiento irremediable de que lo suyo era escribir, Olga se iría caminando detrás de los diálogos de paz, iniciados en 1982, entre el gobierno de Belisario Betancourt y las guerrillas de las FARC, el M19 y el Ejercito Popular de Liberación (EPL). De cruzar el páramo de Sumapaz, serpentear por el río Duda y tomar aguapanela en las casas campesinas, sentada frente a la estufa, nacería ‘Las guerras de la paz’.
A sus 66 años Olga Behar se sienta frente a mi cuando los invitados del Decimocuarto Encuentro de Periodismo de Investigación dejan de revolotearla como polillas encandelilladas y regresan a una de las conferencias. Nos dejan, al fin, en el vacío del lobby del Edificio Jorge Hoyos de la Universidad Javeriana. Inmaculado, excepto por un vaso desechable que yace volcado sobre un charco de café.
— Pero sentémonos más allá que a mi este desorden no me gusta. Yo soy psicorígida —me dice.
Puedo detallar sus ojos verdes. Son de un follaje espeso, pero ni de lejos tan oscuros como las trochas por las que periodistas de su generación tuvieron que abrirse camino a punta de guadaña, tambaleando sobre esas “últimas consecuencias” a las que, según ella, fueron “felices” de llegar.
De frente, Olga es una fotografía risueña. De frente, aunque lo primero que se asoma a la superficie es la periodista que no sabe de arrepentimientos, me parece dilucidar al fondo a la madre de una sensibilidad volátil que siempre se encargó de estar allí para sus hijos en los momentos más hostiles del exilio. A la profesora que acogió en su hogar a su estudiante Pablo Navarrete cuando estuvo al borde de abandonar sus estudios, a la amante de la Coca-Cola y el yogurt griego con fruta en las tardes. ¿Y la nerudista? También; la traerá guardada junto a la Olga que es más liberal que todos nosotros y la que puede escribir donde sea. Se caiga el cielo que se caiga.
Antes de devolvérsela a los periodistas que la esperan en el auditorio, aprovecho ese dictamen suyo de que nada le parece raro. De modo que le propongo un juego: “Si la radio, la televisión y la prensa escrita fueran personas, ¿cómo serían, Olga?”
No tiene problema con los primeros, pero con el último se rinde y suelta un suspiro rotundo antes de resolverlo:
— Escribir es la vida.