La bestia
El macabro espectáculo del entretenimiento lleva a una joven a enfrentarse a la bestia, ¿sobrevivirá?.
Cuento escrito para la clase de Lenguaje Escrito II (segundo semestre 2019-1), con el profesor David Mayorga.
Desesperada comencé a retorcerme y a gritar pidiendo ayuda, pero pasé tanto tiempo sin obtener una respuesta que comencé a comprender que nadie vendría ayudarme. Con esmero intenté zafarme la mano izquierda, pero un estruendo me detuvo, parecía una gran puerta metálica siendo abierta para después escuchar pasos cada vez más cerca. Aquel cuarto era tan oscuro que no podía distinguir casi nada de lo que había dentro, aún así, supuse que había una puerta enfrente, pues de allí parecían venir los ruidos. Tuve la intención de volver a gritar hasta que escuché el rechinar de la madera y unos segundos después un grito despavorido me estaba dejando helada, lo que se escuchó a continuación era difícil de identificar pues era una mezcla de lo que parecían mordidas y viscosidad; así que continúe intentando soltar mi muñeca sin hacer el más mínimo ruido, no quería llamar la atención de aquello que parecía estar devorando a mi vecino. Para mi desgracia, las esposas eran tan ajustadas que mi mano no lograba cruzarla, y presa del pánico, recurrí a la única solución que había rondado mi mente desde que me encontraba despierta, así que junté mi pulgar hacia la palma de mi mano y la impulsé contra el concreto con todas las fuerzas que tenía, realicé la acción unas tres veces más hasta que escuché el crujir de mi hueso y ahogué un grito de dolor al sentir aquella punzada, mordiendo mi labio inferior y provocando que sangrara.
Con mi pulgar roto logré pasar mi temblorosa mano izquierda por la esposa, y aún aguantando el dolor la usé para liberarme del resto de artefactos que me tenían atada. Cuando me solté intenté caminar a ciegas por aquel pequeño cuarto, tanteando las paredes hasta que una diminuta rendija de luz me indicó la ubicación de lo que por su textura parecía una puerta de madera. Pensé que estaría asegurada pero no había ni siquiera una manija, solo tuve que empujarla para salir. Afuera había un poco más de luz proveniente de pequeñas ventanas en el techo que alumbraban un largo camino de solo habitaciones, al parecer vacías, pues el silencio era palpable, solo siendo interrumpido por aquellos sonidos desagradables que aún no lograba descifrar, y claro, por la puerta, que era lo suficientemente ruidosa como para que aquello que se encontraba en el otro cuarto lograra descubrirme y soltara lo que parecía un gruñido animal.
Me quedé helada por unos segundos que parecieron horas cuando vi salir por la puerta vecina la silueta de lo que parecía un hombre, solo que mucho más alto y corpulento de lo normal, de sus manos brotaban unas gigantescas garras y sus grandes hombros subían y bajaban por la velocidad de su respiración, pero lo que me había dejado estática era el color carmesí que alumbraba sus ojos, que sin expresión alguna, me observaban. Fueron unos simples segundos los que al parecer me dio de ventaja, pero fueron suficientes para que mis pies descalzos se impulsaran por sí solos lo más lejos de aquella bestia. Corrí y corrí, pasando una habitación tras otra por aquel pasillo infinito, sintiendo las garras de este espécimen rozándome los talones y escuchando tan solo el latir de mi corazón desenfrenado; fue en ese momento, cuando ya no me quedaba oxígeno, que vislumbré una luz blanca al costado derecho del pasillo y al girar había dos grandes puertas que parecían una salida, le entregué mi último aliento al deseo de llegar a ellas y cuando las abrí de par en par el resplandor me dejó casi ciega. Sin poder reaccionar, caí por unas escaleras y rodé hasta que mi espalda quedó sobre una cerámica helada, entonces pude abrir mis ojos y, esperando lo peor, dejé que se adaptaran a la luz y al enfocar simplemente no pude entender nada.
Frente a mi había una gran cantidad de personas observándome y aplaudiendo, sentadas en lo que parecía un teatro. A mi espalda se encontraba una gigantesca pantalla que revelaba los pasillos y cuartos donde me encontraba hace unos segundos; y a mi derecha, unas escaleras blancas que daban a dos puertas que al parecer conducían al piso superior. Aún impactada por las luces y alaridos, sentí cuando dos hombres me levantaron del suelo y me dieron la vuelta para sacarme del lugar.
Antes de salir escuché la voz de un hombre que retumbaba en los grandes parlantes, diciendo: “¡y ahí la tienen, nuestra mejor jugadora ha sobrevivido una vez más a nuestras pruebas!”.