Facultad de Comunicación Social - Periodismo

El riesgo de ser periodista en las marchas

Las ganas de luchar por mostrar la realidad y alcanzar los sueños llevó a una situación en la que un joven reportero vio vulnerados sus derechos en medio de las protestas en Bogotá.

Artículo escrito para la clase de Taller de géneros periodísticos (cuarto semestre, 2020-2), con el profesor Fernando Cárdenas.

Las recientes protestas y manifestaciones en contra del inconformismo y la  injusticia que hay en el país han demostrado que debe haber un cambio. Para ello los periodistas en formación exponen su vida y sus derechos para alzar su voz e informar la realidad de lo que ocurre.  

La realidad de la reciente crisis sanitaria que hay en el país y en el mundo ha llevado a muchos de estos jóvenes a crear sus propios emprendimientos para poder subsistir a causa del desempleo y el encierro, por miedo a un contagio que puede causar graves consecuencias. Este es el caso de “A través del lente”, una página web que fue creada para un trabajo en clase y que se convirtió en un medio para presentar información e imágenes captadas de la realidad e, incluso, del descontento de la población, reflejado en las diferentes marchas que se han realizado en nuestro país.

Su fundador, Diego Andrés Patiño Galindo de 19 años, la creó para mostrarle al mundo una perspectiva y un análisis más cercano a las personas en su contexto. Con el sueño de algún día convertirse en un gran locutor, al comenzar sus estudios en Comunicación Social en la universidad Agustiniana, se sintió muy emocionado al encaminarse en lograr lo que se propuso un día. Así, de esta profesión ha aprendido a elegir sus métodos por los cuales pretende informar y poco a poco lograr una audiencia que confié en él como en los medios tradicionales.

“El objetivo es mostrar una realidad por medio de fotografías donde cabe el dicho de una imagen vale más que mil palabras”, expresa Diego con entusiasmo. “Desde primer el semestre me enganché y al ver que muchas personas en las protestas llevaban sus cámaras decidí hacer lo mismo”, mencionó. A partir de ese momento, la marcha del conocido paro nacional 21N en Colombia, Diego se colocó sus elementos distintivos de prensa (buso, carné, casco en su mano derecha) y salió a las calles capitalinas para congelar esos momentos y de esta manera facilitar el hecho de contar algo sin necesidad de mencionar o añadir alguna palabra.

Sin embargo, a raíz de la pandemia, poco a poco se hacía realidad el nuevo camino que emprendía, así que cuando supo sobre las manifestaciones a causa de la muerte del estudiante de derecho Javier Ordóñez decidió retomar el camino de tomar fotografías en las calles. Esto ocurrió hasta el 10 de septiembre de 2020, cuando pretendía hacer lo mismo que el día anterior, tomar fotografías y subirlas a su página.

En compañía de su tío Jhon y su primo, quien siempre lo acompañaba para poder mirar a su vez la realidad que por medios tradicionales muestran, decidieron comenzar su recorrido en la localidad de Fontibón, en el barrio Centenario cerca a Zona Franca en la capital colombiana, sin embargo, cuando iban llegando sonó el celular de Diego: era una notificación en la que alertaba la situación que estaba sucediendo en el sector.

– No, eso está muy caliente, no vayamos para allá- afirmó Diego.

– Bueno ¿y ahora? – le contestó su tío Jhon.

– Vámonos para Villamar- le replicó.

Caminando un poco asustados se fueron para Villamar, así que pasaron por el parque central de Fontibón hasta llegar finalmente a la zona, en donde se pararon un momento en el sentido occidente-oriente. Apenas llegaron se percataron de la brutal agresión que realizaba un grupo de policías a una persona de prensa quien se había acercado 20 metros al CAI con el fin de tomar fotografías. “Desde el primer minuto los policías intentaron evitar que tomara las fotos y se fuera”, afirma Diego, quien se sorprendió al ver lo que sucedía y sin poder hacer nada por miedo a que le ocurriera lo mismo. Decidió caminar aproximadamente 20 metros hasta que se percató de que un grupo de policías le lanzó a una familia una roca de un tamaño considerable, la cual estaba viendo lo que estaba sucediendo: “era gente que uno veía en pijama, ni estaban manifestando y solo era para alborotar la gente”, expresa un poco enojado Diego.

La policía lanzó la segunda piedra de menor tamaño, que rebotó en el suelo y  llegó a los pies del reportero. El hombre decidió levantarla sin la intención de devolverla y un poco exasperado levantó la otra mano para pedir una explicación, mencionando:

– ¡Hey! ¿por qué tienen que lanzar piedras a la gente? 

No recibió respuesta verbal, pero su grito se convertiría en el causante de sus próximas 36 horas de inseguridad y miedo.

Un policía se percató de su existencia y los movimientos que realizaba con las manos y la piedra, sumado a los distintivos de prensa los cuales llevaba. “Yo dije de una vez, ¡No!, este man me va a pegar un cabezazo”, menciona Diego.  Al dar dos pasos el policía lo agarra de la maleta y lo hala hacia el CAI. “No me voy a dejar llevar”, expresó Diego, quien nervioso por lo que presentía que le iban a hacer, observó que se le abalanzaron más o menos 8 policías, así que como instinto de supervivencia decidió con sus fuerzas empujar hacia la dirección contraria del CAI Santander.

El policía al ver la resistencia le bajó la cabeza para que mirara hacia el suelo y le pegó un puño en el ojo. El golpe lo dejó aturdido y rendido, así que Diego no tuvo más remedio que dejar de forcejear y permitir que los policías lo llevaran casi arrastrado al CAI sin decirle una sola palabra. El lugar se convirtió rápidamente en el baño dentro del CAI donde lo aventaron y comenzaron a pegarle puños y patadas en las piernas y las costillas, sin contar las agresiones verbales.

 Segundos después llegó el policía que comenzó la agresión para requisar la maleta, pero apareció inmediatamente una mujer joven: la defensora del pueblo. Ella tomó la maleta para revisarla, pero evitó que se llevaran cualquier cosa. Entre ese movimiento la correa de la cámara salió a relucir. “Lo que primero pensé es que me la iban a robar o a dañar, así que me tiré donde estaban para raparles la cámara y me devolví donde me habían dejado porque estaba arrinconado en la esquina del baño”, afirma Diego. “Me acurruqué protegiendo mi cámara y me empezaron a pegar y halar de la ropa para que la soltara”, replica Diego.

Los policías no se quedaron quietos y decidieron agarrar el cabello del muchacho y tratar de pegarle contra el inodoro del baño; sin embargo, no lo lograron ya que Diego se protegía con el brazo derecho.

– ¡Deje de moverse! – le gritaron los uniformados.

– ¡No me estoy moviendo. Estoy  protegiendo mi cámara! – respondió Diego. 

Los policías no querían dejar la violencia y disimuladamente empezó uno de ellos a pegarle con un talón directamente en la pierna derecha del muchacho.

-¡Que me deje de pegar que yo estoy quieto! –  le pidió Diego a la defensora del pueblo.

-Deje de pegarle – replicó la mujer.

De esta manera, cuando dejaron de lastimarlo, el joven decidió darle la cámara Nikon a ella en las manos,  suplicándole que no se la fuera a dar a los policías.  Le dio el celular Huawei. En el momento de entregar la billetera el policía la coge, saca la cédula y se la devuelve a la defensora del pueblo. Desde ese momento el joven perdió la noción del tiempo.

Luego de este suceso, Diego se reunió con otras cinco personas detenidas, las cuales se encontraban esposadas en una pequeña sala donde se encontraban unos lockers. El policía al salir sacó su gas pimienta y lo roció sobre todos los jóvenes. Diego aprovechó su saco y se tapó la nariz para que no le afectara significativamente, luego de que un policía le robara su careta antigas. 

Esperando a que algo sucediera, un policía le mencionó a Diego: “antes de ser policía soy humano, ¿hay alguien afuera para que le consigan un medicamento para el ojo?”. Diego le responde que su tío y su primo se encontraban afuera. Diego, aproximadamente 15 minutos después, pudo tomar ese medicamento que reduciría la inflamación y no permitiría alguna complicación tiempo después. 

El tiempo parecía no avanzar y sin recibir respuestas por parte de los uniformados para poder saber la hora, su angustia se incrementó al momento de sacarlo del CAI y transportarlo en una camioneta Duster de la policía. De esta manera vio que el comercio se encontraba cerrado así que intuyó que serían las 9 o 10 de la noche. 

Cuando llegaron a la URI de la granja, ubicada en la localidad de Engativá, las autoridades judicializaron con papeleo cada uno de los casos. Al poco tiempo de haber terminado el papeleo, Diego estaba sentado en el piso en un lugar que no conocía: un pasillo y dos policías que no portaban el uniforme. Ellos lo empezaron a amenazar indirectamente afirmando que querían emparejar el otro lado de la cara. Se notaban los moretones. “Sobre las 2 de la mañana nos quedamos en ese lugar, hasta que nos llevaron a Medicina Legal”, afirma Diego. La especialista le valoró las afectaciones físicas sin recibir algún informe. Allí estuvieron 1 hora aproximadamente esperando que todos los que iban a ser nuevamente transportados fueran valorados y remitidos.

A los jóvenes que habían sido capturados los llevaron a la estación de policía en Fontibón cerca de la Zona Franca nuevamente en Centenario, más conocida como “el cuco”. Diego notó algo extraño:  uno de los policías abrió la celda para que salieran dos reclusos y les mencionó: “escojan lo que les guste”. Diego se asustó y se puso nervioso ya que nunca había estado en un lugar así, por lo que se puso a pensar que lo iban a manosear o hacer algo. 

-Páseme ese buso – le ordena uno de los reclusos que los habían dejado salir.

Diego no sabía qué hacer,  ya que se encontraba esposado y solo lo miró a él y luego al policía.

-Muévalo – le repitió el recluso.

-Tengo las esposas, entonces no le puedo dar nada –  mencionó Diego.

El recluso dándole una especie de orden insiste:

-Mi patrullero, que si le quita las esposas a este.

Haciéndole caso le quitan las esposas y con una mirada penetrante le repite:

– Hágale, entréguele el buso al man – dijo el policía.

– Ah bueno, listo – contestó Diego y solo se quedó con la camisa amarilla de la selección Colombia.

 

Poco tiempo después los devolvieron a las celdas con las demás prendas que les habían quitado a los otros internos, pero esto no paró.

-Páseme esos tenis – le ordenó uno de los reclusos.

– Ajá – respondió Diego tirándole los zapatos a los pies del recluso y quedándose tan solo con sus medias negras tobilleras.

A todos los “nuevos” les siguieron robando las cosas e incluso los esculcaron para ver si les podían sacar plata.

Al poco tiempo de que terminó el papeleo los llevaron a las celdas que eran como un patio donde el viento entraba sin restricción. Allí un policía les informó:

– Ustedes no se van a sentar en toda la noche, van a pasar de aquí hasta el siguiente cambio de turno de pie.

– Okay – le respondieron los muchachos un poco atemorizados.

Hasta las 10 de la mañana duraron de pie. Sin embargo, para Diego las horas se hicieron eternas y no podría conciliar el sueño estando de pie por el miedo que tanto los policías como los reclusos le fueran a hacer algo, sumado al frío que sentía y más aún en ese momento en el que ya no tenía su buso, ni mucho menos sus zapatos. “Miraba el sol y me decía, ¿en qué momento va a salir ese sol?”, menciona Diego en medio de risas -risas que llegan solo ahora-.  

Pero la violencia y las amenazas no paraban: un policía tuvo la idea de sacar la pistola teasser y con mirada burlona comenzó a apuntarle a los cinco nuevos reclusos que habían capturado esa tarde y noche en las protestas, mencionando una y otra vez, “venga a ver si esto en verdad mata”. Diego solo pensaba con nervios, en el momento que el policía decidiera hacer funcionar esa pistola e hiriera a alguno con los que estaba. Los jóvenes  no hicieron ningún ruido ni dijeron nada y como buena cultura del respeto y la intimidación, decidieron no mirarlo a los ojos, ya que esto significaba una señal de decirle que no era nadie.

El policía de la pistola teasser se encontró con otro policía y decidieron empezar a jugar con el gas pimienta, hasta que en un momento rociaron un poco sobre los jóvenes. Diego al haberse acostumbrado a las marchas y estos gases, mantuvo la calma y no respiró tan seguido para no inhalar tanto este gas y no sufrir algún daño colateral.

Cuando llegó el cambio de turno decidieron sentarse e intentar dormir algo, pero debido a la inseguridad o miedo de que los reclusos les hicieran algo, Diego cerraba los ojos y entre pestañeos se dio cuenta de que habían llegado más capturados. Fue en ese momento cuando se fijó en que estaba en el lugar que dirigen los reclusos y no los policías, que lo que desean lo consiguen y solo con la expresión “hágalo voluntario, no se haga joder”.

Sobre las tres de la tarde permitieron la entrada de refrigerio. No habían comido nada, “pero los policías eran tan descarados que les abrían a los reclusos para que fueran donde los nuevos y les quitaran la comida, diciéndoles: hágalo voluntario, no se haga joder”, menciona Diego. A los pocos minutos le dieron un refrigerio que tenía un ponqué redondo Bimbo, un todo rico, una botella de agua cristal y un paquete de maní. “Yo defendí mi ponqué y mi agua a capa y espada, así que si los reclusos se me acercaban y me decían lo de hágalo voluntario no se haga joder yo les respondía que por lo menos ellos ya habían comido y se iban”, dijo. Al ser el primero de los jóvenes que había llegado en recibir comida, decidió que él podría compartir su comida excepto el agua.

Al nuevo cambio de turno llegó un policía que se hacía llamar “el duro del patio”.  “Aquí yo rompo cabezas y no me importa porque ya tengo asegurado mi puesto, así que empiecen a decir quién era el que estaba lanzando piedras, porque ahí sí ya no son machitos, ¿no?”. Diego con un poco de miedo se empezó a acostumbrar a las amenazas, así que no se preocupó tanto.

Al poco tiempo las autoridades prepararon las órdenes de traslado, en las cuales iban más de 40 jóvenes. Esto ocurrió por medio de un camión de la policía donde subieron a todos en la parte de atrás para llevarlos a la URI de Engativá. Cuando Diego se subió vio en el carro a uno de sus familiares y le alcanzó a mencionar a donde lo llevaban.  

– No mi patru, ¿cómo así?, ¿cómo me va a hacer eso? – exclamaba uno de los que habían sido detenidos.

– Jum, no sé – respondía el policía encargado.

En el momento en que a Diego le dieron la libertad, uno de los policías que había visto la noche anterior le mencionó:

– ¿Usted es Diego Patiño?

– Sí, con él – respondió Diego.

– Listo, este es el boleto de libertad entonces, firme acá – sostuvo el policía.

Luego de firmar el papel le retiraron las esposas. 

– Chino, váyase ya, ya quedó libre -señaló el policía.

– ¿Ah sí?, chao – concluyó Diego.

En un parque cercano a la URI estaban su mamá Ana, su tía Milena, el tío Jhon, su primo Camilo y Jairo, el novio de la tía. Fue valorado por urgencias en el hospital Salud Total, debido a la preocupación por parte de sus familiares, quienes en primera instancia lo recibieron entre lágrimas y abrazos. Le tenían un pollo asado y unas chanclas nuevas, ya que se encontraba descalzo. 

Su familia aún no se siente a salvo ni segura por lo que le pasó a Diego. Sin embargo, esto fue un aprendizaje para él, para seguir con las labores de la profesión, con la fotografía y para no desfallecer. Y por el momento espera el resultado de la demanda que presentó por las heridas que sufrió.