Facultad de Comunicación Social - Periodismo

Resistencia: Comuna 8, Medellín

La comuna 8 en Medellín camufla entre sus calles historias desgarradoras y dolorosas y también historias llenas de valor y de esperanza.

Crónica realizada para las clase de Diseño de la información (tercer semestre, 2019-2), con el profesor Jairo Iván Orozco.

Desde la firma del acuerdo de paz con las FARC en 2016, 431 lideres sociales han sido asesinados en todo el país y muchos otros, corren el riesgo de desplazarse hacia otras ciudades. En el departamento de Antioquia durante los primeros 100 días del periodo del presidente Iván Duque, fueron asesinados 33 líderes sociales.

Llegar al barrio Buenos Aires en la Comuna 8 de Medellín no es sencillo, hay que tomar un bus viejo y más destartalado que sus mismas calles llenas de huecos profundos. Se demora 40 minutos haciendo un recorrido que normalmente se podría demorar la mitad si sus calles no fueran tan angostas y precarias. La mayor parte de las veces el conductor recoge personas que no pueden pagarle. Un abuelo paisa, va con un bulto de papa en el hombro, briega para subirse y cuando por fin puede, le dice: “Paisano, nada más voy hasta la trochita de la esquina” y el conductor le responde: “de una papá”, lo mismo ocurre con 8 personas más en el recorrido, todo tan natural como lo que ya es costumbre.

Trabajo

En sus calles se ven jóvenes y hombres con radios en la mano muy precavidos, tatuados y la mayoría sin camisa, se puede pensar que hacían parte de algunas bandas que organizan la frontera pero, al menos en apariencia, son quienes se encargan de organizar la movilidad por las comunas: “quédese quieto porque viene un camión, le tocó esperar”, le dice un joven al conductor, como las calles son tan angostas, solo puede ir un bus por el carril.

Gisella Quintero Valencia es líder social en las comunas desde hace una década, fue víctima de la violencia y es madre soltera de 3 niñas. Gisella lleva esta vocación en la sangre y está completamente convencida de que la transformación de la sociedad no va de la mano con el miedo: “esto soy yo y el miedo no me va a hacer retroceder porque a mí me sacaron de mi comuna, pero resulta que yo sigo en otros espacios y sigo expresando mi inconformidad con propuestas para ver por dónde me puedo meter”. En el año 2008 fue desplazada porque un grupo de paramilitares la amenazó con violar y amordazar a sus hijas si no se iba de la comuna, tenía plazo de una semana. Al otro día ya estaba afuera con su ropa empacada en bolsas de basura y sin rumbo fijo. Ella trabajaba con jóvenes que pertenecían a bandas delincuenciales y había logrado que muchos salieran de la ilegalidad. Esto fue tomado como una amenaza, argumentando en el panfleto que habían dejado bajo la puerta de Gisella que se estaban quedado sin hombres y si eso seguía así, ella se quedaría sin hijas.

En el recorrido, Gisella dice que la misma comunidad se encarga de pavimentar las calles, de garantizar el transporte y de medio poder tener servicios públicos porque en muchas partes no hay ni agua. Al llegar a la Comuna 8 se observa un panorama inverosímil. Algunas casas son de madera, en sus techos no tienen tejas sino puertas sobrepuestas, huele a humedad y hay excremento de perro en todas partes, donde el barro pasa sobre la suela del zapato. Otras casas, se sostienen con bultos de arena, con el techo a punto de caer por las constantes lluvias de la época. En cada casa viven en promedio 7 personas y duermen todos en una cama (o de a tres si corren con la suerte de tener una segunda colchoneta en el suelo).

Comuna

Gisella, con su acento claro y fuerte, afirma que el desplazamiento de estas familias también es culpa del gobierno. Desplazados por las AUC de la zona de Urabá, llegan y no tienen más remedio que construir en la falda de la montaña; con esto, las familias sufrieron un segundo desplazamiento ya que donde construyeron sus trochas se llevaría a cabo la expansión del metro de pasajeros en Medellín; y tuvieron que emigrar hacia la parte alta donde se establecieron con más fuerza en las comunas, y aún hay familias que siguen en pie de lucha.

A raíz de esto, Gisella en conjunto con La Mesa de Líderes Sociales de Medellín deciden emprender un proyecto llamado “Escuelas Populares” donde llevan el modelo de una escuela tradicional a todo aquel que nunca pudo acceder a la educción o la dejó por diferentes motivos. Cada fin de semana en un barrio diferente. Esta técnica ha tenido resultados positivos, ha disminuido la delincuencia ya que el tiempo que los jóvenes invertían para el ocio o la violencia, lo invierten ahora para aprender y así mismo enseñarle a su comunidad.

Las caras de los niños en la Comuna 8 son alegres, pero sus ojos expresan todo lo contrario. Algunos no tienen ropa puesta, están totalmente desnudos y juegan así, por fuera de la casa, a la vista de todo el mundo, es algo normal. Se ven delgados, sucios y con picaduras de mosquitos en todo el cuerpo, pero eso es lo que menos les importa, únicamente quieren jugar y correr por todas partes. En una casa en la que todo está sucio por el polvo que se entra por los agujeros de las tablas, vive una madre con sus tres pequeños, dos niños y una niña, con edades que oscilan entre los 3 y los 7 años.

Confianza

La madre no quiere hablar con Gisella, pero los niños decididos y sin pedir permiso comienzan a decirle algunas cosas. Ente risas y juegos, Gisella les pregunta si son felices y, saltando como alguien que se acaba de ganar la lotería, responden que sí. ¿Quién lo pensaría? La ternura e inocencia de los tres pequeños no los deja pensar en un futuro sin oportunidades sino al contrario, un millón de ellas que sólo esperan por las ganas de salir adelante. “Me tienen que prometer que van a estar muy juiciosos en la escuela porque yo voy a volver pronto” Les dice Gisella al salir de la casa. “No, es que nosotros no vamos a la escuela”, responden los tres niños como en un coro y con cara de tristeza. En esas, Gisella se agacha para poderles ver la cara y con lágrimas a punto de rebosar les dice: “Bueno… Entonces, ustedes me tienen que prometer que van a jugar lo que más puedan, porque eso es lo único que tiene que hacer. Ni trabajar ni nada, sólo jugar y aprender”

Gisella no trabaja sola, tiene el apoyo invaluable de Mónica, amiga y líder social de la zona. Mónica es otra persona más en las estadísticas de violencia y desplazamiento forzoso de las comunas de Medellín. Describir a Mónica puede llevar días, pero todo se resume en berraquera, fuerza, amor y esperanza. Ha tenido que pasar por momentos que no todas las personas podrían soportar, simplemente porque ella lo puede afrontar. Vive con su mamá que tiene 80 años y está postrada en una cama porque un día su cuerpo decidió que no podía con todo el estrés que llevaba y padeció un infarto cerebral que la dejo como un vegetal. También tiene 2 conejos, 2 gatos, 4 gallinas, una tortuga, un gallo y un loro que le hacen compañía porque le gustan mucho los animales. Hay días en los que el reciclaje ni el incentivo que les da la mesa de líderes sociales, alcanza para comprar algo de comer, “un día, tuve que ir por la medicina de mi mamá hasta el centro y no tenia un peso y me fui a pie. Cuando venia para acá otra vez, venía por esas escalas llorando, ¡con una sed! Me llamaron y me dijeron que alguien me había dejado un encargo, que mandara algunos de los muchachos para que lo subiera. ¡Era un bulto de mercado y venía de todo! Pregunté que quien lo había dejado, pero nadie conocía a la persona que lo dejó” hasta el sol de hoy ella no sabe quien fue, pero le llama milagro a la empatía y generosidad de un extraño. Según la Mesa de Líderes Sociales, en Medellín 10,3 billones de pesos iban a ser destinados como subsidio para adultos mayores y también para desplazados por la violencia; subsidio que Mónica sólo ha recibido dos veces .

Incertidumbre

El miedo hay que aprender a dejarlo atrás y así las víctimas podrán afrontar lo que sea. En noviembre 17 del año 2002 Mónica se estaba alistando para salir con su esposo, él le dijo que se terminara de alistar mientras él se iba adelantando, que la esperaba en la esquina, “cuando yo iba llegando abajo, escuché tres tiros y dije ¡ay, mijo! ¡Su papá! Yo pensé que a el le había tocado ver matar, porque en esos días bajaban a la gente amarrada en público, arrastrada, la gente llorando amarradita… Pero no, lo mataron a él y no supe porqué, él nunca se metió en nada malo, me mataron a mi viejo”. En esa época las comunas más violentas de Medellín estaban atravesando por un momento crucial en su historia, durante el Gobierno del expresidente Álvaro Uribe Vélez, se emprendió un operativo militar conocido como la “operación Orión” que buscaba acabar con las guerrillas urbanas, que dejó, según la Corporación Jurídica Libertad, 80 civiles heridos, más de 80 personas muertas y cerca de 300 detenciones arbitrarias. Entre todos esos inocentes estaba el esposo de Mónica, su viejo, como ella aún le dice. Habla segura y cada palabra es contundente para las personas que le escuchan. Muchos pensarían que al hablar de su esposo le temblaría la voz, pero con el tiempo ha desarrollado un blindaje en su cuerpo que nadie podrá quitarle jamás.

A Mónica, a la fuerza y por incompetencia del gobierno, le tocó convivir con las personas que mataron a su esposo. Un día llego un joven a decirle que necesitaba hablar con ella, “por eso uno tiene que botar el temor, a mi no me dio miedo hablar con ellos. Les dije que si me iban a quebrar el hijueputa culo que me lo quebraran aquí porque yo no me iba a ir”. A ella no la iban a matar, aunque quisieran. Iban a pedirle perdón porque el asesinato de su esposo había sido un error. “¿Sí? Y ustedes creen que, con venirme a pedir perdón, que yo no soy Dios, mi esposo va a vivir. Cual hijueputas, ya me lo mataron ya que… Y me fui”.

Además de haber perdido a su esposo, también fue desplazada por bandas delincuenciales tres veces seguidas y sigue de pie; de pie luchando para que su comunidad algún día pueda tener la paz que siempre ha querido. Aunque Medellín se caracteriza por ser la ciudad de la innovación y el progreso hay una cara que no muchos ven y es la de las comunas. Ese lado, el de los olvidados, es el que quieren mostrar estas líderes sociales que, de milagro, siguen vivas, porque ellas aseguran que saben que la violencia y el Gobierno, son los culpables del desplazamiento interno en las comunas y también hablan de infiltrados en la mesa de líderes que no quieren que ellas continúen ejerciendo su vocación.

Las realidades en Colombia son fuertes y no hay que esperar que asesinen a más lideres sociales, quienes son un tesoro de la democracia y han dedicado su vida a velar por las necesidades de sus comunidades. Cuando un líder es asesinado, se suele escuchar que las autoridades competentes dicen que no había una denuncia por parte de la víctima. Sin embargo, cuando hacen una radiografía del lugar donde ejercían, todo sale a la luz, ¿será esta una crónica de otra muerte anunciada?