Brujitas rodando en las vías del tren
En uno de los lugares menos conocidos del país las motos ruedan sobre los rieles lisos del ferrocarril, transportando personas.
Crónica realizada para la clase de Taller de Géneros Periodísticos (cuarto semestre), con el profesor David Mayorga.
En medio de una temperatura que se aproximaba a los 30°C, y entre una vegetación selvática, se montaban algunos turistas y habitantes en las motobrujitas, el único medio de transporte que tienen las poblaciones de los corregimientos de Córdoba y San Cipriano. Una de las turistas con su pequeño ukelele, al sentarse y acomodarse en las duras tablas que conforman la particular moto, comienza a cantar transmitiendo alegría y llamando a algunos espectadores. Tres niños miraban con sorpresa a la turista cantante. Un pequeño y dos niñas, estas dos últimas luciendo sus trenzas africanas con unas chaquiras color blanco en las puntas, quienes no podían ocultar su asombro por la dulce melodía y el lente de una de las cámaras que para ellos parecía ser un objeto de otro mundo. Llega el piloto de la motobruja y al encender el motor comienza su recorrido por las vías del tren que dejó de circular por la zona hace poco más de un año.
Durante el recorrido el sonido de la rueda girando sobre el riel del tren aturde el lugar. Sin embargo, eso no es impedimento para que cientos de turistas y los mismos casi 500 habitantes del lugar disfruten del paisaje lleno de naturaleza que se ve mientras la motobruja avanza con velocidad sobre las vías del ferrocarril. Un camino lleno de color verde en todos sus tonos y un café, el que distingue a la tierra, además que los metales de las vías también se caracterizan por su color de tonos bronces. En el camino, uno de los nativos, un hombre de tez negra, hablaba sobre el lugar y preguntaba emocionado a los turistas sobre su origen.
–Ve, y usted de dónde viene, ¿son fotógrafos? –pregunta curioso con su acento, ese que es común en el Pacífico y mirando la cámara que colgaba sobre mi cuello.
–Somos de Bogotá, señor. No somos fotógrafos, ¿usted es de acá? –respondí con mi acento rolo e intentando conocer un poco más sobre aquel hombre que parecía asombrado, no solo por las cámaras sino también por la cantante con su ukelele con quien compartíamos el camino.
–Soy de Buenaventura, mucho gusto, Fernando. Estoy haciendo un trabajo en una escuela de acá. Deben recorrer San Cipriano. Allá hay una cascada en la que se puede bañar –Después de responder se dirigió a hablar con la joven músico y su acompañante, quien por su habla se notaba su origen español.
Turista con su pequeño ukelele. Al sentarse y acomodarse en las duras tablas que conforman la particular moto, comienza a cantar.
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Antes, a finales de la década de los noventa y principios del 2000, a este particular medio lo llamaban “brujitas”. Esto porque no tenía el impulso del motor de una motocicleta, sino que tenía que ser empujado por medio de una palanca. “Era solo la plancha, o sea, solo la plancha –mencionaba Zokay, una de las mujeres que habita el lugar, entrando en los recuerdos de su memoria del tiempo en el que ella trabajaba en las brujitas– Por decir algo, tú le quitas la moto, le quitas la banca. Te queda solo la planchita. Así era, y las bancas uno las montaba encima de la plancha y con eso trabajábamos”.
Zokay, con ahora 47 años y seis hijos, ha sido una de las pocas mujeres que ha trabajado en las brujitas. “Cuando yo hice mi bruja tenía 21 años –recordaba esta mujer con un sentimiento de tranquilidad y orgullo– vivía con mi esposo y con eso trabajábamos. De eso sobrevivíamos”. Ahora, en pleno 2018, solo son hombres quienes trabajan en las motobrujitas. Las mujeres por lo general se dedican a la crianza de los niños y a estar pendientes de sus esposos. Era sábado y alrededor de las nueve de la mañana los turistas comenzaron a llegar y así para los pilotos empieza el trabajo. Zokay se encontraba sentada en una silla plástica color verde. Ella usaba una blusa sin mangas color rosado y en medio de risas y una agradable conversación agregó:
– La vida en San Cipriano es una vida muy bonita, ¿por qué? porque todos gozamos de la naturaleza. Nosotros, en el sentido de la palabra, somos ricos en naturaleza en agua, porque el agua que nosotros tomamos eso viene del propio río de las propias cabeceras. Ese es el agua que nosotros consumimos y esa misma agua se transporta a otras partes.
–He visto a muchos niños –agregué.
En el corregimiento es raro no ver a los pequeños jugar en los senderos. Las niñas con sus faldas y trenzas decoradas con chaquiras y los niños con sus bermudas y chanclas. Didier y Santiago son dos de todos los menores que hay, dos niños de nueve y diez años quienes ayudan a sus padres con lo que ellos les pidan. Además, aprovechan cualquier momento en el que puedan jugar. Hacer equilibrio caminando en los rieles es una de esas distracciones. Ambos quieren ser policías cuando crezcan, pero no saben el por qué.
–¡Ja!, acá niños sí hay. O sea, acá crecen cinco y nacen diez. Eso sí, bastante habitante sí hay, más que todo niños –responde Zokay viendo como uno de los pilotos se acerca a hablar con uno de los encargados de la junta directiva de la cooperativa.
A lo largo del corregimiento, y durante todo el día, se ven motobrujitas pasar y cruzar de un lado a otro. Hay familias que tienen su propia motobruja y jóvenes de catorce o quince años las conducen, pero para su propio bien, es decir, no trabajan. Así se veía él. Un joven de corta edad, aspecto que podía ser deducido por la cara de bebé que tiene el muchacho, llevaba a dos niños pequeños de alrededor de cinco o seis años en las bancas del transporte. Aparte del joven piloto, todos los que trabajan en este oficio deben realizar un curso que los certifique y prepare para lograr ingresar a la cooperativa.
Didier y Santiago, unos de los niños que han crecido con el cultura de la motobrujitas para transportarse entre conocimientos.
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Todos los días a las siete de la mañana los pilotos de las motobrujitas deben llegar al corregimiento de Córdoba para comenzar con su día laboral. Deben ser muy puntuales, pues si se pasan así sea un minuto, no los anotan ni realizan revisión, sin esto el piloto no puede trabajar durante el día. Los conductores van llegando antes de las siete, a eso de las 6:45 a.m., y comienzan a ubicar sus motobrujitas, una detrás de otra, en una fila india, hasta llegar a una larga línea de más de 50 motos los fines de semana. En cambio entre semana el grupo se divide en dos. “Por lo menos hoy trabaja el grupo mío, ya mañana trabajamos todos porque es fin de semana y ya el martes viene a trabajar el otro grupo y nosotros seguimos el día siguiente”, explica Jhony Mina, uno de los pilotos más antiguos en la zona, mientras sube uno de los lados de la carpa que cubre la motobrujita, algo así como un techo hecho de tela que parece plástico.
La moto está ajustada con varios tornillos y tuercas sobre un tablón que está compuesto por la unión de varias tablas delgadas y, debajo del tablón, cuatro pequeñas ruedas de tren se encuentran adheridas. Sobre la tabla hay una especie de sillas o bancas para que los pasajeros puedan ir sentados sin correr ningún riesgo. Motos de todos los estilos y colores, unas llenas de óxido y otras con buen mantenimiento y aseo se logran ver todos los días en el corregimiento. Mientras esperan a que sea su turno para arrancar y coger camino, los pilotos se sientan a hablar, carcajada allí, carcajada allá hasta que ¡ñiii!, suena el chirrido de una de las motobrujitas al frenar y el siguiente en la fila se prepara para comenzar con su trabajo.
Los pasajeros de la motobruja que acaba de detenerse se bajan de ella y al tiempo otro de los pilotos alza su singular vehículo de uno de los extremos para ponerlo sobre los rieles y así hacer su recorrido. La cooperativa principal, Comutranstur, realiza su recorrido desde Córdoba hasta San Cipriano, mientras que la otra lo hace desde San Cipriano hasta Zaragoza, un municipio cercano. Jhorley Valencia es uno de los integrantes de la junta directiva y se encarga de dirigir y controlar el día laboral. Es un hombre de estatura promedio, tez negra, como la mayoría de los habitantes de la región, su acento característico del Pacífico y con las planillas bajo su brazo tomaba un pequeño descanso después de la revisión diaria de todas las motobrujitas.
– ¿Cómo nace la cooperativa? – le pregunté mientras limpiaba un poco el lente de mi cámara.
– Inicialmente trabajábamos así, cada uno por su lado. Eran brujitas, no estaban las motos. Ahí como veíamos que había mucho desorden, decidieron formar una pequeña cooperativa. No dio resultado y al cabo de un año, seis meses, se desató esa – relataba Jhorley descansando sus pies y entregando la planilla a quien cumple la función de “cajera” – ya después cuando llegaron las motobrujas surge la cooperativa Coomutranstur, y ahí ya duró un poco más, pero a los dos o tres años se desvinculó. La primera la sacaron en 2004 y ahora en 2016, como vimos que estábamos perdiendo muchas oportunidades, decidimos volverla a organizar y desde ahí venimos aquí en la lucha con la cooperativa y la idea es seguir así adelante, siempre.
Jhony Mina comenzó a vincularse en el mundo de las motobrujitas desde los 8 años. Ahora tiene 25.
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Desde los ocho años Jhony Mina comenzó a ver y vivir junto a los pilotos de las motobrujitas y ahora, con 25 años, siente que ese es su lugar y que fue gracias a su madre que él puede ayudarle y vivir tranquilamente. “Yo vine con mi mamá y me quedé trabajando acá. Igualmente, mi mamá vive acá en Córdoba, pero yo vivo en Buenaventura donde mi hermano. Yo soy el mayor de todos –menciona Jhony sentado sobre la banca de su motobrujita mirando al horizonte– yo cojo el trabajo y así nada más, y si me gano 50, le dejo 20 a mi mamá y me voy con los 30 y allá en la casa doy 20 y con los 10 me estoy transportando y estoy viniendo y estoy así”. En la cooperativa es uno de los más reconocidos. Varios lo llaman al tiempo y él atiende a sus llamadas.
Aproximadamente con un metro y setenta centímetros de altura, delgado, tez negra y un arete de lo que parecía ser un jugador de basquetbol, Jhony prende su motobrujita para comenzar con un nuevo recorrido.
–Jhony, ¿por qué las motobrujitas no van hasta Buenaventura? – pregunto a la mitad del recorrido, luego de atravesar uno de los puentes que cruza por encima del río San Cipriano.
–Hay partes que de acá a Buenaventura el monte está muy arriba y no se ve nada, la brujita no pasa. Llega, llega hasta cierta parte, digamos hasta donde yo alcanzo a llegar con mi moto, llego siempre hasta uno de los puentes. Pero ya, hasta ahí y ahí siempre me he regresado porque hay una parte como peligrosa de ahí para abajo y le quitan la moto a uno. Es muy inseguro uno meterse hasta allá donde no lo conozcan a uno – responde Jhony conduciendo la motobrujita.
Luego de observar y analizar un poco, me di cuenta de que el tren ya no transita por la zona, así que en medio del ruido de la motobrujita le pregunté a Jhony sobre el tren, qué había sido de él, porqué ya no pasa por el lugar.
–Hay una parte, la línea que están arreglando y una parte donde se sacaron unos rieles, entonces hasta que no compren eso no pueden trabajar. El tren no funciona– dice Jhony señalando los rieles y mostrando cómo su mal estado impide que el ferrocarril pase por el lugar.
–Cuándo el tren trabajaba, ¿cómo hacían con la motobrujita?
–Teníamos unos semáforos en la vía, unos semáforos negros ¿usted lo ha visto? Entonces ellos alumbran en rojo y empiezan a pitar. Después de pasar ese semáforo, date cuenta, viene el otro tren, tenía que estar prendido el del otro lado. Tenías que encontrarte con el de allá y bajar la brujita. Tenemos el radioteléfono y cuando viene el tren “Ve, viene el tren” “vea, hacéte a un lado” Entonces nosotros nos hacemos a un lado y dejamos que el tren pase y ahora sí ingresamos a montar la brujita como mi compañero aquí y volvemos y la montamos y seguimos en la rutina.
En este corregimiento turístico muchos se sostienen al igual que Jhony por medio del trabajo en la motobrujita. No solo genera trabajo a estos más de 50 pilotos, sino que permite que los habitantes del lugar tengan un medio de transporte en el que se puedan movilizar sin tanto esfuerzo físico. No son brujitas de esas de los cuentos de hadas, que hacen hechizos y son malvadas, son motobrujitas, un particular medio de transporte que reafirma la frase de “en Colombia cualquier cosa puede pasar”.
Mientras se hacen las reparaciones, los niños observan.