Cuando el Estado se convierte en verdugo
La pena de muerte para violadores parece justicia rápida, pero ¿puede el Estado impartir justicia siendo ejecutor?
Editado por: profesora Estefanía Fajardo De la Espriella
Columna realizada para la clase de Pensamiento crítico y argumentativo II (Segundo semestre – 2024 ll), bajo la supervisión del profesor Guido Leonardo Tamayo Sánchez.
¿Qué hacemos ante crímenes tan abominables? Quizá podríamos escuchar a Atenea, la misma que, en aquel juicio ancestral, instauró el primer tribunal de justicia humana. Su propuesta no era un castigo mortal, sino un juicio que tuviera en cuenta no solo la culpa, sino también la posibilidad de redención, de sanación, de reconstrucción. En el mito de las Erinias, las diosas de la venganza, su furia nunca llega a restituir lo que ha sido arrebatado. La ira solo alimenta más ira, y su presencia insaciable no concede paz a los vivos ni a los muertos.
La verdadera justicia busca restaurar un equilibrio. Si volvemos la mirada a los mitos, encontramos advertencias sobre lo devastador de la venganza. En el caso de Orestes, que asesinó a su madre para vengar a su padre, las Erinias —las diosas de la venganza— lo persiguieron con una furia inextinguible.
Es curioso cómo, en la etimología de la palabra “pena”, se anida una verdad antigua. “Pena” proviene del latín “poena”, que a su vez se remonta al griego “poine”. En el mito griego, Poine era una divinidad temida, la personificación de la venganza que exigía expiación. Era enviada por los dioses para castigar crímenes abominables, y su presencia evocaba una suerte de justicia oscura, más cercana a la represalia que a la reparación. En aquel tiempo, la justicia se concebía no como equilibrio, sino como un pago por la ofensa; cada acto debía ser compensado con un sufrimiento equivalente.
Es posible que, como sociedad, sintamos que la pena de muerte para violadores sea una especie de justicia instantánea, una respuesta rápida y definitiva para el mal que nos desgarra. Pero debemos preguntarnos: ¿Se le puede atribuir la palabra “justicia” cuando el Estado se convierte en verdugo?
Atenea no niega la necesidad de justicia, pero redefine su propósito. Nos enseñó que el perdón y la reparación pueden ser formas más poderosas de justicia que el simple castigo. En Colombia, si buscamos un acto de justicia que honre a las víctimas y no alimente la violencia, debemos aspirar a algo más difícil, pero mucho más valioso que la pena de muerte: un sistema que responda con justicia y dignidad, que desarme el odio en lugar de legitimarlo. La justicia, cuando se construye sobre el respeto a la vida, cuando busca la transformación y no el exterminio.