Facultad de Comunicación Social - Periodismo

El alma de las segundas oportunidades

Conoce la historia de los vendedores de la carrera séptima desde sus propios testimonios.

Editado por: Laura Sofía Jaimes Castrillón

Fotoreportaje realizada para la clase de Taller de Géneros Periodísticos(Cuarto semestre-2024 I), bajo la supervisión de la profesora Estefanía Fajardo de la Espriella

“Algo como recuperar lo que se está perdiendo, como una tradición de lo antiguo”, comerciante ‘pulguero’ de la carrera séptima, don Henry Ramírez Valencia.

Por las calles del centro de la ciudad —específicamente sobre la carrera séptima— en las mañanas, el entorno se siente un poco apagado, como si estuviera de madrugada, mientras los comerciantes sacan sus productos sobre bolsas negras de basuras o mantas arrugadas y sucias que muestran señales de su constante uso. Un ambiente de conexión entre ellos está presente en la atmósfera; hablan y ríen entre sí, cuentan chistes o historias propias mientras dan inicio a sus labores, cada uno con la misión de llevar un sustento para sus familias, y por supuesto, cada uno con la sed característica de ‘salir adelante luchándola.’

Esta actividad económica hace parte de un plan dominguero típico dentro de la capital, pero, no se encuentra limitado. Los comerciantes de un mercado de pulgas hacen parte de un legado histórico, así como los productos que ofrecen, una tradición que remonta sus orígenes en una Francia de siglos atrás que no solo ha influenciado al mundo con sus ideales románticos de liberación, sino que además en su apreciación por la belleza y la antigüedad.

La ciudad que al finalizar cada semana homenajea a esta actividad económica, es relativamente nueva en esta tradición, incorporándose como tal a finales del siglo pasado en 1990. Un espacio de historia ligada a la belleza de las antigüedades y segundas oportunidades en un inicio se llamó ‘Asociación de expositores Toldos de San Pelayo’, – según la página oficial de la Alcaldía de Bogotá,no es un nombre al azar – hace reconocimiento a un joven mártir español ‘San Pelayo’ que se relacionaba con el comercio de las antigüedades.

“Yo no soy anticuario…soy pulguero”

Sobre la carrera séptima se encuentra Don Henry Ramírez Valencia- un hombre que llego a la capital hace 48 años desde la ciudad de Cali y comercializa antigüedades hace cuatro – con su amigo de nombre desconocido. Sus antigüedades se encuentran expuestas para la vista de cualquier curioso que se atreva a preguntarle. Algunas típicas, otras, más abstractas y todas con una carga valioso entro de su comercio.

Suspira al contemplar el valor de las antigüedades, piensa unos segundos y con los ojos llenos de certeza afirma, “La antigüedad es muy bonita como primera medida, como segunda medida es algo como recuperar lo que se está perdiendo, como una tradición de lo antiguo”.

El amor por lo antiguo es algo que siempre le ha interesado, desde muy joven y ahora aprovecha esa fascinación, comprando sus productos a las personas que deciden dejar el país y vender sus propiedades o que simplemente se aburren de lo que tienen.

Rescata lo que algunos consideran como ‘poco útil’ del olvido inevitable para darles una nueva vida.

En su proceso de venta el menciona que él no cuenta la historia de los objetos, “Yo no soy anticuario, no sé de dónde son producidos los objetos, yo soy un pulguero. Un anticuario tiene cosas selectas y sabe por obligación su origen, yo tengo de todo; piezas antiguas y valiosas como este espejo de cien años que es lo único que sé”, siendo esta la labor de los comerciantes de antigüedades.

La vida de las segundas oportunidades

Por el corredizo de una calle tan histórica existen demostraciones de todo tipo de objetos; pinturas, dibujos, antigüedades y en gran cantidad, objetos y accesorios de segunda mano. Don Javier Cristancho Rincón, un hombre santandereano que llegó a Bogotá hace veinte años y como el menciona, siempre, desde muy joven ha ejercido la labor de comerciante estacionario.

Él se atreve a destacar una labor mayormente olvidada. Los recicladores que caminan las calles de la ciudad, escarbando la basura para encontrar algún objeto por el cual intercambiar para obtener algo de comida o sustento. Muchos de los accesorios que el venden, hacen parte de una especie de microeconomía que beneficia a sus sistemas, èl compra lo que ellos encuentran en buenas condiciones y así brinda algún refugio a otros que luchan a diario en una ciudad fría como lo es el gran centro administrativo nacional.

“Hay gente que de golpe no ha tenido muchas cosas y ya de segunda mano, es más fácil acceder a aquello porque el precio se rebaja considerablemente. Eso es lo que permite que mi trabajo se mantenga. Antes me enfocaba en lo nuevo y me percate que no tenía la misma ganancia que tengo ahora, así que decidí quedarme con el modelo que me beneficiaba mejor”, afirmó el vendedor situado enfrente del parque Santander.

Vender artículos de segunda es una labor a la que dedican una gran cantidad de ciudadanos. No encontramos con Marco Antonio Ulcate y Doña Ana Patricia Guzmán, quienes por el camino de la vida se han dedicado a la comercialización de productos a los cuales ello les otorga una segunda oportunidad. Marco Antonio un señor que dice con orgullo, ser cachaco, y una mujer que migro a la ciudad desde la costa dejando atrás su ciudad de Barranquilla.

“De pequeño mi mama tenía una chatarrería en Cali y yo empecé desde ahí con ella que me empezó a dar un sueldo que yo usaba en comprar y vender nuevamente, he vivido toda mi vida de esto y hasta casa me ha permitido”, menciona el cachaco.

Cabe resaltar que muchos la hacen por un encanto desde joven, otros lo hacen por necesidad, como menciona Ana María sin agradecer la estabilidad permitida, reconoce que lo hace además por las dificultades dentro del sistema laboral formal.

“Yo comencé cuando vine acá a la capital, veía que la gente comercializaba y ya uno de 45 años, no lo reciben en ninguna empresa formal, así que este fue el modo para yo mantenerme”, comenta la barranquillera.

La segunda oportunidad que estas personas les brindan a los objetos es un ciclo mutuo; existe un beneficio de parte y parte, por un lado, está el rescate de la tradición e historia, por otro el aprovechamiento de la utilidad de un recurso que ayuda no solo a las cuestiones ambientales y de consciencia de producción que a la vez, permite que varias familias salgan adelante.