El legado de una pasión agonizante
La foto agüita persiste gracias una descendencia de guardianes que se niegan a ver desaparecer esta tradición moribunda.
Artículo realizado para la clase de Introducción al lenguaje periodístico (tercer semestre, 2021-2), con el profesor Sergio Ocampo.
La foto agüita es un oficio en peligro de extinción que lucha contra el olvido. Como un vago recuerdo, va desapareciendo de la memoria de la sociedad; no obstante, gracias a unos pocos aficionados que se niegan a que su magia muera, persiste. La familia Sosa es un claro ejemplo de esto; la fotografía corre por sus venas y es heredada de generación en generación.
Su historia comienza con el abuelo, Julio Sosa, el mentor y fuente de inspiración, un fotógrafo que desde muy joven dedicó toda su vida a la foto agüita y a la transmisión de su legado. Él trabajó desde los veinte años hasta los noventa y pico con sus cámaras que lo acompañaron sesenta años hasta que la enfermedad se lo impidió en 1999 después de una trombosis, según cuenta su nieto, Harold Sosa. Él se ubicó en distintos lugares de la ciudad como la plaza de Bolívar, el Parque Nacional, el Parque Santander, donde fotografió a Jorge Eliecer Gaitán, y Lourdes, donde más duró, hasta el punto de que llegó a ser uno de los más conocidos de la región alrededor del año 1969.
Su herencia no terminó ahí. Gracias a la gran pasión que le tenía a su trabajo, decidió enseñarles a sus nietos para que siguieran con la tradición. Harold Javier, de 35 años, y Juan Manuel Diaz Sosa, de 37 llevan doce y veinte años ejerciendo esta técnica los fines de semana en el Mercado de Las Pulgas de San Alejo y en frente de La Casa del Florero, respectivamente, con dos cámaras Munich-Kodak que les dejó su abuelo. Ambos hablan con orgullo de este arte, un método conocido bajo este nombre en Bogotá, debido a que parte de su proceso involucra un balde de agua. Además, ellos continúan gracias a su pasión por la fotografía y su legado familiar; lo consideran un hobby que planean seguir practicando sin importar las adversidades.
Igualmente, explican que en la época de los setenta y ochenta todas las plazas y parques tenían foto agüitas, pero con la llegada de la era digital, todos los procesos análogos empezaron a desaparecer hasta que quedaron muy pocos. Lo artesanal se convirtió en tecnológico y automático. Lo que en el pasado llegó a considerarse el emblema de los fotógrafos de parque, hoy en día, desaparece. Esta técnica ya no posee la popularidad de la que antes gozaba; los materiales de la cámara cada vez son más escasos y caros y la esperanza de su prevalencia se vuelve incierta. Otro aspecto que les ha afectado bastante es la pandemia, sobre todo en su comienzo, pues les era imposible trabajar; sus cámaras quedaron en el olvido durante aproximadamente siete meses y, si intentaban volver a la normalidad, eran molestados por policías los cuales les impedían realizar su labor.
Se emocionan al explicar cómo es el proceso de la foto agüita, desde los principios básicos de la fotografía hasta la composición del papel fotográfico y sus sales de plata sensibles a la luz que deben guardarse en el interior de la cámara para protegerlo. Allí tienen un vidrio esmerilado que les permite ver la imagen, los químicos y un lente con diafragmas al cual otorgan manualmente el tiempo de exposición. En primera instancia, la persona se ubica, ellos hacen un foco, toman un papel y lo exponen a la luz; luego, dentro de la cámara, lo introducen en la sustancia conocida como revelador la cual quema los haluros de plata y genera que la fotografía tome forma y se transforme en el negativo. Después, introducen la imagen en el líquido llamado revelador para impedir que, con el contacto con la luz, se vele. Por último, se encuentra la etapa del copiado; aquí ponen el negativo al revés frente al lente y toman otra captura para que salga el positivo y así finaliza.
Hoy en día Harold entrena a la próxima generación de la familia: su sobrino Kevin, de 15 años. Ellos se convirtieron en una descendencia de guardianes de una tradición moribunda. Su amor por la foto agüita es ciego ante la adversidad y prevé muchos más años de vida para esta reliquia familiar soldada por la historia que abandona el olvido y renace como un fénix en la memoria las y los bogotanos.